RICARDO ÁVILA
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Soy una persona curiosa que siempre ha tratado de entender porqué pasan las cosas. Fue esto precisamente lo que me llevó a hacer periodismo y considero que no hay mejor oficio pues permite conocer la dinámica de los hechos, el contexto de las realidades y la manera como se toman las decisiones. El periodismo ha sido mi motor.
En lo personal soy mucho menos curioso en el sentido de mirar mi árbol genealógico, pero, sin duda alguna, tengo claras mis raíces. Soy el producto de un papá nacido en Guaduas –Cundinamarca- y una mamá nacida en Boyacá, dos personas de provincia con grandes inquietudes intelectuales e historias de vida muy particulares.
Mi abuelo paterno era hijo natural, como se les decía en esa época, lo que le hacía cargar con una especie de estigma que lo impulsó a buscar fortuna en otro país así que tuvo la particularidad de que hace unos cien años se fue a vivir casi diez a Estados Unidos, en momentos en los cuales emigrar era algo extraordinario. Siendo muy viejito contaba sus historias del viaje, de cómo vio una ballena desde el barco en que iba a Nueva York. A su regreso y gracias a sus ahorros, fue una persona próspera en su pueblo. Se casó con mi abuela, María Elvira Álvarez Samper, emparentada con los Samper Pizano y con el gran ciudadano Joaquín Samper, una rama de la familia muy destacada con raíces antioqueñas, como lo descubrieron mis hijas mayores cuando rescataban su genealogía.
Guaduas fue un pueblo muy privilegiado porque los virreyes pasaban vacaciones ahí, así pues que no solo era un punto de paso de la gente que venía de Honda hacia Bogotá y que después de navegar por el Magdalena tomaba el camino real; cuenta con un clima mucho más benigno lo que hizo de este un destino cosmopolita y próspero, además es de gran tradición. No en vano fue la sede inicial de la Expedición Botánica.
Mi papá, Antonio Ávila, fue hijo único por lo tanto muy consentido y protegido de mis abuelos que eran de la clase dirigente, y por los primos Samper que siempre lo rodearon. Contaba que cuando fue al colegio en los primeros años, él y otros dos niños eran los únicos que tenían zapatos y también que la carretera que conecta a su pueblo con Bogotá la terminaron cuando ya se estaba graduando del San Bartolomé, colegio jesuita donde estudió interno, lo que evidencia el lento progreso porque fuimos un país pobre hasta hace muy poco. La casa de mis abuelos quedaba a una cuadra de la plaza y, una tía abuela suya que fue pretendida por López Pumarejo, vecino de Honda , vivía en otra enorme justo frente a la plaza principal.
Mi abuelo materno, Luis S. Pinto, era de Susacón (pueblo al norte de Boyacá, más allá del páramo de Guantiva cerca de donde comienza el Cañón del Chicamocha), era un dirigente conservador a ultranza, dos veces gobernador de Boyacá, senador en varias oportunidades, la gran figura política laureanista de su región, gobernador cuando se dio el golpe de Rojas Pinilla. Así que la unión de un padre liberal con una mamá conservadora, por lo menos en esa época, no era un tema menor, me enseñó la tolerancia y me amplió la visión.
Mi mamá, Leonor Pinto, tuvo cuatro hermanos, pero varios fallecieron en accidentes trágicos. Se crió en una hacienda muy grande al lado de Capitanejo municipio de Santander, en jurisdicción de Covarachía, que es un pueblo de Boyacá y que en Muisca quiere decir: Cueva de la Luna. Es una región donde es mucho mayor la influencia cultural santandereana que boyacense, incluso el tema racial también es muy fuerte porque en Santander hay mucha gente rubia y de ojo claro pues por ahí pasó la colonización alemana en la época de la conquista y evidentemente regaron su semilla. El carácter es recio pero no en extremo.
Nací en Guaduas lo que me hace coterráneo de Policarpa Salavarrieta (conocida como La Pola, heroína de la independencia nacional). Me enorgullece mucho haber vivido hasta los seis años en el pueblo, en donde fui al colegio parroquial. Durante las vacaciones me mandaban a la finca de los abuelos maternos donde pasaba en medio de libros, pues ellos tenían una gran biblioteca.
Fui muy cercano a mi abuelo aunque cuando lo conocí ya estaba retirado de su vida pública así que nunca le vi esa característica de dirigente político sino de abuelo consentidor y guía de grandes inquietudes intelectuales. Destaco que escribía muy bonito, conocí sus cartas que pude leer y que pusieron revelaron su facilidad con las letras. También tuvo una muy buena aptitud musical pues tocaba la bandola y recuerdo especialmente cuando interpretaba el bambuco “Cuatro Preguntas” de Pedro Morales Pino, canción que se estrenó cuando mi abuelo estudiaba Derecho en Bogotá entonces se la dedicó en una serenata a una novia.
Niegas con él lo que hiciste
y mis sospechas te asombran
pero si no le quisiste
por qué te pones tan triste
cuando en tu casa le nombran? (2x)
Dices que son cosas mías
y que te estoy engañando,
mas por qué le sonreías,
sonreías cuando él te estaba mirando?
Si ahora, en no ser te empeñas
culpable como pareces,
si él te odia y tú le desdeñas
por qué, por qué tantas veces
os vi entenderos por señas?
Si no dejaste en derroche
de amor que te acariciara,
por qué te azotó una noche,
una noche con el pañuelo la cara?
Fue hijo de un gran terrateniente. En su familia unos decidieron venir a Bogotá para unirse a la élite y otros se quedaron manejando las haciendas para convertirse en una especie de señores feudales. Mi mamá contaba que conoció el cepo, pero que apenas recibió la finca para administrarla, mi abuelo lo hizo quemar.
Mi abuela materna, aguerrida y recia pero muy amorosa con su esposo, era del Valle de Tenza. Desde temprano entendí que los temas de la violencia iban y venían pues ella contaba que en la época de la república liberal, las famosas comisiones liberales iban a atropellar a los conservadores, una tradición muy lamentable pero muy nuestra. A mi abuelo en una época le dieron un fusil Mauser – que tenía guardado y escondido en la finca y que nunca usó. Una vez se lo hicimos sacar y estaba envuelto en una cantidad de trapos y conservaba la grasa original.
Mis papás se conocieron a través de un hermano de mi mamá que era médico y mi papá quedó tan enamorado que hizo el viaje hasta la finca de mi abuelo para visitarla. Por fortuna él tenía carro, lo que no era común en la época y lo que le facilitaba los viajes. Inicialmente se establecieron en Bogotá y poco después se fueron a vivir a Guaduas pues mi papá tuvo el sueño de un gran proyecto panelero aún siendo abogado de la Javeriana. La tierra lo llamó y tenía espíritu emprendedor, aunque sobre el papel todo registraba ganancias, la verdad es que tuvo un inmenso fracaso en los negocios y le tomó décadas administrarlo. Cuando nos vinimos a Bogotá ejerció como abogado.
Tuve una hermana mayor, Leonor, quien murió, luego vienen Esperanza, Mireya, José Antonio y Constanza. Yo soy el menor. Siempre he estado rodeado de mujeres lo que me parece maravilloso. Tengo tres hijas, mi suegra (que falleció hace poco) y tres cuñadas, y ahora un hijo pequeño que me compensa ese matriarcado.
Crecí pues muy rodeado pero también con ciertas libertades, las que dan los pueblos; desde pequeño montaba a caballo por ahí y caminaba solo hasta mi colegio que quedaba cerca de la casa de mis abuelos. Llegó el momento en el que nos trasladamos a Bogotá, cuando tenía seis años, y lo hicimos por mi papá y para unir a la familia, pues mis hermanos mayores ya estudiaban aquí.
Llegué a cursar segundo primaria en el Gimnasio Panamericano, un colegio al lado de la casa de mis abuelos maternos que curiosamente era femenino y por supuesto fui el único niño. En tercero pasé al San Bartolomé de la Merced.
Siempre fui de los menores de mi curso, me gustó el colegio y me aficioné a la lectura desde muy pequeño cuando sacaba un libro de la biblioteca cada viernes. Con el paso del tiempo llegué a leer los libros prohibidos que guardaban los curas jesuitas, como La Romana de Alberto Moravia; escribí poemas desde los nueve o diez años que publicaron en la gaceta del colegio cuando se hacía en mimeógrafo. Esta ha sido otra de mis grandes inquietudes.
Me gustaron siempre las matemáticas y al final del bachillerato cuando había especialización temática, escogí esta área y no humanidades porque siempre quise estudiarlas más, es una de las cosas en que me hubiera gustado profundizar porque la filosofía no me gusta pues soy una persona muy práctica. Con la lectura me gané el respeto de mis compañeros pues aprendí lo que no todos sabían como historia y biografías, siempre se me facilitó porque he gozado de buena memoria. Recuerdo que en una de mis vacaciones a los trece años, durante un mes leí quince libros. Pero también me gustó mucho el fútbol pues no era un nerd tampoco.
Acabé el colegio a los dieciséis años y cuando uno se gradúa tan temprano apenas está despertando a otras cosas, además, por estudiar en un colegio de solo hombres uno es mucho más tonto con el género femenino a pesar de vivir rodeado de mujeres.
Dieciséis de mi curso entramos a economía en la Javeriana, así que parecía más una extensión del colegio, aunque pocos terminamos. Yo no sabía mucho en qué consistía la carrera aunque consideré también ingeniería industrial. Recuerdo que pasé en Los Andes, donde estudió mi hermano, pero la Universidad me informó cuando ya habíamos consignado lo de la matrícula en la Javeriana, así que no me fue posible adelantar mis estudios allí.
Tuvimos un programa de radio que quizás solo oían nuestros papás. Nos daban media hora los martes en la mañana y era muy divertido. Un amigo muy cercano conoció a Pilar Calderón que nos abrió un espacio a un grupo de personas muy inquietas y este fue mi primer acercamiento al periodismo. Mi primera entrevista radial debí hacerla a los diecisiete años y, entre muchos otros, tuve al ministro de Hacienda de la época, Eduardo Wiesner, al igual que a Miguel Urrutia, y a los grandes economistas de la época. Este fue un período de crecimiento intelectual magnífico.
Con el tiempo le fui cogiendo el gusto a la carrera pero la verdad es que no entendía nada. Tenía una gran influencia jurídica pues los abogados de la Javeriana tuvieron por décadas la oportunidad de estudiar una especialización en socio económicas, entonces de ahí se acabó escindiendo la facultad de economía, y fue así como vi muchos derechos, laboral y civil entre otros.
En el año 81 con un amigo muy cercano estábamos mirando algo de la tesis y fuimos a la Asociación Bancaria que quedaba en el tercer piso de un edificio en la 17 con 7ma y dos más arriba quedaba la revista Nueva Frontera, de Carlos Lleras Restrepo. A quien nos asesoraba en la tesis le preguntamos algo referido y nos dijo que en Nueva Frontera había un periodista, Héctor Melo, que sabía del tema. Lo buscamos, lo encontramos y le preguntamos. Es curioso porque con el tiempo acabé vinculado a la revista pero a él nunca más lo volví a ver porque la gente iba a entregar los textos pero pasaba muy pocas horas en la redacción. No recuerdo si fue mi amigo o si fui yo, pero uno de los dos le ofreció un artículo sobre el nuevo premio Nobel de economía y nos dijo que lo escribiéramos, así lo hicimos, lo publicaron y la emoción de verse en letras de molde me pareció extraordinaria.
Yo volví a Nueva Frontera sin mi amigo porque Galán en ese momento, en términos prácticos, era el número dos de la revista y cuando lanzó su campaña a la Presidencia se llevó a parte de la redacción y a mi amigo. Fue este tema el que determinó mi carrera en periodismo y así me comenzaron a encargar cosas que cumplía de manera regular, aún ganándome unas vaciadas descomunales de María Mercedes Carranza, la jefe de redacción. Un día me encargaron un especial sobre la vivienda en Colombia, lo presenté a los Premios Simón Bolívar de ese año y con él me gané una mención.
Ya había terminado materias en economía, también había aplicado a una beca en Estados Unidos en la Universidad de Pittsburgh, para hacer un master en economía. Es simpático porque cuando fui a preguntar por la oferta de maestrías y por los convenios vigentes, el rector me dijo: “Usted es la primera persona que viene a preguntar por un convenio que tiene siete años”. Fui postulado por la Universidad, recibí la beca que solo cubría la matrícula y no el sostenimiento, con un inglés de colegio y con la urgencia de conseguir recursos para mantenerme. En mayo del 82 nació la Revista Semana y con esa mención, con la que me sentí tan respaldado, fui a hablar con Eduardo Mackenzie, jefe de internacionales, me presenté y a mis credenciales, me ofrecí como corresponsal y me dijo que contara con eso. Luego me enteré que él le decía a todos que sí.
Viajé con el pasaje que me había regalado mi tío, con 800 dólares en el bolsillo lo que me daba para subsistir dos meses y comencé a mandar textos por los que me pagaban 50 dólares por página publicada. El primero salió en la edición número 14 de la revista en septiembre del año 82. Si yo no escribía no comía y así fue por dos años.
Hoy en el mundo de Internet todo esto es leyenda, pero yo contaba con los recursos necesarios pues la Universidad tenía todos los periódicos, revistas y la información, además, como eran otros tiempos, no importaba si la noticia llegaba quince días más tarde. Esta experiencia me sirvió mucho para aprender de ese país, fui a debates de candidatos a la Presidencia, cubrí las elecciones en las cuales ganó Ronald Reagan, fue todo muy interesante, viví un proceso extraordinario.
El periodismo era una manera de sostenerme pero igual pensaba en trabajar como economista y así lo hice. También adelanté la mitad de un master en administración y tenía la disyuntiva de si seguir o no, pero en esa época tenía mucho afán por regresar aunque con la opción de ser asistente de un profesor que además era el director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad.
Me devolví al país en el año 84 cuando Rodrigo Pardo, quien era el redactor económico de Semana, viajó para adelantar su maestría, así fue como llegué un viernes a Bogotá y el lunes ya tenía puesto sin ningún tema de aprendizaje previo. Al año me ofrecieron ser director financiero en una compañía de seguros, acepté y por seis años en los que tuve un trabajo formal durante el día y en las noches escribía las páginas de la revista. Luego también me vinculé a una fiduciaria y después a una comisionista de bolsa.
A mí me encantaba el periodismo y no me dediqué de lleno a él por un tema de ingresos pues pagaba muy mal y yo tenía los sueños de un joven de la época: comprarme un carro, salir por la noche y tener la posibilidad de pagarme una comida y de invitar a quien me gustara. Fui entonces muy productivo, viví una época de prosperidad ayudado porque en la revista se trabajaba los viernes por la noche y los sábados, entonces en semana hacía algo de reportería y escribía para el fin de semana, sacrificando de alguna manera mucha discoteca.
En Semana había un equipo extraordinario en el año 85, conformado por María Elvira Samper, Mauricio Vargas, Antonio Caballero, Héctor Rincón, fue una época de oro. Ana María Cano, la esposa de Rincón, había tenido una beca en París “Periodistas en Europa” y me motivó a aplicar, lo hice, aprendí francés estando allá gracias a que tengo gran facilidad para los idiomas y la revista me volvió a ayudar nombrándome corresponsal en Francia.
Sucedió que yo estaba en la lista de espera de la beca, había sido seleccionado pero no tenía garantizado el cupo, igual armé mi viaje, llegué a París y me la jugué. Alguien renunció y obtuve la beca y con los dos ingresos, el de Semana y este, viví cómodamente como estudiante a mis veintiséis años y muy feliz. Curiosamente me ocurrió algo parecido a cuando estaba en Estados Unidos, que como tenía que escribir me obligaba a leer en el idioma, aprendí relativamente rápido a defenderme y también gracias al círculo que me rodeó. Recuerdo mucho a Fabiola Beltrán y a su marido que me regalaron un televisor en blanco y negro, enorme y muy viejo, pero el hecho de escuchar francés me ayudó a desarrollar el oído.
Pagado por la Unión Europea, recibí tres conferencias de dos horas a la semana y cada mes había que hacer un viaje de reportería durante diez días, fue así como escogí sus cuatro esquinas: España, Finlandia, Turquía y Alemania, y en un viaje adicional sumé Italia. Realmente conocí todo lo que había viajado a través de los libros. También seguí en dos ocasiones el tour de Francia, en la época de Lucho Herrera y Fabio Parra, porque me gusta mucho el ciclismo.
Estaba muy contento pero Semana me llamó, ya se me había acabado la beca y tampoco tenía interés de quedarme sin propósito y a toda costa y en trabajos bastante monótonos donde no había crecimiento aunque sí estabilidad, mientras que yo tenía una gran ambición por los temas de Colombia.
Regresé en noviembre del año 88. Llegué a Semana y tenía mi escritorio, y a los pocos meses me volví a enganchar a una comisionista de bolsa hasta que llegó la época del Gobierno Gaviria cuando me invitaron a trabajar en el Instituto de Fomento Industrial con Rodrigo Villamizar. Fue una época extraordinaria en conocimiento del país, manejando las inversiones del IFI, viajando por todo el país. Aquí hice un alto en el ejercicio periodístico.
Un año más tarde Rodrigo se retiró y llegó Luis Alberto Moreno (línea pastranista) cuando Ernesto Samper era el ministro de Desarrollo, nos volvimos muy amigos, me invitó a quedarme pero me encontré con Noemí Sanín que la habían nombrado Canciller y me invitó a ser su viceministro. Tuve la oferta económica muy atractiva de quedarme en la Bolsa y también la de explorar el sector público, y decidí la segunda. Pasados dos meses se dio la cumbre de la UNCTAD en Colombia y me invitaron, en mi calidad de viceministro, a una reunión en Palacio con Gaviria a quien yo había conocido cuando yo era redactor en Semana y él ministro de Hacienda. En esa reunión se vivió un drama descomunal por el discurso, Gaviria estaba muy desesperado porque no contaba con un texto bueno, entonces, al terminar la reunión me ofrecí a escribirlo, se los envié en borrador y a él le encantó.
Viajé con Noemí a una cumbre antidrogas y recuerdo que llegamos a San Antonio – Texas para devolvernos en el avión presidencial. Durante el viaje Gaviria me llamó a la parte de adelante a decirme que me necesitaba en Presidencia, le dije que sí de manera inmediata. Al contarle a Noemí me dijo: “Miserable, no pediste ni quince minutos para pensarlo”. Me nombraron secretario económico de la Presidencia.
Aunque resulte extraño, en ese puesto me aburrí mucho. Gaviria era muy huraño en ese momento, alguien muy distinto al de ahora, y pese a que nos entendíamos muy bien a mí me sobraba mucho tiempo pese a que asistía a reuniones de gobierno y a que conocí mucha gente, pero nunca había jugado tanto solitario en la oficina. Cuando llegó el cambio grande de equipo en la Presidencia, Miguel Silva pasó a ser secretario general dejando la Secretaría Privada que me ofreció Gaviria. Yo no la tenía para nada en el radar y era un cargo muy importante.
Yo le había dicho a Fabio Villegas que quería trabajar en Bancoldex para volver a la línea financiera donde pensé que haría mi carrera, pero lo que hice fue seguir en el gobierno. La relación con Gaviria fue muy agradable, el cargo me encantó por la agenda tan intensa y muy cercano al Presidente, con oficina cruzando el corredor por donde pasaban todos los ministros a su despacho. Fue una época extraordinaria en la que Gaviria era intelectualmente súper desafiante para trabajar y un maestro brillante. Hoy, cuando vuelvo a la Casa de Nariño, es de esos sitios que me alegran, siento cero nostalgia y me ubico fácilmente.
En ese momento tenía treinta y un años, me acababa de casar y ya me interesaba participar en los equipos que tomaban las decisiones, estar en el CONPES, en el CONFIS, sentado con el ministro de Hacienda y con el director de Planeación, que eran Rudolf Holmes y Armando Montenegro, y estar rodeado de técnicos. La Presidencia da visión 360 y lo preserva de presiones aburridas de políticos pues uno no se expone.
El gobierno se acabó, a Gaviria lo nombraron en la OEA y él buscando armar su equipo me invitó pero yo no quería irme para Washington y quería hacer otra cosa aunque no tenía nada claro pues he sido siempre bastante más caótico, cero estratega y le juego a que el destino y las cosas me funcionen. Entonces le dije: “Si usted realmente me necesita algún día, me avisa y le cumplo la promesa”.
Mauricio Vargas me invitó a ser asesor editorial de Semana, en un país muy complejo, se vivía el Proceso 8.000 con todas sus revelaciones pues la revista fue el medio más importante en la tarea de destapar los hechos.
Estaba en eso cuando viajé a Washington donde me reuní con todo el kínder, Gaviria me invitó a su casa y en el estudio me dijo: “Usted se comprometió a acompañarme si realmente lo necesitaba y llegó el momento”. Fue muy gracioso porque ahí se encontraba Miguel Silva que tenía un traductor de inglés y, cada vez que Gaviria me hacía una pregunta, él metía las palabras para que se escuchara como respuesta: “Yes, mister President”.
Mi hija mayor ya tenía algo menos de dos años y la menor acababa de nacer, a mí me estaba yendo muy bien en el país pues además de Semana tenía consultorías, pero respeté mi palabra y viajé con mi esposa de ese momento, Magdalena Cabrera, y con mis hijas Adelaida e Isabel.
Llegamos en enero del año 96, me desempeñé como jefe de gabinete del secretario general y me retiré a los tres años y medio, pero me quedé en Estados Unidos un año y medio más como consultor.
Para todos en la familia fue una experiencia magnífica y muy cultural, y para mí como profesional fue muy amable despachando desde una oficina enorme, muy linda, con vista al obelisco, aunque resultó un poco árido porque la OEA ya no contaba con recursos y el trabajo se comenzó a volver un poco repetitivo pero intenso, por lo que no me aburrí nunca.
Así como los pueblos tienen el gobierno que se merecen, en la OEA los países tienen la organización regional que merecen. Allá se conoce el hemisferio con dos países de primera categoría, unos cuantos de segunda y muchos de quinta, lo que se refleja en sus embajadores.
Cuando a Gaviria lo reeligieron para su segundo período yo renuncié, entre otras razones, porque ya nos habíamos metido en Colombia en el proyecto de la Revista Cambio con Gabriel García Márquez como socio. Era el año 98 y yo tenía un proyecto de revista para el mercado hispano en Estados Unidos y la quería promover. Fue mi gran sueño que no logré concretar y pensé que lo iba a lograr porque lo tuve muy cerca.
Me devolví en agosto del 2000, entré a la revista donde tuve la doble responsabilidad de ser subdirector y presidente de la sociedad, por lo que manejé el sobregiro. Fueron épocas muy difíciles desde el punto de vista de las angustias de plata, fuimos muy creativos porque logramos mantenernos en medio de una competencia difícil, en una economía muy golpeada. Desde el punto de vista periodístico, Cambio fue un gran éxito, hay que ver la cantidad de investigaciones que sacó y tenía un buen nivel de circulación. Un buen día llegó una oferta de El Tiempo.
Luis Fernando Santos consideraba que para redondear el portafolio de medios de su casa editorial les hacía falta una revista y nos hizo una oferta de compra que aceptamos a pesar de que no alcanzamos a cubrir todas las deudas. No solo perdimos el capital que habíamos invertido, en mi caso los ahorros de toda la vida, sino que adicionalmente quedamos debiendo.
Nos vinimos para El Tiempo porque “compró el circo con los payasos” y arrancamos a trabajar. Lamentablemente esa no fue una historia que salió bien, pues siempre pensamos que el periódico iba a proyectar a Cambio, imagino que El Tiempo también lo pensaba de esa manera pero comenzó a cometer errores que hicieron empeorar las cifras, no fue exitoso en publicidad ni en suscripciones. A pesar de que siempre la leyenda fue que a Cambio la cerraron porque resultaba incómoda para el gobierno de turno, la verdad es que no dio utilidades y sí pérdidas, sus números fueron el factor de fondo. El Tiempo nunca intervino en el tema de contenidos. Además, por esa época cada vez era más clara la irrupción de Internet que, como hoy, los medios impresos están siendo desplazados y en el caso de Cambio se comenzaba a insinuar.
Muy rápidamente me di cuenta que El Tiempo no nos iba a dejar tomar el control gerencial no periodístico de todo su portafolio de revistas sino que él lo hizo. Como vi que no era un negocio viable decidí irme.
A comienzos del año 2007 se los dije a mis compañeros de Cambio, comencé a explorar opciones como lo hizo Mauricio Vargas que renunció a la dirección, pero entonces me encargaron a mí. Dos meses más tarde me llamó Luis Fernando Santos a decirme: “No lo tenía en el radar, pero Mauricio Rodríguez, uno de los fundadores de Portafolio, acaba de renunciar porque le ofrecieron la rectoría de una Universidad y está abierta esa dirección. ¿Le interesa?”.
Llegué el 1 de junio del 2007 y durante varios meses estuve de director de Cambio y de Portafolio en forma simultánea. Comencé en la edición dos mil ciento algo y ahora vamos en la seis mil y tantas, un número bastante considerable y ya comencé a sentir que nuevamente me estaba repitiendo a pesar de que este oficio tiene cosas nuevas, tomé la decisión de hacer otras cosas sin desvincularme del periodismo.
En el caso de un diario como Portafolio, no hay cosas fundamentales, el trabajo consiste en hacer bien lo de cada día y cuidar que el contenido del periódico sea bueno, lo que tiene tanto de largo como de ancho.
Nuestros parámetros eran tener un buen equilibrio sobre cubrimiento de economía y negocios, porque en general a la gente le interesa más lo segundo que lo primero, es más atractivo pues por ser más micro es más cercano que hablar de desempleo, tasa de interés y devaluación, todos temas de macroeconomía que son el sesgo del periodismo en Colombia. Durante mucho tiempo hacer periodismo de negocios era muy difícil por las circunstancias de seguridad que hicieron a las empresas reticentes a contar sus cosas, lo que ha cambiado lentamente aunque todavía nos falta muchísimo porque nuestros empresarios son de bajo perfil, siendo descarnados, a ninguno le gusta figurar, lo que en el cubrimiento diario es todo un reto.
El otro tema en Portafolio era lograr una sección de opinión muy sólida, con buenos columnistas, obviamente con un editorial al que había que meterle el diente y eso es básicamente lo que nos ha posicionado y nos volvió líderes en nuestro segmento.
Este oficio tiene la gracia de que uno el viernes sabe más que el lunes anterior porque siempre se está aprendiendo algo, pero también es cierta la ley de los rendimientos marginales decrecientes, que existe en economía y que hace que la vida se vuelva un poco repetitiva. Es un cargo que tiene mucha actividad externa, se asiste a muchos foros, pasa mucha gente por el periódico, se viaja mucho, lo que también trae un costo sobre la vida personal.
Parte del ánimo de hacer un quiebre, fue querer reinventarme y hacer cosas distintas, lo que es una clara característica de mi personalidad, porque desde el punto de vista de la estabilidad y la seguridad estaba todo dado, me trataron muy bien en El Tiempo, tuve el mejor jefe posible como lo es Roberto Pombo y podía quedarme pero me entusiasmó la idea de sentir el placer que da el temor a lo desconocido y de asumir un nuevo reto, algo contradictorio pero estupendo.
Me anima mucho poder escribir de manera diferente y una vez a la semana como lo hago ahora en El Tiempo. Se trata de un texto económico largo analizando la noticia de la semana, publicando entrevistas y otros textos ocasionales. Pero también me gusta la idea de tener mayor disponibilidad de mi tiempo para escribir un libro sobre el sector privado en Colombia porque creo que este bajo perfil de que hablamos, le está haciendo daño al sector y al país, porque el país es demasiado importante como para dejárselo a los políticos y porque es el activo más grande que tienen nuestros empresarios por encima de su marca, o sus activos tangibles.
El ejemplo de Venezuela está clarísimo, por lo mismo el sector privado en Colombia debe dejar de concentrarse en maximizar utilidades. Con el libro me propongo enviar señales de alerta en el sentido de la responsabilidad social pero no en el concepto propagandístico sino que deben tratar bien a sus empleados y pagar los impuestos. Así de sencillo, este comienzo nos permitirá dar un salto descomunal. Me sorprende cómo hay empresas para las que la informalidad es aceptable, para las que es normal pelearle a sus empleados literalmente pesos cuando se ganan sumas descomunales, estos son despropósitos, no solo es criticable desde el punto de vista ético sino que además resulta ser un pésimo negocio.
No me llama demasiado la atención la academia, aunque ahora voy a dar una clase en Los Andes y me invitan a dar cursos y módulos puntuales. La verdad es que me interesa hablarle a audiencias que realmente se interesen en los temas y quieran escuchar. Espero que no me suceda en esta etapa de profesor como hace poco que me invitaron a dar un ciclo en una universidad a las siete de la mañana y la tercera parte de la clase llegó casi a las ocho, la otra tercera parte estuvo chateando todo el tiempo y la otra prestaba atención o por lo menos eso parecía.
Para hablarte de mi vida personal, tuve un primer matrimonio que terminó hace dieciséis años, y de él tengo dos hijas maravillosas, realmente extraordinarias, Adelaida e Isabel, profesionales ambas. Mi gran distracción y mi pasión son mis cuatro hijos, porque tengo también dos muy pequeños, Matilde y Rodrigo.
Conocí a Melba Escobar, mi esposa, por una amiga común y coincide la época con mi entrada a Portafolio. Melba es una escritora muy exitosa y es además una gran lectora y de quien vivo muy orgulloso, me parece una gran profesional en su oficio, con un talento enorme, le ha ido muy bien y tiene claro su proyecto de vida. Esta parte del estímulo intelectual me parece muy importante. Somos padres más veteranos que el promedio, sobre todo yo, pero es una experiencia única en la que se disfruta distinto a los hijos. Todavía recuerdo que cuando mi hija mayor nació, yo trabajaba en la Presidencia y a los dos días estaba de regreso a la oficina, pero cuando nacieron los menores, me tomé la licencia que dice la Ley María, sin abandonar mis asuntos, claramente.
Soy bastante práctico, de signo Tauro y me reconozco plenamente en la descripción típica: un buey con las cuatro patas en el piso, el que cuida a su manada, pragmático y no el que anda volando por los cielos ni sumergido en lo profundo del océano. Las preguntas existenciales no me las formulo, lo único que realmente me mueve es mi familia desde el punto de vista más estricto, después está mi trabajo y vendrán otras prioridades. Primero mi círculo familiar y luego vienen mis amigos.
Pienso que el propósito en la vida es nacer, crecer, reproducirse y morir. No me preocupa qué hay después, creo en Dios pero no soy practicante y tengo grandes diferencias con la iglesia.
Los seres humanos no me producen muchas esperanzas, conozco mis defectos y los de quienes me rodean, veo las cosas que pasan en mi entorno con realismo, no soy anti humanista, ni mucho menos, pero las personas somos complejas, con expresiones de sentimientos y actitudes contradictorias en muchas ocasiones y la evolución en estos sentidos no me parece grandiosa, somos mezquinos, racistas, aprovechados del otro. Por supuesto que trato de comportarme bien pero sin duda alguna soy consciente de las falencias estructurales que tenemos.
No soy alguien que se frustre fácil. Hago mi trabajo de manera juiciosa y cumplo ante mí. Una de las razones por las cuales me gusta el ciclismo, siendo un pésimo ciclista, es que me encanta salir en la bicicleta porque el camino que recorro es como la vida en los que hay subidas y bajadas, caídas, limitaciones y hay que aceptar eso, parte de los temas de crecer es la aceptación.
Disfruto de la soledad, soy una persona activa a la que le gusta ocuparse, no sueño con el retiro.
La vida dura lo que dure y se acaba cuando toca. Me parece que uno debería tener fecha de expiración porque lo importante no es la vida en abstracto sino la calidad de esta que si da para vivir 120 años, me parecerá maravilloso. Me gustaría que me avisaran con el mensaje de: “Ya se le expiró la garantía”.
Hay cosas de la juventud que añoro pero, cuando miro hacia atrás, de lo que me arrepiento sin duda es de haberle hecho daño a personas. Hace muchos años la Chiva Cortés, un personaje legendario, hincha del Santa Fe, que estuvo secuestrado por las FARC, pasó por Cambio y le dije: “Chiva, dame una lección de vida”. Me dijo: “Mijito, todas las peleas que yo he dado son una estupidez, uno no debería pelear”.
La otra lección es ser sencillo, meterse en los temas importantes y tener foco. Mis temas fundamentales son la gente que quiero, la de mi tribu, luego vendrá el colectivo y el país pues no soy indiferente a su suerte.
Creo que el trabajo es la manera de llegar, no creo en los atajos.
Soy profundamente liberal, no creo que tenga la verdad revelada y me gusta la libertad de expresión y de decisión.
Mi labor con mis hijas mayores es apoyarlas en el camino que eligieron.
Quisiera dedicarme a leer más, en especial literatura, pero también a escribir porque me gusta el proceso de articular y estructurar el pensamiento.
También me gusta contar historias y sigo siendo esa misma persona, de hace tantas décadas, que es curiosa y que quiere transmitir.
Mi contribución es mi pluma.
No pienso en ser recordado pero, si hubiera lugar, entonces que sea como una buena persona, como alguien de principios.
El epitafio que más me gusta es el de Álvaro Cepeda Samudio: “El que se murió se jodió”.