EL VIENTO CONOCE MI NOMBRE

EL VIENTO CONOCE MI NOMBRE

ISABEL ALLENDE

FRAGMENTOS

Había en el aire un anticipo de desgracia.

Concentración de sabio.

Sentía horror por cualquier forma de jactancia.

Su elegancia era discreta, porque la ostentación le repugnaba tanto como la jactancia.

La patria, que a fin de cuentas no era más que una idea y una bandera.

Una orquesta es el ejemplo máximo de trabajo en equipo, pero en realidad cada músico es una isla. Eso resultaba muy conveniente para su carácter solitario.

Lloraba callada, para no molestar.

Ese hombre… poseía una reserva inagotable de ternura y un sorprendente sentido del humor.

Han perdido tanto, es terrible que también pierdan la identidad.

Los gobiernos corruptos matan con impunidad.

Si se equivocaba en el trabajo perdería su carrera, pero si se equivocaba con ella, perdería la paz del alma.

Y contrario a los pronósticos pesimistas de su familia, no echaba de menos a nadie ni a nada. Se dispuso a ser feliz y lo logró.

Se cuidaba más del ridículo que del escándalo.

Se puede llorar, pero sin ruido.

Tanto ruido se mete en la cabeza.

¿No cree que de tanto pensar en ella está inventando una leyenda?

Todos tenemos derecho a inventar nuestra leyenda.

Hay algunas personas con olor alegre o bondadoso, hay otras con olor a maldad.

La empatía es algo misterioso, no obedece a ninguna regla conocida, se da espontáneamente o no se da en absoluto, es imposible forzarla.

Vivió… fragmentado, dividido entre el áspero presente del cual deseaba escapar y de la nebulosa fantasía… que alimentaba con recuerdos cada vez más vagos de un pasado mítico.

Fue la clausura que necesitaba para comprender que nunca podría exorcizar sus demonios, tendría que aprender a vivir con ellos.

Se le iban secando los sentimientos.

Hundirse en la neblina de la senilidad.

El mundo perfecto de la dicha invencible, el lugar donde se reunía con los ausentes.

Lejos de intimidarlo, los obstáculos… lo entusiasmaban.

La vida es simple, basta con ceñirse a las normas básicas de decencia.

Iba a dejar apenas una estela de polvo que se esfumaría en la luz del primer amanecer.

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