CIEN CUYES
GUSTAVO RODRÍGUEZ
FRAGMENTOS
Poco interesa en una sala de emergencia cómo quedará la cicatriz tras una cirugía.
Cada casa es un país en el que la cocina es la capital y el comedor el centro del debate.
Esa era una de las características de envejecer: no saber si se acababa de hacer algo por última vez.
En este mundo de vértigo la gente ya no tiene paciencia para esperar unos minutos.
Una metáfora obvia de que a veces es preciso alejarse para percibir lo que nos rodea.
Ser el único receptáculo del dolor de otro ser humano implicaba pagar un alto precio emocional.
Desconocimiento por lejanía o por ceguera voluntaria.
Pero la culpa ya no era la culpable.
Había luchado por pasar desapercibido como un personaje secundario.
Mientras allá afuera se preguntaba a los muchachos cuántas primaveras tenían, ahí adentro solo quedaba contar la vida en inviernos.
Comprobó con horror que la moral fluctúa según las necesidades.
Cada vez que el mar me ha mirado, me ha visto con los hombres que he amado.
Cuando uno ya está cansado, después de una larga carrera, lo único que quiere es que se acabe.
Envejecer es tener cada vez menos conversaciones.
Cuando la ciudad aún bostezaba.
Gestos y posturas que emanaban una dignidad imposible de soslayar.
Elegancia, una noción difícil de definir, pero reconocible apenas es vista.
La elegancia es como el poder: quien se esfuerza en decir que la tiene, es porque no la tiene.
Con esa frase encerraba los misterios de su mundo y del resto del mundo.
Un terremoto benéfico que, más que destruir, construía cimientos entre todos.
Los malentendidos nos rigen.
La mentira es muy útil para la sobrevivencia social y por eso los animales no mienten: su socialización no depende de los discursos.
El eco reinaría allí donde antes había habido ruinas, afectos y confesiones.
Su estado de ánimo se había partido en dos mitades, el alivio y el horror enfrentados.
La confidencia une a las amistades más que los gustos compartidos.
Vive rápido, muere joooven y deja un bonito cadáver.
No se trata de a qué edad mueres, sino de qué plenitud estamos hablando.
Ya no sé qué me ata a la vida, imagino que solo la costumbre.
Tanta repetición… había logrado con ese tema lo que las impresoras hacen con los billetes: hacerlo ordinario y restarle valor.
Cuando una mente muere, también muere un mundo en el universo.
Cambiar el egoísmo por el amor verdadero.
Todo había terminado. Y había ocurrido serenamente.
El ocio: un pozo inútil y peligroso.
Amago de digna imploración.
No puede ser casual aquello que ha sido planeado.
La muerte no concede divorcios.
Mejor arder que apagarse lentamente.
Muchos seres humanos que pasan a la posteridad lo hacen solo por haber tenido una única virtud despierta en el momento oportuno.
Todo viaje podría ser el último.
Las carambolas que trama el universo con los mortales son inescrutables al inicio de la jugada, pero siempre evidentes en retrospectiva.
La estupidez había hecho metástasis republicana.
Marcharse con dignidad y el control de las circunstancias es la única prerrogativa que pueden darse los viejos y desahuciados en mitad de sus desventuras.
A las personas, incluso a las más queridas, se las va olvidando en la medida que nos son menos útiles.
¿Qué voy a hacer cuando te extrañe? Búscame en nuestras risas.
Mientras alguien mencionara su nombre con cariño, seguiría viva.
Se cuestionó si era lícito que para desahogarse los moribundos dejaran secretos en herencia.
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