EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
MARCEL PROUST
FRAGMENTOS
1. Por el camino de Swann
PRIMERA PARTE: Combray
Durante años me acosté temprano.
La inminente dulzura del regreso.
La esperanza de verse aliviado le infunde valor para sufrir.
¡La costumbre!, hábil aposentadora, aunque muy lenta.
El ángel bueno de la certidumbre lo detuvo todo a mi alrededor.
Ocupaciones que reclamaban una inviolable soledad: la lectura, la ensoñación, las lágrimas y la voluptuosidad.
Particularidades de su vida mundana eran la causa de que otras personas, cuando estaban en su presencia, vieran en su rostro reinar las elegancias.
Para ella la distinción era algo absolutamente independiente de la posición social.
Conservarlo, sin que se quebrara su dulzura, sin que se derramara ni evaporara su volátil virtud.
¡Qué agradable llegar a una casa donde todo el mundo habla en voz baja!
Dentro de mí se han destruido infinidad de cosas que yo creía que habían de durar para siempre, y otras nuevas se han edificado.
Jamás se resignaba a nada de lo que no pudiera sacarse un provecho intelectual.
Habiendo llevado la vulgaridad al borde de su extinción, trataba de hacerla retroceder todavía más.
El respeto y la sencillez de la interpretación, la belleza y la dulzura del sonido.
La dulzura que hay en la bondad, la melancolía que hay en la ternura.
Grave incertidumbre, cada vez que la mente se siente superada por sí misma.
Esperando sobre la ruina de todo lo demás, llevando sin flanquear, el edificio inmenso del recuerdo.
Calentarse al amor de la lumbre.
Dedicaba a ese hecho incomprensible sus talentos de inducción y sus horas de libertad.
Esa ausencia de vulgaridad, de pretensión, de mezquindad que le hacía amar.
Influencia benéfica de la naturaleza cuando la mano del hombre no la había empequeñecido.
Sigo buscando mi camino, doblo una calle… pero… en mi corazón.
Me incomodaba esa desigualdad entre el agradecimiento excesivo que se le otorgaba y su amabilidad insuficiente.
Dejé de preguntarme lo que había que hacer para poder hacer algo.
El rostro sin dulzura, el rostro antipático y sublime de la verdadera bondad.
¿Y acaso no era tambi{en mi pensamiento cmoo otra guarida, al fondo de la cual me agazapaba hasta para mirar lo que ocurría fuera?
Seguíamos en la edad en que se piensa que uno crea lo que nombra.
Hablamos de originalidad, encanto, delicadeza, fuerza; y luego, un día nos damos cuenta de que el talento es precisamente todo eso.
Que creamos que un ser participa de una vida desconocida a la que su amor nos daría acceso, es, de todo lo que exige el amor para nacer.
Desviaba la conversación hacia otros temas, precisamente porque esos le importaban menos.
Como esas melodías que uno toca cienveces seguidas sin que por ello ahondemos algo más en su secreto.
Me apartaba de ellos un momento, para abordarlos luego con fuerzas renovadas.
Uno cree que sabrá verlas mejor cuando ha dejado un momento de mirarlas.
Enjugándome las lágrimas les prometía que cuando fuera mayor no imitaría la vida insensata de los demás hombres.
El campo, donde toda vida quedaba en suspenso, perdía su brillo, aunque no la claridad.
Es un fastidio pensar que por insignificante que sea lo que uno haga hay unos ojos viéndote.
La realidad no se forma sino en la memoria.
Los lugares entrañan algo que les es individual.
SEGUNDA PARTE: Un amor de Swan
Sentimiento inconscientemente diabólico que nos lleva a no dar algo sino a quienes no lo ansían.
¡Debe de ser tan divertido pasarse el día leyendo, andar enfrascado en viejos papeles!
El ideal es inaccesible y la felicidad, mediocre.
Fijar esa mirada con la cual, en el momento de partir, uno querría llevarse el paisaje que va a abandonar para siempre.
La calumnia se extiende como una mancha de aceite.
A un erudito le basta con leer simplemente una frase para saber exactamente cuál es la calidad literaria de su autor.
Acostumbrado como estaba a los buenos modales, le escandalizaba el tono rudo y militar que adoptaba al dirigirse a unos y otros.
Para usted, ¿la inteligencia es tener mucha labia?
La idea de organizar una distracción ingeniosa para alguien, incluso para alguien que les desagradaba, desarrollaba en ellos mientras duraban los preparativos unos sentimientos efímeros de simpatía.
Querer no pensar en él, era seguir pendsano en ello, seguir sufriendo por ello.
La pereza cerebral que le impedía asuplir la ignorancia con la imaginción.
Seguía perorando en alto en el silencio de la noche, sin que hubiera amainado su aflicción.
Un ser de una esencia algodelicada tiene que saber renunciar a un placer cuando se lo piden.
Pareciendo buscar lo que supuestamente quería rehuir.
Por la propia química de su dolencia, tras haber creado celos con su amor, volvía a empezar a fabricar ternura, compasión.
Poder emigrar durante un momento a las pocas partes de sí mismo que habían permanecido casi ajenas a su amor, a su pena.
Saber no siempre permite impedir, pero las cosas que sabemos las tenemos, ya que no en nuestras manos, al menos en nuestro pensamiento, donde disponemos de ellas a nuestro antojo, lo que nos crea la ilusión de una especie de poder sobre ellas.
Reservémonos para lo posible; es inútil desgastarse proponiendo cosas inaceptables y descartadas de antemano.
El lugar donde vivía el recuerdo de los días dichosos.
Se había puesto el disfraz de esa apariencia sonora.
En los lugares nuevos en que las sensaciones no están amortiguadas por la costumbre reanimamos, fortalecemos un dolor.
Desconocemos nuestra felicidad, nunca somos tan desdichados como nos creemos... Desconocemos nuestra desgracia, nunca somos tan felices como nos creemos.
Se imaginaba lo que callaban con ayuda de lo que decían.
Todas las cosas de la vida que han existido una vez tienden a recrearse.
Caminando deprisa por culpa del tiempo.
Una especie de fidelidad que me guardaba en medio de la desdicha.
Hubiera sustituido la dulzura de la confesión por la simulación de la indiferencia.
El invierno había recibido la visita inopinada y radiante de un día de primavera.
Volví por las calles que seguían engalanadas de sol como si fuera la noche de una fiesta que ha tocado a su fin.
Mientras tanto, releía una página que no me había escrito.
Ese poder de veneración que siempre profesamos hacia quienes ejercen sin freno el poder de hacernos daño.
Personajes secundarios, anónimos, tan desprovistos de caracteres individuales como los comparsas en una obra teatral.
La vulgaridad y la insensatez han sustituido aquello tan exquisito a lo que servían de marco.
Parecían proclamar el vacío inhumano del bosque abandonado.
Entender mejor la contradicción que supone buscar en la realidad los cuadros de la memoria.
La realidad que yo había conocido ya no existía.
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