Camilo Calderón

Camilo Calderón

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

La tierra entra por los pies, por lo mismo en mi obra describo territorios. Mi afán andariego obedece a la necesidad de llegar al fondo de la esencia del caminante. Cuando he sido trashumante, siento la necesidad imperiosa de ir descalzo.

ORÍGENES

Provengo de una familia vinculada al campo. Mi padre fue un humanista, librepensador, muy inquieto, excelente fotógrafo y un poco andariego. Si bien no fue pintor ni escultor, sí hizo pinitos en cerámica. Pues, aunque le gustaba el arte, no tuvo la disciplina que este requiere. Gracias a él ya había en mí un gorgojo de creación.

Fundó, con algunos amigos, La casa del artista que queda subiendo hacia El Venado de Oro camino a Choachí, a la que yo iba para jugar en el taller. Recuerdo que el señor que cuidaba la casa hacía espátulas  de madera de guayacán o de palo de naranjo e instrumentos para modelar que les vendía a los estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional. En algún momento de su vida mi padre se auto exilió en una finca en Zipaquirá para vivir una bohemia fuerte.

Mi madre, de ojos verdes y mirada penetrante, era hija de campesinos de la región cundiboyacense conocidos como orejones sabaneros. Aunque fue una señora burguesa que se había educado en Francia, siempre rechazó las costumbres sociales. Manejaba una energía bastante fuerte, como mi abuela, y yo heredé su capacidad de leer a los otros más allá de lo que revelan.

Mis padres eran afrancesados, cultura que estuvo siempre presente en nuestra gastronomía y muy especialmente en nuestro gusto por el vino. En mi casa siempre hubo muy buena música y una gran biblioteca. En las conversaciones se hablaba de los escritores y de sus obras.

Soy el mayor de tres hijos hombres. El que me sigue estudió antropología, pero se dedicó al campo y a los negocios. El menor es muy buen fotógrafo y vive en los Estados Unidos.

INFANCIA

Nací en una casa finca en Puente Aranda que habían heredado mis padres y mis tíos, y en la que aprendí a montar a caballo antes que a caminar. Me moví con gran libertad y viví rodeado de animales: cabras, loros, papagayos, tatacoas.

En mi casa mi padre tenía un laboratorio de investigación de bacteriología, contaba con un gran microscopio en el que pasé muchos años de mi vida infantil escarbando. Las moscas quedaron sin alas, los pelos de la gata pasaron por ahí y a los amigos los pinchaba para observar su sangre.

La realidad política en Colombia fue algo que nos marcó muchísimo. En esa época hacían presencia en la zona los Chulavitas, bandas armadas de los primeros años de la violencia en el país. El 9 de abril mi padre buscó a un amigo quien tenía un carro negro para recogernos en el colegio, pues estos contaban con un pequeño permiso social para circular. Y le puso cintas de luto.

Vivimos otras situaciones igualmente complicadas. Uno de mis tíos tenía fincas en los Llanos, y lo sacaron de una de ellas. Resulta que habían incendiado la casa, por fortuna logró salir a caballo hasta cierto punto, continuó en camión y llegó con un pedazo de toalla envuelta como único traje porque no alcanzó a vestirse. Mi padre fue a rescatar algo y tuvo que soportar más de ocho días sin saber de él.

Con la situación que generaba el Frente Nacional, entre muchas cosas que hicimos para ayudar, fue conseguir medicamentos y ropa que enviamos en mula a los Llanos por Choachí corriendo el riesgo de encontrarse a los ejércitos liberales y conservadores.

Todas esas realidades me parecían injustas y dolorosas, y fueron quedando grabadas en mi memoria. He de confesar que yo era un niño protegido, porque las familias un poco burguesas tenían una madre muy presente y un padre muy protector, pero era imposible ser ajeno a la situación que se vivía, a la realidad nacional, pues todo era evidente a los ojos.

ACADEMIA

GIMANSIO MODERNO

Nunca entendí por qué teníamos que asistir al colegio, y pasé por muchos. Fui echado del pre kínder y del kínder del Gimnasio Moderno, por inquieto y revoltoso.

Como tenía cara de ‘niño bien’, entonces mis compañeros me golpeaban y acosaban. Cualquier día se me colmó la copa, respondí y me echaron, cosa que me hizo sentir muy cómodo.

Dada esta situación, por un tiempo tuve una institutriz en mi casa.

VOCACIÓN

Hubo tres cosas que me interesaron mucho.

Ciencias del mar me tenía absolutamente maravillado, tal vez yo quería ser Cousteau. La única universidad que ofrecía el programa era la Tadeo, en Bogotá, donde claramente no hay océano.

Me encantó Psicología, pienso que quizás hubiera sido buen psicólogo. Esa facilidad me sirvió más adelante en mi rol de profesor, pues de alguna manera actué como decano de estudiantes cuando venía mucha gente a consultarme buscando que la orientara. O que la desorientara, porque nunca se sabe.

La arquitectura también está muy presente en mi vida. Al igual que la literatura y que la música, requiere un rigor muy especial que no tengo, así que la descarté.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Contrario al colegio, la universidad para mí fue la salvación, un mundo maravilloso y totalmente distinto en el que me sentí a mis anchas.

Elegí estudiar Maestría en Bellas Artes en la Universidad de los Andes con la idea de ensayar por un semestre y animado por mi madre quien siempre pensó que yo era muy artístico, que era un chico plástico.

Asistí a clases de disciplinas distintas a la de mi elección. Me hice experto en colarme en clases ajenas, entonces tomé cursos de Historia del arte, Psicología, Filosofía. Tuve un gran amigo genetista a quien acompañé en su ejercicio de criar moscas: lo hizo por lo menos durante veinte años hasta que le suspendieron su actividad.

Resultaba absurdo estudiar pintura en los años 1960, porque ya estaba muerta, el mundo ofrecía medios nuevos. Pero me vi influido por amigos como Juan Antonio Roda, Armando Villegas, Rivera, Luciano Jaramillo, Manuel Mejía y los Cárdenas. Estaba tan inmerso en las ideas de quienes creían en la pintura y en el arte, que no había manera de salirme de ahí. Y es que con la pintura puedo capitalizar más el accidente, lo serendípico de la vida. Maravillado, en el camino descubrí cosas que convertí en obras de arte.

ESCULTURA Y MODELADO

En ese tiempo me interesé muchísimo por la escultura y el modelado. Siempre tuve la necesidad de hacer las dos cosas. Salía de la Universidad, cuando la luz me era insuficiente, para asistir a las clases de Roque Montaño en la escuela distrital de Santa Clara, cerca de la Plaza de Bolívar. Ahí me quedaba hasta las diez de la noche.

Como la Universidad estaba creciendo, y yo prácticamente vivía en ella, me apropiaba de los espacios que no usaban para convertirlos en mi taller cambiando muchas veces de lugar. La cercanía con los arquitectos era estupenda. Muchos de ellos terminaron tomando talleres de arte mientras otros se volvieron pintores.

TEATRO

Recuerdo que alguna vez hicimos teatro con Camila Lobo Guerrero y Dora Franco. Presentamos una contra propuesta a Kepa Amuchastegui de un grupo conformado por ingenieros y arquitectos. Nosotros no éramos teatreros, sino vagos, creativos que nos divertíamos con esto y que, simplemente, queríamos representar un lúdico que habíamos armado entre nosotros.

Fue así como montamos una obra en la iglesia vieja ‹La Margarita› en la que participaron gamines que hacían de ángeles colgados. Con los recursos que teníamos, nos tomó mucho tiempo organizarla. Como era efímera, hicimos el pacto de presentarla una única vez. Solo que todos pensaron que no era verdad porque lo que se usaba era que las obras se quedaran por temporadas.

Ese día se llenó la iglesia hasta que no pudo entrar nadie más. Al siguiente, me levanté a las seis de la mañana a desmontar todo para no cometer el error de faltar a nuestra posición intelectual. Recuerdo que Marta Traba, quien era profesora nuestra (una suerte haber coincidido en la vida con ella), no alcanzó a llegar y nos regañó al considerar que debimos dejarla más tiempo.

Tito de Subiría fue un rector maravilloso, de fácil acceso y deliciosa conversación. Recuerdo las charlas magníficas que hacían Ramón de Zubiría, Abelardo Forero Benavides y Marta Traba. Tito nos ayudó a salir adelante, nos apoyó muchísimo.

Enrique Serna fue el profesor de composición, un arquitecto complicadísimo al que no le entendía nadie nada. Era tan compleja la materia que resolví que necesitaba tenerla clara y así aprendí sobre estos temas. Por eso en mis cuadros, para que sean impecables, la composición funciona de manera perfecta y en cualquier sentido, por lo mismo los voy trabajando de un lado y de otro, y los invierto.

VIAJES

PARIS

Dicté clases por un año hasta 1968 antes de viajar a Francia, pues era imperativo estar en París en ese momento de la vida. Ya habían viajado muchos de mis amigos, los que me recibieron incluso con partido político. Me fui con media beca, los recursos de la venta de mi camioneta y el tiquete de un solo trayecto. Llegué a Sobornne, un pequeño hotel en la mitad de esa París que necesitaba vivir y experimentar.

Hice desesperadamente un recorrido que fue desde Oslo hasta Cerdeña y de España hasta Alemania. Quería conocerlo todo, devorarlo con la mirada y con los sentidos. Luego ya no quise devolverme al país, pues había esperado muchos años para poder, entre muchas otras cosas, estar frente a obras de arte que solo conocía en revistas mal impresas.

Intuía que se podía vivir de otra manera. No quería repetir la vida que había llevado hasta ese momento, pues me enferman los esquemas. Tampoco era fácil permanecer en París y hacerlo como artista. Recuerdo a Luis Caballero quien logró surgir muy bien y a otro amigo que su esposa lo convirtió en un “Picassito”. Pero yo iba de paso, no quería achicarme, prefería caminar la Ciudad Luz durante meses.

EUROPA Y ASIA

Y es que mi vida está marcada por los viajes. En uno de ellos atravesé toda Europa, el Mediterráneo y Asia hasta llegar a la India, recorrí el camino de los hippies de los años 70 para terminar en el Tíbet. Y resultó muy interesante la ilusión de prepararlo, para lo cual tuve que hacer trabajos de gran laboriosidad que me permitieran reunir el dinero necesario.

Salimos de Marruecos, atravesamos Estambul, Persia y Afganistán, lugar que me haló la emoción.Vivimos un tiempo en Kabul, tan similar a Colombia especialmente por sus desiertos que pensé: “¡Llegar hasta aquí para estar como en Villa de Leyva!”. Posteriormente fuimos a Goa, antigua posesión de los portugueses. Goa es un pueblito chiquitico y bellísimo lleno de monasterios y playas, quizás las más hermosas que he visto llenas de delfines, erizos y tiburones, y con un río de una magia insoportable. Es un lugar cargado de energía.

Tomamos un jeep que en cada pueblito se fue llenando de hippies. Recuerdo que empecé a reírme desaforadamente al grado de que mis amigos pensaron que había encontrado algún psicotrópico por ahí. Les dije: “Tengo que contarles, pero no sé cómo explicarles. ¡Es absurdo darle la vuelta al mundo para llegar a Tolú!”. Y es que se trataba del mismo jeep, de la misma arena roja que se expandía, del mismo perro que ladraba, del mismo hombre escuchando champeta, otro con bananas en el hombro, y olía a lo mismo. Yo decía: “Esto ya es un castigo divino. ¡Cómo es posible!”. Esas son cosas que pasan en estas travesías. Y todo va quedando consignado en la memoria.

TALLER DE BISUTERÍA

Los amigos de viaje eran jóvenes argentinos, uruguayos, paraguayos y ex tupamaros que trabajaban el cuero muy bien y que hacían talabartería calificada, la que me fascinó. Un día cuando llegué a París pensé que debía hacer algo para poderme quedar y subsistir, entonces les prepuse que consiguiéramos un taller.

Para ese momento había varios espacios disponibles, porque muchos habían quebrado con lo ocurrido en el año sesenta y ocho. Los dueños aceptaron, algunos con desconfianza por ser yo latinoamericano. Pero no les mostré demasiada necesidad, sino simplemente les hice ver que si trabajábamos juntos podíamos hacer una producción interesante.

Pensé que ser artesano en ese tiempo en París sería muy enriquecedor, precisamente porque era arte sano, una labor muy respetada en Europa. Y logramos llegar a un acuerdo entre hippies profesionales, unos viejos, otros talabarteros quienes igual trabajaban muy bien.

La vida nos sonrió porque conseguimos un taller maravilloso de varios pisos frente al parque de Luxemburgo. Dentro del grupo que convoqué, quizás más grande de lo que debí, surgieron ‹los brujos›, porque así los llamamos. De ellos tuvimos que salir muy rápidamente porque nos hicieron una mala pasada. Los diez que quedamos nos pusimos a trabajar en bisutería, que era la moda de los hippies, y entramos con fuerza en esa franja de mercado.

Hacer moda nos abrió la puerta de almacenes de marca como Yves Saint Laurent. Nuestra producción comenzó a salir en revistas especializadas como Mary Claire.

COMERCIALIZACIÓN

El perrito de una novia hacía muy caricaturesco el hecho de que unos herreros de pelo largo lleváramos un animalito tan diminuto y delicado con nosotros. Un amigo, el más avezado para los negocios, aunque el que menos francés hablaba, se lo llevaba con él a vender.

Fue cuando comenzaron los pedidos a gran escala. Estos nos obligaron a trabajar tanto, que llegó el momento en que no sabíamos si era de día o de noche. Nuestro sueño, porque todos necesitamos un punto de escapatoria y ninguno trabajaba de manera obligada, era hacer las cosas tan divertidas que nos acompañábamos de música, fumábamos marihuana, tomábamos vino y comprábamos baguettes para hacer sánduches. Invitamos a un nórdico para que hiciera nuestras compras y resultó que atrajo a una cantidad de niñas divinas, y a mucha gente, además, por la música que tocábamos afuera.

Conocimos a Philippe Petit, circense que atravesó las Torres Gemelas caminando sobre una cuerda. Philippe manejaba la bicicleta de una rueda, botaba espadas y escupía fuego. Nos caímos bien por lo que eventualmente se integraba a nosotros, quienes lo rodeábamos con música de percusión que a todos gustaba. Era él quien recibía la plata de los transeúntes y nos compartía parte de ella, la usamos en restaurantes de los que nos echaban quizás por ruidosos. En ocasiones terminábamos en algún apartamento de Versalles viviendo los amores de París.

Permanecimos un año allí hasta que un día un japonés se apareció en el taller acompañado de una periodista preguntando por el negocio, también quiso presentarnos una propuesta. Al día siguiente nos vestimos muy elegantes, nos peinamos la barba, y acompañamos al japonés a su edificio en el que tenía una fábrica. Nos ofreció el último piso donde quedaba su oficina para que nos dedicáramos a diseñar lo que otros fabricarían.

Esto podía resultar interesante a un capitalista, pero no funcionó con nosotros porque nos creó desasosiego y angustia. Fui el primero en retirarse del lugar, pues, para hacer algo como eso me hubiera quedado en mi país. Les dije: “ Si nos quedamos podemos tener un problema grave. Si este señor nos encontró, la policía puede hacer lo mismo (teníamos blindado nuestro trabajo, pues no era oficial). Y si esto llegara a ocurrir, se acabarán nuestros planes. Recuerden que lo que queremos es llegar a la India”.

Nosotros no nos habíamos declarado obreros, no estábamos en el régimen laboral. Tan solo vendíamos nuestra producción en nuestras camionetas. Así pues que esa noche, cuando estábamos en las carpas tomando vino y fumando, les dije: “Levanten la mano quienes se van mañana para Saint-Tropez”. Algunos querían quedarse, otros decidimos salir de viaje.

Yo ni recordaba que tenía un apartamento elegantísimo en la Avenida Foch al que fui para sacar mi grabadora Hooger, grandísima y muy pesada, pero profesional. Ahora sí estaba listo para emprender este nuevo viaje.

SAINT-TROPEZ

Teníamos un amigo muy parecido a Borges, filólogo, profesor de la Universidad de la Sorbona, con una mente muy lúcida quien con los años empezó a sentir que la cabeza le patinaba. Esta fue la razón por la cual lo recluyeron en una ciudad de paso hacia Saint-Tropez. Quisimos pasar a despedirnos, y en el camino pensamos integrarlo al viaje.

Nos recibieron las enfermeras y él nos reconoció al vernos. Pasó muy contento al igual que ellas quienes se integraron a nuestra reunión. Nosotros parecíamos el Che Guevara, mientras que ellas eran divinas. Nos dijeron: “Si quieren, le facilitamos la salida a su amigo, pero antes de dos horas la policía los va a perseguir por secuestro. Además, se van a meter en un lío por el manejo que él requiere”.

A la mañana siguiente madrugamos para retomar el viaje, pero antes revisamos los carros de los otros por la desconfianza de que alguien lo llevara metiéndonos a todos en un problema absurdo.

En Saint-Tropez estuvimos quince días y nos fue mejor que en París. Resulta que toda la mercancía que nos había quedado nos la compraron un grupo de judíos quienes diseñaban léotards. El Léotard era un traje de una danza judía, indumentaria que había tomado su nombre del acróbata francés Jules Léotard. Ellos habían encontrado unos rollos baratos de tela de seda azul, manchada y mareada, con los que hicieron curtas y pantalones ombligueros como los que usábamos nosotros, quienes estábamos tan jovencitos.

CÓRCEGA

Con esa plata nos escapamos a Córcega donde alquilamos una casa en un lugar único, de ensueño, con parques y lagos magníficos adornados con figuras antropomorfas. Yo me había quedado a cuidarla, porque alguien tenía que hacerlo. Cuando regresaron mis compañeros pensando en volver a Saint-Tropez para llegar a la casa de unos amigos artistas argentinos, muy importantes, les dio la locura de montar un restaurante. Pero su interés era realmente otro, el de disfrutar. Fue ahí donde conocí a mi esposa.

Y conocimos a André, escultor que vivía en una ruina junto a un nacimiento de agua en medio de un bosque. Fue precisamente allí donde nos instalamos, a manera de comuna. Nuestra música atrajo a navegantes, quienes dejaban  anclados sus botes, y a motociclistas, quienes olvidaban en el camino sus Harley Davidsons, y a dueños de los Roll Royce, quienes simplemente los tiraban en la ruta. Todo iba muy bien hasta cuando la policía nos advirtió que debíamos someternos a una serie de requisitos para evitar un problema de orden público. Y estuvieron rondando a diario en helicóptero.

Recuerdo que del restaurante nos mandaban media vaca y vino, pues no vendían nada porque el lugar era muy solo. Todo se volvió costumbre durante muchos meses, pero cuando se puso difícil nos fuimos de ahí. Algunos partieron para Ibiza.

SUEÑO DE ORIENTE

Compramos una camioneta que estaba parqueada en la calle, pero no resistió un viaje tan largo y en Yugoslavia comenzó a vararse. La llevamos al taller de la Mercedes Benz donde nos atendieron muy bien. Con un pegante especial solucionaron el asunto evitándonos un gasto enorme y la demora de importar un repuesto. Una curiosidad fue que el técnico nos permitió hacer campamento en el taller mientras esperábamos.

PERSIA

El sueño de Oriente comenzó en Persia cuando el emperador Mohammad Reza Pahlevi estaba en su momento cumbre. Fardiba era una princesa buena vida que le encantaba hacer fiestas y quien se ofreció a recibirnos en su casa. Recuerdo que por el riesgo que podíamos correr, dada la situación de su país, su esposo sugirió que pasáramos un tiempo ahí y solo saliéramos con chofer en su carro diplomático. Por supuesto, así lo hicimos. Nosotros como hippies llevando vida de alta burguesía en país ajeno.

AFGANISTÁN

Continuó nuestro camino hasta llegar a Afganistán. Empezamos a sentir el cambio, pues estábamos ya en pleno Oriente. Kabul era como el Getsemaní, donde nos quedamos a vivir un tiempo hasta cuando vino el invierno. Para esta época del año las carreteras se ponen muy difíciles.

SU HIJO MAYOR

Fueron tantas las aventuras que viví al lado de mi mujer, que incluso son muchas las que ya he olvidado. Vivimos en Ibiza donde nació nuestro hijo mayor. Pero, ante la enfermedad de mi mamá, decidimos volver a Colombia para estar cerca y atender sus asuntos. Me costó mucho adaptarme y quise devolverme, solo que todo se fue complicando hasta que resulté quedándome en el país.

AUSENTE DEL ARTE

Pasaron diez años ausente del mundo del arte, no volví a estar en una galería y tampoco volví a pintar. Me ha parecido que la vida es más importante que el arte: debo reconocer que muchas veces se tienen que hacer concesiones para poder transitar en ella, en especial cuando se tiene un hogar.

Jamás he querido hacer arte para vivir. Tampoco me gusta que sea la gente quien decida su precio, pues considero que nadie tiene ese derecho. Prostituirse en arte no es lo mío. Precisamente por eso hice moda con un amigo que conocí en Londres. Montamos varias tiendas en Bogotá y una en San Andrés. También me dediqué a las fincas y a vender leche.

REGRESO AL ARTE

Una vez instalado invité a almorzar a María Teresa Guerrero, amiga de toda la vida. Fuimos a Salinas que quedaba en el Centro de Bogotá, pedimos una botella de cognac para acompañar un almuerzo largo. Saliendo de ahí le conté que estaba aburrido del campo, que quería volver a hacer escultura.

Eran las cinco de la tarde cuando fuimos a la Universidad. Subiendo la pendiente nos encontramos con una profesora a quien María Teresa me presentó como su posible alumno. Lo sería al lado de una cantidad de niños. Este fue mi retorno al mundo del arte. Me soportaron en calidad de alumno durante tan solo un semestre. Después Umberto Giangrandi me dijo: ¡No moleste Calderón! Si se quiere quedar póngase a dictar clase.

MAESTRO

Aunque fue difícil para mí volver a retomar el rigor universitario, pues ya habían pasado muchos años desde la última vez, di clase de pintura, de escultura y de textil. María Teresa ayudó a que me dieran un taller de escultura que llamé ‹Materiales, proceso y construcciones›, lo dicté en lo más alto de la universidad.

Traje amigos escultores a trabajar a los Andes como León Carreño, Rodríguez y otros más. También montamos un taller de fundición con Dick Salina, ceramista de la Nacional, que más adelante trasladamos a mi casa. Este taller, que era básico y donde todo lo hice a escala, me sirvió luego en Cartagena cuando empecé a trabajar en gran formato.

SU ESPOSA

Mi mujer ha sido muy importante en mi vida, es un polo tierra bastante fuerte. Ella es eslava-francesa y mis hijos son franco-colombianos. Llevamos cuarenta, cincuenta o cien años juntos. Hemos sabido manejar las cosas en altas y bajas sin muchos tropiezos.

Soy un buen miembro de familia porque estoy cuando necesitan algo, pero evito participar de sus rituales. Para las fechas soy muy malo porque no me interesan, tampoco los nombres, pero sí la mirada de las personas.

REFLEXIONES

He sido creativo y recursivo siempre. Para mí es fácil elaborar cosas. No soy una persona de negocios, pero de ser necesario los enfrento, aunque no saco placer en ello.

Hay cosas que me parecen muy incómodas de la sociedad, no sé atender a todos sus requerimientos. Para vivir de la manera en que lo hago, estoy un poco in/out de ella. Me incomoda salir en las páginas sociales, aunque se trate de una exposición mía.

Cuando uno expone se expone. Normalmente lo hago de la mano de un tercero que es quien termina haciendo una lectura de la obra e intermedia entre ella y el público.

Soy pintor por el deseo entrañable e imperativo de comunicar. No hay otra descripción que yo encuentre más precisa. El proceso es un discurso que voy elaborando y en la medida en que se va clarificando, se potencia la sensibilidad hacia la realidad social. Este se debe hilvanar, porque en arte es tan importante el oficio como la razón que lo motiva. Se debe tener claro el concepto a desarrollar.

Mi obra no es ilustrativa. No ilustro porque cuando se hace se describe y se es más literario.

He escogido la pintura en esta etapa de taller porque me permite expresar lo que quiero de una manera sugerente y sin límite. Para decirlo de otra forma, el texto va por debajo. Para mí lo más emocionante y maravilloso de la vida es manejar el metal, tener en mis manos un bronce líquido y darle forma en el molde. Esta es una energía totalmente distinta a la pintura. Pero ahora no podría volver a hacer fundición, pues requiere un estado físico muy potente.

En mi obra hay una gran presencia de mundos dentro de mundos. Algunos ven mi expresión, pero otros, por ejemplo los que han trabajado biología, ven mundos biológicos. Me he dado cuenta que el micro mundo y el macro mundo se repiten, el uno corresponde al otro, son constantes.

Muchas de mis estructuras son biomórficas:

   — Núcleo I:

            Dibujo,

            calcinando la natura.

            Bordeo lava,

            atravieso montañas,

            y regreso en giros

            al mar profundo.

            Recorro rugosidades,

            grietas,

            hendiduras.

            Aromas de tierra fermentada,

            certera flecha desgarrada.

            Arde en el horizonte.

            En mar de ventiscas huracanadas

            cubierto de espejos, ya vacíos,

            su mano invisible tiembla.

            Cargada de designios.

Hago bitácoras para todo, aunque no siempre escribo. A parte de los estetas y curadores, que saben todo, me atrevo a garabatear para intentar explicar mi manera de ver el mundo. Es a través de mi forma de pensar como estoy ubicado en él.

Todo mi trabajo es autobiográfico. No hago un diseño previo excepto en el dibujo que es cuando amarro, tomo referencias y escribo. Pero en definitiva, cuando permito que se vaya dando la obra, ella sola se va revelando.

Y es también expresionista figurativo y gestual. Sí, es un trabajo de gesto, de materia, con una predilección por las pieles rugosas como una manera de darle más fuerza, incrementándola en la huella. Mi mejor pincel, mi mejor herramienta, es la mano.

La imaginación en un trabajo específico sin mayor importancia. Busco una atmósfera cargada para contener, por ejemplo, a una mujer con una mano arriba en señal de rebeldía, la de quien asume su posición política o social en ‹World Women Liberation›.

He devenido un activista, es decir, yo denuncio el cambio del planeta. He sido muy duro y comprometido con el hecho de denunciar cosas. Reacciono a la estructura social del país, al cómo el pueblo maneja sus dificultades y a las injusticias que se cometen. Llamo ‹fucking fracking› para denunciar la explotación de petróleo en el mundo.

He sido un expectante impávido que no tiene las herramientas para asumir, lo que se identifica un poco con el pensamiento oriental, porque soy muy Oriente – Occidente.

Me aterra un lienzo en blanco. Hay que abordarlo y se va consolidando por algo serendipio, el accidente que deviene a obra de arte. Y sí, quizás es como me construyo también en la vida, porque soy muy intuitivo, lo heredé de mi madre. Es con lo que me he defendido, más que con otras cosas. Tengo una inteligencia emocional que he desarrollado. No soy intelectual, pero sí escarbador.

Hay un eros que también se vincula al trabajo. Por la edad ya se integra a los diálogos sociales. Pero también me atrajo siempre el mundo paranormal y esotérico.

Uno de mis trabajos está relacionado con un viaje a Brasil que estuvo marcado por simbologías de rituales. No solo me interesa la parte primigenia de las tribus, sino los sufís, el cuarto camino, Blavatsky, Uspensky, grandes pensadores y literatos sobre esoterismo.

Mi trabajo básicamente contiene polidimensiones. Me interesa enfrentar mundos encontrados. Alicia en el país de los espejos es un texto breve que lo ilustra, pues se trata de traspasar el espejo encontrando el otro mundo. Esa otra dimensión es lo que precisamente quiero expresar.

Asistí a un congreso de parapsicología en Sao Pablo en el que el maestro, director del Instituto de bio-psico-energía de Buenos Aires, usó como recurso la sonoterapia con flautas y pianos. Y es que los maestros están por ahí, flotan y aparecen.

Conformamos un grupo de investigación con los médicos interesados, entre otras cosas, en acupuntura. Nos enfrentamos a iniciaciones, rituales que no aconsejo a nadie, limpiezas etéricas, cromoterapia en collares, retos descomunales que generan temor. Estas experiencias nos pusieron frente a realidades que uno apenas presiente. Se termina totalmente desgastado, vacío, pues canalizan la energía para curar a otros. Es lo que se conoce como médicos invisibles.

Hay energías que uno no debe tocar, pero yo encontré la manera de sellarme. Lo logré construyendo un círculo imaginario de oro, a modo de cinturón, una banda que flota a mi alrededor y que uso con frecuencia.

Yo quería continuar adentrándome en ese mundo y una mujer, porque han sido las mujeres mis salvadoras en la vida, esposa de Libio mi compañero de viaje, se ofreció a conseguirme una tela tejida en oro para ubicarla en mi plexo solar, que es por donde entran las energías. Con ella asistí a cosas que de otra forma no hubiera podido.

Una amiga psicóloga me invitó a un curso dirigido a mujeres. Al principio no sabía si volver, pero decidí quedarme. Fue una manera de explicarme cómo se deshace el yo femenino, cómo va flotando, cómo guarda memorias de situaciones, de heridas. Pero también de ver cómo están interrelacionadas, separadas y al tiempo unidas. De ahí surgió ‹Escisión› una figura humana que se abre a través de una costura.

Percibí con fuerza una tensión, un vínculo, en mujeres que no están deshechas. Imprimí para todas una fotografía que les entregué. Fue sorprendente para ellas porque se vieron puestas ahí, vieron su yo.

Pinté un cuadro en honor a mi padre cuando murió, In Memoriam – Óleo Técnica Mixta . 1995 – Contiene un elemento que flota, un etérico de él, también una canoa y fuego. Recurro a la simbología del entierro vikingo. En la canoa ubican una pila de madera y encima al difunto, le prendían fuego y dejaban que el mar se lo llevara. Eso es absolutamente hermoso, nada más lindo. El cuadro lo hice después de llevar las cenizas de mi padre al mar cerca de la Isla de El Tesoro en Cartagena. Fue mi manera simbólica de despedirlo. Sentí su presencia.

  • ¿Para ti qué es el arte?

Una disculpa para existir.

  • ¿Cuál es tu búsqueda?

Para mí es más interesante dejar que aparezcan las cosas.

  • ¿Con qué color te identificas?

El violeta es el color espiritual más alto que hay, el más puro y mi preferido. Con él trabajo de manera potente mi obra.

  • ¿Tienes alguna experiencia alrededor de ese color?

La finca es un centro de energía muy especial en mi vida. Cualquier día hicimos un picnic cerca de mi escultura, que es de forma redonda, luego movimos todo y nos fuimos. Después de un tiempo encontré, en ese mismo lugar, un perfecto redondel de flores violetas que nadie nunca sembró.

  • ¿Cuál es tu recurso más usado?

La simbología. Algunos símbolos apenas sugeridos, muy  guardados, escondidos, otros son evidentes.

  • ¿Hay muchos demonios en ti?

No tantos como los que intuyo en muchos. A mí no me gusta hablar del bien y del mal. Simplemente no me gusta. Hay energías, de eso se trata.

  • ¿Qué es el tiempo para ti?

Es lineal, pero puede ser circular. Porque, pasado, presente y futuro son una sola cosa.

En la medida en que se va viviendo uno se contamina, por lo que de alguna manera se escogen cosas de forma más cautelosa y serena.

  • ¿Quién eres como artista?

Una plataforma para que tú, con tu sensibilidad, con tu cultura, con la información que tienes, hagas una lectura de mi obra que será un poco diferente de la que le den otras personas.

  • ¿Quién eres?

Un receptor de huellas.