LEIDY CUESTAS – KITSMILE
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo
Kitsmile es sinónimo de felicidad y de oportunidad en la rehabilitación en casa de niños con parálisis cerebral; es único en el mundo y cuenta con patente de invención.
Leidy Cuestas Buitrago – socia
Soy una mujer muy familiar, tengo dos hermanos menores a los que adoro y una hermana gemela, Edna, que me ha brindado compañía desde siempre, como se entenderá, desde antes de nacer. He seguido el ejemplo de mi mamá, me ha enseñado que puedo salir adelante sola, con el propósito de aportar a la vida de los demás y compartir con quienes necesitan.
La familia de mi mamá, Blanca Nieves Buitrago, es de bajos recursos en contraste con la de mi papá. Esta situación me dio mucha visión de realidad con el deseo profundo de vivir el equilibrio y ser un canal que ayude a los más necesitados.
Recibimos una lección de vida. A mis cinco años a mi papá lo asesinaron por robarlo, así fue como pasamos de tenerlo todo a no tener nada, tuvimos que cambiar de colegio y privarnos de muchas cosas a las que ya estábamos acostumbradas.
Tuvo mi mamá que asumir la responsabilidad de dos hijas, sola, sin haber terminado su bachillerato y sin desenvolverse bien en la ciudad porque proviene de un pueblo muy pequeño, realmente es una inspección, de nombre Maya – Cundinamarca, ubicada en una zona llanera, pues colinda con el Meta.
Por fortuna mi mamá siempre fue emprendedora, sin saber qué era emprendimiento. Nos cuenta que fue taxista y nos decía que si la acompañábamos nos daba un Bonjour, por ejemplo; más adelante montó una floristería, también un asadero en la calle 26 con Boyacá. Esto la hizo muy ausente, sin embargo, mi hermana y yo no bajamos nuestro rendimiento académico.
El mayor interés de mi mamá fue darnos estudio y nos hicimos profesionales, mi hermana es publicista y yo diseñadora industrial. Me ilusionaba tener un negocio propio, siguiendo los pasos de mi mamá, comencé vendiendo cosas a mis amigas, desde dulces, pero también les ayudaba con sus exámenes, lo que ellas compensaban de alguna manera.
He tenido una habilidad especial para los números que hizo que me exoneraran de varios exámenes, también me ha gustado dibujar, las notas las tomaba con dibujos, de ninguna otra manera. Para decidir mi carrera, revisé las alternativas de diseño y preferí la que no me condenara a una oficina, pues me gusta explorar, salir al campo, me gustan los espacios abiertos. Quise estudiar ingeniería de petróleos, también ingeniería industrial que pasa de una idea, de un concepto, a materializarlo. Entonces decidí lo segundo y me matriculé en la Universidad del Bosque donde ratifiqué mi gusto por los contenidos del programa.
En quinto semestre tuve la opción de escoger mi línea de trabajo, según el pensum. Para decidir el tema, llamé a mis familiares de Maya a preguntarles cuáles eran las necesidades del lugar, me manifestaron que no contaban con alcantarillado, y ese fue mi proyecto, trabajé en la forma de llevarles soluciones para los baños sépticos.
Mi proyecto del semestre siguiente fue sobre agua potable, hice un filtro de agua lluvia, desarrollé el sistema por recolección de los árboles de agua, por comunidad, y el prototipo alcanzó un nivel alto de desarrollo.
Ya para mi tesis seleccioné el área de salud. Había hablado con mi tía que me contó que en su pueblo ninguna mujer se hacía citologías pues el hospital más cercano queda en Villavicencio y a dos horas de distancia, no cuentan con hospitales, tan sólo con una droguería. Quise ser un vehículo que llevara servicios básicos, pero en la Facultad me advirtieron de la imposibilidad de diseñar espacios, porque debía diseñar productos.
Viajé para enterarme de primera mano y tomar ideas, y este viaje se convirtió en un antes y un después en mi destino. Conocí a Laura, una niña de cinco años con parálisis cerebral que vivía frente a la casa de mi mamá. No pude alzarla pues me impactó el verla pues sus condiciones no eran buenas, parecía de siete meses de nacida, nunca había recibido atención médica, ni la mamá asesoría.
Le compré un coche pues el que usaba era de alambres que estaban reventados, la mamá no contaba con recursos para atenderla pues su ingreso era de ciento veinte mil pesos mensuales con los que suplía las necesidades de dos hijos más. Todos quedaban solos mientras ella salía a sembrar piña.
Me quedé pensando en ella y decidí que quería hacer algo para ayudarla. Como diseñadora no contaba con conocimientos médicos, entonces debí comenzar por entender el problema a ese nivel, aprender clínicamente qué era de lo que se estaba hablando ahí, y dimensionar su verdadera magnitud.
Con el estudio se hizo evidente que en Colombia hay más de trescientos mil niños con parálisis cerebral, el 70% sin recursos y de estos un porcentaje muy alto mueren sin haber recibido ningún tipo de atención, ni el más mínimo, es más, mueren sin que su familia se entere y entienda su situación de salud.
Te cuento que yo visitaba cada diciembre la casa de mi mamá y, en tantos años, nunca había visto a Laura porque la mantenían encerrada, escondida, pues su familia pensaba que su situación obedecía a “cosas del diablo”.
Adapté el método de rehabilitación español conocido como el método de Bobath, utilizado desde hace más de cincuenta años y que consiste en cambiar la postura de los niños repetidas veces durante el día a fin de aumentar la calidad de un movimiento buscando normalizarlo, también se apoya en la alimentación y en el necesario descanso. Se enfoca en puntos de control como hombros, codos, rodillas y cadera, que conlleva a una mejora sustancial de la condición física de los niños.
Mi sueño era lograr que Laura se beneficiara del método, entonces trabajé para desarrollar el Kit de rehabilitación física, base de Kitsmile, enfocándome en las habilidades básicas de un niño con parálisis cerebral, y el que pudiera llevar a la zona rural.
Debía lograr en el niño un buen control de postura que le evite problemas adicionales. Porque recuerdo que Laura tenía escaras en la espalda, displasia de cadera y cualquier otra cantidad de complicaciones, pues nadie le explicó a la mamá que debía sentar a la niña con los dos pies apoyados para que no le creciera más una pierna al mantenerla colgada todo el día, por ejemplo.
Producto de mi investigación concluí que la mayoría de los centros de rehabilitación sólo están en ciudades principales, cuando la salud es un derecho fundamental de todo ciudadano. Entonces mi misión es evitar que los niños tengan que ir hasta los hospitales y llevarles la solución a sus casas, con la herramienta óptima y acompañada de buena capacitación, y con esto se solucionan una cantidad de situaciones colaterales y se aporta a la calidad de vida.
Además, se debe tener en cuenta que la mejor fisioterapeuta es la mamá, ninguna otra persona, pero nadie se toma el tiempo de enseñarles cómo hacerlo. Un caso de éxito es el de Daniel que contó con una mamá que supo cómo acompañar a su hijo y que tuvo los recursos para hacerlo, él hoy es ingeniero industrial de los Andes, toca piano, juega golf cuando el pronóstico es que no podría ni siquiera hablar.
En mi facultad tuve que escuchar una frase como esta:
— El diseño industrial es para la gente que tiene estatus social. Un Rolex es uno de los mejores ejemplos de lo que es tu carrera, la misma que estás viendo como algo humanitario. Leidy, esa señora cómo va a pagar por tu trabajo, y de qué vas a vivir si no lo cobras.
— Pero es que yo veo el diseño industrial como una herramienta para cambiar vidas (contesté).
Llevaba un muy alto promedio y en los semestres que me tomó la tesis mis notas cayeron sustancialmente, casi hasta perder. En una clase el profesor les dijo a todos los de mi salón: “¿Será que alguien le puede explicar a Leidy Ella a mí no me escucha.” Otro día me dijo: “Quiero que retires la materia, pues no la vas a pasar”. Necesitaba sacar 4.9 para graduarme con 3, pero le dije: “No lo voy a hacer porque Laura necesita el kit”.
Esta situación me indispuso muchísimo, no sabía cómo presentarle el tema a mi mamá que con su esfuerzo me había pagado toda la carrera. Pasé por muchos momentos difíciles, algunos amigos pensaban que yo estaba haciendo las cosas mal, claro, otros me apoyaron y me dieron palabras de ánimo.
Como parte de una asesoría me querían hacer ver que yo no debía trabajar en una solución integral, me insistían en que me enfocara en algún aspecto, diseñar la solución para el cuello o para las extremidades inferiores o superiores, pero no en todo el cuerpo. Pero para mí era claro que de esa manera no iba a resolver absolutamente nada, tan sólo estaría cumpliendo con un proyecto de grado.
Igual me arriesgué, hice muchas maquetas, prototipos pequeños, pero también dibujé en papel tamaño pliego, y empecé a rayar. Lo más difícil era lograr las tres posiciones en un solo equipo, que además fuera plegable y fácil de llevar, que pareciera un juguete, que resultara lindo y cómodo para los niños.
Esta construcción es muy cercana a un rompecabezas en el que tenía que ubicar las fichas hasta que cuadraran. Cuando lo logré en papel lo trasladé a icopor que le presenté al profesor, quien tan sólo me dijo: “No vas a alcanzar, tienes dos semanas para terminar la tesis”.
Para pasar debía tener comprobación por parte del usuario y llevarla a las Fundaciones para que la aceptaran o rechazaran. Aquí se me presentó mi segundo reto.
El ser diseñadora no me abría tan fácilmente las puertas en las fundaciones para visitar a los niños, lo común es que vaya personal médico, enfermeras, fisioterapeutas. Vendí la idea y me recibieron, pero la experiencia fue muy difícil porque, entre muchos otros casos difíciles, a uno de los niños le dio un paro respiratorio estando frente a mí.
Revisé todos los detalles hasta ajustar mi diseño, mejoré el prototipo, llevé la maqueta y funcionó perfecto en uno de los niños que tenía dos años.
Presenté mi prototipo final ante público y tres jurados, y llevé la filmación donde se veían las lágrimas de la fisioterapeuta por el resultado. Uno de los jurados manifestó que le encantaba el proyecto; seguido de la profesora que me había recomendado limitar mi trabajo y que no iba a pasar, pero se disculpó por no haber creído en mi proyecto y dijo que para ella estaba completo; finalmente mi profesor criticó el que hubiera hablado muy rápido pero que estaba bien. Saqué el cinco que necesitaba y votaron mi proyecto de grado como el mejor.
Recibí la llamada de un periodista que quería hacer una nota en una de las secciones de El Tiempo, conversamos y me olvidé del tema. En algún momento recibí la llamada de mi hermana para decirme que había visto la publicación, empezó a sonar mi teléfono con insistencia, pero tuve que esperar para verla pues a mi oficina llegaba El Espectador.
Tres días más tarde me invitaron a la feria de diseño Babys and Kids. Como ya conocía a Lina, ella y otros amigos me ayudaron a prepararla, y mi jefe, para darme autorización, me pidió que adelantara dos días de mi trabajo, los que estaría ausente. Recuerdo que me asusté muchísimo, me escondí detrás de unos stands, pero finalmente tuve que hablar ante un público muy numeroso de Corferias.
Después de esto empecé a recibir llamadas de gente interesada en comprar el kit y yo no sabía cuánto cobrar por él. Lina fue clave para ayudarme a costear mi producto y, con el tiempo, le pedí que se sumara a mi proyecto.
Trabajando juntas en el modelo de negocio, consideramos que quizás se debía patentar, tema que yo desconocía por completo. Comenzó aquí un tercer reto, por lo que significó lograrla. Las patentes de invención no son tan comunes en el país, pero mi Kid cabía en esa categoría.
Acudí al decano de mi universidad, le manifesté que quería sacar la patente, pero que no contaba con los recursos para eso, y le ofrecí que la tramitáramos en conjunto. Me dijo: “En el país nadie patenta, la universidad no lo hace tampoco, y el proyecto no es tuyo, es nuestro, pues fue tu tesis de grado”. Igual le insistí porque mi interés era materializar el proyecto para dárselo a Laura.
Pasaron seis meses sin avanzar y me quedaba tan sólo un semestre más para lograr sacarla. No olvido que alguna vez se refirió a mí delante de unos alumnos como: “Aquí llegó la supuesta empresaria sin plata”. Entonces le pedí autorización para continuar por mi cuenta, aceptó, no sin antes decirme que lo tendría que volver a buscar.
Esto acabó con mi sueño pues yo no tenía cómo seguir adelante. Pero mi mamá, comentándole a la gente del conjunto, dio con alguien que me brindó asesoría, me acercó a un equipo de profesionales muy reputados en el país, Lloreda Camacho, para convertirme en su proyecto pro-bono de ese año. Cinco minutos me dieron la posibilidad de ser la mujer más joven en Colombia en tener patente de invención. Salí de la oficina sin entender lo que acababa de pasar.
Me presenté en Boston, donde permanecí por una semana. Esta fue otra experiencia maravillosa porque nunca había salido del país y no conocía la nieve, pero retadora porque no tenía ni el idioma ni la plata suficiente. Una vez allá no quise presentarme, pero me recordaron que había firmado un contrato y que, de no cumplirlo, tendría que pagar diecisiete mil dólares.
Me enredé en la presentación lo que me obligó a pedir ayuda a otro de los expositores. Uno de los jurados me dijo: “Eso es lo que hace un emprendedor, buscar soluciones”. Recuerdo que me adelgacé terriblemente, pero logré mi cometido porque fui seleccionada para un programa especial de tres meses con todo pago.
A mi regreso, el 6 de diciembre de 2015, llamé a la mamá de Laura para decirle que ya tenía el Kit para entregárselo en Navidad. Dos días más tarde me devolvió la llamada para contarme que la niña acababa de morir.
Me costó asimilar la noticia, quise abandonar, pero luego la vi como ese ángel que me inspiró y que me invitaba a trabajar por otros niños. Entonces nació la Fundación Unidos para Reír, su primera campaña fue #EnMemoriaDeLaura, en la que recibimos historias parecidas a la suya para donar el kit que yo había hecho para ella. Pero no sólo eso, solucionamos otras necesidades de familias que viven en la miseria.
Recibimos patrocinio de Equión, que nos rodeó pese a que buscaban fundaciones con más de veinticinco años, lo que nos impacta de manera importante, pues no es sencillo encontrar respaldos.
Ya gestionamos ante el INVIMA, lo que se constituyó también en todo un proceso complejo que logramos superar y que nos permitió empezar a producir y exportar.
Hoy ya puedo hablar de casos de éxito, como el de una niña que, con el uso del kit y los cuidados paliativos, logró caminar.
- Basado en tu temprana experiencia, ¿qué recomendación le harías a quien quiera iniciar su camino hacia el emprendimiento?
Que aporte al mundo desde su conocimiento, que se comprometa totalmente.
- ¿Cuáles son tus mayores talentos?
Me gusta trabajar en equipo con propósito claro, soy líder y comunicadora natural. Tengo la habilidad de generar soluciones prácticas.
- ¿Cuál es tu código de ética?
Este lo complemento con mi frase “todos desde nuestros conocimientos podemos mejorar vidas”.
Isabel López Giraldo es responsable del contenido de este sitio web. Davivienda actúa como patrocinador de la sección “Jóvenes Talentos”.