Jorge Franco

Jorge Franco

The memories are life stories written in the first person by Isa López Giraldo.

Soy un hombre medianamente tímido, introspectivo, reservado, observador. Con el tiempo me he vuelto una persona mucho más tranquila, sosegada, porque como adolescente fui rebelde, acelerado, impetuoso, respondón.

En la medida en que fui encontrando mi camino, me fui enfocando. He tenido la suerte, pero también la constancia para concentrarme en el camino que he ido construyendo. He sido obstinado en lo que tiene que ver con mi oficio de escribir, en especial al comienzo, cuando todo es tan complicado, porque no tiré la toalla. Tuve claro que era cuestión de ir madurando, aprendiendo, creciendo como escritor. He sido disciplinado, porque he atendido mi oficio con juicio, con responsabilidad, con ritmo, con la entrega que él mismo me está demandando.

Como no tengo jefes, hago valer mucho mi tiempo. Me obligo a abrir espacios para la escritura, pero también para la lectura. De esta manera genero una rutina diaria, que respeto.

Soy muy apegado a los temas familiares. Tengo el pleno convencimiento de que la familia es el eje central en la vida de cualquier persona, la que brinda apoyo y está al lado hasta el final de los días.

ORÍGENES

Mis ancestros son antioqueños. Tanto la rama materna como la paterna es paisa.

Antonio Franco, mi abuelo, fue un abogado que se desempeñó en la política y en el periodismo. Militó en el Partido Liberal en Antioquia, fue su secretario, su director. También tuvo columnas en algunos periódicos, hoy desaparecidos, pero que en algún momento fueron importantes como El correo liberal que pasó luego a llamarse El correo. Hizo radio dirigiendo noticieros y haciendo sus editoriales.

Tengo memorias junto a él por lo menos hasta mis quince años. Lo recuerdo con muchísimo cariño. Fue un gran lector que tuvo una biblioteca muy completa. De él recibí libros muy importantes que me permitieron hacer una inmersión a la literatura clásica universal. Por ejemplo, Romeo y Julieta, de William Shakespeare, que para mí fue una puerta de entrada a la gran literatura, pero también al autor mismo porque con el tiempo fui consiguiendo, leyendo y releyendo toda su obra. Esto es así, al considerarlo un escritor fundamental en mi formación también como lector.

Puedo decir que me parezco a mi abuelo en lo callado, introvertido, observador, refugiado en la lectura. A él le gustaba escuchar y, solo al final, después de oír a la gente, hacía sus comentarios.

Salió del país siendo muy mayor, pero conocía el mundo y vivía actualizado de lo que ocurría en él a través de sus lecturas de revistas y periódicos internacionales. Fue autodidacta en el proceso de aprender inglés, idioma en el que leía con fluidez. Conmigo comentaba artículos de actualidad y políticos que publicaba la revista Time.

Aurora Gutiérrez, mi abuela, fue una mujer vanguardista, muy rebelde para su época. Se negó a usar el apellido de su esposo y conservó el de su padre. Era muy conversadora, alguien quien no se guardaba nada, todo lo comunicaba sin filtros, expresaba sus sentimientos. Resultaba muy divertida, porque no le daba pena nada. Tenía mucha iniciativa para las cosas, vivía sin obstáculos, nada la frenaba. Más que intelectual, fue muy negociante. También diestra para las manualidades: a sus nietos nos hacía marionetas, máscaras.

Asumió las riendas de la casa en la época de la violencia partidista que hubo a mediados de siglo pasado y que obligó a mi abuelo a esconderse durante mucho tiempo. Andaba armada pensando siempre en proteger a los suyos.

Cuando Belisario Betancur fue elegido presidente viajó sola de Medellín hasta Palacio, sin programar una visita. En las rejas les dijo a los guardias que quería conocer la Casa de Nariño, pero sin cita no podía ingresar. De inmediato les dijo que un hermano del presidente había salido con una de sus hijas, que por lo mismo los conocía muy bien como montañeros de Amagá. Finalmente, le hicieron el tour que le permitió conocer como se lo había propuesto.

Pero no solo hizo esto, sino que, cuando menos lo esperábamos, recibíamos una llamada informando que estaba en Madrid y que se le había acabado la plata. Viajaba sola y en el Consulado solicitaba que le informaran a sus hijos. Porque no le consultaba a nadie, no pedía la opinión de nadie.

Cuando había elecciones, salía de la casa y se montaba en las volquetas que transportaban a la gente hasta las urnas o paraba cualquier carro solicitando que la llevaran sin importarle que se tratara de desconocidos.

Esto no dejó de significar un dolor de cabeza para los hijos, quienes tenían que esperar a que ella se reportara. Fue una madre y una abuela nada fácil de manejar, pero amorosa.

Los abuelos tuvieron dos hijos hombres y tres mujeres. Humberto Franco, mi papá, fue muy distinto al abuelo, se parecía más a la abuela a quien le heredó el talento para los negocios.

Como vivían en el centro, muy cerca de la Catedral, durante las semanas santas de Medellín papá sacaba todas las sillas de la casa y las alquilaba en la iglesia, pues las ceremonias eran muy concurridas y no había sitio suficiente para sentarse.

Decidió terminar su colegio en la Escuela de Caballería, academia militar de Bogotá, ciudad en la que vivían unos primos suyos. Una vez graduado, regresó a Medellín donde inició negocios propios acompañado de un cuñado, luego fue un industrial destacado, muy exitoso. Desde John Restrepo & Cía. importaron alimentos, licores, distribuyeron Chitos, productos Jack’s Snacks.

Ante la muerte de su cuñado, mi papá no quiso continuar con su actividad de comerciante y se dedicó a la industria. Compró Respin, una empresa de alimentos enlatados y conservas de Medellín que sacó de la quiebra, pues le vio mucho potencial, le construyó una sede nueva y logró márgenes importantes de rentabilidad. Años después decidió venderla y hoy todavía existe.

En las afueras de Medellín montó un molino de papel para producir servilletas y papel higiénico. Cuando logró superar el punto de equilibrio alcanzando altos niveles de venta, se la vendió a una multinacional.

Pero no fueron las únicas, porque fue visionario, emprendedor, muy capaz, con gran olfato para los negocios.

RAMA MATERNA

Mi rama materna es de Sonsón, Antioquia. Familia conservadora, muy numerosa. En la casa de mi abuelo fueron catorce hijos de los cuales algunos se fueron para Cartagena, otros para Barranquilla, uno más para los Estados Unidos. Mi mamá nació en la Costa, en Barranquilla, aunque se crio en Medellín desde que tenía un año.

Benjamín Ramos, mi abuelo, fue un hombre muy bondadoso, tierno, afectuoso, cariñoso. Tenía una particularidad, porque era muy sensible al arte, especialmente por la pintura para la que tenía talento. Adelantó estudios de acuarela en Medellín, fue alumno del maestro acuarelista Pedro Nel Gómez. Si bien trabajó como empleado público de la Gobernación de Antioquia y de la Alcaldía de Medellín casi toda su vida, dedicó sus ratos libres a pintar. Recuerdo que me invitaba a pintar con él.

Con él descubrí el gusto por otras artes que yo desconocía, pues él era muy afiebrado a la música clásica, a la ópera, a la zarzuela. Con esta música nos acompañábamos cuando nos dedicábamos a pintar.

A mi abuelo le debo muchísimo, con él pude darle rienda suelta a esa curiosidad que sentía por el arte, pude ver los pintores, ver las pinturas explicadas por él, conocer el mundo mirado por un artista. La suya era una mirada diferente, pues él se detenía en el detalle, en las pequeñas cosas, en todo aquello que uno, por estar distraído en la vida, no ve. Mi abuelo no solo lo iba viendo, sino que me lo iba mostrando.

Benjamín fue muy viajero. Fue un viajero solitario como mi abuela materna, aunque él planeaba más sus viajes e informaba dónde iba a estar. Recuerdo que le gustaba ir durante períodos de tiempo muy largos a España para visitar museos.

Cuando yo me presentaba a premios, usaba como seudónimo los nombres de mis dos abuelos, Antonio Benjamín. Era mi modo de rendirles una especie de homenaje, pues fueron quienes me abrieron las puertas al universo de la literatura y del arte. Pero también sentía que era un buen agüero, y me iba bien.

Mi abuelo se casó con una mujer santandereana, de Ocaña, a quien conoció en Barranquilla. De ella tengo un recuerdo muy vago, pues murió muy joven, acababa de cumplir cuarenta años. Padeció una enfermedad degenerativa muy compleja que la fue dejando en una silla de ruedas, una especie de ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Muy lúcida, pero impedida en sus movimientos, por lo tanto, para hablar. Mi abuelo siempre estuvo a su lado ayudándola en absolutamente todo y nunca se volvió a casar, sino que se consagró a sus hijos que estaban relativamente jóvenes y luego a sus nietos. Por supuesto, mamá se casó muy temprano en su vida, como se usaba en la época.

Mi mamá, una mujer muy bella, es la mayor de tres hijos, el menor murió en pandemia, pero no de Covid. Ante la muerte de su madre apoyó al abuelo con sus hermanos, que eran seguidos. Ha sido muy cómplice de su hermana, quien nos acompañaba en la casa algunos fines de semana para compartir el cuarto conmigo y con una de mis hermanas brindándonos así una presencia muy especial.

SUS PADRES

Mi papá tenía veintisiete años cuando se casó con mi mamá, ella diez años menor, se acercaba a cumplir los dieciocho. Muy rápidamente mamá quedó embarazada, nací en febrero y en mayo ella cumplió diecinueve. Luego nacieron mis tres hermanas, todas mujeres.

Mi papá le montó varios emprendimientos para que se entretuviera. Así tuvo y administró su salón de belleza en El Poblado, también una joyería.

Con el tiempo mamá inició una obra muy bonita cuando fundó con algunas de sus amigas La casita de Nicolás, una casa de adopciones que subsiste hasta hoy y que dirigió por muchos años. A través de ella, niños en condiciones muy difíciles han encontrado hogar en familias colombianas, pero también del exterior. Se trata en su mayoría de niños con problemas, con enfermedades, con hermanos de los que no se quieren separar. He sido testigo de los reencuentros de estos niños, ya adultos, quienes buscan sus orígenes visitando la casita.

Valeria, mi única hija, es adoptada de ahí. Luego la regulación se agudizó muchísimo haciendo más largos los tiempos de entrega buscando hasta el sexto grado de consanguinidad de los niños. Por supuesto, ha habido un mal uso de la adopción en Colombia y en el mundo, pero con sus excepciones.

INFANCIA

Crecí en una familia en la que predominaban las mujeres: paisas, de carácter, expresivas, explosivas. Entonces fui minoría, pues los únicos hombres éramos mi papá y yo. Sus hijos parecíamos hermanos de mi mamá.

El que fuera joven nos traía la ventaja de que estaba muy dispuesta a compartir con nosotros, era muy entusiasta y vital, hacía mucho deporte. Se subía con nosotros en una rueda de Chicago, en una montaña rusa.

Armábamos viajes, algunos internacionales. Nos subíamos los seis en el carro con diferentes destinos, muchas veces fuimos en él a pueblear, tantas otras llegamos a la Costa.

Mi mamá y mis hermanas muy pronto comenzaron a hablar el mismo idioma, a compartir la ropa, el maquillaje. Siguen siendo muy unidas, como si se tratara de cuatro hermanas. Como mi mamá ha sido de pensamiento liberal, contrataba los trabajos que les dejaban a mis hermanas en clases de costura, pues no quiso que ellas recibieran una formación convencional, tradicional.

Mamá heredó del abuelo su gusto por el arte. Aunque no pintaba, sí lo apreciaba. Le ha gustado invertir en arte, hacer viajes culturales dedicándole un buen número de horas a museos. Me inculcó este gusto, me llevó a visitar estudios de pintores y escultores, también galerías en las que pude observarla negociando obras. Conserva cuadros de Enrique Grau, Alejandro Obregón, David Manzur, Maripaz Jaramillo. Para ese entonces Fernando Botero se encontraba viviendo en los Estados Unidos.

Asistí a la primera bienal de arte que se hizo en la ciudad patrocinada por Coltejer. Fue la primera vez que vi arte contemporáneo, para mí novedoso y distinto a todo. Ahí supe de Marta Traba, curadora y crítica de arte, quien fue determinante para el surgimiento de tantos artistas plásticos del país que han conocido las mieles de la gloria. Fue ella precisamente quien hizo la curaduría de la bienal.

Con mi mamá y el abuelo asistimos a la ópera que llegaba a Medellín, pues ella también le heredó este gusto a su padre. Con los años empecé a asistir por mi cuenta a conciertos de música clásica y a temporadas de teatro.

LECTOR

Por otra parte, al ser tan tímido e introvertido, ante la invasión femenina de mi casa encontré refugio en la lectura. Desde niño he sido un lector voraz y recibí libros de regalo, colecciones de literatura infantil y juvenil. Así fui formando mi propia biblioteca.

Comencé a leer en el colegio con una lectura acorde a mi edad, clásicos infantiles como los cuentos de Charles Perrault: Caperucita Roja, el Patito Feo, Barba Azul, La cenicienta… Pero también los cuentos de los hermanos Grimm. Tuve otros de carácter científico que hablaban del origen del universo, de la vida, pero también de ciencia ficción, temas que me interesaban e intrigaban bastante.

En algún momento, estando un poquito más grande, descubrí una escritora inglesa de aventuras que para mí fue fundamental, Enid Blayton, con su colección de libros transición entre lo infantil y juvenil. The Famous Five, eran cinco jóvenes que se acompañaban de un perro para resolver casos policíacos. Sentí ese interés por seguirles la pista a todos los casos, para lo que busqué tener todos los libros que me compraban en las librerías, pues los vendían sueltos en la medida en que la autora los iba produciendo. También leí a Julio Verne, Robert Louis Stevenson con La isla del tesoro, a Robinson Crusoe. Aunque no sabía bien por dónde buscarla, leí literatura costumbrista colombiana.

Como mi mamá estaba afiliada al Círculo de Lectores, cada uno de nosotros señalaba en la revista el libro de su preferencia para hacer el encargo. Era muy novedoso porque uno se comprometía a comprar un número de libros mínimos al mes, pero a muy buen precio, uno escogía por el catálogo que recibía en la casa. Me parecían diferentes a todo por sus portadas llamativas, vistosas, y de todos los temas. Con mi abuelo Antonio nos sentábamos a hablar de los clásicos, de Shakespeare, de Balzac, de Stendhal.

Recuerdo el escritorio en el que hacía mis tareas. Tenía un mueble al frente a modo de estantería en la que fui poniendo mis libros hasta agotarla y tener que abrirles más espacio en otro lugar.

CINEASTA

Siempre vi tan lejos, tan imposible, este oficio de la escritura, que apenas si fantaseaba un poco tratando de visualizar las historias en mi imaginario, como si se tratara de una película. Desde muy niño fui muy afiebrado al cine, afición que conservo.

El cine para mí siempre fue esa posibilidad, esa alternativa. Como mencioné, me enseñó a leer los libros visualizando la manera como lo representaría yo en una película, como escenificaría lo que estaba leyendo.

COLEGIO SAN IGNACIO

Mi papá siempre estuvo empecinado en que yo estudiara con jesuitas, a diferencia de mi mamá que quería que me quería en colegio bilingüe. Entonces asistí al colegio San Ignacio que contaba con muy buen prestigio. La primaria se estudiaba con monjas españolas que a la materia de español la llamaban castellano. No conservo vivos recuerdos de la primaria. Mi mamá me cuenta que el primer día fue un desastre, pues yo no quería quedarme, por lo tanto, busqué escaparme mientras todos me perseguían.

El bachillerato lo estudiamos con los curas en otra sede a la que llamábamos colegio grande. Siempre tuve mucha más afinidad por las humanidades que por la ciencia o las matemáticas. Pese a que mi mamá era muy exigente, pues no permitía malas notas, fui un estudiante promedio, ni muy malo ni muy bueno. Era el que buscaba cumplir. Para poder pasar las materias tuve que reforzar lo aprendido con profesores particulares.

En medio de la formación religiosa, con los jesuitas sentí que nos daban ciertas libertades, porque no eran tan conservadores que la formación que brindaban. Pese a que la misa era obligatoria, no así la comunión. Nos estaban preparando para la confirmación, pero decidí no hacerla como tampoco quise volverme a confesar, y no tuve problemas por esto. Este fue el inicio de mi camino de distanciamiento con la religión. Mi entorno no fue impositivo ni intolerante ni de fanatismos, crecí con libertades razonables dentro de la formación que recibí.

En el colegio tuvimos posibilidades con el arte, y yo aproveché muy bien esas ventajas y sus bondades. Resulta que el colegio cuenta con un gran auditorio y una pantalla enorme en la que proyectaban películas cada viernes después de clase, que yo no me perdía. Luego iniciaron un cineclub, del que hice parte. También participé en obras de teatro.

Cuando leíamos un libro, algunos profesores nos daban la posibilidad de representarlo teatralmente. Esa adaptación al teatro, en una pieza de cinco o diez minutos, me fue mostrando un camino que iniciaba por escribir el guion y que luego me llevaron a estudiar cine. Adapté fragmentos de obras de Shakespeare, como Hamlet, pero también otras como La Vorágine, muy al nivel que tenía en ese momento.

Recuerdo con mucho cariño a Álvaro Mejía, profesor de español, quien nos daba libertad total para escoger el libro que quisiéramos leer, porque para él lo importante era que leyéramos, sin importar qué. Antes de él recibíamos los libros que por obligación debíamos leer, una imposición de la que soy crítico al considerar que aleja a la mayoría de los jóvenes de la lectura. También nos enseñaron música, a interpretar instrumentos.

En la etapa del colegio seguí siendo muy solo, pues no fui de los que invitara a la casa ni visitara las de los compañeros de clase. Lo que sí ocurrió fue que cada vez más me fui integrando al grupo de mujeres de la casa porque. Aunque entré tarde a este tema, ya graduado de bachillerato, salí a mis primeras fiestas con mis hermanas con quienes aún hoy seguimos haciendo planes. Pero es que la soledad es algo que sigo disfrutando, es casi una necesidad, la de tener mi espacio y manejar mi tiempo estando solo.

VOCACIÓN

Inició una etapa de mucha confusión, pues no tenía claro hacia dónde enfocar todas mis inquietudes, tampoco conté con orientación vocacional.

EAFIT

Seguí a unos de mis mejores amigos del colegio quienes decidieron estudiar Ingeniería de Producción en EAFIT, facultad que apenas llevaba un semestre de haber sido abierta. Me matriculé cuando yo no tenía facilidad para las matemáticas. Por supuesto, en primer semestre me botaron, pues perdí todas las materias. Entonces supe que debía hacer un alto y tomarme un tiempo de introspección que me permitiera concretarme, identificar lo que quería y evitar seguir haciendo ensayos.

Fui canalizando mis inquietudes hacia el cine. Desconocía el camino que me permitiera materializar mi propósito, pues no veía dónde ni cómo estudiarlo. Por fortuna, fui conociendo a personas que me fueron orientando, pues lo estudiaban fuera del país. Con entusiasmo comencé a planear, consciente de que me tomaría tiempo, también para superar mi fracaso.

INSTITUTO DE ARTES

En el entretanto decidí estudiar Publicidad en el único sitio posible en la ciudad, el Instituto de Artes. Se trató de una carrera tecnológica corta, de tres años. Esta me funcionaba como pregrado dándome entrada a una universidad en Londres donde me proponía estudiar Cine.

Mientras adelantaba publicidad, también me dediqué a prepararme para lo que se venía en mi camino, que no era poco. Escribir un guion de un cortometraje para convertirlo luego en un story word que incluía ilustraciones de las escenas más importantes para mostrar los planos que uno quería destacar. Escribir ensayos sobre películas. Hacer la tesis que sumé a la documentación de ingreso a Cine.

Mi tesis no tuvo que ver con la publicidad, sino que produje un documental sobre la transformación que había tenido el centro de Medellín en los últimos años a partir de la construcción de la Avenida Oriental, enorme, que atravesó el centro dividiendo la ciudad.

FOTÓGRAFO

En algún momento se me presentó la oportunidad de dedicarme a la fotografía, un arte que me apasiona desde entonces. Se trataba de mi materia favorita. Recuerdo que revelábamos a blanco y negro las fotos en cuarto oscuro, el que construíamos y en el que me pasaba quizás más horas de la cuenta, pues me podría ver afectado por los químicos. También hacíamos efectos especiales.

Haber estudiado publicidad me ha servido en este mundo digital, en el que es tan importante la auto promoción, para comercializar mis libros, para las estrategias de lanzamiento, pero también para diseñar las carátulas.

LONDRES

Me ratifiqué en mi decisión de estudiar cine en Londres, pues este incluye fotografía en movimiento y el aspecto literario que nunca dejé a un lado. Se trata de contar historias con una cámara.

Llegué a un hotel de Londres donde programé quedarme durante una semana confiando en encontrar un lugar para mí. Al comienzo, mientras me acomodaba, pasé de un sitio a otro hasta conseguir mi estudio.

Estando aquí estudié inglés durante un semestre, quizás un par de meses más, hasta lograr un nivel que me permitiera escribirlo y hablarlo bien.

Mi escuela era internacional, y en ella estuve durante dos años, pues se trataba de un programa de posgrado. Como pasaba por todas las áreas de manera práctica, entonces fui camarógrafo, escenógrafo, sonidista, editor, productor de diferentes proyectos conjuntos de clase. Ya para el segundo año se espera que uno estuviera decidido en el área en la que se quería concentrar. Para mí fue claro que prefería escribir el guion y dirigir. Así logré hacer un par de cortometrajes de mi cosecha.

Por otra parte, estando en Londres pude descubrir una ciudad maravillosa en muchos aspectos. En lo cultural, por ejemplo. No sé cuántas películas alcancé a ver. El programa iniciaba cada mañana y cerraba cada tarde (de manera opcional) con una proyección de ciclos de cine de diferentes tipos o ciclos de directores. Además, visité un buen número de cinematecas magníficas. Es más, películas colombianas que no había visto en el país, las vi allá en el ciclo de cine Latinoamericano.

Por supuesto, también vi mucho arte en exposiciones, en museos. Escuché mucha música. Viajé solo a diferentes destinos con ese mismo ánimo que acompañó también a mis abuelos. Era mi forma de llenar el vacío de la soledad, gozándome la ciudad pese al clima, que no es fácil.

Esta experiencia me llenó de herramientas, pues tuve que afrontar todas las circunstancias que se presentan cuando uno es extranjero, estar lejos de los suyos y asumirlo todo, desde lo más mínimo. Mis emociones las consigné no en un diario, pero sí en cartas para mi familia.

Me dio duro estar lejos de mi casa. No eran los tiempos del WhatsApp ni de la video llamada donde se está en constante comunicación, sino que apenas si se hacía una llamada a la semana.

Hubo algo que me dolió aún más que la distancia. Me refiero a que esos dos años en Londres los viví durante la época más violenta del país, temiendo todos los días por la seguridad de mi familia. A comienzos de los noventa se vivió una guerra con los carteles del narcotráfico, sufrimos las bombas de Pablo Escobar, los carros, motos y hasta personas bombas que explotaban indiscriminadamente.

Por fortuna, terminado el primer año llegó mi hermana Elena, pues quería estudiar inglés, aunque tuvimos rutinas y horarios muy distintos.

ESCRITOR LITERARIO

Curiosamente, es en Londres donde doy el salto a la escritura literaria. Esto fue así, cuando descubrí que hacer cine requiere de un tipo de personalidad muy particular y muy diferente a la mía. Me definiría como alguien sedentario, solitario, a quien le gusta manejar sus propios tiempos, lo que riñe con el manicomio que significa hacer una película, con la cantidad de gente con que se interactúa, con sus egos y vanidades.

Muchas de las historias que pensé adaptar para cortometrajes, las fui modificando dándoles un tono más literario. Estas fueron mis primeros cuentos. Recuerdo cómo me quedaba horas escribiendo, sacando adelante una historia por el simple gusto de contarla con palabras.

COLOMBIA

RTI

A mi regreso a Colombia busqué trabajo en las productoras de televisión para vincularme con la programadora pública RTI. En ese momento se estaba apenas abriendo espacio para los canales privados.

Llegué como asistente de dirección de Jorge Alí Triana en El cuento del domingo. Se trataba de historias muchas veces adaptadas de la literatura, otras pocas originales, para atender una programación muy establecida dentro de la cartelera nacional.

TALLERES

Muy rápidamente me di cuenta de que la forma de trabajo no iba con mi personalidad. Como me aburría bastante, comencé a tomar talleres de escritura y llegué a uno muy técnico que todavía dictan. En él recibí herramientas muy concretas, puntuales y útiles para ser escritor. Fue entonces cuando decidí estudiar formalmente Literatura.

Ya había tomado un taller durante un año, antes de viajar a Londres, en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Lo dictaba Manuel Mejía Vallejo, un gran conversador y contador de historias. No me atrevía a mostrarle lo que yo escribía por tratarse de una persona muy rigurosa, dura y directa a la hora de hacer una crítica, pero muy generosa cuando le gustaba algún texto, pues hacía hasta lo imposible porque lo publicaran en algún suplemento dominical o revista. Me gustaba sí escuchar sus consejos y sus experiencias como escritor.

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Quise recuperar el tiempo perdido y ponerme al día en lecturas, pues siempre pensé que lo que había leído en mi etapa de estudiante de colegio no valía. Quise volver a leer la literatura clásica griega, romana, francesa, rusa. Como mencioné, cursando ese taller técnico volví con los jesuitas, esta vez a estudiar Literatura en la Universidad Javeriana.

He de confesar que me llevé una decepción dada mis expectativas con la carrera. Pensé que me ayudaría a formarme como escritor en el sentido práctico, es decir, esperaba que me enseñaran el camino que me llevaría a convertirme en escritor.

En primer semestre me encontré una sola materia, Taller de creatividad, la única que me daba espacio para crear, para darle rienda suelta a la imaginación. Lo dictaba Jaime Echeverri, escritor de Manizales que ya había publicado varios libros, alguien muy importante para mí. A él le gustaba lo que yo llevaba a clase para leer y analizar entre todos, entonces me invitó a corregir esos textos. Aproveché para comentarle que tenía muchos más ya escritos que también pulimos. Los cuentos los publiqué en libro que me llevó a ganarme el Premio Nacional Pedro Gómez Valderrama. En esa época también publiqué Mala noche, novela que ganó el Premio Ciudad de Pereira. Su comercialización no fue fácil, pero fueron reconocidos

Las demás materias eran teoría o escritura ensayística sobre lo que se estuviera leyendo. Aunque resultaron fundamentales porque me ayudaron a poner en orden las ideas, a identificar qué me gusta de un libro y qué no, por qué es importante lo que estoy leyendo o por qué no.

A mí me interesaba llenar los vacíos de lecturas y en la Facultad leía de la mano de personas conocedoras de los temas que proporcionan elementos y herramientas que permiten entrar más a fondo en las obras.

Por mi parte, no quise tomar las materias que tenían que ver con el área crítica, tomé las del área histórica. Tomé Shakespeare como materia, porque tenía claro que si quería ser escritor, debía estudiarlo. Pero también me encontré con una clase de literatura medieval española que resultaba incomprensible, del momento histórico cuando apenas se estaba formando el español. Realmente no justificaba dedicarle todo un semestre.

Avancé lento, pues quería tiempo para mí, para mi lectura y para mi escritura de ficción. Resulta que pasé por mi cuenta a la escritura de ficción gracias a que tenía herramientas de esa formación literaria.

OBRA

ROSARIO TIJERAS

Llevaba tres años en la Facultad cuando publiqué Rosario Tijeras. Como mencioné, en la medida en que iba estudiando, iba escribiendo. Con dificultad terminé ese semestre gracias a los profesores quienes me asignaron trabajos muy breves y así pude dedicarme a la promoción del libro. Con este cerré la etapa de la Universidad, pues no terminé la carrera.

Cuando comencé a escribir lo único que tenía claro era que, en algún momento, iba a aparecer el tema de Medellín en mi literatura, sobre todo la que me tocó vivir, una ciudad colmada de problemas, dificultades y tragedias debido a los narcos.

Estaba terminando de escribir Mala noche, cuando una prima me pasó su tesis de psicología de la Universidad de Antioquia para que la leyera. El tema me llamó muchísimo la atención, se refería al vínculo existente entre la religión y esa nueva forma de crimen como era el sicariato. En la tesis era evidente cómo estos jóvenes tomaban todos los elementos de la religión convencional para aplicarlos a su nueva forma de delinquir.

En la tesis me encontré unos testimonios de niñas en una correccional de menores de la ciudad y que contaban las razones por las cuales hacían parte de pandillas y que las tenían en la correccional. Sentí ese click. Supe de inmediato que ahí había una historia para contar, que no se había contado desde el punto de vista de la mujer en la pandilla. Si bien había algunos antecedentes en cine y en literatura en Colombia, el enfoque era desde lo masculino hablando del sicario, del muchacho, del hombre.

Comencé a investigar, a leer de esos temas. También tuve que regresar a mi ciudad para explorar, hacer entrevistas que me permitieran construir mi personaje. No quise construir la historia de una persona en particular, sino tomar de todas, apoyarme en la memoria que yo guardaba de esos años difíciles en Medellín, de mi percepción de ese mundo. Lo que vino después fue sentarme a escribir.

Por supuesto, yo no quería hacer una historia de sicarios, sino una de amor. Era una excusa para contar la fusión de esos mundos que se fueron gestando en Medellín, tan diferentes, tan opuestos, de diferente extracción social y cultural, pero con esa congruencia alrededor de lo narco, ese nuevo poder que se había tomado la ciudad.

El nombre del libro me lo dio la misma historia y no tuvo discusión. Rosario Tijeras se llamó el personaje central, era evidente que la novela tenía que llamarse así. No recuerdo haber tenido ni siquiera una opción distinta de nombre. Así nació, así se mantuvo y así quedó.

Rosario Tijeras está cumpliendo veinticinco años de haberse publicado. Participé con el libro en la FILBO de ese año 1999. Nos presentamos con quinientos ejemplares que se vendieron de inmediato obligando a que se imprimieran más no solo para la Feria, sino para distribución nacional convirtiéndose en el número uno en ventas.

También me buscaron para publicarlo fuera de Colombia para lo que conocidos consiguieron que la agencia literaria Casanovas & Linch de Barcelona se interesara en representarme, y desde entonces lo viene haciendo. Mercedes Casanovas, fundadora y dueña de la agencia, me llamó a decirme que lo estaba leyendo, pero que sin terminarlo ya sabía que quería representarme. A partir de ahí comenzaron a traducir el libro a otros idiomas.

Me ayudó muchísimo el que Enrique Santos Calderón, de quien supe a través de su esposa de ese momento y quien en ese entonces era columnista de El Tiempo y el más leído del país, le había dedicado toda su columna a la novela. Él me llamó antes de la feria para decirme que había quedado fascinado con el libro. Conversamos largo, pues me puso a hablar sin que yo supiera que iba a escribir sobre Rosario. Solo le pedí que si era posible que sacaran en el periódico una nota indicando el lugar, la fecha y la hora de la presentación.

El éxito de la novela significó reconocer que el camino sería difícil. Siempre tuve la idea de que para lograr un reconocimiento tendría que hacer un recorrido lento, pero que se me estaba dando de manera muy rápida. Tenía alrededor de treinta y seis años, no me podía quejar porque pensé que mi momento llegaría cuando estuviera ya viejo.

Vi que desde muchos frentes el libro había tenido gran aceptación, el lector lo percibía de manera muy positiva, no solo en Colombia y no solo en español, sino en otros países y en otros idiomas. Este fue un aliciente muy grande para continuar. La gran duda al comienzo es si vale la pena todo el esfuerzo, porque es muy difícil conseguir lectores, la atención de los medios, de las editoriales y obtener una buena crítica.

Tengo que reconocer que al mismo tiempo sentí miedo. A medida que el libro iba creciendo en el mercado como una bola de nieve, también crecía mi responsabilidad con mi trabajo futuro. Mucha gente me manifestó que quería más obra como Rosario Tijeras, cosa que yo no quería volver a hacer. Otros decían: “Está muy bien, pero esperemos el libro siguiente”.

Entonces hice la siguiente reflexión: “Si en todo esto que me pasó tuvo mucho que ver el azar, porque nadie sabe qué camino va a tomar un libro, a lo que le puedo apostar al libro siguiente es a trabajarlo de la misma manera como escribí Rosario: con juicio, con disciplina, con entrega, con responsabilidad, procurando hacer un trabajo digno y aprovechando el conocimiento que cada libro que se va escribiendo va dando”. Con esas premisas logré superar ese miedo.

Rosario fue adaptada al cine y a la televisión, y fue una forma de regresar a lo que había estudiado. Yo quise contar una historia de amor, si los cineastas querían lo mismo estaríamos conectados, era lo único que yo necesitaba. Yo no tenía problema con que la hicieran en México o en Rusia como se llegó a sugerir. Si querían incluir personajes o quitar algunos, tampoco me preocupaba, porque el cine necesita de herramientas diferentes a las de la literatura.

Desde entonces he pactado una separación amistosa en la que los cineastas cuentan su versión de la historia, pues lo que yo quise contar ya lo hice en libro usando mis propias herramientas. El libro siempre estará a salvo, la película puede tomar distancia.

La reedición conmemorativa de los veinticinco años de Rosario Tijeras con una edición muy bella que sacó la Random House, me ha sorprendido al ver que después de tantos años se sigue leyendo y editando en tantas partes del mundo. Es muy vigente en su contenido y la forma en que fue escrita sigue llegándole a los lectores.

La serie para televisión de Rosario Tijeras, con sesenta capítulos, funcionó muy bien, también se hizo una en México con muchísimo éxito, pues van para la quinta temporada. Hace mucho rato se soltaron de la historia original que está contada en la primera temporada.

PARAÍSO TRAVEL

Mi siguiente libro fue muy diferente a Rosario, sin abordar el aspecto narco. Se trató de la migración ilegal, otro tema que me inquietaba. La novela la llamé Paraíso Travel y tuvo un buen desempeño en cuanto a crítica, ventas, traducciones. Fue adaptada al cine y a la televisión.

Un par de viajes fueron fundamentales para escribir el libro. Uno fue a México donde visité la frontera norte, pisé los pueblitos en los que la gente pasa clandestinamente a los Estados Unidos. Quise recoger el paisaje, la atmósfera.

Recuerdo que alguien me invitó a cruzar la frontera. Me dijo que, si quería, me pasaban. Pero yo soy muy cobarde, quizás prudente, entonces no lo hice. Menos conociendo las historias tan horrorosas que viven en esos cruces. No me iba a arriesgar pudiendo pasar a los puestos de frontera con mi pasaporte y mi visa.

Encontré abundante documentación sobre este tema, pues la migración es algo que ha marcado a los mexicanos, afectándolos, entonces se han dedicado a estudiarla con juicio.

En Nueva York, específicamente en la zona de Queens, encontré mucha información al hablar con inmigrantes indocumentados que me contaron su drama. Cada historia era una novela, cada historia era un libro, pero yo ya tenía armado el mío. Como ya había escrito las primeras páginas, quise concentrarme en esa pareja que se pierde cuando llega a Nueva York, se pierden el uno del otro. Por supuesto, los aportes de cada inmigrante fueron muy valiosos. No solo resultaba importante la historia de la forma como pasaron, sino como sobrevivieron. Me quedé en Queens un par de meses conociendo, observando, investigando, escribiendo. A mi regreso la continué en Bogotá.

Esta experiencia me enseñó a escribir en otras partes del mundo, cuando me tocaba viajar a ferias del libro, a eventos culturales, literarios, a los que me invitaban y a los que no me negaba.

Esta fue una novela para mí muy difícil de titular. No quería caer en lugares comunes con el nombre, pero en ella se desarrolla esa idea del sueño americano que lleva precisamente a un lugar común. Yo no veía el título pese a tener una lista muy larga de opciones. Hice un sondeo, pero ni así lograba encontrarlo. Los editores me pasaron cincuenta títulos posibles que a mí no me llenaban.

En medio de todo esto hice un viaje de trabajo a España donde conocí a un editor español bastante bueno, y nos hicimos buenos amigos. A él le pasé la novela y le conté que quería un título que manejara el bilingüismo, fácil de entender y de pronunciar para quien no hablara inglés.

Nos pusimos de acuerdo para compartir un café en el que me dijo: “Mira, ahí tienes lo que estás buscando. El título está en el mismo libro”. Yo menciono una agencia de viajes que llamé Paraíso travel, la que engatusa a la gente para pasar el hueco de la frontera. Yo no lo había visto y, en efecto, ahí estaba cumpliendo todo lo que yo buscaba.

La película se hizo con bajo presupuesto y en ella quedó muy bien contada la historia. Soy de la idea de que la fidelidad, en muchos casos, es la que mata la adaptación al cine, ese deseo de serle fiel a la historia, de parecerse tanto al libro, acaba con ella. Estamos hablando de dos ámbitos completamente distintos que utilizan herramientas completamente distintas. Lo importante es la esencia de la historia, el alma de la historia. El poder de la literatura es el lenguaje, y se trata de un lenguaje literario que solo funciona en la literatura, en ningún otro arte. Pretender llevarlo al cine es un absurdo.

Fui con guionista y a los productores les causaba gracia el que yo propusiera quitar cosas contenidas en el libro. Por ejemplo, escribí sobre un viaje entre Nueva York y Miami en un bus donde el narrador va recordando todo. Bajo mi punto de vista, ese viaje no funciona en la película, aunque se incluyó la imagen del bus partiendo, hasta ahí.

Siempre he sostenido que es un viaje en sentidos opuestos. El libro es un viaje hacia adentro, la película hacia afuera. El libro expone sentimientos, pensamientos. El cine muestra el entorno, su fotografía, el sonido, la música, el rostro de los personajes.

TRASPASO DE ANTORCHA

Paraíso Travel se publicó dos años después de Rosario Tijeras. Luego se juntaron varias cosas importantes para mí. La primera fue la adaptación al cine de Rosario que se da precisamente cuando estoy promocionando Paraíso en México en el 2001. Conocí entonces al director y a todo el equipo de producción para iniciar un trabajo conjunto, pues me involucraron de manera muy generosa. El resultado fue la película que se estrenó en el 2005.

Lo otro que me ocurrió durante ese viaje fue que pude conocer a Gabriel García Márquez, un autor que he venerado y por quien he sentido mucha admiración. Jamás pensé que esto llegaría a pasar. Alguien del equipo de cineastas me contó que Gabo estaba leyendo Paraíso Travel, lo que para mí fue algo grandioso, muy emocionante. Tres días después me dijo que ya había terminado el libro y que quería invitarme a su casa.

Lo visité un domingo en lo que para mí constituyó una visita muy especial y linda, dado que se dio en un ambiente muy familiar. Se encontraba con Mercedes, su esposa, más tarde llegó uno de sus hijos y varios de sus nietos. Me enseñó su estudio, también nos tomamos fotos. Sin que yo, por pudor, le formulara preguntas sobre mis libros, hablamos de Rosario Tijeras, de Paraíso Travel. Para la película mencionó: “Si logran mantener el tono con que está escrito el libro, van a tener una buena película”.

Me invitó a acompañarlo en diciembre de ese año a dictar un curso, el que él ofrecía anualmente en la escuela de cine y televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba. Efectivamente, viajamos, dictamos el curso durante dos semanas que empatamos con el Festival de Cine de la Habana. Con esta experiencia pude conocer a Gabo, no en su intimidad, pero sí en su privacidad. Compartí con él y con su familia, con sus amigos cubanos y aquellos que lo visitaron estando allá. A ellos les dijo: “Este es uno de los escritores a los que me gustaría pasarle la antorcha”. Me autorizó usar esa frase para promocionar mi trabajo, y se sigue usando en las fajillas y contraportadas de mis libros.

Pude comprobar lo que ya me habían dicho y leído, que se trataba de un Gabo muy entregado a sus amigos, alguien muy generoso, incluyente. Muy dado a respetar la voluntad de su esposa, porque él tenía claro que quien tomaba las decisiones en la familia era ella.

Por otro lado, pude observar a un Gabo vanidoso, que sabe quién es; alguien venerado en muchas partes del mundo, muy especialmente en Cuba. Esto acorde a su prestigio, a su calidad literaria y a lo que él representa como escritor. Se trata de uno de los escritores más leídos del mundo, más importantes de la literatura universal reciente.

Recibí de García Márquez su voto de confianza. Para mí fue muy significativo, y lo sigue siendo, el que elogiara mi trabajo, que sintiera plena confianza en mí y me abriera las puertas a su mundo. Esto era para mí el todo, aunque me asustaba un poco. Cada vez que se van recibiendo elogios y se van ganando lectores, la responsabilidad y el compromiso van aumentando también.

Seguimos en contacto, hablamos ocasionalmente y de manera breve por teléfono, por mi parte le enviaba mensajes en su cumpleaños, coincidimos en un Hay Festival y en un Congreso de la Lengua Española en Cartagena. Cuando me enteré que se fue desconectando, guardé silencio.

Con la seguridad que recibí de Gabo, quise correr riesgos literarios, tomarme más tiempo para escribir mis novelas. Perdí el afán de la publicación, algo fundamental en mi carrera, pues ya tenía dos libros que habían funcionado bien y las películas también, la de Paraíso Travel gracias a Simón Brand y a su equipo conformado por jóvenes.

MELODRAMA

Inicié Melodrama, un proyecto difícil, realmente arriesgado, pero que tuvo muy buenos resultados, en crítica y en ventas. Me permitió explorar muchas cosas que funcionaron, de manera experimental. Aquí hubo un cambio en mi forma de escribir.

Melodrama es una confirmación de una madurez literaria que hizo diferencia, que marcó un antes y un después. Siento que los libros que vinieron luego son diferentes, mucho más estructurados, muy cuidados en su escritura.

Se tradujo a varios idiomas, viajé con él a muchos destinos del mundo. Al ser una novela muy literaria no tendría una adaptación fácil al cine, sin que esto me afectara. En Bogotá montaron una representación teatral en la que no participé, tuvo mucho despliegue, porque fue muy mediática, pero para mí no funcionó, me decepcionó. No hicieron un verdadero trabajo de adaptación, de dramaturgia, para ponerla sobre un solo escenario.

En el 2006, año en que se publicó Melodrama y la estaba promoviendo, busqué acortar los viajes lo más que pude compensando con jornadas mucho más intensas, pues yo quería volver a Colombia para disfrutar a mi hija quien apenas contaba pocos meses de vida.

PREMIO ALFAGUARA

Continuó para mí una carrera más entregada a los procesos de escritura, con más concentración, con más tiempo. Le bajé mucho al tema de los viajes, promociones y eventos culturales buscando ganar más espacio para la escritura.

Escribí Santa Suerte, con un corte de melodrama y con personajes similares. Luego, en 2014, me llevé una sorpresa muy grata, importantísima para mí, cuando gané el Premio Alfaguara con El mundo de afuera.

El mundo de afuera tiene dos líneas que se entrecruzan. Una es realista, dura, y otra muy fantástica, muy en el tono de la literatura infantil. Esto se pudo dar gracias a mi experiencia como papá y a que retomé todos los elementos de la literatura infantil de los cuentos que le leía a mi hija. Así pude contar esta historia de otra manera, de una que funcionó.

El premio lo recibí con mi esposa y con mi hija. Coincidió con los quince años de la publicación de Rosario Tijeras. Lo recibí como un reconocimiento a esos años dedicados a la escritura. Fue muy emocionante al tratarse de un premio que yo había valorado mucho por las personas que lo habían ganado y porque lo ubica a uno en un nivel editorial importante.

Fueron nueve meses, de marzo a diciembre, en los que no me quedó un solo instante para escribir. Viajé a todos los países donde se habla español para promover el libro en jornadas muy intensas de prensa, presentación y eventos en Sur y Centro América, también en España.

Cada vez que llegaba a un país y sentía el entusiasmo de los lectores y veía la puesta grande que había hecho la editorial para que el libro premiado se divulgara, para que tuviera una difusión importante, se me borraba un poco el cansancio. Entonces me dediqué a la lectura.

WASHINGTON

El suceso más importante para mí como persona es el haber sido papá de Valeria, en el 2006, por primera y única vez. Me dolía separarme de mi hija para atender giras, por lo que busqué viajar con ella y con mi esposa hasta que la etapa de colegio impidió que me siguieran acompañando exceptuando la época de sus vacaciones.

Valeria desde muy chiquita comenzó a dar muestras de tener un talento muy grande para el ballet clásico. Inició en una academia en Bogotá, la llevamos a cursos de verano de ballet en los Estados Unidos en los que le fue siempre muy bien. Cuando tenía doce o trece años, sus maestros en Colombia nos dijeron que consideraban que había tocado techo, que lo mejor era llevarla a otro nivel. Entonces comenzamos un proceso de búsqueda que nos permitiera viajar con ella. No nos atrevíamos a soltarla, estaba muy chiquita y se trata de nuestra única hija.

Durante un año largo visitamos academias, compañías de ballet, colegios. Finalmente, pudimos concretar algo para comienzos del 2020 en Washington. Fue entonces cuando decidimos vivir en los Estados Unidos. Pero coincidió con la pandemia y pensamos que no alcanzaríamos a salir del país, pues cerraron aeropuertos. Vinieron unos meses de mucha angustia pensando que no alcanzaría a iniciar ese año. En septiembre logramos un vuelo humanitario gracias a una visa especial de talentos que me sellaron en el pasaporte, extensiva a mi esposa y a mi hija.

A Valeria la recibieron con una beca en The Kirov Academy, academia rusa que contaba con colegio en la jornada de la mañana. Tenía estudios grandísimos en los que recibían las clases con pianista oficial para cada una de ellas, atendidas por profesores de muchas partes del mundo, el director de la parte artística era un bailarín chino. Y desde Rusia les enviaban todo el vestuario para sus presentaciones, algo alucinante.

A partir del 2020 comencé a darle más importancia al mundo del ballet de Valeria que a mi trabajo literario aun teniendo más tiempo para la escritura y con la posibilidad de concentrarme con mucha más fuerza en lo que es mi trabajo. Me volví muy selectivo para aceptar invitaciones a eventos buscando que mi hija realizara su proyecto de vida que es el de convertirse en bailarina profesional.

La academia les daba la oportunidad de participar en eventos internacionales para recibir premios que tienen mucho prestigio. Y a Valeria le fue muy bien ocupando en alguna ocasión el primer lugar, en otra el segundo, y siempre estaba entre los doce primeros entre cuatrocientos participantes.

Después de dos años el Ballet de Boston la becó para ser aprendiz de la compañía y terminar su colegio. Se graduó en mayo del 2024 y desde agosto está vinculada al Ballet de Filadelfia.

Así pues, mi vida en los Estados Unidos se la he dedicado más a mi familia. Washington es una ciudad que me encanta, es muy linda, muy verde, manejable pues todo queda cerca, tiene una oferta cultural muy enriquecida. Tengo la ventaja de poder realizar mi trabajo desde cualquier lugar en el que pueda instalar un computador y encerrarme. He podido llevar una sin muchos sobresaltos.

Viviendo en Washington he seguido escribiendo. Es más, antes de viajar, en el 2018 alcancé a publicar El cielo a tiros. En el 2023 publiqué El vacío en el que flotas, mi primer libro escrito por entero en los Estados Unidos y que he venido promocionando.

ESPOSA

Conocí a mi esposa, Natalia Echavarría, desde niña cuando fue compañera de una de mis hermanas en el colegio en Medellín. En ese entonces no le presté atención, era realmente muy chiquita y yo tenía otros intereses. A mi regreso de Londres coincidimos en Bogotá. Natalia había estudiado su pregrado en Boston, luego en Florencia.

Nos casamos después de vivir un noviazgo de dos años y contamos casi treinta de matrimonio. Ha sido excelente compañía. Extendíamos los viajes por promoción de mis libros, nos escapamos para disfrutar más de cada lugar.

Fue precisamente Natalia el referente de Valeria en el ballet, sin que se le presionara nunca para que lo aprendiera. Valeria desde niña empezó a ponerse las puntas y el tutú de la mamá, y a sus seis años le pidió la llevara a la academia. Esta ha sido su afición desde infancia, de las dos. A partir de entonces, Natalia le dejó ese espacio a la niña, para que se lo apropiara.

PROYECTOS

En este momento estoy trabajando en un par de proyectos para series de televisión, porque sigo en el tema de la adaptación. Esto me lleva a ver muchas series y cine diariamente, que me fascinan. Tampoco descuido la lectura, un ejercicio sin estrés, jugando un papel pasivo aunque se aporte con la imaginación. Ahora mismo estoy trabajando en una novela.

¿Se contamina uno como lector cuando tiene la academia detrás?

Creo que sí hay una contaminación de la lectura cuando se tiene la academia detrás de tu juicio cuando estás leyendo. Es curioso porque si es una buena historia te dejas llevar. Con una fascinación adicional, la de poder identificar elementos literarios valiosos al poder ver y desglosar la maestría de un trabajo.

Defiendo el gusto de leer sin que se cuente con ningún antecedente académico porque se disfruta con frescura, liviano, imparcial.

¿Se contamina el escritor?

De esta misma forma soy crítico con quienes desde la academia intentan justificar, y de manera rebuscada, los procesos de escritura. Porque hay cosas que no tienen explicación. Simplemente ocurren porque así es la literatura, porque el inconsciente funciona de maneras muy extrañas que hace que las cosas pasen.

El escritor es un instrumento entre algo muy mágico y especial que requiere de una técnica, pero con un componente indescifrable.

¿Así como un lector puede saltar de un libro a otro avanzando en su lectura, tú como escritor tienes varios libros iniciados y en proceso?

No soy capaz. Lo máximo que sí logro hacer es trabajar en una novela y en un guion al mismo tiempo. Esto es posible porque cuando envío los borradores, los productores se toman su tiempo en responder. Durante esos espacios me concentro en avanzar en la novela. Son dos formas de escritura tan distintas que no compiten la una con la otra.

¿Tienes algún libro en reposo, frenado por alguna circunstancia?

Después de Rosario Tijeras tuve una inquietud de una historia que quería sacar adelante. Comencé a escribirla, avancé hasta la página cien, después no supe cómo continuar, se me cortó el camino. Escribí Paraíso Travel esperando regresar, pero me sentía frenado cada vez que volvía.

Eso sí, me di cuenta de que de esa historia yo podía sacar dos o tres cuentos dándoles la vuelta, cambiando un poco las cosas. Y así lo hice con un personaje similar, sin que se reconocieran en un cuento y en el otro.

No me preocupé mucho al deducir que, si hay pared, es porque no hay más. Quizás más adelante puedan ser distintas las cosas. En realidad no me ha emocionado mucho volver a ella.

Es la única vez que me ha pasado, pues he ido desarrollando un olfato que me permite saber si una historia va a dar los suficientes elementos para convertirse en novela. En eso he acertado.

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Siempre he sostenido que el proceso de escritura es de ensayo y error. Voy buscando, avanzando, me devuelvo, borro, elimino material, reescribo. Esto ocurre una y otra vez, hasta ir encontrando ese tono, esa voz, que me haga sentir medianamente satisfecho con la historia para seguir adelante.

En un día puedo avanzar una página y me doy por bien servido si logro sacar dos. Actualmente me tomo tres y hasta cuatro años escribiendo un libro, lo que implica muchos cambios en uno, en la vida y en la relación con esa misma historia.

Rosario Tijeras fue un proceso de dos años que, como lo viví en la Universidad, me llevó a escribir en las noches y fines de semana. Nunca he podido escribir en las madrugadas, pero no me cuesta trasnochar, por el contrario, se me facilita. Me podía quedar hasta muy tarde escribiendo. Desde que estoy dedicado a escribir, prefiero hacerlo en las tardes.

Me ocurre que, cuando termino una historia y llego al punto final, la transcribo en su totalidad. La imprimo, la ubico junto a mi computador y comienzo a pasarla desde la primera página, como si la pasara en limpio. No es algo automático, es corregir desde la escritura. Esto ha sido así desde mi primera novela. Cuando no había computador, todos los manuscritos estaban llenos de rayones y notas y márgenes que había que pasar en limpio. Esto se le parece, es un poco así. Siento que es mejor corregir desde la misma escritura que desde la sola lectura.

¿Cómo seguir escribiendo sin la tensión de cuando todo lo que se ha producido ha tenido tan buena crítica, ha sido tan bien vendido y tan difundido?

El tiempo me ha enseñado que nunca hay unanimidad sobre la opinión de un libro. Tengo lectores que prefieren un libro sobre los otros. A algunos les ha gustado más el que menos difusión ha tenido.

También tengo claro que como escritor no le voy a agradar a todo el mundo, pero puedo sorprender a alguien a quien antes no le gustaba. Esto es inherente al oficio mismo.

Si autores de primerísimo nivel como García Márquez, Vargas Llosa, Saramago, tienen sus detractores, gente que los critica duramente, qué podemos esperar el resto de mortales.

Pero tú recibiste la antorcha.

Al reconocer que no hay unanimidad, siento mucha libertad. Sé que debo establecer un vínculo con una historia que yo quiera contar, con la que yo me sienta cómodo. Me refiero a que sería fatal escribir por obligación. También me refiero a que el contenido puede incomodar, porque este puede ser difícil, duro, puede sacudirme. Lo importante es que yo quiera abordar el tema y que esté disfrutando del proceso. El día en que no sea así, dejo el proyecto.

Un lector puede abandonar su lectura, pero qué pasa con el escritor cuando no quiere sentarse a escribir.

Lo he vivido ante situaciones de estrés, por ejemplo. En cada proceso hay momentos difíciles, obstáculos, frustraciones. En ocasiones pienso que lo que estoy escribiendo no va para ningún lado, pienso que no le va a interesar a nadie. Pero he aprendido a gozarme esos obstáculos. Las dificultades se me convierten en reto, el de resolver una situación adversa, una que me mantiene empantanado. Resulta muy gratificante salir adelante.

Sé que, hasta cierto punto, debo cumplir con algo. Y no voy a dejar tirado un proyecto en medio del camino sin haber hecho una lucha grande. Esto es así aunque quede medianamente satisfecho, porque soy muy crítico de mí mismo.

¿Cuál es el aspecto como escritor con el que más cómodo te sientes, con el que más te identificas y al que más criticas? ¿Qué te dices cuando te miras al espejo?

Me percibo como alguien a quien no le importa arriesgar en lo literario. De hecho, mi última novela es demasiado arriesgada. Cuando la estaba escribiendo sentía que me estaba pegando un tiro en el pie, pero salió bien. Logré sacarla adelante a pesar de los riesgos que corría y esto me dio muchísima satisfacción. En algún momento en la plataforma Goodreads logró 4.5 de calificación por parte de los lectores.

Tengo que cuidarme mucho cuando escribo, y aquí entro en una faceta crítica, porque tiendo a volverme un poco dulzón en el tono. Lo percibo más en Rosario y Paraíso, por supuesto, las dos son historias de amor. Esa cosa almibarada es muy acorde al alma de la historia. Aunque trato de cuidarme, de no pasarme en el tono dulce ni en el lenguaje dulzón que a veces puedo tener la tendencia a usarlo.

I also try not to say too much. I believe that in literature what is said is as valuable as what is left unsaid. What is between the lines, what is suggested, can be more important than what is said.

There is something that I am grateful for over time. Having lost the fear of criticism, of experimentation in literature. Having lost the desire to publish, because you have to take the time to do things well, correct them, revise them to get the text to perfection. I am not worried or disturbed by the fact that I don’t know how long I will be writing.

We have never talked about poetry in your life.

It’s the only genre I haven’t done. I find it very difficult, very demanding. I’ve always thought that the shorter the genre, the more demanding. Poetry has the virtue of insinuating so much with so little.

When I read poetry I try to go back a long way, to the Golden Age, because I don’t have many elements to judge contemporary poetry. I prefer the filter of time to be what allows me to reach poetry, which can provide me with something.

What is time in your life?

Time is humanity’s true hell. It is one of the few things in life that cannot be controlled, because it escapes, it is capricious.

Even though time measurements are scientifically established, the perception of time is capricious, depending on the moment, depending on what you are feeling. A wait seems eternal, a happy moment can pass very quickly.

I think that for someone who lives in difficult conditions, time must have very devastating conditions. Like when you suffer from an illness, when you have expectations for something, when you have economic or emotional deficiencies.

Mortality itself is the great dilemma of the human being, as is the condition of immortality, if it existed. These two words are linked to time, which man does not control. We are all marked by being born with limited time.

What should be your epitaph?

It is very difficult to find a phrase that sums up the entire life experience of a human being. I don’t think much about my death either, it’s not a topic for me. I know it will happen, I just hope I get there safely.

I appreciate the time you dedicated to me, for me it has been a great investment.

I also thank you because you took me to areas that I had forgotten and that are very nice to remember. You also took me to explore others, to throw balloons over others, which are not on the agenda to think about them. Very rich conversation.