ANDRÉS GONZÁLEZ
Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Soy un dibujante inquieto, disciplinado y observador.
ORÍGENES – RAMA PATERNA
Mi abuelo, Raúl González, en algún momento de su vida fue sacerdote jesuita que, después de enviudar, llegó al país y se instaló con sus dos hijos, uno de ellos mi papá, en Flandes, Tolima.
Fue ingeniero en motores de explosión por lo tanto trabajó armando máquinas de vapor en los Ferrocarriles de Colombia, empresa de la que se jubiló. Una vez retirado llegó a vivir a Bogotá al barrio Santa Fe en el Corredor Polaco que congregaba a los extranjeros. Fue un hombre muy recio que le brindó a sus hijos una educación muy estricta debido a las circunstancias tan difíciles que afrontó en su vida.
Mi papá, creció en Girardot donde hizo sus estudios en el Colegio Santander y jugaba con sus amigos lanzándose del puente al Magdalena, los llamaban playeros. Mi abuelo lo envió donde un amigo en Funza, Cundinamarca, para que terminara su educación en el Colegio Externado Nacional Camilo Torres desde el que tenía que caminar hasta la casa lo que podía tomarle horas.
Fue un hombre afable, muy dado a la gente, participó en política pese a haber estudiado medicina en la Universidad Nacional, carrera que terminó, pero de la que no se graduó. Pasó a la Facultad de Derecho también de la Nacional, pero la cerraron por cinco años lo que lo obligó a suspender para luego hacerse abogado de la Universidad Externado de Colombia.
El paso por el Externado generó un cambio fundamental en su vida, vivió la época de Fernando Hinestrosa, su rector, tuvo profesores muy célebres como José J. el Sapo Gómez, papá del fundador de la programadora RTI, y compañeros como Teodosio Varela, hijo de Juan de la Cruz Varela, nombre que lleva un frente de las FARC. Estudió con intelectuales muy destacados y adoró su universidad.
Como estudiante trabajó en el Banco de la República. Luego fue administrador de Impuestos del Distrito. Hizo política con la Legión Liberal donde conoció a quienes con el tiempo se convirtieron en sus grandes amigos: Álvaro Uribe Rueda y Víctor Mosquera Chaux. Se acercó a Belisario Betancur y le hizo campaña.
Volvió a Girardot donde se hizo diputado, jefe de las Empresas Públicas, pasó al Ministerio de Hacienda y el último cargo que desempeñó fue como notario. Decía que era un buen político porque no hizo plata.
Una vez jubilado se dedicó al litigio y a disfrutar de una finca que compró cerca a La Mesa, Cundinamarca hasta su muerte.
RAMA MATERNA
Mi abuelo, Daniel Vargas Castillo, fue un artesano santandereano del que no tengo mayor información. Mi abuela, Soledad Vargas, boyacense, fue una mujer muy dulce, dedicada a su familia y me acompañó de manera consagrada hasta mis cuatro años cuando viajó con varias de sus hijas que migraron a Venezuela. De manera muy desafortunada, en uno de sus viajes a visitarlas, sufrió un accidente que le costó la vida.
Mi mamá, Elizabeth, es una mujer fuerte, perceptiva y muy sensitiva, de gran inteligencia emocional, tremendamente disciplinada, dedicada a su familia. Fue la mayor de once hijos, nació en Bogotá y trabajó desde los catorce años en Almacenes Ley de la Calle 13, lo que influyó en su carácter y por consiguiente en la crianza que nos dio a sus hijos enseñándonos el valor de la independencia temprana porque nos impulsó a generar nuestros propios mundos y nos dio las herramientas para que lográramos construirlos con suficiencia.
Ha sido una mujer muy hermosa que modeló desde sus dieciséis años para marcas como Nescafé y Cigarrillos President. También trabajó en la boutique Petit Pierre, Valdivi y administró la Boutique Daniels del Centro Internacional y de propiedad del señor Carlos Valdivi, muy amigo de mi papá y, por consiguiente, allí se conocieron.
Pero luego mi mamá, con su hermana Aurora, se fue a probar fortuna en Nueva York por seis años. Mi papá la siguió cuando trabajaba con la Alianza para el Progreso donde la enamoró, se embarazaron de mí y, antes de mi nacimiento, volvieron al país.
Si bien mi papá ya había sido casado y con dos hijos, consagró su vida a mi mamá.
INFANCIA
Crecí en una casa muy grande, su jardín tenía un cerezo, un pino y un eucalipto, y estaba colmada de elementos que alimentaron mi imaginación.
Como mi mamá siguió trabajando tuve una nana, Rebeca, a quien quise como se quiere a una abuela y de quien tengo los más dulces recuerdos.
Mi papá viajaba con tanta frecuencia que fue un poco ausente, pero mi tío José Raúl, hermano de mi papá, fue muy importante en mi vida, alguien muy afectuoso que vivió con nosotros y con él pasé gran parte del tiempo. Mi tío fue matemático, le gustaba tanto dibujar que me enseñó a hacerlo, pero también a escribir en letra cursiva y palmer, y a jugar ajedrez.
Los libros de la biblioteca de mi abuelo, que era enorme, fueron mi mayor diversión en la infancia, porque siempre me ha gustado leer pese a mi aguda miopía. Recuerdo muy especialmente los libros de caricaturas, como si ellos hubieran dictado mi destino.
Mi tío sufrió de esquizofrenia, pero me transmitió su infinita dulzura pues solo brindaba amor. Me contaba historias de terror y yo no sentía miedo, por el contrario, me divertía con ellas en vez de aterrarme. Imitaba voces de ultratumba y yo me divertía.
Cuando a mis ocho años lo encontré muerto en su cama, sufrí el trauma más grande que cualquiera se pueda imaginar, porque afectó de manera profunda mi sistema nervioso. No tuve que acercarme para saber lo que le había ocurrido y corrí gritando su muerte hasta la sala donde en ese momento mi papá compartía con amigos médicos que confirmaron lo que yo, lamentablemente, ya sabía.
Años más tarde nació mi hermana, que, junto con mi hermano, enriquecieron mis recuerdos de infancia. Tuvimos muchos amigos en la cuadra, pues se podía disfrutar de la calle e íbamos a fiestas de las que mi papá me recogía hasta que en los años 80 llegaron las bombas que nos redujeron a la casa.
El riesgo fue enorme, especialmente para mi papá que tenía su oficina de abogado en la Avenida Jiménez. Cuando explotó la del DAS estaba en los juzgados y pasaron muchas horas antes de que supiéramos de él. Con la toma del Palacio de Justicia también nos preocupamos enormemente pues mi papá solía visitar al maestro Echandía en su oficina, quien había sido su profesor de universidad. A mi papá lo devastó lo ocurrido y con esto se alejó completamente de Belisario.
Fue una etapa de vida de mucho estrés, me angustiaba profundamente cada vez que mis papás salían, pues temía por sus vidas y creía que no regresarían más. Esta circunstancia, tan aguda, hizo que me tratara un psicólogo.
ESCUELA DE CARICATURA
Mis papás me matriculaban en cuanto curso se pudiera. Vieron un aviso en un periódico sobre una escuela de caricatura y fue así como ingresé al instituto del maestro Calarcá.
A partir de allí no quise hacer otra cosa. Recuerdo que buscaba con avidez las caricaturas que salían en las Lecturas Dominicales y la revista Los Monos de El Tiempo y El Espectador. Alguna vez publicaron un aviso en Espectadores 2000, separata con actividades infantiles de los años 80, buscaban niños caricaturistas para brindarles un espacio.
Envié un correo certificado a un Apartado Aéreo y recibí la llamada que me abrió la puerta. Comencé a dibujar junto con Orlando Cuéllar y Andrés González, mi homónimo. Ilustré una nota curiosa de un hombre que levantaba mucho peso, pero que se le deslizaban los discos mientras se le derretían las piernas.
Mi papá me llevaba hasta el periódico, que quedaba en la calle 68, hasta que explotó la bomba y no pude regresar. Me habían abierto una cuenta-ahorritos del minero en Colmena, y con los recursos que alcancé a reunir me compré mi primer computador.
Entonces dibujé para el periódico del Congreso, esto a través de un amigo de mi papá que había sido rector de la Universidad Central por muchos años, aunque sin remuneración. Aquí mi primer dibujo sí fue político, a mis quince años, en el que un campesino le pregunta al político que cuántos votos cuesta un tractor.
Continué en la escuela donde conocí a Mario García que la dirigía, también a Vladdo, José Roberto Agudelo Zuluaga, Jorge Consuegra, Ana María Ospina, León, Zeta, Jarape, quienes tenían un grupo llamado El Cartel del Humor, al que me integraron pese a mi edad pues no superaba los dieciséis años.
Tomé clases particulares con el profesor Calarcá y enseñé cuando me pidió que reemplazara una ausencia de un profesor un sábado en la tarde-noche. Me asusté muchísimo, me enfrenté a adultos, pero disfrutaron la materia y continué dictando clases por un tiempo.
También publiqué en el periódico El Nuevo Siglo para el que me entrevistaron. Esta experiencia me abrió puertas para publicar en Cambio 16 y en Ajedrez Universal, en las que dibujé fisonomía. Empecé a entender que podía ser el camino que me diera para vivir, que era lo que me interesaba al tiempo que me satisfacía. Era el universo del caricaturista y yo sentía que quería ser un profesional de la caricatura, no tenía otro norte. Pero mi papá quiso sacarme muy rápidamente del país para disuadirme de la idea porque para él se trataba de un pasatiempo. Desde mis quince años me empezó a comprar los tomos de anatomía para que estudiara medicina.
ETAPA UNIVERSITARIA
Antes de iniciar en la universidad debí prestar servicio militar, primero en el Batallón Maraya y luego en el PN13. Luego mi papá me matriculó en Medicina del Rosario, pero no asistí a clases. Entonces comencé en el Externado Derecho Internacional, pero como tampoco me gustó, mi papá me envió a España.
Permanecí por un año en Europa, pues de España viajé a Bélgica, pero tampoco logré sacar adelante ningún proyecto. La experiencia me sirvió para perfeccionar el francés que ha sido un idioma hablado por generaciones en mi familia. Tomé clases con Zette de La Bande Dessinée quien me sintonizó con los materiales clásicos que utilicé en adelante para mis dibujos.
Si bien tengo muchas costumbres europeas que heredé a fuerza de observar a mi papá, no me habitué al estilo de vida y me llamó mi país, entonces, quise volver.
Una vez en Colombia ya no regresé a mi casa, así que desde mis dieciocho años he sido independiente, lo que no es nada fácil. Claro que mi papá quiso que siguiera estudiando, entonces me animó para presentarme a Arquitectura en la Nacional y fui admitido, pero no me inscribí.
Comencé Diseño en la Universidad Jorge Tadeo Lozano que me abrió las puertas al diseño gráfico que, sin gustarme tanto, estaba más alineada con el dibujo. Conté con excelentes profesores, recuerdo a Darío González, ilustrador que cuenta con muy buen nombre, uno de los mejores profesores no solo en el aula, sino fuera de ella.
Como estudiante trabajé como diseñador gráfico en Ecopetrol y con la experiencia decidí que no quería ser empleado formal de ninguna empresa. Fui ilustrador de editorial trabajando para Carvajal y Norma. Me integré a un grupo de estudiantes del Rosario que trabajaron con la administración de Antanas Mockus haciendo juegos de cultura ciudadana.
Colaboré por tres años con Germán Bula Escobar en un proyecto literario de historietas para reinsertados con el Centro Mundial para la Resolución de Conflictos. Las revistas llevaron a la edición del libro Espacios Diplomáticos en Colombia. Logré también contratos con la Universidad de Rosario de una magnitud importante que me permitieron volver a Europa y conocer Suramérica.
Trabajé por dos años en animación con Klett, editorial alemana que enseñaba español a los alemanes. Este contrato me llevó a trabajar como embajador de Faber Castell.
Dicté clases en diferentes sitios, uno muy especial de niños de poblaciones vulnerables que me sensibilizó enormemente. Pero también reemplacé a amigos que enseñaban en la Nacional como Bernardo Rincón, a Boris Greiff en la Tadeo.
Finalmente volví a El Espectador por iniciativa de Betto quien me animó a presentarle mi portafolio a Julio Carrero, editor gráfico y más adelante a Fidel Cano quien me abrió un espacio formal. Inicié con una caricatura diaria de nombre La Instantánea, ubicada en los balcones impresos. Luego hice una metamorfosis que resultó muy exigente y que gustó. Ya van diez años de reto intelectual que valoro pues me ha dado foco y disciplina, he sido constante con ella.
Solo volví a mi casa por un año cuando mi papá enfermó de diverticulitis que le causó la muerte. Fue otra muy dura experiencia porque lo encontré muerto en su cama. Siento muy profundamente el hecho de que jamás pudo verme viviendo de mi profesión.
CARICATURISTA
Mi vida es el dibujo. Dibujé en blanco y negro porque el contraste se facilitaba a mi escasa visión, entonces comencé con tinta china y plumilla. Con el tiempo fui dejando los bocetos en lápiz, lo que se conoce como dibujar a la prima.
Mi trabajo está muy influenciado por el comic franco belga, que siempre me gustó por la colección de mi papá de Tintín y Milú y varios otros, imitando el estilo, la forma como se concibe y realiza. Ahora debo hacer transición a la tecnología, lo que me ha costado un poco pues sigo prefiriendo el papel y la tinta.
Conservo el valor estético que tiene la línea en el dibujo, lo que me aleja de los actuales memes que han impuesto las nuevas generaciones.
REFLEXIONES
- ¿Cuál será tu siguiente paso como caricaturista?
Quizás volverme pragmático, hacer contenidos mucho más dinámicos en producciones muy cortas de humor general. Como tema, el amor y el desamor me tienen cautivo.
Ojalá rescatar la idea de la revista Arte Aparte que tuve con tres amigos del colegio, y hacer un Podcast para caricaturistas.
- ¿Cuál es tu proyecto más importante ahora?
Mi hija Leticia que tiene año y medio. Todas mis emociones están centradas en ella.
- ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?
Sinceridad en los afectos.
- ¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como alguien honesto.
- ¿Cuál debería ser tu epitafio?
Esta fue la última línea.