IGNACIO MANTILLA
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Soy un padre de familia hogareño porque me encantan las labores propias de la casa como cocinar, cultivar, cuidar del jardín. También soy un matemático que, gracias a la educación, ha logrado formarse al más alto nivel al que se pueda aspirar en el área con la oportunidad de acceder a una élite académica.
ORÍGENES
Mis ancestros son de Santander. La familia de mi padre, José Ignacio Mantilla Acevedo, era de Zapatoca, que significa “la ciudad sin padre” y más conocida como “La ciudad del clima de seda”. La de mi madre, Ernestina Prada, es de Los Santos, municipio que da nombre a la muy conocida Mesa de los Santos, región que hoy en día es famosa por ser el lugar en el que más tiembla en Colombia.
Mi abuelo materno, Ramón Prada, fue alcalde de Los Santos por varios años. A él, como a mi mamá, le gustaba mucho escribir.
Mi mamá tuvo una letra preciosa que conservamos a través de sus libros de recetas de cocina, que son como para enmarcar. Creo que, de haber tenido la oportunidad, hubiese podido dedicarse a escribir. De alguna forma lo hizo, a través de las cartas que cruzó con su hermana monja que murió muy joven, pero también con sus otras hermanas que vivían en distintos pueblos como Charalá, Piedecuesta y particularmente conmigo cuando estudié en Alemania. Era la época en que la comunicación se daba por medio de cartas.
Como Zapatoca y Los Santos son colindantes, tan solo los separa el río Chicamocha, en su época había mucha interacción entre sus habitantes, lo que propició el que mis padres se conocieran, se enamoraran, se casaran y tuvieran siete hijos de los que soy el menor.
Resulta que en la zona y por tratarse de una región muy árida, el tabaco fue por años la única fuente de ingresos de las familias, a través de contratos directos con la tabacalera o porque se dedicaban a su cultivo. Entonces mi padre trabajó en la Compañía Colombiana de Tabaco – Coltabaco
Pero mi padre murió muy joven, a sus cincuenta y nueve años, cuando yo tenía apenas dos y mi hermana mayor acababa de graduarse como normalista, aunque de inmediato comenzó a trabajar como maestra.
Al quedar viuda mi mamá, parte de los ingresos para sostenernos los obtuvo haciendo dulces que vendía en la tienda que abrió en su casa, pero también preparaba tamales los fines de semana. Tuvo dos muchachas que ayudaban, una en la cocina y otra con los niños: Hersilia, Eduardo, Celia – Chela, Ester, Jorge, Leonor, Ignacio.
INFANCIA
Nací en Los Santos, como mi mamá, y conté con su protección porque, cuando somos tantos, los hermanos mayores imponen cierta autoridad, asumen que tienen el derecho de regañar y de formar.
Ser el menor tiene muchas otras desventajas, por ejemplo, sentados ya a la mesa se compite para quedarse con las mejores partes de lo servido.
Gocé mi infancia corriendo, con mis hermanos y mis numerosos primos, en medio de cultivos, y montando a caballo en fincas de mis tíos cerca al Jordán, municipio ubicado a orillas del río Chicamocha donde no había carretera, sino hasta hace muy poco.
Para llegar debíamos bajar por el camino empedrado que construyó el ingeniero alemán Geo von Lengerke, y que tenía setenta y dos vueltas empinadas de un camino con cuatro metros de ancho, luego teníamos que subir un poco más para llegar a la casa principal de la finca de mi tío Salomón.
Esas montañas agrestes y ese clima cálido forman parte de mis recuerdos de infancia, como el ir a pescar, a nadar en el río, a cabalgar. Pero también jugué en la calle, con trompos, a las escondidas, con balones, actividades que disfruté inmensamente porque, además, fui siempre muy inquieto.
Recuerdo que a mis siete años me fracturé una pierna estando en cine. Había llegado al pueblo una película y por estar corriendo por ahí me hice daño. Tuve que andar en muletas un par de meses, las que hizo un carpintero pues para la época no eran ortopédicas, sino de palo de escoba.
Mi municipio era muy pequeñito y en él solo se podía cursar hasta quinto de primaria. Estudiar no era una opción y no lo veían necesario, era más importante poner a los jóvenes a trabajar cuanto antes, contrario al deseo de mi padre.
En la escuela primaria me iba bien sin que tuviera ninguna afición particular, pero le dedicaba muy poco tiempo. Siempre quería estar en la calle jugando, no tuve el necesario equilibrio entre “las nalgas y la cabeza”, pues para obtener buenos resultados se requiere sentarse a estudiar.
Mi hermano mayor, muy por el contrario, era sumamente juicioso y calmado. Solo quería leer y fue el mejor estudiante del colegio. Cuando se graduó obtuvo el premio que otorgaban a la excelencia. Siempre me dijeron que lo tomara como ejemplo. En efecto, influyó en mí, como ya mencionaré.
Fue así como antes de que terminara en la escuela nos trasladamos a Piedecuesta, muy cerca de Bucaramanga, donde ya había colegios en los que podíamos cursar el bachillerato.
SEMINARIO PIEDECUESTA
Pero, como era tan desjuiciado, cuando terminé la primaria mi mamá decidió internarme en el seminario que quedaba entre Piedecuesta y Bucaramanga, el de los padres redentoristas, donde cursé los dos primeros años de bachillerato.
Aquí la educación era muy buena. En primero y segundo grado enseñaban latín, griego, francés, inglés y español. El latín me sirvió muchísimo cuando después estudié alemán, por su estructura y sus declinaciones. El francés fue una afición que mantuve, incluso en la universidad lo tomé como segunda lengua.
En cambio, la enseñanza en el seminario de las ciencias, de la matemática, no era tan fuerte como sí lo fue la disciplina, que era sumamente estricta.
Los días comenzaban a las cinco de la mañana para ir a bañarse, luego meditar, ir a misa, pero también se rezaba el Rosario en latín. Antes de cada clase uno debía dedicarse a prepararla por media hora. En la noche había que asignar tiempo a leer un libro, el mismo que uno elegía entre los que estaban disponibles en la biblioteca. No se podía hablar en el comedor, tampoco en el dormitorio. Mientras se almorzaba ponían a algún compañero a leer en voz alta una novela, que avanzaba cada día.
Contaba con espacios deportivos muy bonitos, se hacía mucho deporte, caminatas y diferentes actividades.
Este era un ambiente de mucha exigencia y de castigos forzados que tenían algo de correccional. Por ejemplo, en alguna ocasión me pusieron con dos compañeros de sacristán, y a los tres días nos habíamos tomado el vino que debía durar dos meses, también nos comimos un tarro de hostias.
El castigo fue permanecer de rodillas con cinco granitos de maíz en cada una de ellas y con los brazos extendidos y un ladrillo en cada mano durante dos horas. Era también normal que nos pusieran a darle la vuelta a la cancha de fútbol acurrucados.
Se presentaron dos hechos que marcaron una actitud. En alguna ocasión nos pusieron a redactar un cuento y el profesor, cuando lo leyó, me preguntó que dónde lo había leído porque eso no me lo había podido inventar. Él decidió que era una copia de algún lado y me exigió decirle de dónde lo había tomado. Por más que le respondí que era invención mía, me rajó por mentiroso. A partir de allí, cuando me ponían a redactar, me preocupaba más porque me creyeran que lo había hecho y no porque quedara bien.
Con las matemáticas me ocurrió algo similar y he de confesar que a mí no me gustaron por la forma en que la enseñaban. En ocasiones da uno con profesores que tienen en mente un procedimiento aprendido y quieren que el estudiante lo reproduzca igual. Si se tiene la suerte de encontrar un recurso distinto, que no se le había ocurrido al profesor, entonces califica mal, como me ocurrió. Quedé traumatizado con el mensaje de tener que aprender a reproducir lo que ya estaba dado y no a pensar por mí mismo en soluciones alternativas. Sentí que no había libertad para pensar que permitiera salirse de lo impuesto.
REGRESO A CASA
Posteriormente, cuando convencí a la familia de que no tenía vocación para el sacerdocio, corroborada por los religiosos, salí del seminario a cursar tercero bachillerato en un colegio público de Piedecuesta. Volver a la casa resultó muy amable para mí, desde la alimentación, los horarios y hasta el trato.
Para ese momento ingresé al grupo scout donde viví también una situación difícil pues en una salida, como seguía siendo inquieto, me subí a un caballo sin riendas ni silla, me tumbó y sufrí un accidente muy grave. Se me rompieron siete costillas y el pómulo, estuve enyesado y hospitalizado dos meses. A raíz de esto decidí que debía calmarme, dejar tanta inquietud y enfocarme en el estudio.
Cuando estaba en cuarto de bachillerato mis hermanos mayores se habían casado. Por la necesidad de oportunidades para estudiar, mi mamá decidió que nos trasladábamos a Bogotá. Terminé en el Colegio Nacional Restrepo Millán.
Estando en sexto tuve un muy buen profesor de matemáticas costeño, Carlos Parody, quien estimuló mucho la imaginación que se tiene para resolver problemas, me puso de monitor y fui la estrella de matemáticas. Se tomaba el tiempo de mirar lo que yo le presentaba y le parecía ingenioso.
Como el profesor Parody enseñaba también en la Universidad Pedagógica, me invitó a una de sus clases de cálculo, puso un ejercicio y me pidió que lo resolviera. Con esto les mostró que un estudiante de colegio estaba en capacidad de resolverlo y por lo mismo no avalaba las quejas que ellos, siendo estudiantes universitarios, presentaban.
Pero también siempre me gustó leer, en especial historia novelada y algo de ciencia ficción, pero no tanto novelas ni el libro de moda.
Como mis hermanos estaban casados y vivían en ciudades diferentes, viajábamos a visitarlos a Cali, Cartagena, Bucaramanga y al Huila. Llegó un momento en el que quedé solo con mi mamá, quien decidió vivir con mis hermanas. Esta situación hizo que mi hermano mayor me recibiera en su casa.
Él disfrutaba muchísimo leer y por lo mismo tenía una biblioteca muy grande que estaba a mi disposición, al igual que sus libros de matemáticas. Así fueron cuatro o cinco años de acompañamiento y asesoría.
UNIVERSIDAD NACIONAL
Mi hermano ya había terminado su carrera de Matemáticas en la Universidad Nacional. Como siempre me lo habían puesto de referente, decidí demostrar que yo también podía ser tan bueno como él y decidí cursar la misma carrera.
El ingreso a la Universidad era decisivo en mi futuro, pues si no lograba un cupo en ella, no iba a poder estudiar una carrera profesional, así que me alegré mucho cuando fui admitido.
Curiosamente, la primera anécdota es que me equivoqué al marcar el formulario de admisión porque aparecía Matemáticas en Ciencias Humanas y Matemáticas en Ciencias, cuando todavía existía la carrera de licenciatura. Al semestre siguiente me cambié de Facultad. Las licenciaturas se acabaron en 1977 en la Nacional.
Recuerdo que uno no podía comprar los libros de consulta por falta de recursos y los que nos regalaban no alcanzaban a cubrir todas las materias. Los que se podían sacar en préstamo de la biblioteca, obligaban a madrugar los viernes a hacer unas colas larguísimas y así poder llevárselos para la casa el fin de semana a estudiar con un grupo de compañeros en torno a un mismo ejemplar.
Eran épocas donde la información no estaba al alcance, como ocurre hoy en día. No había computadores ni siquiera teléfonos, apenas un par de teléfonos públicos que funcionaban con moneda. La información era muy escasa y la exigencia sumamente alta.
No dediqué tiempo a fiestas o rumbas, tuve siempre mi foco en el estudio. Quizás al terminar un semestre y, muy eventualmente, nos reuníamos en la casa de alguno para celebrar, pero de manera muy tranquila.
Recuerdo haber pasado solo unas vacaciones de fin de año, cuando mi hermano se fue para donde sus suegros en Bucaramanga, entonces me puse a resolver todos los ejercicios de “El cálculo de Apóstol”: sucesiones, series, integrales y demás.
ESPOSA
En 1978 y estando en la Universidad conocí a mi esposa, Liliana Blanco, estudiante de Matemáticas que ingresó un semestre más tarde. Éramos vecinos en el barrio Modelia y coincidíamos en la buseta. El destino nos tenía preparada una obligatoria relación porque nos encontrábamos en todas partes. Desde que nos hicimos novios prácticamente hemos estado juntos.
Volviendo a la carrera he de decir que resultó muy positivo el que no tuve que pagar matrícula después del segundo semestre por el mecanismo que beneficiaba a los mejores promedios de cada semestre. Me fue muy bien sin tener las notas más brillantes porque, por ejemplo, mi esposa era mejor estudiante que yo.
SITUACIÓN DE ORDEN PÚBLICO
Fue una época muy convulsionada y se perdían semestres. En los dos primeros años escasamente logré avanzar dos, dados los cierres, las intervenciones militares y de policía. Esto provocó la salida de muchos de los estudiantes.
Durante la carrera se dio la toma de la Embajada de República Dominicana por parte del M-19, casa que quedaba en la carrera 30 frente a la Universidad. Con este hecho perdimos un semestre.
Pero la Universidad estuvo militarizada muchas veces lo que nos obligó a acostumbrarnos a ver militares en las porterías y al interior de las Facultades.
No hay opción distinta a continuar, si uno quiere terminar.
PRIMERA EXPERIENCIA LABORAL
Entonces decidí buscar trabajo en los entre tantos y me vinculé a Max Factor a través de un compañero de la carrera de Farmacia. Estando allí tuve un trabajo muy aburrido como fue llevar el Kárdex. Rápidamente entendí que no era lo mío el permanecer absolutamente todo el día llevando registros y haciendo sumas de lo que salió y lo que llega.
Recuerdo que, para entretenerme, me aprendí de memoria una cantidad de códigos y el jefe se sorprendía por eso. Cuando hablaba de algún elemento yo le contestaba con el código y me miraba aterrado. Resultaba divertido.
Pude observar cómo la gente que trabajaba en la parte contable lo hacía de manera mecánica. Alguna vez pregunté cómo sacaban los porcentajes y las reglas de tres, pero no sabían. Actuaban como máquinas sin cuestionarse nada.
Me ganaba un salario mínimo, que para ese momento de mi vida resultaba una suma importante. Con él compré una calculadora Casio, carísima, que deseaba desde hacía mucho tener por las funciones trigonométricas y otras varias que me resultaban muy útiles porque me gustaba la aritmética de máquina.
Una vez abrieron la Universidad me invitaron a que continuara trabajando medio tiempo. Fue así como salía al medio día, pero de continuar no iba a rendir con los estudios, entonces me retiré definitivamente.
Trabajé casi todo el tiempo pues, una vez en la Universidad, la secretaria del Departamento de Matemáticas se encargaba de poner avisos en las carteleras que decían:
SE NECESITAN CLASES PARTICULARES para un joven de bachillerato – INFORMES al nro.
De inmediato llamaba e iniciaba a dictar las clases. Lo mejor era que enseñando repasaba, además, lo atendían a uno con las onces y la mamá quedaba encantada con que el niño pasara la materia.
CARRERA DOCENTE
Pero también fui monitor en la Universidad Externado de Colombia. El director del Departamento de Matemáticas, Jaime García, quien había sido mi profesor en la Nacional, me invitó a vincularme pues no contaban con carrera de Matemáticas ni de Ciencias, pero sí Administración, Economía y otras.
Necesitaban profesores y monitores, grupo del que formé parte. Y resultó muy divertido pues los sábados se reunían los estudiantes de la misma edad que buscaban que uno les explicara para aprobar los parciales.
Siempre me gustó la docencia y tuve muy buena comunicación con mis alumnos quizás por razones de edad, por un tema generacional, el que nos hacía muy cercanos.
AMIGOS
A lo largo de la carrera va uno haciendo amigos pese a que, del grupo inicial que era de cuarenta y dos estudiantes, únicamente nos graduamos tres. Considero que los amigos, cuando a más temprana edad se conocen, mayores son los lazos.
Compartí con Nathalie Jeangros, hija del dueño del Colegio Refous, hicimos la carrera juntos y estudiábamos en su casa que era muy grande y que contaba con una biblioteca extensa. En el último año trabajé como profesor de matemáticas en el Refous.
YU TAKEUCHI
Tuve la suerte de dar con algunos profesores que fueron esenciales para la carrera como Yu Takeuchi, matemático muy reconocido a nivel nacional, con una obra muy generosa que, prácticamente todos los libros con los que se estudiaba eran de su autoría. Y los regalaba autografiados.
Con él tuvimos un primer proyecto de investigación. También fue mi director de tesis.
Fueron muchas las conversaciones que sostuvimos. En ellas me contaba de su cultura japonesa tan enriquecida. Llegó de Japón en 1958 y se quedó en Colombia donde se estableció para morir en 2015.
SITUACIÓN MILITAR
Se me presentó un inconveniente, pues no tenía Libreta Militar, y debía resolverlo. Pasó un semestre que me hizo graduar a tiempo con mi esposa. La secretaria de matemáticas, a quien le había ayudado haciendo correcciones y ediciones, como había estado casada con un militar, me dijo que me ayudaría a resolver mi tema.
En efecto, logré presentarme un día a las cinco de la mañana cuando nos citaron al Batallón. Apareció, entre muchas personas a cargo, un sargento que dijo:
— Los bachilleres aquí. Los profesionales acá. Los soldados de la patria más allá.
Luego comenzó a preguntarnos a los profesionales:
— ¿Usted qué carrera estudió?
— Odontología (decía alguno)
— Ubíquese a este lado.
Y así con varios hasta llegar a mí:
— Estudié matemáticas.
Me miró y dijo:
— Ah, usted no nos sirve para nada.
Entonces me dieron la libreta inmediatamente. Con esta completé todos los requisitos y me pude graduar.
MAESTRÍA
Ya estaba considerando la maestría. En esa época no definía los temas de interés por lo que me gustara, sino por lo que estaba al alcance. Son muchas las áreas de las matemáticas: análisis, algebra, geometría, análisis numérico, teoría de números, estadística, lógica. A mí me llamaba la atención el análisis en particular, como a mi esposa.
Entonces el profesor Takeuchi, especialista en análisis y en variable compleja, quien también nos enseñó análisis funcional, creó un grupo de investigación del área análisis no estándar, nueva en Colombia. Terminamos haciendo la tesis tres graduandos, mi esposa y otro amigo, y trabajando con él en la maestría.
Fui monitor de posgrado. Como tal, dicté cursos en ingeniería: cálculo, álgebra lineal. Estos me eximieron de la matrícula, además, eran pagos.
La única posibilidad que se veía al estudiar matemáticas era dedicarse a la docencia universitaria, a diferencia del licenciado que lo hacía en el colegio. Sin embargo, empezaban a abrirse, de manera incipiente, nuevas áreas como la actuaría, imprescindible en seguros y pensiones y muy importante en la actualidad.
El profesor Takeuchi alguna vez nos reunió para sugerirnos: “En unos pocos años, quien en Colombia no tenga doctorado no va a poder ser profesor universitario”. En efecto, así ocurrió, hoy los concursos docentes lo exigen. Fue así como nos recomendó hacer un doctorado fuera del país.
Ya vinculado a la maestría y trabajando en las monitorías de posgrado, se presentó un concurso en la Universidad Nacional en el que no pude participar pues era para áreas específicas.
La mayor aspiración era vincularse como instructor asistente de planta para comenzar una carrera profesoral, pero había que presentarse a concursos y ganar alguno. Más adelante se dio uno en el que mi esposa se vinculó, pero en ese yo no pude competir por tener pendiente mi situación militar, luego lo hice yo cuando se dio uno abierto con un cupo al que aspirábamos diecisiete personas.
Gané por suerte pues había una pregunta típica de ecuaciones diferenciales: se pone a llenar un estanque, entran X litros de agua por minuto; en el tanque se han disuelto Y libras de sal y están saliendo a una tasa de Z litros por un orificio la salmuera. Después de una hora, ¿cuánta mezcla queda en el tanque?
Pero la pregunta había quedado mal formulada pues decía que entraba agua, pero no indicaba que estaba saliendo la mezcla. Respondí que, después de una hora y si el tanque es suficientemente grande, la sal que queda en él es la misma. No hice uso de las matemáticas.
El jurado lo conformaba David Moond profesor inglés y otros que discutieron si me valían o no la respuesta. David dijo que yo tenía razón en mi planteamiento, que había sido el único en leer completamente el problema antes de resolverlo. Con esto le saqué ventaja a mis competidores.
DOCTORADO
Cuando terminamos mi esposa y yo la maestría, ya estábamos vinculados a la Universidad como instructores. Nos casamos al finalizarla (en la capilla de la Universidad) y luego comenzamos a buscar la manera de hacer un doctorado.
En ese momento tan solo había cinco doctores en matemáticas en la Universidad, ni siquiera el profesor Takeuchi lo era, sino físico de la Universidad Imperial de Tokio. Entonces la Nacional nos daba comisión de estudios para el posgrado, nos pagaba por tres años el salario y nos conservaba el puesto, con lo que se podía sobrevivir mientras se estudiaba afuera.
El Servicio de Intercambio Académico Alemán, oficina que promueve la movilidad de estudiantes e investigadores, es una organización que otorga becas, pero tan solo asignaba ocho para Colombia. Aplicamos y viajé con mi esposa.
Era 1986, la primera salida del país y sin el idioma para estudiar un doctorado en matemáticas, pero sin tener tan claro en qué específicamente.
El profesor Takeuchi escribió una carta de recomendación a un amigo alemán suyo para que nos orientara.
JOHANNES GUTENBERG UNIVERSITÄT
Viajé en septiembre a Alemania, cuando tan solo había un vuelo desde Colombia de Luftansa que venía de Quito, Lima, paraba en San Juan, en Caracas, iba hasta Frankfurt. La mitad era de carga por la poca gente que viajaba en esa época.
Llegué a la ciudad de Mannheim donde estuve seis meses aprendiendo el idioma, pues la beca lo incluía. Mi esposa viajó un par de meses después.
De ahí fuimos directo a la Universidad de Mainz, con el profesor Konder que había estado en Bogotá, quien de alguna manera nos colaboró y nos dijo: “No se pongan a estudiar análisis ni álgebra, pues en Colombia la mayoría hace eso. Ustedes tienen que estudiar algo que no haya en el país”.
Entonces estudiamos áreas en las que no se encontraba ninguna persona en el país con doctorado. Mi esposa en Probabilidad y luego de su regreso se pasó al Departamento de Estadística, y yo en Análisis Numérico.
Éramos los únicos extranjeros en el Departamento de Matemáticas junto con un griego. Compartí pupitre con muchachos alemanes de pregrado, aunque llegué con maestría, pues debía empezar de cero esta nueva área. No se hablaba una palabra que no fuera alemán y en las primeras clases trataba de dibujar las letras, pues no entendía nada.
Y recuerdo que el primer curso de Pascal para aprender a programar computadores, algo que no conocíamos en el país, lo recibí cuando se usaban los discos grandes que había que formatearlos.
Trabajamos por parejas y mi compañero de curso se llamaba Matías. Entendí que el instructor del curso, cuando me dio el diskette, me había dicho: “Für Matias”. Para mí fue muy claro, entonces el disco se lo pasé a Matías (risas). Pero lo que decía era: “formatieren”.
Finalmente, la tesis la hice en alemán como único recurso, también había que exponer en los seminarios y las discusiones se sostenían en ese idioma porque el inglés no se usaba con los profesores ni compañeros.
EXPERIENCIA FAMILIAR
Vivimos en residencias estudiantiles, pero, cuando a los tres años de haber llegado nació Sebastián, nos dieron más espacio y apartamento con balcón.
Hice muy buenos amigos, que funcionan como hermanos y que recibían a los niños cuando los mandábamos solos a los once años para que tuvieran la experiencia. Recuerdo que, con amigos chilenos, hacíamos asados en verano en los prados de la Universidad. Pero, como el ingreso no nos alcanzaba para comprar carne de calidad, entonces usábamos carne molida en rollitos y salchichas.
Pero también viajamos mucho. En vacaciones hacíamos unos recorridos muy largos. En la primera salida durante el invierno, viajamos con doce colombianos que estaban en otras ciudades, en una gran excursión que nos llevó a Grecia. Hicimos siete mil kilómetros en quince días.
De Alemania me encanta su gastronomía, es más, la echo de menos y preparo platos propios de esa tierra.
En ese tiempo las comunicaciones eran muy difíciles. Para llamar a Colombia se usaban los teléfonos de moneda a los que se les echaban cinco marcos para hablar medio minuto. Siempre le pedí a mi hermano mayor que, cuando me escribiera cartas, no las enviara en un sobre, sino en medio de periódicos como El Tiempo para poder leer las noticias.
Estando allá, el 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. Sebastián había nacido ese año, en Julio. La caída del muro la viví de cerca con mis amigos alemanes. Fue una experiencia muy especial, una gran revolución sin disparar una sola vez un arma. Yo había conocido Berlín, pero con muro. Fue uno de los hechos que más me quedaron grabados.
Al día siguiente empezó a llegar gente a Mainz, ciudad distante de Berlín. Lo curioso fue que en el mercado se agotaron los bananos, pues todos llegaron con el deseo de consumirlos quizás debido a la falta de frutas tropicales que tuvieron durante tantos años.
En 1990 hubo un Mundial de Fútbol en el que Colombia participó y fue el único equipo al que Alemania no le ganó en ese campeonato; disfrutamos mucho ese partido.
Vino luego la presentación final de la tesis. En Alemania los estudios de doctorado tenían un currículo y unas exigencias muy especiales. Uno podía pasar cinco años sin saber si se iba a graduar o no porque únicamente el día de la sustentación se presenta el examen, en el área principal y en dos auxiliares, frente a cinco jurados y con público. En dos horas uno se juega todo el tiempo invertido estudiando.
Uno debía elegir el área auxiliar dentro de las matemáticas, para mi caso, y en otra. Mi profesor me había recomendado que hablara con un profesor de biología para que fuera mi examinador el día de la sustentación, lo que se hace un par de años antes.
Este profesor de biología me dio unos artículos que hablaban sobre cerebros de gatos. Le dije un día a mi profesor: “Si yo tengo que examinarme así, no me gradúo porque no entiendo nada ni tampoco me interesa el tema”.
Luego pude cambiarme a informática que era un poco más afín.
La sustentación se hizo en Análisis Numérico, Ecuaciones Diferenciales Parciales e Informática y, por supuesto, en alemán. La sesión final es sumamente estresante. Después de sustentar, informan si se aprobó o no. La costumbre consistía en que, si se lograba pasar, se sale con los amigos a tomar champaña recorriendo el campus hasta la estatua de Gutenberg. Así lo hicimos y vivimos un pequeño carnaval por varios días.
Luego volvimos a dormir tranquilos, pero con mi esposa habíamos arreglado todo para que ambos sustentáramos más o menos en la misma época y, mientras uno preparaba la parte final, el otro se encargaba del niño.
De Alemania guardo muy gratos recuerdos, fue tal vez la época que más influencia tuvo en mi vida.
REGRESO AL PAÍS
Regresamos a Colombia definitivamente, no sin algo de nostalgia porque en cinco años uno alcanza a tener muy buenos amigos, se acostumbra a las rutinas y disfruta de las comodidades que el país ofrece.
Pero debíamos volver a nuestro país de origen, lo que está muy bien porque de otra manera el esfuerzo que hace en formar a una persona hasta sacarla profesional para que se vaya a doctorar al exterior y que no regrese, es realmente una pérdida.
Una vez en Bogotá vivimos unos meses de adaptación muy difíciles con todo lo que implica establecerse. Afortunadamente está la familia que también trae otras satisfacciones.
DIRECTOR DE POSGRADO
Vinculados a la Universidad de nuevo, comenzó una etapa diferente. En mi caso como profesor conté con el respaldo de mis colegas para que, al muy poco tiempo, me nombraran director del posgrado de Matemáticas.
Mi idea era empezar a desarrollar un área que no existía y logramos la apertura del primer Doctorado de Matemáticas que hubo en Colombia, esto sin dejar la docencia. Porque seguí con mis cursos del área que había estudiado de análisis numérico, programación y otras cosas que en aquella época no eran fáciles de aprender.
En esa época la Universidad había adquirido unos computadores IBM 360 y 370, los primeros que llegaron. Y uno no podía comprarlos, es más, si se traía alguno del exterior, se corría el riesgo de que se lo quitaran en el aeropuerto.
Un colega muy cercano, Hernán Estrada, me dio un consejo: “Compre en Alemania un computador nuevo y lo usa un tiempo antes de traerlo. Déjele caer encima yogurt y póngale aserrín, de tal manera que se vea muy viejo. Esto para que no se lo vayan a quitar”. Por supuesto, no seguí el consejo.
Pero tener un computador en casa era el sueño de todos. Recuerdo la sala de cómputo de la Universidad cuando llegó el primer MAC. Hubo un curso en el que cada uno de los estudiantes iba pasando al frente y cuando movía el mouse le decían: “¿Si ve cómo se mueve en la pantalla la flechita?” Hoy suena chistoso, pero así era.
Uno llegaba habiendo aprendido a programar y manejando computadores de gran potencia, tipo CRAY, que hacía más de un millón y medio de operaciones aritméticas por segundo.
Porque veníamos de un mundo completamente distinto en el que el uso de los computadores era otro, no como en la actualidad, porque ni siquiera había Internet tan solo BITNET con el que, en la sala de cómputo en Alemania, teníamos conexión con los amigos que estaban en otra distinta y con los que uno se enviaba mensajes.
Era algo absolutamente novedoso, de muy poca memoria, y en la programación se tenía que llevar el proceso hasta cierto punto, grabar en un disco los resultados parciales y volver a correr el programa, tomando esos resultados como valores iniciales
En mi tesis tenía que correr durante tres días seguidos programas para obtener los resultados, afortunadamente en Alemania no se iba la luz. Cuando se daba uno cuenta que tenía un error, debía reprocesar.
En la sala de profesores del departamento de matemáticas, a la que pertenecíamos más de cien profesores, había un solo teléfono. Cuando llamaban, salía uno apurado al corredor a gritar: ¡Fulano de tal, al teléfono!
Son épocas que hemos olvidado, la de una generación muy difícil como lo fue la nuestra en el sentido de que la mayoría de los antecesores se ganaron la vida enseñando lo que aprendieron. A nosotros nos tocó dejar de lado lo que aprendimos para aprender nuevas cosas y poder ganarnos la vida.
Un año después de nuestro regreso a Colombia nació nuestra segunda hija, Paula, quien nos llenó de nuevas satisfacciones y retos.
DIRECTOR DE DEPARTAMENTO
Combinaba mis clases con mis responsabilidades en investigación y con mi trabajo administrativo.
Después me nombraron director del Departamento de Matemáticas y Estadística, y decidimos separarlos, así nació un nuevo departamento y el área aplicada en el de matemáticas era a la que yo pertenecía. Mi esposa se fue al Departamento de Estadística, pues su doctorado en Probabilidad era más útil allí.
VICEDECANO ACADÉMICO FACULTAD DE CIENCIAS
La Facultad de Ciencias es la facultad más grande en número de profesores de la Universidad y del país, con casi quinientos.
Renuncié al cargo de vicedecano pues debía tomar la decisión de retomar mi trabajo como matemático o seguir atendiendo solo temas administrativos.
ESTANCIA POSDOCTORAL
Decidí hacer una estancia posdoctoral en Alemania por un año. Luego nos reunimos allí con mi esposa y los niños unos meses. Esta fue una etapa muy agradable, ya no como estudiantes sino en calidad de investigadores lo que da un estatus diferente.
Me sentí como quien vuelve a casa pues habíamos dejado muy buenos amigos dedicados también a la academia, uno era ahora profesor en Francia, otro en Potsdam, que luego fue decano de matemáticas en Hannover. Nos visitábamos con frecuencia, en esas reuniones preparábamos y compartíamos comidas, una de nuestras grandes aficiones.
Estando en Alemania como estudiante recuerdo que la Universidad de Maguncia era hermanada con la de Valencia en España, entonces llegaban muchos españoles, tanto profesores como estudiantes de doctorado, a hacer pasantías. Como varios de ellos no hablaban alemán, entonces uno terminaba de intérprete y nos hacíamos muy amigos.
Uno de ellos, Faustino Oncina, el mejor bachiller de España y que se ganó una beca para estudiar filosofía en Alemania. Cumplíamos años en la misma época y en una ocasión decidimos hacer una fiesta colombo-española en un sótano de la residencia donde había bar. Reunimos a ochenta y cuatro alemanes y preparamos tortillas, paella, fríjoles y muchos platos típicos de los dos países. Bailamos con bombas amarradas en los pies y hacíamos concursos en los que ganaba a quien no se las reventaran. Una fiesta que fue inolvidable para todos.
Ese reencuentro con los amigos de viajes, de salidas a restaurantes y bares, museos y conciertos, pues la música en Alemania juega un papel muy importante, fue muy gratificante para nosotros.
Nuestra ciudad a orillas del Rhin, ofrece muchos festivales de música clásica y también popular, y en verano hacen fiestas del vino, especialmente blanco.
Viajábamos por la margen del Rhin, desde Minz hasta Colonia, trayecto que está lleno de castillos y pequeños pueblos. Se siente uno como en la Edad Media.
Mi esposa también pudo tener una estancia posdoctoral y la pasamos muy bien con los niños que nos acompañaban a todas partes.
REGRESO A COLOMBIA – MAESTRÍA
A mi regreso a la Universidad se me metió en la cabeza crear la maestría en matemática aplicada pues no existía un programa así. La materializamos con uno de mis mejores amigos, a quien ya mencioné, un físico que también había estudiado en Alemania, Hernán Estrada, que desafortunadamente murió hace ya seis años.
Hicimos muchos proyectos conjuntos y viajes a Alemania. Porque prácticamente viajo cada año así sea por un par de meses o un par de semanas.
Con Hernán empezamos a recorrer algunas universidades alemanas donde existían programas de tecno matemática, matemática aplicada e investigación. Reunimos toda la información y presentamos al Consejo Académico de la Universidad el proyecto para crear una nueva maestría. Esta sigue funcionando en la actualidad.
DIRECTOR NACIONAL DE PROGRAMAS CURRICULARES
Fue un cargo administrativo que asumí cuando en la rectoría estaba Marco Palacios, quien me había nombrado para coordinar a nivel nacional la acreditación institucional de la Universidad. También continué en la administración cuando fue reemplazado por Moisés Wasserman.
DECANO DE LA FACULTAD DE CIENCIAS
Fui decano de la Facultad de Ciencias durante tres períodos consecutivos, he sido el decano de Ciencias que mayor tiempo ha dirigido la Facultad, porque cuando había consulta, tuve la suerte de contar con el apoyo de los colegas.
Los otros decanos, de otras facultades, me nombraron su representante ante el Consejo Superior, de tal manera que estuve los seis años en la decanatura asumiendo esta responsabilidad.
Me propuse cambiar el estatuto estudiantil de la Universidad que llevaba más de treinta años, y que permitía que estudiantes, a los que llamaba dinosaurios, permanecieran casi quince años, había algunos que tenían hasta veintisiete matrículas de pregrado.
Entonces propuse algo muy novedoso que consistía en dar el paso al sistema de créditos académicos. Para esto conté con el apoyo del rector Wasserman e hice más de cien reuniones con estudiantes, socializando la propuesta y dándome a conocer en la comunidad que luego me apoyó como candidato a rector.
RECTOR UNIVERSIDAD NACIONAL
Fui rector por dos períodos, tiempo máximo permitido, desde el 2012 y hasta el año 2018. Pero, como había estado en el Consejo Superior representando a los decanos, realmente fueron doce años consecutivos frente a estas responsabilidades.
Uno de los principales logros que obtuvimos fue el Hospital Universitario Nacional. Se había comprado la Clínica Santa Rosa, se hizo toda la renovación del edificio, y con los exalumnos de medicina se logró conformar una corporación para su manejo. Hoy cuenta con 240 camas que durante la pandemia ha sido bastante útil en la atención de emergencias.
La Facultad de Medicina había hecho un paro en 2011 por la ausencia de un hospital que, desde el cierre del San Juan de Dios, había dejado de tener un sitio de práctica propio.
Se aprobó en el Congreso, en forma unánime la estampilla pro-Universidad Nacional y demás universidades públicas. Un proyecto concebido completamente por nosotros.
Uno nunca termina de hacer todo cuanto se propone, pero logramos entregarle a la Facultad de Enfermería un nuevo edificio, pues llevaba 80 años sin una sede física propia.
Hubo obras que no alcanzamos, pero que ya están terminadas. El Edificio de Artes hubo que demolerlo para hacer uno nuevo y, aunque dejamos los recursos comprometidos, no se ha logrado.
Abrimos la sede en Tumaco con programas que dan acceso a estudiantes que no tenían la oportunidad de recibir educación de calidad, pueden tomar un par de semestres o hasta cuatro en la región y luego ir a las sedes principales como Bogotá, Medellín, Manizales y Palmira.
Iniciamos la sede de la Paz en Cesar, cerca de Valledupar, proyecto que impulsamos hasta darle apertura.
Hubo muchos otros logros de proyecto nuevos, también de otros que se habían iniciado desde la rectoría de Marco Palacios y Moisés Wasserman. Por ejemplo, teníamos tres estatutos docentes que logramos unificar. En lo académico alcanzamos cifras Importantes: más de trescientos programas de posgrado, y un centenar de pregrado.
Con motivo de los 150 años de la creación, de la Universidad cuando celebrábamos el sesquicentenario, se aprobó la Ley de Honores que autoriza al Gobierno para otorgar recursos adicionales a la Universidad.
Hubo una tercera estampilla que fue compartida con la Universidad Distrital y que es exclusiva para Bogotá.
Se renovaron recursos compartidos con la Universidad de Caldas para la sede de Manizales y con la Universidad del Valle para la sede de Palmira.
Como representante de la Institución me correspondía presentarme al Congreso de la República para defender proyectos, pero también a nivel internacional pues tuvimos contactos y un crecimiento muy grande para hacer movilidad entre estudiantes. Y una de las mayores satisfacciones fue evidenciar como se dieron estos logros, pues pocas leyes se aprueban sin oposición.
Alguna vez un senador me dijo que necesitaba un cupo para un joven en la Universidad. Le dije que me lo enviara y que lo pondría en contacto con el director de admisiones para que le explicara el proceso.
Hablé con el director de admisiones, le pedí que fuera expedito y que le mostrara la carta que le había enviado a su hijo la Universidad informándole que no había sido admitido. Así ocurrió, se sentaron a hablar y el director le mostró la carta. Al joven se le indicó cómo debía prepararse, cómo debía practicar los exámenes que estaban disponibles en la página.
Finalmente logró ingresar, no la primera vez, sino en la segunda oportunidad que se presentó. Esto para que se entienda que el ingreso no se da por influencias.
Recuerdo esta anécdota porque los senadores están, seguramente, muy acostumbrados a ese tipo de favores, que no se pueden hacer en la Universidad Nacional. Posiblemente en una privada, pero no en una universidad pública.
Una dificultad mayor fueron los paros de los trabajadores que, de manera muy violenta, se tomaban los edificios, los bloqueaban, no dejaban hacer las clases e impedían el ingreso a los laboratorios. Paralizaban la Universidad, que era responsable de la buena marcha de la institución.
Por otra parte, las angustias financieras fueron un reto importante. Pero logramos que el Congreso aprobara la Estampilla Nacional, gran logro pues no existía para la Universidad. Además, benefició a otras universidades estatales del país. Con la estampilla se permite el recaudo de recursos adicionales para ser invertidos en infraestructura, por ejemplo.
Me hubiera gustado, porque posteriormente cambió el proyecto y no lo hicieron, llevar a Valledupar algunas carreras. Era una nueva sede que queríamos que iniciara en el segundo semestre de 2017, le tomó un año más, pero habíamos hecho todo el estudio y planificación para llevarles la carrera de medicina.
Hubiera sido la primera vez que llevábamos una carrera como medicina a provincia, pues solo está en Bogotá. Ya habíamos hablado en el Hospital Rosario Pumarejo, para transformarlo en un hospital Universitario de la mano de la Universidad Nacional
FAMILIA
Mi señora, Liliana Blanco, además de ser una profesora entregada a su trabajo es una gran mujer, excelente mamá y muy reconocida también por sus habilidades culinarias.
Sebastián es abogado y al finalizar su pregrado en la Universidad Javeriana consiguió una beca para estudiar su maestría y su doctorado en la Universidad de Bonn. Obtuvo Suma Cumlaude y actualmente realiza su habilitación, término para referirse a la investigación posdoctoral requerida para aspirar a un cargo como profesor en Alemania.
Está muy entregado a la investigación y su especialidad es el Derecho Internacional. Es un gran lector y está muy informado. Conoce muy bien la historia y le apasiona.
Paula, la menor, terminó el magister en Chicago y ahora está en Nueva York haciendo el doctorado en Columbia University. Estudió también matemáticas y estadística en la Universidad Nacional, pero, cuando fui nombrado rector, las cosas no fueron fáciles para ella como ocurre a los hijos de los directivos como estudiantes, entonces se trasladó a la Universidad de los Andes donde terminó la carrera de matemáticas. Lo que hace ahora tiene mayor relación con educación que con matemáticas.
Está casada hace año y medio con Juan Diego, con quien se conocía desde el colegio. Es una niña brillante y siempre intercambiamos problemas de matemáticas.
Desde que era una niña hablábamos todo el tiempo y me acompañaba a todas partes. Hasta pusimos un tablero en la cocina para intercambiar recetas y problemas.
Mis hijos se han caracterizado por su libertad para expresar lo que piensan y siempre fueron excesivamente preguntones y críticos, sobre todo Paula.
Debo añadir que siempre hemos tenido mascotas: gatos, perros, pájaros y hasta conejos. Actualmente mi mascota es Gauss, un perro que me acompaña a todas partes.
NUEVA ETAPA
A mi retiro tomé unas vacaciones, por las muchas que tenía acumuladas. Luego decidí pensionarme y seguí activo escribiendo. Tenía pendiente un informe, también seguí con mi columna semanal en un Blog de El Espectador que aborda temas de matemáticas, algo que me divierte y que ha sido exitoso.
Es muy difícil tomar la decisión de pensionarse. No significa que uno no sea productivo o no tenga la capacidad para trabajar más tiempo, sino por conveniencia económica. Entonces colaboro ad honorem con proyectos.
Habíamos comprado, hace más de diez años, una casita en Suesca, y ese lote lo hemos venido arreglando. Es el sitio donde estamos viviendo desde marzo, monté una huerta con la que me he entretenido muchísimo en esta pandemia y cuento con una vista preciosa.
Antes de la pandemia todos los días iba a la Universidad, tenía una oficina pequeña que me habían asignado y que me permitía mantenerme en contacto y saludar a los colegas. Porque si bien me había pensionado, no me había desprendido. Ahora el rol de pensionado lo asumo con mayor propiedad.
Como mi esposa sigue activa como profesora, le he colaborado en temas de tecnología para las clases virtuales que dicta.
LIBROS
Cuento con un número importante de artículos. También escribí un libro de Análisis numérico, que fue el texto adoptado en la carrera de matemáticas y también en algunas otras universidades.
Actualmente estoy preparando uno sobre divulgación matemática que busca recopilar una serie de artículos.
REFLEXIONES
- ¿Qué sería de su vida sin las matemáticas?
No sé. No me imagino en otras áreas. No soy muy hábil para esas destrezas que necesitan los ingenieros, por ejemplo.
Pero sí, en cambio, me encantan ciertos hobbies, como la cocina y la agricultura porque me parece genial sembrar una semilla, verla germinar, poderla cosechar y demás.
- ¿Cuál es su número?
Me gusta mucho el número 7, sin tener creencias numerológicas. Me gusta porque es un número primo que, además, se puede conseguir de múltiples maneras. Es un número que siempre me ha acompañado. Muchos proyectos me han salido en etapas que son o de siete años o de siete meses.
- ¿Cuál es su operación matemática por excelencia?
La operación matemática más importante es la suma. Es la operación que más poder tiene puesto que una resta o una multiplicación no son otra cosa que una suma.
Lo que es admirable es ver cómo los matemáticos como Leibniz o Pascal, fueron capaces de producir máquinas calculadoras mecánicas que dividieran. Porque, además de ser capaces de realizar las operaciones, fueron capaces de construir la máquina que lo hiciera.
- ¿Cuál considera una condición necesaria para ser docente?
Una condición imprescindible para un buen docente es la forma de comunicación y la paciencia para dejar al estudiante descubrir por sí mismo.
Así como existe el don para las artes, existe el de la docencia porque enseñar es algo muy difícil de aprender.
- ¿Qué le gusta sumar en las personas que se acercan a usted?
He gozado de buen humor, por lo menos mis amigos dicen que les hago reír con chistes relacionados con las matemáticas y que dejan alguna enseñanza.
- ¿Cómo le gustaría ser recordado?
A veces uno dice cosas simples que los amigos recuerdan y que uno ya ha olvidado. Pero por esas cosas me gusta ser recordado, por ejemplo:
El vicerrector actual de la sede Bogotá, me recordaba que alguna vez que le dije:
— Si P entonces Q, y si no Q entonces la P pa´ qué.
— ¿Cómo?
— Es que P implica Q, es equivalente a decir que no Q implica no P, pero no es equivalente a decir que no P implica no Q.
Finalmente lo entendió y siempre lo recuerda.
Con mis compañeros de trabajo a quienes aprecio enormemente tenemos encuentros periódicos para almorzar o cenar o tomar unos vinos. Son reuniones muy alegres, que disfruto mucho, en las que siempre quedan anécdotas y enseñanzas.
- Y yo sigo sin entender (risas)
Quisiera ser recordado como una persona que realmente puso por delante el bien institucional de la Universidad Nacional, que le entregó toda su capacidad para su crecimiento, que la quiso y que todo lo que se logró fue sin buscar un beneficio propio.
- ¿Y en lo personal?
Mis hijos y mi familia me califican como una persona generosa. Cuando necesitan un apoyo siempre estoy ahí para ayudarles.
- ¿Cuál considera que es su sentido real de la existencia?
Todos tenemos un pequeño intervalo de tiempo que podemos aprovechar. Cualquier ser que tenga una vida adulta puede dejar una huella, de lo contrario no tiene tanto sentido la vida.
Escribí alguna vez un artículo sobre eso. La frase que dice que toda persona debería tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol, que contiene un gran mensaje. No tiene que ser literal, pero es en ese sentido.
La descendencia en la familia, un aporte intelectual que pueda ser apreciado por generaciones futuras, y la contribución para que la naturaleza que disfrutamos la puedan tener las generaciones que vienen.
Son tres elementos contenidos en esa frase.
- ¿Cuál debería ser su epitafio?
En la tumba de Diofanto de Alejandría, matemático de la antigüedad, hay un epitafio muy interesante que habla de cómo fue su vida y se vuelve un problema algebraico que, si uno lo resuelve, sabrá a qué edad murió, cuándo se casó, cuántos hijos tuvo y demás.
Entonces, me gustaría algo que la persona que lo lea tenga que despejar alguna incógnita.
- ¡Usted insiste en retarnos! (risas)