ANTONIO ALJURE SALAME
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo
Provengo de una familia que ha tenido una coexistencia feliz, un entorno bonito. Me he podido desarrollar en lo que he querido sin ninguna limitación. He hecho las cosas que considero debería haber hecho.
Tengo de mis padres, en especial de mi papá, una cierta serenidad en el desarrollo de la vida. Es decir, una filosofía que está en permanente hacer, pero no de manera precipitada, sino dando tiempo; una filosofía que entiende que la regla general es la ética por encima de cualquier otra consideración: más que religión o una fe en particular o una secta o escuela, el concepto es ético. Ese sentido de la ética es la guía de todos mis comportamientos.
Mi vida ha estado muy marcada por la música, herencia materna. Por los viajes, me fascina caminar las ciudades. También por la lectura, que es universal.
ORÍGENES
Soy hijo de inmigrantes libaneses. Las familias, tanto la paterna como la materna, vivieron en el Líbano por centenares de generaciones. Somos maronitas, rito católico que obedece al Papa, porque nuestra iglesia ha sido fiel a Roma. A nuestro cardenal le llamamos patriarca, y tiene sede en el Líbano.
En nuestra comunidad los sacerdotes no pueden casarse, pero alguien previamente casado puede ordenarse. Creo entrever, en esa regla de los maronitas, la manera de preservar demográficamente la cultura y la religión.
Los maronitas vivimos rodeados de musulmanes. Estos últimos, a través de los árabes en el 632 y después los turcos otomanos en 1517, han gobernado el Líbano hasta su independencia después del mandato francés alrededor de 1943. La generación que emigró a Colombia recibía buen trato por parte de los musulmanes, porque Mahoma, en el Corán, considera como gentes de El Libro, a los judíos y a los cristianos. Vivíamos en condición de minoritarios respetados o protegidos minoritarios, conocidos con la palabra árabe dimmi.
Desde el punto de vista del comercio y de los negocios no gozábamos de las mismas oportunidades de que disfrutaban los musulmanes. La expansión de cualquier actividad mercantil o comercial tenía la limitación de estar reservada para ellos. Los choques entre comunidades se daban porque políticamente los maronitas simpatizábamos con Occidente y propendíamos, en términos políticos, por una independencia del Líbano frente al Imperio Otomano. Pero, religiosa y políticamente hablando, éramos protegidos del islam, al ser pueblos de la escritura.
Terminada la primera guerra mundial, la Sociedad de las Naciones, antecesora de la ONU, le entregó el mandato sobre Siria y el Líbano a los franceses para que los guiaran hasta la independencia. Pero antes, la comunidad maronita, que vivía encerrada entre musulmanes, era protegida por el emperador francés y por los reyes de Francia, porque la veían como el apoyo cristiano en Medio Oriente desde la época de las Cruzadas.
La guerra de Crimea en 1854 que enfrentó a Rusia contra el Imperio Otomano, Francia e Inglaterra, tuvo origen, entre otras razones, en que Nicolás I, el zar de Rusia (cristiano ortodoxo), y el emperador francés Napoleón III (católico), se disputaban ante el sultán otomano, quién sería el protector de los Santos Lugares y de los cristianos de oriente. Nosotros queríamos ser protegidos por el emperador de Francia, dada una larga tradición de protección que proviene de Carlo Magno, pues somos una comunidad muy antigua, pues data del siglo V.
El Cisma de 1054, que se dio por razones teológicas y eclesiásticas, produjo la separación del cristianismo entre la Iglesia Ortodoxa dirigida desde Bizancio y la Iglesia Católica gobernada desde Roma. Debatían, y aún hoy persisten las diferencias, sobre el uso del pan ácimo o pan sin levadura en la eucaristía apoyado por Roma y rechazado por Bizancio, la proveniencia del Espíritu Santo que según Bizancio solo proviene de Dios y según Roma, del Padre y del Hijo. En el concilio de Toledo en el siglo VI se definió que provenía de Dios. Si se dice en el Credo que Jesús es hijo de Dios, entonces significa que ya no tiene el don de la aseidad, es decir, una virtud de Dios por la cual no tiene ni comienzo ni fin. Y, si es hijo, tiene principio.
Dado este vínculo con Francia, en nuestra comunidad se habla árabe y francés, y las nuevas generaciones suman el inglés. Mi padre hablaba español con un leve acento extranjero.
Este contexto es para contarle, Isabel, que la emigración libanesa del siglo XIX a Colombia se hizo para expandirse, para poder trabajar sin talanqueras y en otro mundo, pero sin abandonar el Líbano. Era una emigración que iba y venía, nunca vendía sus propiedades, las conservaba. De hecho, la casa paterna que, según mis tíos llevaba centurias en el mismo lote, en Hadeth el Jibbe, fue vendida hace pocos años, una vez murieron nuestras tías. Ya ninguno de los que estamos en Colombia tenemos en mente ocuparla. Nos quedó una pequeña felicidad, pues la casa fue comprada por el Municipio y la convirtió en la sede de la Alcaldía. Consignaron en una placa el nombre de mi abuelo: Palacio Agustín Aljure Saab.
El origen libanés por las ramas paterna y materna no le quita nada al amor que siento por Colombia.
RAMA PATERNA
El primero de mi familia que llegó a Colombia fue precisamente mi abuelo, Agustín Aljure Saab. Viajó acompañado de sus hermanos David y Pedro. Desafortunadamente, la muerte prematura de mis padres nos cortó la comunicación con el pasado, entonces tenemos muchas preguntas sin resolver. Contamos con libros que abordan la inmigración a Colombia, pero como un fenómeno social y no como uno particular. El que más se aproximó fue el que escribió Eduardo Hakim Murad, arquitecto de Neiva: El Murmullo de los Cedros.
Dos primas hermanas de mi papá abordaron el Titanic en Cherburgo, Francia. Viajaron, una, con el novio con quien se iba a casar, y la otra, con su esposo, pero los perdieron en el naufragio del Titanic, porque en las barcazas tenían prioridad mujeres y niños. Llegaron a los Estados Unidos y se asentaron en Filadelfia. Mis hermanos y yo nos preguntamos la razón por la cual mi abuelo llegó a Colombia.
Aunque no los conocí, mis padres nos alcanzaron a contar algunas cosas de los abuelos. David era el más hábil para los negocios, un relacionista público innato. Gracias a él constituyeron muy rápidamente una sociedad comercial que importó bienes de Europa en una época de libre comercio total, sin talanqueras de aranceles ni trámites ni aduana. Quien tuviera los recursos y quisiera hacerlo, podía importar.
Las mercancías llegaban a Barranquilla en barcos de vapor que seguían a Honda y a Girardot. Por eso mis abuelos se asentaron primero en aquel puerto marítimo y luego bajaron para instalarse en Girardot, donde permanecieron toda su vida. Vivieron la época dorada de Girardot cuando contaba con ferrocarril, cuando los aviones acuatizaban en el río Magdalena y los barcos de paletas llegaban con mercancías. Los tíos abuelos, por su denuedo y seriedad, construyeron un sólido patrimonio.
Entiendo que Agustín, como mi papá, tuvo una gran serenidad para las cosas, decidían con cabeza fría, ecuánimemente. Se casó con Sara Manya, mi abuela, con quien tuvo seis hijos, uno de ellos mi papá. Luego se casó con Dibe, su prima hermana, con quien tuvo seis hijos más.
Sara murió en 1910, nadie la conoció, pero conservamos una foto en la que queda en evidencia que fue una mujer muy linda, con un rostro bellísimo de expresión plácida. Sus hermanos vivían en El Salvador, mi papá los visitó repetidas veces, pero, cuando viajé, ellos ya habían muerto. El abuelo murió de vejez, en el Líbano.
En el Líbano, los hijos de una familia tienen como primer apellido el nombre de pila del papá, un reconocimiento del patronímico. Por eso mi papá, Yusef Gustinos Aljure Manya, en Colombia se registró como José Agustín. Alcanzó a nacer en Colombia, en 1904, y por eso, probablemente fue turco, colombiano y libanés.
Muy pequeño, de brazos, se lo llevaron al Líbano donde les tocó vivir la primera guerra mundial y donde cursó su primaria y el bachillerato junto con su hermano mayor. Aprendió naturalmente a hablar francés y árabe. En el Líbano la educación es muy francesa, con una fortaleza enorme en método y rigor.
Cuando regresaron a Colombia a retomar los negocios que estaban en cabeza de David, quien se había quedado para seguir atendiéndolos, mi papá y su hermano Felipe se detuvieron en Francia. Mi papá, para estudiar comercio en Paris, que por esa época vivía les années folles, por ocho meses cuando había paridad con el peso y Francia estaba deprimida por la guerra: fue él un hombre de negocios, de empresas, un gran relacionista público. Felipe, mi tío, estudió Derecho en Lyon, que ejerció durante toda su vida, principalmente en Colombia, a él lo recuerdo declamando Rappelle-Toi, del poeta romántico francés, Alfred de Musset, y cantando la Marsellesa.
Mi papá regresó al país y se instaló en Girardot para trabajar con su tío y con mi abuelo en los negocios de la familia dedicados a la importación de mercancías. Hace poco, un amigo historiador me hizo llegar una fotocopia de un periódico de 1904 en que aparece un aviso que dice: Aljure, Hermanos, Bogotá, La Chaqueta Roja. Le tocó vivir la crisis del 29, el Viernes Negro, la deflación en que las cosas perdieron valor: quien tuviera un marranito con monedas podía ofrecer por el edificio de Avianca, por el Capitolio, y le daban las vueltas. La gente tenía activos, pero no liquidez.
En la familia afrontaron esta crisis de manera exitosa, dentro de lo grave de la situación, es decir, perdieron menos, sin colapsar. Igual tuvieron que desinvertir vendiendo por debajo del valor real para atender deudas.
En los tempranos 1930, época de oro del ferrocarril cuando la gente bajaba de Bogotá por una ruta famosa de hoteles en Apulo, La Esperanza, Cachipay, quizás otros más, establecieron el Gran Hotel en Girardot.
El Gran Hotel estuvo situado en un segundo piso en el Camellón del Comercio, calle principal de la ciudad. Con su influencia francesa lograron una construcción muy bonita en su fachada, de la Belle Époque, con balcón en hierro forjado; atrás se proyectaban dos corredores donde quedaban los cuartos con camas de cobre y ventiladores de aspas en madera. Los corredores se comunicaban con dos terrazas que conectaban un ala con la otra.
Al quedar en un sitio tan protagónico, no solo llegaban a hospedarse extranjeros, sino que el balcón lo pedían prestado para todos los discursos de los dirigentes liberales. Allí estuvieron Jorge Eliécer Gaitán, los López, los Lleras, porque es una tierra muy roja, muy liberal. Esta fue la tribuna natural, en una época muy linda, con un patrimonio arquitectónico bellísimo y al natural, pues las calles y plazas estaban sembradas de acacias, tenían farolas bombachas, con hierro forjado, de estilo francés.
El hotel se incendió cuando en el primer piso se presentó un corto circuito que propagó las llamas. Mi papá, con los recursos del seguro, construyó un nuevo edificio que todavía existe y que alquiló a los juzgados hasta cuando la rama judicial hizo un palacio de justicia. Todo esto lo vivió mi papá siendo soltero. Se casó en 1952. Mi nacimiento debió darse un día antes del incendio, el que ocurrió en 1955.
Papá fue un hombre que supo disfrutar la vida, tuvo amigos, salía de paseo. Lo noté siempre en equilibrio, en calma, pleno. Fue muy respetuoso con la gente, se hacía querer. Fue un líder natural.
RAMA MATERNA
Como lo mencioné, la familia de mi mamá tiene la misma raíz de mi papá, su historia es común. Mis abuelos maternos se casaron siendo muy jóvenes los dos, en 1928, de dieciocho y diecisiete años. Decidieron viajar a América, lo hicieron casados (los Aljure emigraron en el 86 del siglo XIX y los Salame en el 29).
Llegaron a Barranquilla, el equivalente al Ellis Island: isla cercana a la Estatua de la Libertad, el sitio más importante de entrada de los emigrantes a los Estados Unidos. Se presentaron ante el funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores quien registraba sus nombres adaptados al español, porque la lengua árabe obviamente no utiliza el alfabeto latino, entonces castellanizaban los nombres y los apellidos de acuerdo con la pronunciación, y así los dejaban. Bajaron a Girardot por el Magdalena para darle alcance a las otras familias de la colonia libanesa.
Salomón Salame Chalela, mi abuelo, nació en la misma ciudad nuestra en el Líbano. Por ciudad me refiero a cinco o siete mil habitantes, acá es un chiste, allá es relativamente grande, mucho más en espacios pequeños – el Líbano tiene diez mil kilómetros cuadrados y los libaneses no son más de seis millones viviendo en el país.
Salomón se dedicó al comercio de telas, tuvo el Almacén Real, que era grande, muy lindo, en un local que se conserva: con toldos de sombra como las ciudades del Mediterráneo, una lona que se baja con manivela y puertas altísimas con artesonado, con adornos simples, pero bonitos.
Faride Bassil, mi abuela, fue la trabajadora por excelencia, quien marcaba la disciplina de la casa. Mi abuelo fue el bonachón que les daba gusto a los niños. Entonces, se presentaban las típicas peleas de pareja donde la mamá pide que no se les dé tanto gusto a los hijos para no dañarlos, pero el abuelo poco caso hace a esto. Tuvieron costumbres tradicionales, pues los permisos para las mujeres eran dificilísimos, quien se les acercara debía someterse a interrogatorio. Las Salame fueron muy lindas, tenían fama de ser muy bellas, muy pretendidas: los jóvenes persiguiéndolas y los papás protegiéndolas. Juliette Salame Bassil, mi mamá, nació en diciembre del 29, año de su llegada al país, quizás la abuela viajó embarazada, y fue la mayor de los siete hijos.
Era muy querida, simpática, afable, abierta, generosa, dulce, apacible, solidaria, alegre: transmitía felicidad. Sintió una gran pasión por la música, tocó piano, tuvo un Geyer vertical que le regaló mi papá y que heredó mi hermano Luis Carlos. Participó en todas las causas sociales. Siendo ya muy adulto me contaron una anécdota: una gran amiga de mi mamá se encontraba en una situación económica muy complicada y mi mamá discretamente sacó una joya y se la entregó.
CASA PATERNA
Mis padres se conocieron al pertenecer a la misma colonia, aunque él mucho mayor que ella, y se casaron al año siguiente. Tuvieron siete hijos, de los cuales soy el tercero: Rida Mariette es abogada, trabajó en el sector financiero, hizo política en Girardot y, precisamente, fue embajadora en el Líbano; José Alejandro, estudiaba administración de empresas en el Rosario, pero interrumpió su carrera ante la muerte de mi papá, aunque con los años se graduó; Antonio Agustín; David Felipe, director de cine, ha dirigido películas como El colombian dream, La gente de la Universal, Tres escapularios, también dirigió el Festival de Cine de Cartagena; Marie Juliette, es psicóloga; los menores son Manuel Eduardo, administrador de empresas, y Luis Carlos, periodista dedicado a la música.
Si se quiere ser esotérico, hay una curiosidad en casa y es que éramos nueve, sumados mis papás, y cada uno cumplía años en un mes diferente, uno seguido del otro: de abril a diciembre. Todos los meses había una celebración.
Cuando nací, mi papá compró la casa que sigue siendo de la familia y que conserva mi hermano mayor. Era una casa típica de tierra caliente: grande, fresca, con patio enorme, antejardín, techos altos de dos aguas. En el patio había una pileta muy agradable, rodeada por un muro en baldosa para evitar que un niño chiquito se lanzara sin supervisión; también columpios, rodadero y un espacio para jugar.
La casa fue el sitio de reuniones por excelencia, pues a mis papás les gustaba recibir amigos. El patio permanecía lleno de gente. Siempre hubo un puesto más en la mesa, servían platos deliciosos. Mi mamá era el centro: interpretaba el piano y hacía coplas y chascarrillos con la elegancia de la época.
En la casa nunca hubo un regaño agresivo, mucho menos nos pegaron. Recibimos de mi papá un cariño profundo, más no meloso, tampoco nos hablaba con diminutivos. Fue un hombre tranquilo, aun en las cosas extremas. Cuando uno de mis hermanos perdió el año, le dijo: “Recupérese. Tranquilo. Mire qué quiere”.
De chiquitos disfrutábamos melodías que nos heredaban los tíos, muy distintas a las que los amigos escuchaban. Además de nuestros juegos de hermanos en el patio de atrás de la casa, jugábamos en la calle, nos subíamos a los árboles, montábamos en bicicleta.
Teníamos la costumbre de compartir alrededor de la mesa sin la distracción del celular, hablando de la cotidianidad, de la familia, contando cuentos. A la hora de las comidas servían libanesa: carnes, pescados, ensaladas, encurtidos, postres…, que mi mamá le enseñó a preparar a Barbarita. Barbarita pasó de trabajar con mi abuela a trabajar con mi mamá por casi cuarenta años. Ella preparaba comida tolimense: lechona, chivo, pernil de cerdo, tamales, sancocho, asados.
En el comedor papá nos hacía juegos de sentido común, muy sencillos, que invitan a soluciones ingeniosas que nos esforzábamos en encontrar. El domingo era sagrado ir donde los abuelos a almorzar quibbe crudo. Como dato curioso, mi papá nos exigía que tomáramos leche, sin regañarnos, al considerar que esta generaba fuerza, daba vitalidad, y la acompañábamos de algún dulce para cerrar las comidas. A nosotros no nos gustaba, era leche que venía de fincas en cantinas, entonces tenía nata. Aún hoy, no puedo tomarme un chocolate con nata.
INFANCIA
Desde chiquito me fasciné con el mundo, busqué siempre lo que estuviera vinculado e él, quise conocer de pueblos ajenos, costumbres distantes, otras ciudades, países y civilizaciones. Quise saber de geografía, de historia. Soñaba con la arqueología, al considerar que me permitiría ir por todo el mundo buscando civilizaciones.
Pensaba en la música, pues me hallaba como un concertista de piano. De su propia iniciativa y con su plata, mi mamá contrató a un músico italiano que vivía en Ibagué, Fortunato Caruso. Lo llevaba a Girardot para cantar y crear el coro de la ciudad en mi casa. El coro existe y lleva el nombre de mi mamá.
A mis ocho años escuchaba al coro cantar en la sala de mi casa el Ave María de Schubert, el Panis Angelicus. Pero también música colombiana: Me llevarás en ti. Y toda la música coral, también a dos y tres voces. Recibimos clases de piano con Doña Lolita, una abuelita de otra familia que nos recibía en su casa para enseñarnos con partitura. Hacíamos los ejercicios de Czerny, el clásico de la enseñanza pianística, e interpretábamos piezas fáciles de Mozart, Beethoven y Muzio Clementti. Conmigo, el mundo no se perdió del gran concertista, pero yo sí disfruté de la música por placer.
Sentí un encanto particular por las máquinas de cuerda: por los relojes, los autómatas. De chiquito, cuando jugábamos en el patio yo hacía una especie de ciudadelas que se llamaban el fuerte coraje. Muy temprano en la vida, quizás a mis once años, mis personajes favoritos eran Walt Disney y Federico Chopin.
También desde niño tuve preguntas existenciales que les formulé a los padres y sacerdotes del colegio: ¿por qué Dios nos creó a nosotros y así creó un problema pudiendo no creándonos resolver todo o evitarlo? ¿Qué pasó con la gente que vivió antes? ¿Tuvo oportunidad de redención? El libro fundamental que resolvió mis dudas fue Siddhartha de Hermann Hesse. El libro es concluyente en que uno se alimenta de lo que ve, de lo que escucha, de las experiencias, de la filosofía, pero, al final, es la ética, el comportamiento, la satisfacción de haberse comportado bien con los otros y con el mundo.
Sentí vocación por las humanidades, por el derecho, por la historia. Embelesados en el bachillerato con el mensaje de Mahatma Gandhi fundamos y dirigí el periódico Ahimsa, sin violencia. Pero nunca me vi seducido por la izquierda, por el comunismo. Creo que mi papá nos transmitió, aunque de manera indirecta, ese temor de que llegara el comunismo al Líbano. Hablaba del miedo de la posible llegada del comunismo a medio oriente y de la manera de evitarlo en lo que más tarde aprendí que era la doctrina Truman. Él tuvo esa inclinación hacia un mundo en el que la gente pudiera trabajar, con libertad de empresa, de pensamiento y religión. Siendo muy niños nos vimos muy imbuidos de eso.
ACADEMIA
Comencé a estudiar en el Colegio Santa Clara que iba hasta segundo de primaria. Pasé al Colegio de la Presentación, de monjas y con sección de hombres y de mujeres. Como no contaba con quinto de primaria, lo cursamos en el Departamental de Girardot.
La preocupación de mis papás era la típica de los papás que viven en provincia y que se agobiaban con lo que se pensaba en la época: “Si dejamos la adolescencia de los hijos en Girardot, se pueden perder por el licor, por el vicio”. Las ciudades turísticas son muy propensas a las drogas, al licor y a la prostitución, entonces el ambiente es muy pesado para los niños. Pensando en una educación más severa, más recogida, tomaron la decisión de enviarnos a estudiar a un internado en Bogotá, quedándose ellos en Girardot.
Yo tenía diez años cuando esto ocurrió, pero no me traumatizó. Recuerdo con claridad que presentamos entrevista en el Gimnasio Moderno, pero en ese enero, cuando íbamos a empezar, quitaron el internado. Como opción teníamos la Quinta de Mutis del Rosario y La Salle, de los hermanos franceses en la calle once. Llegamos al Rosario, pero a los dos años cerraron el internado. Entonces quedaba el de La Salle, donde terminamos nuestros estudios con la última generación de hermanos franceses que eran unos sabios ya octogenarios, dedicados al conocimiento. Durante esta época estudiamos francés en la Alianza Colombo Francesa e inglés en el Colombo Americano, llenándonos de herramientas para el futuro.
Sufrí el síndrome de domingo: me dio muy duro tener que salir de mi casa los domingos a las seis de la tarde para irme a internar, porque desde el viernes íbamos a la casa a pasar el fin de semana. En el Rosario los cuartos eran comunales, pero en la Salle teníamos cuarto individual, para cada uno de los cerca de setenta internos.
El agua era helada, y la comida muy mala (además, veníamos mal acostumbrados de la casa, de la comida de la familia incluida la que compartíamos donde las tías y los abuelos). Entonces mi papá nos consintió con el comiso: podíamos guardar en nuestro cuarto lo que comprábamos en La Gran Vía: cigarrería muy famosa de Bogotá que quedaba en la séptima con dieciséis y diecisiete, del señor Cure, muy amigo de papá. Nos llenábamos de colaciones y de todas las delicias importadas: aceitunas negras, encurtidos, todo lo que no fuera perecedero. Este era nuestro desquite.
Recuerdo relaciones de respeto entre los compañeros y los internos, y entre nosotros. La única ventaja práctica que podíamos tener se debía a que, por la mera disciplina, los internos obteníamos mejores resultados que los no internos. Esto era así, porque en el curso del día contábamos con dos espacios de una hora en que teníamos que estar sentados en un salón de clase haciendo tareas y estudiando. Cuando no se tiene más opción, se logra una enorme ventaja académica, por la sola disciplina de estudio. Siempre lo entendí como una cosa de equilibrio, sin deducirlo como un principio. Intuitivamente respondía a esto, sin sentir fascinación por la vida monacal.
SU MAMÁ
Mi mamá se enfermó de cáncer, el mismo que padeció por más de un año. Murió antes de cumplir cuarenta años, cuando yo tenía quince: como fuimos internos, esta situación nos cortó mucho el vínculo con el pasado. Aquí comprendí el significado de la palabra paliativo (remedio que no cura, pero que aligera el rigor de la enfermedad haciéndola llevadera), pues mi papá no pronunciaba la palabra cáncer, sino que hablaba de un mal que se trataba con paliativos.
El año de su muerte, 1970, fue especialmente triste. Además, ese diciembre mi hermano menor, Luis Carlos, fue secuestrado, pero con tan buena fortuna que los secuestradores, mensajeros de mi papá y mi tío Felipe, por encargo de una banda criminal, creyeron que los buscaban al ver una patrulla de policía y devolvieron a mi hermano antes de que llegara la carta de rescate por una suma de dinero. Ese episodio hizo que mi papá acentuara más el deseo de que las reuniones de sus hijos se hicieran en la casa.
El único estrés que recuerdo que se suscitó entre mis padres fue ante la enfermedad de mi mamá, pues se dieron discusiones de si abrir apartamento en Bogotá, donde iba a ser atendida, o de si debía estar viajando a Girardot.
Siempre nos informaron de su situación. A ella la visitábamos en el hospital con frecuencia. Mi hermano Felipe recuerda que, ya muy próxima la hora de su muerte, mamá pidió que tocaran un bolero de Los Panchos que, al atar cabos, él lo relacionó con su despedida.
Estando en el internado nos fueron a buscar para anunciarnos el hecho consumado. Le hicimos el duelo natural, aunque, contando a todos mis hermanos, vivimos infancia y adolescencia huérfanos de mamá.
GRADO DE COLEGIO
La vida marcó mi época de colegio y mi ingreso a la universidad. Durante los últimos tres años, los hermanos cristianos nos exigían a los estudiantes tomar uno de tres caminos, una suerte de preespecialización en humanidades, ciencias médicas y biológicas, matemáticas, ingenierías y demás. Entonces, tomé humanidades.
En la propia vocación, mi gusto por otras civilizaciones, culturas y naciones, me marcaban hacia el Derecho, pero por el Derecho Internacional que está inmerso en el Derecho mismo. Si hubiera escogido la música, habría sido, además, por la posibilidad de recorrer el mundo. La arqueología también me gustó por esa mezcla de mundo e historia.
Cuando me gradué, me retiraron todos los honores, por indisciplina, por cuestionar a los profesores, por hacer bromas. El curso elegía al mejor estudiante, las notas eran solo un criterio, y salí elegido. Pero, en la reunión solemne no me dieron los diplomas.
Una vez salimos del internado, pasamos a una residencia estudiantil por dos años. Después compramos un apartamento en Bogotá donde vivimos todos los hermanos conservando la casa en Girardot.
UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
Elegir mi carrera fue fácil, decidí sin pensar en las cosas prácticas, no me importó si me daría plata o no, si había trabajo o no en el derecho internacional. La escogí por la mera pasión. Soy abogado. Como ya mencioné, estudié Derecho porque me gustó siempre el Derecho Internacional por las relaciones internacionales y por el propio derecho. En ese entonces la apertura económica al mundo no se había dado y éramos muy pocos los estudiantes inclinados hacia el derecho internacional.
Mi tío Felipe conocía a Antonio Rocha, el rector del Rosario, entonces me dijo que no lo dudara, que entrara al Rosario. De hecho, únicamente me presenté en el Rosario. Si bien me sentí muy identificado con la Universidad, en un momento dado sufrí una crisis de carrera. A pesar de estar tan imbuido de lo que quería, en segundo año de Derecho quise estudiar Ingeniería Mecánica dado mi gusto por las máquinas de cuerda. Le comenté a mi papá y me dijo: “No se haga un problema con eso. Termine este año y, si ve que no es su vocación, se cambia de carrera”. Pasó el año y me reafirmé en que el Derecho no era incompatible con lo que me gustaba. Aquí está la sabiduría de mi papá, no se opuso, no se enojó, no me culpó y me permitió reafirmarme en mi elección.
De hecho, yo arrastré a mi hermana que no había podido venir a estudiar su carrera, pese a que había terminado antes el colegio, pero que por la muerte de mi mamá se había quedado al cuidado de mis hermanos. Dije: “Papi, yo me quisiera ir con mi hermana, vale la pena que lo hagamos y que nos acompañemos”. A él le pareció perfecto.
Hice parte de la Tuna, para lo que tuve que presentar examen de admisión. El director, Gerardo Hernández, me preguntó: “Bueno, Toño, ¿usted con qué instrumento quiere entrar?”. Le contesté que, con melódica, pues yo sabía teclados. Pasé el examen musical, pero con la melódica afectaba a los demás instrumentos porque se impone al tener un sonido de acordeón muy fuerte. Entonces me dijo que tenía que aprender bandola, sin que yo tocara cuerdas. Con la tuna conocí muchísima gente de otros cursos y carreras.
Ya adultos, recién egresados de la carrera, nos marcó la muerte de quien había sido nuestro compañero, el colegial que representaba el salón. Jorge Edgardo González Vidales, una persona seria, hizo toda su vida de intelectual, porque se dedicó a los libros, fue secretario privado del ministro de Justicia, Felio Andrade, y tuvo a cargo la defensa del tratado de extradición. Lo asesinó la mafia, el primer crimen contra una persona por defender la extradición en la época de Pablo Escobar.
SU PAPÁ
Cuando murió mi papá yo tenía diecinueve y apenas llevaba dos años de carrera. Sentí que el mundo se me había acabado, todo se me derrumbó. Un primer rasgo de madurez que demostramos siendo nosotros unos niños, tuvo que ver con la causa de su muerte.
Mi papá murió cuando, a sus setenta años y caminando en un cuarto de la casa, que estaba oscuro, se chocó con un aire acondicionado en reparación. Al tropezar se luxó el hombro. Su médico y amigo de Girardot, decidió ponerle una camisa de yeso que, al tercer día, le produjo un infarto. Esto fue así pese a que mi tío pidió que se la quitaran pensando que le podría causar la muerte, ante lo que el médico le recetó una aspirina al considerar que eran simples pataletas.
Ante esta tragedia nos dijeron que entabláramos una demanda. Nos reunimos los hermanos para concluir que lo mejor era no hacerlo, pues tendríamos que someternos a unos procesos muy dolorosos y largos que empezaban por desenterrar el cuerpo cuando con esto no le íbamos a devolver la vida. No hicimos nada, quitándonos el trauma de una irresponsabilidad médica.
Fue así como, mi hermano mayor se encargó de administrar las cosas de mi papá; recuerdo, por ejemplo, que, siendo niños, teníamos una cajita de la que sacábamos plata para el transporte y otros gastos; y mi hermana mayor se encargó de la crianza de los más chiquitos y era quien otorgaba los permisos de salidas. Unas tías nos rodearon, pero nadie intervino de manera directa en nuestros asuntos.
El otro rasgo de madurez en los niños que éramos está relacionado con la sucesión. Fue mi hermano, el mayor de los hombres, quien se hizo cargo abandonando sus estudios para atender los asuntos que había dejado mi papá. Nos entregó al cabo de los años todo saneado, tuvo un manejo impecable. Por lo mismo, la casa paterna quedó para mi hermano.
Resulta que por un tiempo estuvimos bloqueados en la sucesión porque apareció una supuesta hija de mi papá. La mamá había sido empleada en el Gran Hotel. Fue así como nosotros, siendo unos niños, tuvimos este otro rasgo de madurez del que caí en cuenta pasados los años. Ante la demanda de la supuesta hija extramatrimonial, a la que se le decía natural, hizo que nosotros (donde el menor tenía nueve años) nos reuniéramos a afrontar la situación.
Decidimos averiguar con los hermanos y con los grandes amigos de mi papá para actuar, como se dice, verdad sabida, buena fe guardada. Esta expresión significa que, si usted está convencido de algo, aun sin pruebas, actúa como si eso fuera cierto y probado. Era probable que pudiera ser, pues mi papá fue un hombre que se casó maduro y la supuesta hermana es un poco mayor a mi hermana mayor.
Desde el punto de vista de los indicios, la probabilidad era alta: por lugar, cercanía, tiempos, aunque no por rasgos, pues no se parecía a él ni a ninguno de nosotros. Teníamos claro que, si resultaba concluyente que era hermana nuestra, estábamos dispuestos a partir con ella la herencia, entraría con nosotros a la sucesión.
Lo que nos dijeron, familiares y amigos, fue que no creían, pensaron que era una mentira, pues ellos nunca escucharon nada al respecto. Nos garantizaron que José, mi papá, nunca les había contado nada. No existía la posibilidad de practicar pruebas de ADN en esa época.
Por una corazonada, unos tíos se fueron a un colegio de La Mesa, Cundinamarca, donde había estudiado la supuesta hermana. La rectora, amiga de mi tía, les permitió el acceso al libro de registros de la época donde apareció el nombre de mi supuesta hermana y, en la casilla del padre, un señor Alberto Vargas, agente viajero. Contratamos, figuradamente, un helicóptero para que llevara el documento al juzgado de Girardot. Con esto el juez de inmediato sentenció que no tenía nada que ver con nosotros.
En el Líbano, no sé si hoy día y según una prima, no es posible registrar un hijo extramatrimonial, no que se conozca, nunca por el acendrado cristianismo, sino porque no hay espacio o casilla documental para hacerlo.
TRAYECTORIA PROFESIONAL
Me gradué el 18 de diciembre de 1978, que coincidió con la celebración de aniversario de la fundación de la Universidad del Rosario que tuvo lugar un 18 de diciembre de 1653.
En esa época los grados eran personalizados, lindísimos. La ceremonia era exclusiva para cada estudiante: cada uno tenía asignado un día en el que íbamos al Aula Máxima con la familia para recibir el diploma.
BANCO DE BOGOTÁ
Sin que yo lo pensara, estando en quinto año de Derecho, José Joaquín Díaz, mi profesor de Derecho Comercial – Títulos Valores, un hombre introvertido, pero quien manifiesta el cariño brindando apoyo, guía, consejo, era y sigue siendo el director jurídico nacional del Banco de Bogotá, mano derecha de su presidente de ese entonces, Jorge Mejía, legendario banquero, me llamó a la casa a decirme que quería que me fuera a trabajar con él. En esa época el Banco quedaba en el Centro de la ciudad, en un edificio bellísimo, con una arquitectura tomada de Chicago de los cincuenta.
Acepté al entender que el camino de la vida era largo, pues las funciones no estaban relacionadas con el Derecho Internacional, que era lo que me gustaba. Pero fue una gran experiencia de la mano de uno de los grandes del derecho. Aquí estudiábamos los contratos, revisábamos préstamos, procesos. Como éramos el centro de la Institución, nos llamaban de todo el país.
SECRETARIO ACADÉMICO UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
Después de un año en el Banco, recibí una llamada de la Universidad para que fuera secretario académico, hoy en día equivale a un vicedecano. Este es un cargo de honor al que no podía negarme.
Siempre me ha gustado la docencia, pero equilibrándola con el ejercicio de la profesión. Y, estando aquí, di mis primeros pasos en la monitoría de Derecho Internacional Privado con el doctor Carlos Holguín Holguín, eminencia universal quien después fue rector de la Universidad y de quien yo decía que lo sabía todo salvo tres vacíos en trigonometría.
PARIS I
Después de dos años en la Secretaría Académica del Rosario renuncié para viajar a estudiar Derecho Internacional Público y Privado en Paris I, heredera directa de la Sorbona cuando ya estaba dividida después del famoso mayo del 68.
Este fue un proyecto de vida que siempre tuve en mente, y la experiencia fue la mejor. Mis profesores eran casi todos magistrados de la Corte Internacional de Justicia de la Haya o litigaban ante ella o tenían arbitrajes nacionales e internacionales. Esto envolvía historia, juridicidad, cosas que en Colombia resultaban prácticamente inaccesibles o que uno solo podía ver de una manera embrionaria.
Existe una gran conexión entre los maronitas y Francia. El Líbano siempre ve hacia Francia y esta hacia el Líbano como punto de referencia en Medio Oriente, por lo mismo, nunca tuve duda de estudiar en Francia. Mi cultura es muy Mediterránea. Adoro el Mediterráneo, su sistema de vida. Me habita el gusto por disfrutarla, sin confundir esto con vagancia ni con ocio, mejor entendido como el dedicar tiempo al deleite. Y yo era consciente de que no iba solo a estudiar.
Me atraían las luminarias de la belle époque, de la que Paris fue su epicentro. También la historia de los años locos de la década del veinte que vivió mi tío Felipe. La llegada del jazz a París y del café que pedían los gringos y del que derivó su nombre: café americano, que no es concentrado. Me gustaba ir a los Chansoniér, clubes nocturnos, generalmente situados en un sótano o en un primer piso, oscuros, donde se tocaba y cantaba la música francesa: hoy ya no existen.
La canción francesa ha tenido tanto impacto en la música popular que un amigo me decía que, en la Enciclopedia Británica, hay una definición sobre canción francesa que está marcada por letras personalísimas llenas de poesía, así no repliquen en música un texto poético, pero son muy de autor. No existe definición para la música italiana ni para ninguna otra, solo para la música francesa.
Tuve la oportunidad de ir a ópera, conocer los grandes salones de música que aquí no me soñaba: el palacio de la ópera o palais Garnier, el Théâtre de la Ville, el Théâtre Sarah Bernhardt, La Salle Pleyel y el Théâtre Des Champs-Elysées donde se produjo el escándalo por el estreno de La consagración de la primavera de Stravinski: la música era tan moderna que hubo chiflidos a favor y en contra marcando el nacimiento de otro estilo de música a partir de la llegada de los ballets rusos Diáguilev.
Visité museos. Entré un buen número de veces al Louvre. En esa época no existía el de los impresionistas, pero sí el d’Orangerie ubicado justo después de La Concordia y que asemeja un palacete: ahora a los impresionistas se les encuentra en el museo d’Orsay, en la antigua estación del tren. El Picasso, pequeño pero riquísimo. El grand palais que exhibía obras de algún gran pintor reuniéndolas mediante invitación a otros museos: disfruté las de Monet, Velásquez y tantos otros.
También me aprendí el nombre de las calles. Me fascinaba descubrir sus placas: aquí vivió Rossinni, Federeico Chopin; aquí compusieron el Orfeo de Offenbach; aquí estuvo Dumas, porque él vivió en la realidad lo que convirtió en novela con La dama de las camelias. Dumas fue amante de Marie Duplessis, quien murió muy joven, aunque en el libro cambió los nombres. Luego Verdi tomó la obra para componer la Traviata y nuevamente los cambia. Visité la iglesia donde tocaba el órgano César Franck.
También hice travesía gastronómica. Francia tiene una ventaja enorme al ser un país mediterráneo, la de que en todas partes se come rico por precios accesibles, pues la cocina es cultural. En los alrededores de París me encontré restaurantes muy simpáticos, bonitos, en los que se come muy bien. Recuerdo viajes a la Bretaña, la Picardie, la Alsacia, la Provenza, lugares donde se podía comer las famosas las ancas de rana, el steak tartar, el gigot rotie y tantos otros que se podían terminar con un mousse de chocolat y un café expreso.
Nunca pensé en establecerme en Paris, tuve siempre muy claro que regresaría, no lo dudé jamás. Estuve dos años estudiando y uno más recorriendo el mundo.
VIAJES DE PEREGRINACIÓN
He hecho tres viajes de peregrinación, apelativo que tomé para mí mismo de Franz Lizt que plasmó en tres cuadernos para piano sus viajes por Suiza e Italia; estos viajes tienen un propósito íntimo y personal en que los lugares y personas se disfrutan en un contexto particular. Estando en Francia, mi primer viaje de peregrinación fue al Líbano para conocer a mi familia. Mi hermano viajó de Bogotá a París en un verano para iniciar nuestro camino.
Esta fue una experiencia espectacular: nos encontramos con los primos, con los tíos, conocimos la casa de mis abuelos paternos y maternos, disfrutamos de la comida, de los paisajes, del clima y supimos y entendimos muchas cosas de nuestros padres que apenas intuíamos. Me llamó la atención que, en la iglesia de San Daniel, que data del tiempo de las Cruzadas, al frente de la casa paterna, hay un espacio pequeño donde entierran a los Faour y a los Aljure, talvez por ascendientes remotos que fueron sacerdotes.
El segundo viaje lo hice en 2004 a Bolonia donde se creó la universidad más antigua de occidente en 1008, a partir del descubrimiento en Amalfi de un texto del llamado después Corpus Iuris Civilis que fue una compilación de leyes del Imperio Bizantino ordenada por el emperador Justiniano y que vio la luz en el año 529. La materia que enseño, Derecho Internacional Privado, fue cultivada y desarrollada en la Universidad de Bolonia. Los glosadores y los pos glosadores fueron quienes estudiaron el texto antiguo a partir de anotaciones que hacían en copias de amanuenses, la fotocopia de la época. Seguí el rastro y visité las tumbas de ellos en las iglesias de Santo Domingo y San Francisco, además de la propia universidad.
El tercer viaje de peregrinación fue en el norte de Italia. Me gusta mucho el café expreso y la historia de los cafés como establecimiento. El café está muy relacionado con momentos de la historia de los revolucionarios, de los patriotas, de las tertulias culturales. Me gusta ver en las ciudades las placas que aluden a la historia del café y a sus contertulios, ligados al arte o a la política.
En Italia se desarrolló la cultura del café y se inventó la máquina de expreso. Los turcos tomaron el café de los árabes, lo llamaban el vino árabe, pues producía cierto estado de excitación, como el licor. Solimán el Magnífico, sultán otomano en Estambul, lo dejó llegar desde Moca, ciudad de Yemen, y lo llegó hasta las puertas de Viena, sin conquistarla, pero dejó unos sacos en el fallido sitio que los vieneses consumieron para luego crear esos cafés de su ciudad que son famosísimos en el mundo.
Se expandió el café por toda Europa, hasta llegar a Italia en el siglo XVI cuando se sirvió el primer café en Venecia; a comienzos del siglo XX, Luigi Bezzara inventó la primera máquina de expreso. En la época del Risorgimento, o reunificación de Italia, que se concretó en 1861, se reunían los patriotas italianos en el Café Florián, de Venecia, fundado en 1720, y al frente, también en la plaza de San Marcos, los austríacos en el Café Quadri, fundado en 1725. En Milán está el Café Succa, favorito de Verdi y Vittorio Emanuele, entre otros; en Padua, el café Pedrocchi, donde surgieron protestas para lograr la reunificación. Y así otros de larga tradición.
COMISIÓN DE VALORES
Una vez en Colombia, la esposa de un amigo (quienes me habían invitado a su reciente matrimonio), trabajaba en la Comisión de Valores, hoy Superintendencia Financiera, y me recomendó con su presidente, Juan Camilo Restrepo. Sin ser yo javeriano, Juan Camilo me entrevistó y me vinculó.
Fue muy buena esta experiencia. Se trataba de una organización del Estado muy pequeña donde la gente era entusiasta y mística de su misión de salvaguarda del mercado de valores. Quedábamos inmersos en cada problema, pues éramos muy poquitos abogados.
Ahí viví el coletazo de la crisis del Grupo Grancolombiano, esa lucha de poderes económicos y políticos. Era la primera vez que se daba una condena por especulación en el valor de una acción. Se hizo tal especulación de manera fraudulenta, lo que originó la creación del delito de captación ilegal de ahorro privado. A las pirámides las están condenando por un delito que surgió de esa época.
BANCO COLPATRIA
Me retiré después de dos años, cuando asumió la presidencia Alba Lucia Orozco, quien quiso que yo fuera el secretario general de la Comisión. Pero había recibido una llamada de Fernando Ferro, compañero de carrera y vicepresidente legal del Banco Colpatria. Me dijo: “Toño, voy a pasar a una vicepresidencia que atiende temas tecnológicos y laborales, y quiero que usted asuma lo legal”. Fui entrevistado por Mario Pacheco y nombrado secretario general y director legal
Resultó que el gerente de una de las sucursales en Cali tenía montado un negocio de certificar cheques y le estaba robando al Banco. Entonces quise aprender derecho bancario, pero desde la práctica. Resolví que viajaría a controlar la situación viviendo allá, que aprendería de la operación asumiendo la Gerencia Regional. Ese año fue una especie de sabático intelectual para aprender, in situ, de banca, brindándoles, creo yo, tranquilidad plena a los Pacheco.
CÁRDENAS Y CÁRDENAS
Renuncié al Banco para vincularme a la oficina de abogados Cárdenas y Cárdenas, donde uno de los asociados había sido mi profesor, me conocía y me invitó. Yo había sido profesor de un primo de uno de los fundadores. Aquí atendí por un año temas generales del derecho.
ELF AQUITAINE
Gustavo Suárez, gran amigo, quien trabajaba en la petrolera francesa Elf Aquitaine, fue llamado por la British Petroleum – B.P. cuando se estaban dando los descubrimientos de Cusiana y Cupiagua, la noticia petrolera del año. La B.P. se convirtió en una empresa con gran producción.
A Gustavo le habían pedido que presentara a alguien para reemplazarlo y habló de mí metiendo sus manos al fuego. No hubo casting, entiendo, para este cargo, porque de inmediato me llamaron y me contrataron.
Los temas que asumí estaban relacionados con el Derecho Interno y con una arista muy grande en el Derecho Internacional Privado: derecho cambiario, divisas, inversión extranjera. Porque era yo solo, trabajé sin equipo, pero con carta blanca para que, si se presentaba un caso que ameritara una consulta, la hiciera.
Conté con beneficios enormes, pues los funcionarios somos muy consentidos en todos los sentidos: viajes de trabajo, salarios…, y con la facultad para ser catedrático y hacer pocos arbitrajes.
La actividad de árbitro me ha permitido participar en procesos interesantes y controversiales donde han intervenido compañías financieras, de energía, infraestructura, petróleo y de otros campos de la economía.
Retomando la historia, quise irme a vivir a Europa un tiempo cuando estaba en Perenco, antes, ELF, pero el director legal del grupo, si bien me elogió, también me frustró los planes: “Usted nos sirve acá, pues le tenemos plena confianza. Si me lo llevo lo voy a poner a hacer una cosa que de pronto no le guste”. Lo que yo quería era vivir la experiencia así me hubiera puesto a “servir tintos” en la oficina de Londres.
El capital de Elf es francés por lo que inició en París, pero cambiaron la sede a Londres, capital petrolera del mundo en Europa: el derecho petrolero, los contratos petroleros, los doctrinantes, están en Londres. Es un tema muy inglés, razones todas por las que quise viajar, pero me abstuve. Me quedé en la sede Bogotá por dieciocho años.
Aquí viví en una burbuja, con muy buenas condiciones y con cláusula Telecom: “a usted no lo echan salvo que le dispare al presidente en la Asamblea General o le prenda fuego a las oficinas”. Y, realmente, yo no estaba pensando en eso (risas).
DECANATURA UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
Desde mi regreso de Francia, la Universidad del Rosario me designó profesor de Derecho Internacional. Nunca dejé la cátedra, salvo el año en el que viajé a Cali. Luego Hans Peter Knudsen y su decano, Alejandro Venegas me invitaron a ser decano de la Facultad de Jurisprudencia.
Ellos han tenido una frase grandilocuente que se usa precedida de redoble de tambores, trompeta, fuegos artificiales, silencio del público y luego, una voz del más allá, diciendo: “Cuando el Rosario llama…, hay que atender su llamado”.
Se me presentó un dilema enorme, pues el aprendizaje de temas petroleros ya lo tenía completo, hubiera podido continuar, pues tampoco tenía límite de edad. Pero la decanatura me ofrecía una salida para cortar con ese mundo, nuevos caminos de vida, el inicio de mi independencia, pero implicaba sacrificar ingresos. Esta era una buena escala, con un horizonte temporal de cuatro o cinco años, que me resultaba perfecto.
De manera consciente decidí asumir este cargo, sabiendo que pagaba un precio muy alto en términos de ingresos y beneficios. Nunca me engañé, sabía a lo que renunciaba. También que tendría contrato por cuatro años, pues, si bien se firma a término indefinido, existe un gentlemen´s agreement que consiste en que, cuando se cambia de rector, uno, cual ministro, sabe que debe renunciar tranquilamente. Aunque, cuando José Manuel Restrepo reemplazó a Hans, me tuvo un año más.
Estando aquí, recién entrado, me tocó la renovación de la acreditación institucional de la Facultad frente al Ministerio de Educación y al ICFES. Quizás lo más importante en términos personales es que la decanatura representa un ambiente amigable, benévolo, es la relación con estudiantes y profesores, mientras que el de la petrolera es un ambiente de confrontación con las comunidades, con los empleados públicos, con autoridades administrativas del orden nacional, regional, local. Es que el oficio de abogado es un oficio que tiene por naturaleza controvertir, así no se lleve legalmente el caso. Se trata de contraponer hipótesis. De hecho, es la única profesión que en su esencia implica controvertir y, desde luego, conciliar, porque las otras son profesiones de colaboración armónica entre profesional y cliente.
En la Universidad tampoco se están arriesgando grandes cantidades de dinero, se trata de convenios interuniversitarios a diferencia de la petrolera en que los contratos significan cada uno millones de dólares en riesgo. La petrolera es el elefante en campo de tiro, pues le dispara todo el mundo, le inventan pleitos para sacarle plata. Esto no pasa en las universidades. Aquí la relación es con estudiantes, profesores y comunidad y en la petrolera con funcionarios públicos, comunidades alejadas y todo tipo de profesionales.
OFICINA DE ABOGADO
Después de la decanatura decidí la independencia. Nos juntamos Eduardo Zuleta, Rafael Bernal y Gustavo Suárez, dentro de los mayores, porque Eduardo sumó a Rafael Rincón y a Miguel Castro, quienes ya trabajaban con él. Abrimos oficina sin que esto significara que armábamos una sociedad. Buscamos trabajar juntos y apoyarnos.
La experiencia fue muy buena en la medida en que yo era reticente a la conformación de una sociedad. Les decía: “Tanta sociedad como sea necesaria, y tanta libertad como sea posible”.
Rápidamente empezaron a llegar casos que me anclaron al país. Cuando hubo trabajos conjuntos, presentábamos propuestas conjuntas como personas naturales. La pandemia cambió las circunstancias, entonces ahora algunos despachamos en la oficina que tenemos en casa.
COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS
En una reunión social, Juan Rafael Bravo se me acercó a decirme: “Antonio, quiero que te vincules al Colegio”. A Juan Rafael lo quiero enormemente, pese a que no fue mi profesor, pero despierta un respeto y cariño enorme. Puesto en lenguaje coloquial, uno no le puede decir no a él, como tampoco al Rosario. Lo asumí como una orden, amable, por supuesto. Entonces me vinculé al Colegio de Abogados Rosaristas, empecé a asistir a los Congresos y fui nombrado presidente y luego reelegido en el cargo.
Nunca aspiré a ocupar la Presidencia, lejos de mí ese deseo. En una de las juntas, cuando ya tenían decidido a quién nombrarían, alguno de los integrantes espetó, sin que yo estuviera preparado para eso: “Yo creo que debería ser Antonio”. Quedé aturdido. Y cometí la torpeza, en el aturdimiento, de decir, por salirme y dejar que la reunión siguiera su curso: “Les agradezco mucho la deferencia de que hubieran pensado en mí, pero en este momento estoy muy ocupado”. Porque soy proveedor de frases de cajón de la Panamericana (risas).
Esto bastó para que todos, en amabilidad, me dijeran: “Usted cree que es el único ocupado y aquí estamos una mano de vagos billaristas y que le estamos pidiendo el favor al “ocupado” de que se desocupe de lo que tiene y en lo que le va bien…” (risas).
Hicimos un seminario en Girardot en el que revisamos el norte del Colegio, reflexionamos hacia dónde debería ir. También hicimos el Congreso en Cartagena. Pensamos en abrir un centro de arbitraje y mantuvimos lo que ya venía en proceso. Se discutió sobre la vinculación obligatoria que por ley en Colombia no es posible por razones constitucionales.
EMPRESARIO
En un momento de mi vida decidí que, por el amor inculcado por mi papá al hotelería, sobre los recursos que ganara, destinaría a riesgo total un dinero al ahorro y otro a inversión que llamo de riesgo, sin que signifique ser imprudente. Fue así como llegué a la hotelería. Construimos con un grupo de personas el edificio y contratamos una franquicia, la del Embassy Suites, franquicia que con el tiempo fue comprada por Hilton. Ahora es Embassy Suites by Hilton.
Nos vimos obligados a cerrar durante dos años en la pandemia. Fue tan bueno el manejo del gerente que su equipo fue solidario, buscó conservar el trabajo desempeñando pequeñas tareas con tal de “no matar la gallina de los huevos de oro”, como manifestaron. Si cuidaban en la noche el hotel, cobraban esa noche. Para mantenerlo limpio, cobraban esa labor. Éramos ciento cuarenta personas, ahora somos noventa, porque nos hemos ido recuperando gracias al compromiso de todos.
Recuerdo ahora que mi papá fue miembro fundador de Acotel, en los años 1950. Creo que se convirtió en Cotelco.
CIERRE
Usted me puso a pensar, a reconstruir, a atar cabos, a rememorar, a recordar a mi familia, a mis amigos y a mis amores. Afortunadamente, conservo buenas relaciones con las novias que he tenido y con los amigos que me ha dado la vida, lo que me ha permitido mantener una memoria siempre viva de episodios y épocas del pasado.
Con lo que hago estoy feliz. Quisiera reservar un año para irme a vivir al Mediterráneo, a la Toscana, al sur de Francia.
La vida es como un paladar abierto a todos los sabores o como una paleta que admite toda la gama de colores.
Para mí la felicidad y la dicha o alegría anidan en dos capas superpuestas: en la primera, profunda, la de la felicidad, debe existir un equilibrio o armonía que refleja un comportamiento ético de vida que no se altera ni siquiera por sus tristezas, pesares y tragedias; en la segunda, superior o externa, la dicha, se reflejan épocas o momentos en que se concretan la satisfacción de deseos y añoranzas de la vida. La primera es perenne; la segundo temporal, pero el éxtasis se da cuando la dicha es hija de la felicidad.