MELBA ESCOBAR
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Quién soy, es la pregunta más difícil que uno se formula a lo largo de toda la vida. Es algo que he venido descubriendo y he llegado a reconocer algunas cosas. Soy mala para las rutinas, para las imposiciones, tengo un conflicto serio con la autoridad, con la obediencia. He podido encontrar mi lugar a través de la escritura y la creatividad, de otra manera ya me habría vuelto loca. Me gusta el mundo interior, estar conmigo misma, soy una persona solitaria y a la vez familiar. En ese sentido estoy muy agradecida porque tengo lo que he anhelado, mis espacios de soledad y la familia que quiero.
ORÍGENES
Rama paterna
Rodrigo Escobar Navia, mi papá, nació en Cali, hijo de una pareja muy original, mezcla de dos familias incompatibles.
Los Escobar, desde mi abuelo Miguel, son bastante místicos, poco aterrizados, filosóficos, callados, parcos, misteriosos, delgados y altos. Mi tía Melba, de quien tomaron mi nombre, tenía colgado en su cuarto un silicio de uno de los Escobar, usado y manchado de sangre. Eran de flagelarse, de hacer ayunos interminables y toda clase de pruebas. Los Navia, por su parte, desde mi abuela Julia, eran todo lo contrario. Físicamente diferentes, regordetes, bonachones, gocetas, comerciantes, habladores.
Al unirse mis abuelos parecían representar a El Quijote y Sancho Panza. Se casaron a escondidas, precisamente por la incompatibilidad de las dos familias, con visiones contrarias del mundo. De ahí nacieron cinco hijos muy particulares de los que mi papá fue el mayor. Crecieron en esta fusión: unos Navia, otros Escobar o una mezcla perfecta, como lo fue mi papá.
Mi papá tuvo un gran don de gentes, gran intelectual, soñador, místico, creativo, con los pies en la tierra para llevar a cabo proyectos. Estudió becado derecho y economía en la Universidad Javeriana de Bogotá. Luego se consiguió una beca para estudiar una maestría en economía en Paris. Fue alcalde de Cali, ministro de Educación y de Gobierno de Belisario. Trabajó por la descentralización del país. Estuvo vinculado a los fallidos procesos de paz de Betancur. Fue un hombre conciliador, quien buscó el camino del medio entre los extremos. Estando mi papá en Francia conoció a mi mamá, quien era española.
Rama materna
Myriam de Nogales, mi mamá, nació en Madrid en 1936, el año en que empieza la Guerra Civil en España. Christian de Nogales, mi abuelo, psiquiatra, oriundo de Ciudad Rodrigo en Castilla, fue un hombre vinculado a la sociedad europea, amigo de Picasso, de los modernistas, se movió en el medio intelectual.
Josefina Pérez, mi abuela, perteneció a una familia colombiana, sumamente rica, pero sin vínculo ni arraigo con el país. A mi abuela la enviaron a un internado en Francia a sus cinco años y no regresó hasta después de casada. A finales de los veinte conoció a mi abuelo, de origen noble, con títulos de la época como barón de Yecla, marqués de Casa Rendón, que en esa época eran importantísimos, pero que ahora, por fortuna, no significan nada.
Mis abuelos se casaron y mi mamá fue la mayor de sus hijos. Vivieron en Madrid un tiempo, luego en Paris exiliados por la Guerra Civil, pues mi abuelo estuvo en contra del franquismo. Mi abuelo tuvo un puesto en la Universidad de Barcelona, ciudad donde mi mamá terminó sus estudios de colegio antes de viajar a Paris a estudiar psicología en la Sorbona. Estando ahí conoció a mi papá, un migrante, recién llegado, provinciano, de clase media, colombiano como mi abuela materna, pero no de un origen muy distinto al de mi abuela, que era de la rancia aristocracia bogotana.
CASA MATERNA
Mis papás se casaron y en París nació Laura, mi hermana mayor, psiquiatra que en la actualidad está de retiro y que atiende pacientes en consulta particular. Dos años más tarde nació Ximena, economista quien de intercambio en Georgetown en Washington, conoció a su esposo, un suizo con quien lleva más de treinta años viviendo en Suiza y con quien tiene tres hijos. Constanza vive en Bogotá y maneja el Hay Festival para Colombia, es una mujer muy creativa. Ximena y Constanza abrieron en Mompós El Boga casa taller, centro cultural en el que hacen residencias artísticas y exposiciones, cuenta con sala de cine, museo, conexiones con embajadas y alianzas internacionales.
INFANCIA
Soy la menor de cuatro hermanas, con quienes tengo una diferencia de edad importante. Mi mamá había sufrido un accidente que le afectó gravemente al punto de que le recomendaron un aborto terapéutico, se suponía que yo no debía nacer. La mayoría estaba a favor de seguir la recomendación médica, pero su terquedad hizo que yo existiera. Tomó su riesgo y le estoy agradecida. Por distintos motivos tuvimos una relación cercana y este fue uno de ellos.
Fui la única de mis hermanas que nació en Cali, pero soy la más rola de todas, pues me crie en Bogotá. Eran los años setenta y para ese momento mi papá era el alcalde de Cali, el más querido en su historia, de lejos. Fue el pionero en todo lo que luego se consolidó con Mockus como cultura ciudadana, un modelo de civismo para el país. Durante su alcaldía se hicieron grandes cosas, entonces recuerdo que, siendo pequeña, lo acompañaba a cortar la cinta de inauguraciones en barrios. Me sentía la primera dama, importantísima.
Recuerdo también la sensación de afecto que existía. Salía con mi mamá a hacer mercado y la gente nos paraba, nos quería tomar fotos, nos saludaba, a ella le pedían autógrafos. Fui una niña que se movió mucho en ese entorno.
A mis siete u ocho años nos mudamos a Bogotá, lo que significó un cambio durísimo. El país afrontaba un momento muy crítico en temas de seguridad, mi papá tenía un cargo de mucha importancia pues había asumido el Ministerio de Gobierno. Pasó de ir a la Alcaldía en bicicleta a transportarse completamente escoltado y rodeado de policía. Fue la época en que empezaron a matar políticos. Lo vi cada vez menos. Hubo mucha tensión, incluso familiar pues mis papás entraron en crisis para luego divorciarse y permanecer en una relación intensa, apasionada, de amor / odio, por siempre.
ADOLESCENCIA
A mis once años, cuando se separaron mis papás, me fui a vivir con mi mamá y con Constanza, pues Ximena ya vivía en Washington y Laura se casó. Con la llegada a Bogotá todo se empezó a descomponer. La carrera de mi papá se volvió cada vez más complicada, siendo liberal no fue partidista, lo que no le ayudó mucho, por el contrario le hizo daño. Él siguió con su idea de hacer país, con un mundo muy grande en su cabeza, inquieto, de enormes aspiraciones. A mi mamá le diagnosticaron lupus, poco después de su divorcio, cuando ya estaba yo sola con ella. Fue una etapa dura para las dos, especialmente para mi mamá.
Mi mamá nos dio mucha libertad. Ella era distinta, no se parecía a las otras mamás. Fue una mujer franca, directa, frentera, hosca, brusca, de decir cosas que una mujer colombiana no dice, de humor ácido, divertida, dura, exigente, inteligentísima, por supuesto, española. Mis hermanas y yo nos volvimos muy buenas amigas más tarde en la vida, cuando ya todas éramos adultas, pues fue más fácil tener una relación más horizontal.
ACADEMIA
No siento ninguna afinidad con lo que convencionalmente se conoce por académico. Fui una pésima estudiante toda mi vida, pasé por cinco colegios diferentes. El primero fue el Liceo Francés de Cali de donde me tuvieron que sacar cuando mi papá estuvo amenazado. Me cambiaron al Colombo Británico, equivalente al Anglo Colombiano. No sé por qué tuvieron la idea de matricularme en un colegio de monjas, estudié en el Santa Francisca Romana de Bogotá junto con mis dos hermanas inmediatamente mayores. Laura se había quedado a terminar su último año de bachillerato en Cali, mientras que yo apenas entraba a transición.
Odié el colegio, pasé de uno campestre, laico, mixto, a uno religioso, femenino. Pasé del calor al frío, del paraíso al infierno. Fueron muchos los factores externos que influyeron en que no pudiera ser una niña como todas, no pude ir a la mayoría de los eventos que me invitaban y a los pocos a los que asistí tuve que ir con escoltas.
En cuarto elemental, habilité todas las materias, aunque pasé el año, pero tan trastornada que no quise seguir estudiando ahí. Fue así como finalmente llegué a cursar quinto de primaria al Abraham Lincoln donde fui muy feliz, por lo menos al comienzo, cuando me iba bien, pero luego fatal.
Sospecho que, como mi hija de nueve años, tengo un déficit de atención. El mío no diagnosticado, por lo mismo no tuve un lugar, viví en medio de una enorme inseguridad por la sensación de que algo no estaba bien conmigo al no poder resolver las cosas que los demás sí. Perdí décimo cuando tenía dieciocho o diecinueve años, no era opción repetir. Mis papás no querían, pero logré convencerlos de permitirme validar, porque necesitaba salir lo más rápido posible de eso, y así ocurrió.
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
Para ese momento tenía muy claro que me gustaban la literatura y el cine. Mi papá estuvo empeñado en que estudiara cine en Nueva York, aunque mi mamá no se sentía tan convencida. A un nivel más intuitivo, me pareció difícil la idea de emprender un proyecto que implica a tanta gente, como es el caso del cine, esto sumado al presupuesto que requiere. Yo sabía que era lectora, ya había escrito algunos cuentos, y lo que más me gustaba era estar sola. Fue así como decidí estudiar Literatura en los Andes.
En el curso, de diez alumnos, ocho eran hombres. De las mujeres solo yo me gradué. El nivel académico era muy alto, venían todos del Andino, del Liceo Francés y seis de los hombres entraron becados por ICFES. Me intimidaron muchísimo al venir yo de validar y sintiéndome llena de lagunas. Era evidente que me llevaban mucha ventaja. El tema de género fue fuerte, pues las mujeres éramos minoría.
ESCRITORA
Mis tías paternas fueron unas narradoras extraordinarias. Resultó maravilloso descubrir sus historias como el eje de la vida. Vivían en la típica casa al lado del río: grande, desorganizada, llena de loros, gatos, perros, santos. Se dedicaban, por horas, básicamente a echar cuentos desde sus mecedoras. Mi tía Melba no se quiso casar, se encargó de mantener la casa y de cuidar de todos sus sobrinos, para quienes fue una figura fundamental. Mi tía Gladys se casó, tuvo tres hijas, y todas las tardes de su vida visitó a su hermana Melba para echar rulo.
Crecí en medio de historias y fue este vínculo con lo creativo lo que me llevó a este, mi camino. Ha sido algo mucho más afectivo que académico. De alguna manera, para mí, la narración ha estado muy vinculada al afecto. Cuando uno cuenta algo de uno o a uno le cuentan algo, es porque hay un vínculo, se teje una intimidad. Es ese vínculo el que siempre me ha interesado, ese lugar desde donde se busca una voz para llegarle a otros. Y son los otros quienes logran alcanzarnos desde la voz. Esa fue mi semilla, temprana y familiar, en la que mis tías tuvieron gran protagonismo.
Lo de mis tías tenía su lado surreal, absurdo. Eran historias fantasiosas, en las que siempre hubo un elemento de asombro. Por ejemplo: “Su tía Mercedes me decía que pasaba el domingo a merendar, y se quedaba nueve meses”. “También decía: Ya voy, debo hacer una vuelta. Pero no volvía en nueve años”. Como estas, millones de historias, cual juego rompedor de lo tradicional o convencional.
Mi mamá, quien resultaba muy rigurosa, como describí, aguda, científica, analítica, crítica, aterrizada, se enervaba mucho con mis tías que eran la locura máxima, la búsqueda del gozo, de la diversión y del asombro. La tensión entre estas dos maneras de habitar y entender el mundo está muy presente en mis intereses y en lo que exploro dentro de la escritura. Por lo vivido en mi familia asumí que los hombres eran quienes se iban a hacer cosas importantes afuera y las mujeres éramos referentes de lo íntimo, del espacio privado. Crecí un poco con esa lógica.
Desde niña mi hermana Ximena me leyó muchísimo. Recuerdo Mujercitas, Hombrecitos, Los cuentos de los hermanos Grimm. Luego empecé a leer Crimen y Castigo, Anna Karenina. Estas lecturas me fueron llevando por un camino cuando quise entender cómo alguien podía escribir de esta manera, entender las claves de su construcción, aún sin imaginarme que yo pudiera algún día llegar a escribir. Pero le dediqué mi tiempo a los libros que me fascinaban bajo el hechizo del encantamiento.
Empecé a escribir temprano, quizás en segundo semestre de mi carrera, pero siempre a escondidas, en cuadernitos, súper tímida, casi avergonzada. Sentí que las competencias que se requerían no necesariamente eran en las que yo podía brillar. Era un tema de análisis, muy académico, puntual, de rigor, de detalle. Pero disfruté los talleres de poesía, de narrativa, en los que me sentí más a gusto, en ellos fluía, estaba en mi elemento.
Mis compañeros, varios de ellos, Andrés Felipe Solano, Juan David Correa, una vez graduados, se fueron del país. En mi caso, me gradué con una tesis sobre periodismo narrativo, conocido en su momento como el Nuevo Periodismo, género naciente con Truman Capote y su A sangre fría, la cual él define como novela de no ficción. Vinieron después Norman Mailer, Tom Wolfe, quienes trabajaron muy en el borde, en los límites entre periodismo y literatura.
Este planteamiento fue asumido por la Fundación Nuevo Periodismo, de Gabo, fue un tributo a toda esta escuela que hoy es fuerte. Planteaba que no tiene sentido hacer periodismo sin admitir que la objetividad periodística es una farsa. Fue su premisa, pues hasta ese momento solo se pensaba en la pirámide invertida y en la idea de que el periodista era una especie de agente científico que hacía una sinopsis desapegada y neutral. La escuela del Nuevo Periodismo vino a desvirtuar este pensamiento de manera directa y clara ofreciendo un elemento de personalización de los hechos reales que producen una cantidad de obras importantes.
Hoy en día valoro la formación que me brindó la carrera en los Andes. Por su énfasis académico, ha producido pocos escritores a diferencia de la Javeriana cuna de Pilar Quintana, Santiago Gamboa, Antonio García y muchos otros. Todo mi proceso de formación ha sido de mucha utilidad, hoy lo siento de esa manera, pero la academia puede llegar a ser castrante y eso lo viví cuando para mis profesores los grandes clásicos son los escritores y uno como alumno debía limitarse a contestar bien los exámenes y escribir ensayos académicos.
Hubo, sí, una familiarización con un canon clásico, una manera de ver con humildad, cuidado y respeto la producción literaria, porque esta no es una universidad abierta a que te asumas desde lo creativo desde un comienzo. Si bien siempre tuve el impulso de escribir, este se frenó con mi paso por los Andes.
La literatura es muy amplia y la carrera me permitió identificarme con el periodismo. Sentí una honestidad, la que siempre he encontrado en el testimonio . La literatura ubica al escritor como una ninfa etérea, por fuera de este mundo, a quien le llega la inspiración del más allá. Hay mucha solemnidad en la forma de aproximarse a lo literario, mientras que el periodismo es un oficio que te permite contar lo que pasó, publicar y continuar.
TRAYECTORIA
Una vez graduada, el único trabajo que encontré fue el de profesora de colegio. No me gustó, especialmente por mi amargo paso por los colegios, estos no son un lugar en los que me sienta contenta. También hice cosas por mi cuenta, escribí para medios como El Tiempo, Cambio, El Malpensante, Pie de página. Me gustó mucho el periodismo cultural, la sensación de que podía hacer algo que me parecía importante en ese momento y sin pensar en la posteridad, tan vinculada a mi idea de entonces de los escritores de ficción.
Buscando nuevos horizontes, en 2006 viajé a Barcelona donde estudié una maestría en escritura de guion para cine y televisión y donde hice a un grupo importante de amigos. Ya me había casado con Muyi Neira, ilustrador y animador, mi contemporáneo, y con él viajé. Llevamos una vida muy de artistas, díscola, siendo jóvenes, rumberos y desordenados. Pero un año más tarde me sentí asfixiada, no me estaban saliendo las cosas como esperaba. Había hecho un libro con una beca que me había ganado del Ministerio de Cultura de Bogotá, Bogotá sueña, la ciudad por los niños, este reúne testimonios de niños sobre sus sueños, pero no lo había podido publicar. En ese momento trabajaba en una editorial como lectora y me estaba aburriendo mucho.
También escribí mi primera novela, Duermevela, en esa época de Barcelona. Tuvo buena crítica. Antonio Caballero decía que era la mejor novela de esa generación, pero hoy en día le podría ir mucho mejor, para entonces era experimental para el mercado colombiano. La escribí a raíz de la muerte de mi papá que se dio un poco antes de irnos a Barcelona. Fue una elaboración del duelo. Plantea el duelo como una especie de intersticio entre el sueño y la vigilia, un estado en el que no se está completamente despierto. Fue un ejercicio muy importante a nivel literario y anímico para mí, pues se me fue muy hondo mi proceso de catarsis. La publicó Planeta en el 2010. Esta la considero mi primera piedra y es ahí cuando pienso que puedo darle un intento a la escritura.
Entonces me devolví a Colombia en el 2007. Poco después me separé de Muyi (quien tristemente murió de cáncer hace algunos años). Comencé a trabajar en el Ministerio de Cultura donde permanecí cuatro años donde conocí y me hice amiga de Paula Moreno, quien era ministra. Luego me retiré para nuevamente trabajar por mi cuenta al asumir lo mío como una profesión, aún con miedo.
En el 2014 Tragaluz editores me publicó Johnny y el mar, un libro juvenil que cuenta la historia de un niño que se pierde en Providencia y que termina siendo adoptado por un isleño. Se ha traducido a un par de lenguas,, lleva varias ediciones pues se ha vendido muy bien. Luego, en el 2015, escribí La casa de la belleza, libro que ha sido traducido a más de veinte idiomas, algo afortunado que no le pasa a mucha gente. Fue maravilloso, pero a la vez aterrador.
En ese momento no entendía bien ni el mercado ni el contexto. He vendido la opción de derechos audiovisuales de ambos libros y estamos en proceso esperando qué va a pasar con ellos. La mujer que hablaba sola, mi tercera novela, es un libro publicado en el 2019. Me demoré pues en ese lapso me casé con Ricardo Ávila, tuve a mi hija y dicté talleres. El más reciente de mis libros, Cuando éramos felices y no lo sabíamos, es del 2020. Es un libro de no ficción donde narro en primera persona los cuatro viajes que hice entre Colombia y Venezuela entre el 2019 y 2020.
PROYECCIÓN
Pese a moverme en un terreno inestable en el que uno se encierra dos años solo como un neurótico, viviendo un mundo que no existe, algo medio delirante, absurdo y complejo, en mi caso ha sido supremamente liberador, me ha hecho mucho bien en muchos frentes, es algo que necesito. Ya lo asumí, esta soy yo, aunque da un poco de vértigo cerrar puertas. Mi principal proyecto es escribir novelas y libros de no ficción.
En el 2023 será publicado el libro Las huérfanas, una novela con una carga biográfica importante, combina la ficción y la no ficción, ahí voy tejiendo hilos que se cruzan. A esta novela le metí toda la ficha, me permitió mucho juego. Habla de temas mentales y tiene coqueteos con la novela histórica al abordar la guerra civil española y lo que pasó en los años ochenta en Colombia. Tiene muchas escalas y niveles de intimismo y del mundo público. En ese sentido la disfruté mucho.
No sé qué destino quiero para mis libros. Lo mío se parece a lo que hace quien apuesta, es un juego de todo o nada. Lo que he visto es que un libro al que no le apuesto nada, acaba reventándola, no así al que le he dedicado todo porque no pasa mayor cosa con él. Esto es fascinante al mismo tiempo. Uno es responsable de lo que escribe y de nada más. De ahí en adelante no se tiene ningún control sobre la obra: si le va bien, si le va mal, si se traduce, si se vende, si gusta. En la medida en que no se pueden controlar estas variables, dejan de ser una preocupación.
FAMILIA
Una vez regresé de Barcelona a Colombia, muy golpeada por una relación difícil y en crisis, desencantada de la idea de relaciones de pareja, con la sensación de que eso ya no era para mí, conocí a Ricardo a través de una amiga común . Hablamos horas y horas, luego nuestra conversación continuó y ha continuado ya quince años.
En Ricardo vi a un señor de cuarenta y siete años, de corbata y mundo corporativo, cuando yo con treinta y dos años parecía una niña. Me era impensable la idea de tener una relación con alguien así. Con el tiempo tuve que asumir que este señor me despertaba otro tipo de sentimientos, fue un proceso de descubrir a la persona que estaba detrás de la corbata, pues me había dejado trampear por la apariencia y por lo evidente.
Una persona de cargo alto, que se mueve en un mundo empresarial, pero que en el fondo es alguien muy humilde, sencillo, que le encanta escuchar, comprensivo, gocetas, tranquilo, un compañero para lo que sea. Así me fui enamorando para comenzar una relación amorosa que, durante los primeros dos años, fue de muchísimo escepticismo. No vi claro que pudiera ser lo que ha sido. Ahora son quince años de compartir, de la relación más importante que he tenido en la vida.
Creo que fue quizás esa falta de añoranza, de expectativas de largo plazo, lo que permitió que hubiera un ambiente distendido para ambos. Vivimos el momento, uno que se fue alargando hasta que nos fue quedando claro que no queríamos estar con nadie más.
Primero convivimos, luego nos casamos, un poco antes de tener a Matilde, nuestra primera hija, quien nació en el 2013. No dudé en que quería tener un hijo con él. Para mí la maternidad no había sido un tema tan importante, pero a él sí lo veía como el compañero que quería para eso, era él la persona con la que estaba dispuesta a vivir una transformación tan radical, un proyecto tan exigente.
Ricardo tiene dos hijas mayores, Adelaida e Isabel. Una vive en Finlandia y la otra en Washington. Los primeros años no fueron fáciles, quizás por la diferencia de edad, pero ya hemos pasado por mucha cosa y hoy en día nos entendemos bien y son muy cercanas a sus dos hermanos, Matilde y Rodrigo, nuestro segundo hijo, quien nació en el 2017.
A finales del 2020 decidimos vivir en España, pues tengo la nacionalidad por mi madre. Siempre quise que mis hijos tuvieran esta experiencia de vivir fuera del país. Ricardo, en el entre tanto, viaja con inmensa frecuencia a Colombia por temas laborales Por ahora, esperamos quedarnos en Barcelona al menos un par de años más. Luego ya veremos qué sigue. El mundo que vivimos nos ha enseñado a no hacer demasiados planes, más vale vivir en el presente.