SOFÍA OROZCO
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Nació en Montería (Córdoba) pero sus padres la llevaron a Bogotá cuando tenía seis meses de nacida, así que, aunque lleva el sabor del Caribe en la sangre porque su familia casi toda es costeña, se siente muy bogotana y ama esa ciudad. Allí cursó todos sus estudios (primaria, bachillerato y Universidad) y allí ha vivido la mayor parte de su vida.
Tuve una infancia normal, siempre fui una niña de las que llamamos “juiciosa”, me iba muy bien en el colegio pero era muy inquieta. Me gustaba jugar con niños, más que con niñas. Sentía que lo que hacían ellos, era más emocionante y me encantaba (me encanta) el fútbol; me era más fácil relacionarme con ellos; creo que por eso en la actualidad tengo más amigos hombres, que amigas mujeres.
Mi padre es abogado (ahora pensionado) y recuerdo que, cuando mi hermana mayor y yo estábamos muy chiquitas, él estaba terminando la tesis de la Universidad y, todas las noches, sin falta, se sentaba por horas en la máquina de escribir. Tenía una disciplina férrea y se graduó con honores.
Mi mamá, un ama de casa que dedicó su vida a cuidarnos a todos, una mujer bonita, vanidosa, (ahora un poco menos feliz que antes, creo) que cocina de manera magistral (y creo que heredé su talento en la cocina, valga decirlo) y a quien recuerdo en mis años de infancia, siempre cantando. Mi hermana mayor y mi hermano menor, son comunicadores sociales de la Javeriana, yo soy abogada del Externado y mi hermana menor es Ingeniera Industrial de Los Andes. Es una familia a la que adoro y son el motor de mi vida.
Nos gustaba mucho salir de paseo en carro. Íbamos desde Bogotá hacia la Costa, y en esos paseos, siempre había música. Y a veces cantábamos. El vallenato no es mi género favorito, pero a mis papás les gustan los clásicos, así que, canciones como “La Vieja Sara”, “El Viejo Miguel”, “La Custodia de Badillo”, se oían en el trayecto; pero también boleros, música colombiana, algunos temas de música clásica y una que otra ranchera. La música siempre ha sido importantísima en mi vida.
Desde que tengo memoria, me gusta cantar. Estuve en el coro de mi colegio (el Santa Clara en Bogotá) y luego en el de la Universidad. Con este último, participamos en muchos festivales inter-universitarios, nacionales y fuimos parte del Coro de la Nueva Ópera de Colombia por invitación de Gloria Zea. También fuimos el único coro de América que participó en un festival de coros en Nancy, Francia. tengo recuerdos muy especiales por cuenta de la música.
Cuando estaba en el colegio, era la típica “nerd”. Sacaba las mejores notas, era la consentida de los profesores y creo que me perdí de algunas cosas que me hubiese gustado hacer, ya hablando de un entorno más social. No fui a la excursión ni iba mucho a fiestas, así que, de esa época, solo conservo la amistad de dos o tres personas. Mis materias favoritas eran español, filosofía, historia, literatura…todo lo que tuviese relación con humanidades. Y los idiomas.
Creo que el oído musical influye en la facilidad para aprender otras lenguas. Otra cosa que recuerdo mucho, es que siempre fui muy exigente con la redacción y la ortografía. Me “priva” la gente que escribe bonito y bien. Uno debe preocuparse por escribir correctamente y cuidar el idioma. Es otra de las herencias de mi mamá, quien tiene un don para declamar poesía y era la estrella en las obras de teatro de su colegio.
En esa época, tenía fama de malgeniada. Digamos, de…”peliona”. Pero yo creo que siempre he tenido un carácter fuerte. Eso, sumado al hecho de que me gustaba siempre dejar claro mi punto de vista y mi gusto por escribir y por la lectura, además de la influencia que de alguna manera ejercía la profesión de mi papá (y de mi abuelo) me llevaron a estudiar Derecho. Solo me presenté a esa carrera y solo en el Externado. Y pasé.
Tenía la vocecita que me decía siempre que debía hacer algo con la música pero en esa época, a la gente de mi generación nos decían que, ser músico era un poco ser vago. Así que, creo que fui un poco cobarde y no di la pelea.
Me faltaba un año para terminar la carrera y tuve una pequeña crisis, me preguntaba si eso era lo que de verdad quería hacer, así que me fui a España un año y trabajé con el Director de la Feria Internacional de Muestras de Zaragoza y me encantó.
Regresé a Bogotá y antes de retomar los estudios, trabajé en el Departamento de Relaciones Públicas de Corferias y creo que eso fue la base para descubrir lo que iba a hacer más adelante, pero sabía que debía terminar la carrera (más por un compromiso conmigo misma y por supuesto con mis padres que me pagaban los estudios) así que terminé el quinto año, hice mi Judicatura y solo ejercí dos años como abogada. Uno, en una compañía de seguros y otro, con un abogado litigante. Hasta que dije, esto no es lo que yo quiero hacer.
Por supuesto que, del Derecho me quedan muchas cosas bonitas. La carrera en sí, me parece apasionante. Mis referentes en esa época, fueron algunos de mis maestros en la Universidad. Por supuesto el Doctor Fernando Hinestrosa, rector del Externado en ese momento y un hombre absolutamente brillante. Le tengo una admiración profunda y un cariño enorme a una mujer que fue mi maestra de Derecho Romano: Emilssen González de Cancino. Ella encarna todo lo que está bien en una mujer.
Recuerdo especialmente al Doctor Antonio Cancino (QEPD), quien era el esposo de Emilssen, y mi profesor de Derecho Penal que, curiosamente, era de mis materias favoritas.
La teoría del derecho es una cosa maravillosa. Poesía, si se quiere. Pero el ejercicio del Derecho Penal en Colombia, me aterra. Así que, lo dejé. Comencé a trabajar en una empresa de telecomunicaciones, manejando las cuentas corporativas del Grupo Santodomingo (Cromos, Caracol, Bavaria, etc.) y en el camino fui desarrollando una habilidad para interactuar con la gente, para manejar eventos, para entablar conversaciones con personas que tenían intereses incluso opuestos a los míos y supe que lo que quería hacer era dedicarme a las Relaciones Públicas.
Pero, de nuevo, hice un alto en el camino porque me reencontré con una persona a la que conocí cuando tenía 19 años y con quien establecí un lazo de amistad y de cariño tan profundo que, después de mucho tiempo de no habernos visto, fue como si los años no hubiesen pasado. Te hablo de Armando Manzanero.
Por razones de trabajo yo estaba en México y lo fui a saludar a su casa y, para hacer la historia corta, me oyó cantar y me propuso hacerlo con él, profesionalmente. Me dijo: “yo amo mucho a tu país y tengo una deuda grande de gratitud con él; hace mucho tiempo que quiero cantar y salir de gira con una colombiana, así que, ¿por qué no lo haces conmigo?”
Te imaginarás que no tuve ni siquiera que pensarlo. Llamé a mi esposo, él se puso feliz por mí y enseguida acepté. Lo que iba a ser un trabajo de un año, se convirtió casi en cinco maravillosos años llenos de experiencias y momentos fantásticos, conociendo gente y lugares maravillosos y haciendo una de las cosas que me apasiona: cantar. No podía pedirle más a la vida en ese momento.
Viví en la casa de Armando Manzanero durante cinco años, éramos como familia, pero la verdad se fue poniendo un poco difícil porque mi esposo estaba en Bogotá, yo viajaba a verlo cuando podía, nació mi sobrina, luego mi sobrino, yo quería pasar más tiempo con mi familia y tuve que renunciar. Es de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar, pero sé que fue lo correcto.
Me preguntas si mi talento musical es herencia genética y yo creería que sí. Yo canto desde que tengo memoria. Aprendí sola a tocar guitarra. Y un profesor de canto alguna vez me dijo que yo tengo “oído absoluto”, que es una habilidad relacionada con la memoria auditiva. Manzanero me lo repitió años después y bueno…creo que he hecho cosas muy bonitas en la música, a pesar de no haber estudiado formalmente. (He tenido profesores de canto y técnica vocal, pero no leo partitura).
No sabría decirte a ciencia cierta dónde está mi fuerza de lo femenino. Yo creo que somos seres distintos, con cuerpos distintos, con comportamientos distintos. No me gusta encasillarme dentro de ninguna línea de pensamiento (ni machista ni feminista). No veo por qué una mujer no puede sentarse con propiedad a hablar de fútbol, por ejemplo, con un grupo de hombres sin perder su feminidad. La fuerza de lo femenino es, precisamente, no perder de vista quiénes somos. No es la que más grite, la que más pelee, la que más proteste.
Creo que nuestra capacidad de conmovernos con el dolor ajeno, nuestro poder de consolar, son características que nos hacen más vulnerables, y a la vez más fuertes. La clave está en el equilibrio. También creo que una combinación de sensualidad, vanidad y coquetería bien administradas (y dosificadas) junto con un cultivar intelectual, hace de cualquier mujer, una persona interesante. No comulgo ni con la feminista recalcitrante, ni con la autosuficiente que no deja que le abran la puerta del carro. repito: el “secreto” está en el balance.
Cuando terminé mi trabajo con Manzanero, regresé a Colombia e hice una Maestría en Relaciones Públicas, Protocolo y Organización de Eventos con la Universidad de La Sabana. Comencé entonces a trabajar de manera independiente en ese campo, hasta que me vine a vivir a Panamá, país donde resido actualmente.
Trato de hacer memoria cuando llego a la pregunta de la crisis…no sé si ha sido la mayor, pero sí sé que ha sido la más dolorosa y fue cuando le diagnosticaron cáncer a mi mamá. Nos tomó a todos por sorpresa. Es un evento en el que sufren el enfermo y la familia. Se altera el día a día, pasas de estar sorprendido, a estar enojado (“¿por qué a ella?”).
Te pasan mil cosas por la cabeza. Te esfuerzas por entender la enfermedad y visualizar lo que podría pasar. Ir a las sesiones de quimioterapias con ella, acompañarla el día que la dejan calva para evitar el proceso de la caída del pelo, lees todo lo que puedes sobre cáncer y consultas con el médico. Gracias a Dios ya lo superó (aunque física y anímicamente la golpeó muy fuerte) y, a raíz del tratamiento, ha seguido con algunas secuelas que la han minado un poco.
Pensando en tu pregunta sobre qué me dejó ese momento, te digo que fueron varias cosas: uno, valorar cada minuto de la vida, con todo lo que traiga; nadie sabe cuándo tiene que irse. Dos, me hizo entender muy de cerca la fragilidad del ser humano; a veces nos sentimos invencibles y bueno…la vida se encarga de recordarnos que no lo somos. Y tres, me acercó más a mi mamá. A veces un evento tan doloroso y difícil, logra volverse un lazo irrompible.
Gratitud…es de los sentimientos más bonitos que puede experimentar el ser humano porque, si estás agradecido, significa que has sido bendecido con muchas cosas (y no me refiero exclusivamente a lo material, por supuesto) Trato de dar gracias cada día porque miro a mi alrededor y pienso que tengo muchas razones para ser feliz. Tengo cerca a personas que me quieren.
Me lastima mucho ver los noticieros, por ejemplo y ver tanta injusticia y tantas personas buenas, que están pasando por situaciones durísimas y no hay nada que puedan hacer para cambiarlas. Y me duele el corazón. Y ahí es cuando más agradecida estoy, porque fácilmente podría pasarme a mí. (¿Por qué no?) Creo que una de las razones por las que no seguí ejerciendo mi profesión, es porque tengo el corazón muy blandito y me conmuevo demasiado fácilmente. (Sobre todo si hay niños involucrados. No puedo con eso).
Y mira que, justamente una de las cosas que más me molesta de alguien, es la ingratitud. No soporto a la gente que se olvida de los que han sido buenos con ella. Eso no está bien. Por supuesto a veces me dan pataletas de pelearme con la vida (sobre todo en los últimos años en los que he tenido muchos problemas de salud y ahora estoy lidiando con una situación un poco complicada en ese sentido) pero en términos generales, la palabra “gracias”, siempre está presente.
¿Cómo me premio y cómo me castigo? Esa es difícil. Pero creo que, más que premiarme y/o castigarme, estoy aprendiendo a no juzgarme tan duro. Yo creo que uno recibe “premios” inesperados, cuando hace las cosas bien; y en esa medida, los disfruto. Asimismo, a veces haces cosas que generan consecuencias negativas y ese sería el “castigo”; ahí hay que aprender a asumirlo pero trato de no vivir en función de eso. Simplemente es vivir sin dañar intencionalmente a los otros.
La época y el lugar al que pertenezco…yo creo que es justamente donde estoy, pero sin olvidar las cosas buenas que me han ido dejando otras épocas de mi vida. Es como cuando juntas lo mejor de dos (o tres, o cuatro) mundos en uno solo. En ocasiones siento nostalgia de ciertos sitios maravillosos en los que he sido muy feliz o a veces quisiera haber podido vivir en algún momento particularmente significativo de la historia, pero al final, creo que uno pertenece al lugar que más ama.
Por eso mismo creo que el lugar donde “debería” estar, es donde estoy ahora. Porque la vida me ha traído hasta aquí. Porque estar donde estoy, viene de haber vivido y sentido y gozado y padecido todos y cada uno de los momentos de mi vida.
Si fuera un objeto inanimado, quisiera ser una guitarra. O un piano. Y ser interpretada por el mejor. Y me la pusiste difícil al pedirme UNA sola melodía para escoger, si yo fuera música; así que, seré desobediente y escogeré tres: “Somewhere over the rainbow”, “El día que me quieras” y “Nos hizo falta tiempo” (De Armando Manzanero).
No sé si dejo algo en las personas que se me acercan, pero intento que sientan que pueden confiar en mí. Y no sé si “debería” ser recordada, pero sí sería bonito saber que, cuando yo no esté, la gente que me conoció, pueda pensar en mí y sonreír.