EL TERCER AMOR

EL TERCER AMOR

HIROMI KAWAKAMI

FRAGMENTOS


Admitir que algo indefinido o incierto puede conducir a alguna parte es, como mínimo, sorprendente.

Todo lo que hacía rezumaba una abosoluta naturalidad, como la luz que emerge del sol y nos alcanza.

La razón es algo que los seres humanos determinamos con el transcurso del tiempo.

Cuando uno considera que lo complicado es, en realidad, muy simple, la sombra de lo que menosprecia termina por atraparlo.

La habían mimado como a una flor de invernadero, siempre alejada de los vientos dañinos, una auténtica rosa crecida entre algodones.

El enigmático y complejo sentido de la belleza y la elegancia.

Expresar el anhelo de deseos irrealizables.

Lectura más íntima, más certera y sugerente.

En cada una de las cosas que conformaban ese mundo habitaba una oscuridad difícil de expresar con palabras.

Ese modo tan extraño de hablar producía, seguramente, la impresión de habitar un mundo distinto dotado de un especial encanto.

La amaba sin ninguna muestra de deseo carnal.

Mi corazón se alegraba con aquella visión inmaculada.

Se había abatido sobre nosotros una especie de hastío.

No hay forma de decidir cuándo surgen los recuerdos y cuáles nos salen al paso.

Mejor olvidar lo que es inalcanzable.

Los seres humanos somos criaturas capaces de encerrar nuestros propios recuerdos.

La información habría iluminado mi curiosidad al instante sin dejar poso alguno en la memoria.

La perfección no debería implicar necesariamente algo bueno.

Apreciar la belleza de lo incompleto.

La libertad puede ser un problema por derecho propio.

Un sentimiento perfecto, como se suponía era la felicidad, se me antojaba plano y monótono.

Las dificultades en su vida le llegarían, precisamente, por poseer un espíritu elevado.

La intimidad de sus encuentros desprendía reserva y fervor a un mismo tiempo.

La libertad empuja a la discrecionalidad en muchos sentidos.

Era una libertad que nacía, precisamente, de la ausencia de ella.

El poder absoluto encerraba el peligro de mutar en algo que terminase por acarrearnos la desgracia a ambos.

Suspirábamos con el anhelo de que aquella paz no fuera algo superficial.

Tú y yo somos criaturas de añoranza.

Cuando uno medita el tiempo fluye de manera peculiar.

Se es más feliz cuando se espera algo que está por llegar.

Me pregunto por qué los seres humanos desarrollamos tanto apego hacia los demás en lugar de hacdrlo con nosotros mismos.

El apego nos fortalece, pero al tiempo nos hace muy vulnerables.

Su voz hizo caer una losa de silencio en la estancia.

Personas unidas entre sí por un sentimiento incierto y volátil, casas frágiles que algergan relaciones volubles.

Existía una forma de erotismo oculta bajo esos sentimientos complejos que se resumían en el hecho de quererlo.

Era el territorio para que dos seres distintos se mostrasen al fin un poco de respeto y ternura sin llegar a perder nunca delt odo la distancia.

Habitaba en el centro de esa joya perfecta con toda su melancolía.

La fugacidad de las cosas debe tener su lado bueno.

El principio de la impermanencia nos ayuda a escapar del ciclo de dolor que es el mundo.

Esa idea (budista) de que rendirse al sufrimiento era el camino para liberarse de él.

Su cautela tenía también algo de desafío.

Cuando los recuerdos no te afectan puedes traer al pasado de vuelta tanto como quieras.

Su comentario tuvo el efecto de que mi añoranza por él eclosionase como una flor recién regada.

Kanashii, era una palabra de añoranza.

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