Carl Langebaek

CARL LANGEBAEK

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy una combinación de factores, un poco lo que la vida me ha hecho ser. He tenido interés esquizofrénico por la diferencia cultural, la antropología, la academia, la educación, temas que he llevado en el alma y que definen lo que hago.

ORÍGENES

Rama Materna

Provengo de una familia danesa por la rama paterna, y totalmente colombiana por el lado de mi madre, muy centrada en los andes orientales, región cundiboyacense.

Marina González, mi abuela materna, de familia conservadora del Norte de Santander, llevó una vida acomodada, pero enviudó muy joven así que trabajó para sacar a sus hijos adelante. Montó una tienda de costuras en la avenida Caracas que le aportó los recursos necesarios para que uno de sus tres hijos pudiera estudiar. Fue una persona generosa, respetuosa, creyente, aunque permitió que mi mamá se casara con alguien de otra religión. A sus setenta años montaba en bus sin misterio.

Julio Eduardo Rueda, mi abuelo, de familia liberal del Tolima, trabajó en gobiernos liberales, casado con mujer conservadora, murió a los tempranos cuarenta, por lo mismo nunca lo conocí. Una vez enviudó mi abuela, ella se fue a vivir con nosotros a la casa convirtiéndose en una especie de segunda mamá, muy consentidora, flexible, absolutamente increíble. Fumaba cigarrillos Nacional, la competencia de Piel Roja. Si bien nació en Bogotá, vivió parte de su vida en Panamá, luego en Suiza donde la sorprendió la segunda guerra mundial.

Mi mamá es la tercera de tres hermanos. Nació en Panamá, vino a Colombia a sus siete años sin hablar español. Quiso ser historiadora, pero no contó con recursos para estudiar, pues con un esfuerzo monumental su hermano mayor se graduó de medicina. Comenzó a trabajar muy chiquita como auxiliar de medicina, luego enseñó en un colegio. Actualmente tiene noventa y dos años, es muy sana y autosuficiente: si le recetan pastillas, las tira y termina comiéndoselas el perro.

Rama Paterna

Comparto nombre con mi abuelo paterno, Carl Henrik Langebaek, quien tuvo la costumbre de marcar todas sus pertenencias, las mismas que felizmente heredé. Su familia, de Copenhague, está claramente identificada desde mil seiscientos. Fue dentista. Murió viejo, en Dinamarca.

Julia Aris, mi abuela, fue una mujer muy dulce, trabajadora, políglota que aprendió español a sus sesenta años para poder comunicarse con sus nietos. En algún momento se instaló en Uganda, África, donde uno de sus hijos trabajó con el gobierno de ese país bajo la presidencia de Idi Amin Dada, más conocido como el carnicero de Uganda.

Le escribió una carta a mi papá diciéndole que llegaría a Bogotá para estar cerca de sus otros nietos. Una vez en el país se comunicó con nosotros en español y con mi otra abuela en francés mientras montaban las dos en bus. Cualquier día la acusaron de robar en el supermercado, pues tenía la costumbre, adquirida en su país, de ir guardando las compras en una bolsa para luego pagarlas.

Henrik Langebaek, mi papá, fue un hombre muy especial a quien le debo mucho y a quien nunca olvidaré. Era adolescente cuando Alemania invadió Dinamarca en 1941, en la guerra varios de sus amigos terminaron arrestados por los alemanes, y sufrieron el desabastecimiento de alimentos. Estudió ingeniería en la Universidad de Copenhague. Quiso trabajar en Checoslovaquia, pero fue invadida por los rusos después de la guerra y sus planes se frustraron.

Uno de sus tíos trabajaba en Shanghái de donde huyó tras la invasión japonesa. Luego, de regreso a Dinamarca, se enteró de que acababa de ser invadida por los alemanes. Se preguntó dónde quedarse, así que decidió que lo haría en el siguiente puerto, Buenaventura. Trabajó en Cali, luego llegó a Bogotá donde tuvo amigos como el geógrafo Ernesto Guhl Nimtz, con quien mi tío abuelo, Kund Langebaek, trazó los planos de la Universidad de los Andes. Tuvo finca en el Tolima, vecina de la de Mario Laserna, lo que hizo que estrecharan fuertes vínculos de amistad.

El tío de mi papá lo invitó a trabajar con él en Colombia y así lo hizo. Llegó a Cali en 1951, luego se trasladó a Bogotá donde fue empresario. Pese a esto, mi papá nunca obtuvo la nacionalidad colombiana y tampoco pudo ejercer su ingeniería pues no le validaron la carrera que había adelantado en Copenhague.

Mi papá de pensamiento liberal, ateo, profesor de matemáticas de la Javeriana, fundó varias empresas en las que brindó un trato muy respetuoso y  horizontal a sus empleados. A nosotros nos encantaba almorzar con todos allá, donde el menú era el mismo, sin importar el cargo.

Mi papá fue la prueba viviente de que puede haber una ética de no creyente, la del respeto a la diferencia, por ejemplo. Recuerdo que lo hacía feliz pagar impuestos. Alguna vez le cobraron los servicios por menos valor y se fue a poner al día con la diferencia, pues había construido una casa en un lote y le seguían cobrando lo del baldío.

Siempre me decía: “el problema no es que los colombianos sean más picaros, picaros hay en todas partes, el problema de los colombianos es que son desconfiados”. Tuvo mucha conciencia social, fue generoso, desprendido, cálido, muy humano.

Viajamos en familia por todos los rincones de Colombia. Gracias a mi papá me volví arqueólogo, pues en los viajes contaba historias que despertaron en mí interés por esos temas. También nos enseñó a tomar licor en la casa y de manera moderada, esto fue así cuando cursábamos los últimos años de bachillerato.

CASA MATERNA

Mis papás se conocieron en una cita a ciegas que les hicieron unos amigos. En 1951 la iglesia Católica no casaba a no católicos por el rito normal, entonces un amigo, sacerdote danés, los casó en la casa con el rito completo.

Soy el mayor de dos hijos. Mi hermano, Andrés, ha sido el juicioso y mucho mejor estudiante. El primer día de clases para mí era terrible porque al inicio de año los profesores le advertían que ojalá no fuera como yo y llegaba a la casa a quejarse.

En tercer grado perdí historia siendo un área que me fascina, también matemáticas, así que mi papá se propuso a enseñarme a partir del sentido común y de manera lúdica. Por él aprendí a ser un profesor. Ya en cuarto grado tuve profesores inspiradores como un biólogo alemán,  Guillermo Quiroga me dictó historia de Colombia. Nos enseñaron a tener visión propia y crítica de las cosas.

La excursión del colegio fue a Tierradentro donde Ernst Bein, otro de mis profesores, había trabajado como arqueólogo dejándome absolutamente fascinado. Alguna vez me puso a izar bandera para que experimentara las delicias de ser buen estudiante, como en efecto me convertí.

Mi decisión de carrera estuvo entre medicina, por tradición familiar, y antropología, por mi profesor y muy especialmente por mi papá. Tuve ocasión de visitar un hospital lo que me dejó claro que lo mío era antropología.  

Cuando le conté a mi papá, acto seguido me llevó a una librería donde compramos un par de libros del tema arqueológico para que tomara mi decisión con conocimiento de causa. En ese entonces era una carrera a la que aplicábamos tan solo un par de bichos raros. Hoy ha cambiado, el mundo de los antropólogos se ha abierto muchísimo, ya no es algo exótico.

ANTROPOLOGÍA

En la carrera tuve profesores como María Elvira Escobar, con una vocación de docente que la hacía única y especial, pertenecía al MOIR. Jorge Morales fue un maestro extraordinario, pero también varios otros por quienes siento inmensa gratitud.

Estudiar la carrera fue maravilloso, pero fui sintiendo angustia en la medida en que se acercaba el grado, pues no sabía a qué iba a dedicarme. Comencé a trabajar en el Museo del Oro donde aprendí muchísimo. Allí calificaba las piezas de cerámica, de lítica, orfebrería.

Año y medio después un profesor me llamó para invitarme a aplicar al doctorado en Pittsburgh, sin que supiera inglés. La entrevista duró veinte minutos, al mes recibí una carta de aceptación con todo pago. Ocho semanas después estaba embarcando a un destino que no conocía donde me recibió el profesor Robert Drennan  en su casa.

Robert es un  arqueólogo norteamericano, de enormes calidades humanas y uno de los pocos extranjeros que trabajan en Colombia. Fue de gran valor en mi formación como arqueólogo.

Fueron cinco años de estudio que repetiría feliz: me pagaban por estudiar lo que me gusta, no tuve que comprar libros ni pagar alquiler. ¡Era el cielo!

Quise tramitar una beca para ir a España y que me permitiera regresar al país durante las vacaciones. Fueron tres veranos completos de inmersión en unos archivos muy valiosos para mi formación. Conté con financiación española. Como debía entregar mi tesis en dos meses, pedí seis de plazo para continuar investigando y aprendiendo.

Terminé mi doctorado un viernes, regresé al país y los Andes me contrató el mismo día para comenzar a dictar clases al lunes siguiente. De esto han pasado ya treinta años.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

COLCIENCIAS

La decana del momento, Elsy Bonilla, me instó a dirigir el programa de ciencias sociales de Colciencias por dos años. Esta fue una etapa de profundo aprendizaje con Fals Borda, Guillermo Hoyos, Juan Plata y un número importante de personalidades. Rudolf Hommes me llamó para invitarme a dirigir el Departamento de Antropología de los Andes. En la primera reunión supe que él no había socializado el tema con nadie, lo que generó cierta incomodidad.

DECANATURA Y VICERRECTORÍA EN LOS ANDES

Fui decano de la facultad por doce años, luego vicerrector ocho sin dejar de hacer antropología. Me escapaba para Tierraadentro a excavar San Agustín o para Boyacá o Santa Marta, mientras la coordinadora me cubría.

Entendí la importancia de los currículos flexibles para evitar la deserción porque no todos los estudiantes son iguales. También supe del daño que hace la sobrecarga para los estudiantes. Así que me concentré en hacer reformas estructurales en beneficio del estudiante, que le permitieran profundizar en los temas de su interés y quitándole carga académica.

CÁMARA DE COMERCIO

Tomé una licencia en la Universidad a fin de manejar un proyecto dirigido a estudiantes de estratos uno, dos y tres, de formación dual alemana en la Cámara de Comercio de Bogotá. A esto me dedico actualmente sin dejar mis temas de antropología.

Siempre he pensado que los cargos permiten cambiar cosas, pero en cada posición que voy logrando me he dado cuenta de que no es así. No es tan fácil lograrlo desde la dirección, sino desde la función de enseñar. Es el maestro quien puede cambiar el mundo.

MATRIMONIO

Luego de un primer matrimonio conocí a mi nueva pareja, de eso ya hace más de una década. Mi mamá decía que debía combinar la antropología con la administración, entonces lo logré vía matrimonio pues me casé con una administradora de empresas que conocí en los Andes, una mujer absolutamente fantástica con quien tengo a Simona, una mascota de cuatro patas recogida en la calle.

PROYECCIÓN

Actualmente tengo dos proyectos que me generan fascinación. Uno, escribir un libro sobre la conquista de Colombia presentándola de manera distinta para entender realmente quienes fueron los conquistadores muchos de los cuales fueron indígenas o mestizos. Dos, continuar mi trabajo en educación, defendiendo un modelo basado en el aprendizaje con trabajo de campo para evitar que la academia se abstraiga de la realidad para lo que me interesa presentarle al nuevo gobierno el modelo de educación dual alemana que es absolutamente central para Colombia.

REFLEXIONES

Creo que lo que queda al final de la vida es haber tratado bien a la gente y el legado académico e intelectual que impacte positivamente a los connacionales.

Ojalá que alguien escribiera como mi epitafio: “Ojalá que vuelva”.