BELISARIO BETANCUR POR GUILLERMO LONDOÑO DURANA
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo
Belisario Betancur, el amigo, pintor.
Fue David Manzur quien me presentó por primera vez al ex presidente Belisario Betancur hace treinta años. Lo conocí unos días después de mi exposición en la galería Diners de Bogotá.
Esta relación se concretó con una serie de invitaciones que hacía David a un grupo de amigos, para ver y oír ópera en su apartamento de Rosales y recuerdo que estrenaba lo último en tecnología, un Betamax con parlantes de alta fidelidad. Gloria Zea, con su adorado esposo Giorgio, había traído de regalo de su último viaje a Italia una película de Betamax con la ópera de Macbeth presentada en la misma Scala de Milan.
En esa reunión Belisario le preguntó a David por una Virgen colonial de madera, de aproximadamente un metro con cincuenta y con una peculiaridad, en vez de rostro, tenía clavados unos puntillones de ferrocarril en un corte plano donde estuvo alguna vez pegada la cara perdida de la virgen. Esta imagen que podría verse sacrílega, a los ojos de un conservador católico como Belisario, resultó para él de gran belleza, entendiéndola como una escultura contemporánea. ¡Qué es esta maravilla de Virgen! Exclamó el Presidente. David le contó que era el resultado de unos tragos de demás del gran Alejandro Obregón, quien en una fiesta en su casa tuvo la inspiración de transformarla.
El “Pre” (apodo que le daba con todo el amor su señora Dalita Navarro, y que a él le resultaba encantador), era un paisa de pura cepa, con acento de las montañas de Antioquia y una forma de hablar pausada, directa y brillante. No era ni alto ni bajito, su figura denotaba su amor a la buena mesa y Dalita le ayudaba con su magia en la cocina. Era fuerte, de manos grandes, sonrisa generosa, y anteojos gruesos (ganados por haberse dedicado a la lectura desde los cuatro años).
Tuvo una memoria excepcional que evidenciaban sus siempre interesantes relatos. Y también contó con un extraordinario sentido del humor. Acompañaba su sinceridad con frases elogiosas y cariñosas para con el otro, situándose en un estatus de igual a igual. Él producía ganas de abrazarlo, como sucede con los peluches y con los abuelos, porque era acogedor pero también inspiraba ese gran respeto heredado del arriero y por ningún motivo recibía nada diferente de un fuerte estrechón de manos mientras miraba a los ojos. Belisario tenía entre muchos dones, el de ser una persona sencilla, sin protagonismos, saludaba por el nombre sin dificultad.
Recuerdo oírlo hablar de su profesora de primaria en primera persona con nombre y apellido. El Pre fue estudiante de escuela pública y becado por méritos. Abogado, periodista, político, y amante de la historia y del arte.
Belisario fue una persona tan coherente con su sencillez que cambió su apellido en notaría, pues el Betancourt no le sonaba tan criollo. Le gustaba pasar desapercibido, hablaba de todo menos de él y cuando lo tenía que hacer, narraba su historia en segunda persona como refiriéndose a un personaje al que el conoció”. Decía: Cuando Betancur tal cosa o cuando Betancur tal otra.
Yo había vivido su gobierno muy joven fuera del país y no me tocaron en carne propia tantas dificultades y desgracias ocurridas: el temblor de Popayán, la tragedia de Armero y la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19. Me mordía los labios por preguntarle anécdotas secretas, pero sabía que si lo hacía, él contestaría que las dejaría narradas en su libro post mortem y que el tema con él era el presente, Dalita, política, arte, literatura y poesía, que lo llenaban hasta la médula.
Mis recuerdos con Belisario están divididos en dos etapas. La primera fue en esa época de óperas con Gloria Zea, y David Manzur, en donde al mismo tiempo, Andrés Pastrana era el candidato presidencial y su sede quedaba a pocas cuadras de la Galería Diners donde yo exponía. Un buen día fui invitado, por Pastrana, que buscaba un cuadro para su oficina y por eso, quería pasar a ver la exposición, cuadramos una fecha y allí lo esperé. El director de la galería era en ese momento, Alberto Casas. Seis meses después, Pastrana fue elegido Presidente y Casas, ministro de Cultura.
Pastrana recibió un gobierno quebrado por el UPAC, por la administración Samper y el proceso 8000, que dejaron la banca en ruinas. Esta era sin duda la crisis económica más fuerte que la gente recordará después de la recesión mundial. Era un país sin mayor interés por el coleccionismo de arte, sin galerías y sin cultura, pero el ministro Casas impulsó clavar un IVA del 16% al comercio del arte, lo que significaba un total despropósito, pues con esto lograría la evasión o que fuese asumido directamente por el artista.
Belisario, un defensor de causas justas, no lo pudo aceptar y concentró su energía en exponer frente al Congreso el error garrafal que promovía Casas. David Manzur y yo éramos unos de los orgullos invitados del Pre para con esta lucha. Grabé de ese día cada palabra que dijo en defensa de los pintores y escultores Colombianos, se presentó con su voz pausada, melodiosa y poética, y sonriente saludó con respeto y amabilidad, miró al frente y tomando el atrio con sus dos manos dijo:
Señores del Congreso, si Dios creó la tierra con todas sus maravillas, Dios es un artista, y si los artistas hacen arte, tienen que ser también pequeños dioses.Como Congreso y como sociedad, tenemos que proteger lo más valioso de nuestro país, lo que nos identificará en 50 o 500 años y lo que contará quiénes fuimos.
Señora Fanny, señores congresistas, ¿alguien me puede dar el nombre de un director de impuestos o de un ministro del renacimiento italiano en época de Ludovico Sforza? Bueno (miró sutilmente y, ante los ojos gachos de la audiencia, hizo una pausa), no esperaba respuesta. (La sala quedó en total silencio).
Les contaré la historia de un joven artista que llegó al taller de Andrea del Verrocchio hace 500 años. Este joven pintor, dice la historia, logró terminar unos ángeles del afamado maestro y con ello superó a su profesor para convertirse en el más importante artista de todos los tiempos. Ese joven artista fue Leonado Da Vinci, símbolo del renacimiento.
Los políticos podremos ser olvidados en unos años, y no podemos lastimar a nuestros Leonardo´s, a nuestros pequeños dioses, con leyes y con Iva´s que desfavorezcan a la creatividad, y dificulten la ya difícil carrera de ser un creador en nuestra querida Colombia contemporánea.
Perdimos esa batalla porque hoy el arte en Colombia paga IVA y no hay ningún estímulo tributario para fomentar la compra o las colecciones, pero este suceso nos unió de por vida.
Segunda etapa: Dalita.
Dalita, artista venezolana, diplomática, y entrañable amiga, fue fulminantemente conquistada y enamorada por Belisario.
Muy recién casados, Dalita y Belisario visitaron por una semana Berlín donde residíamos en ese momento con mi señora, Diana Drews. Fui su guía y su asesor en la compra de materiales para pintar, pues enamorados, Belisario también quería ser pintor.
Belisario y Dalita, como niños se aferraban a los lápices, a los papeles en algodón, a las acuarelas y a los óleos, como si se prepararan para una nueva conquista de vida. Tomaron clases con el mejor profesor posible, su amigo David Manzur. Con él nació esa fraternidad y su amor por Barichara donde lograron hacer de un pueblo lejano y desconocido, un paraíso rico en cultura y floreciente en turismo y belleza. Crearon en cabeza de Dalita, una galería y un centro cultural donde se enseña cocina, costura, y se educa para un mejor turismo, y detrás de este proyecto, vino el cine, los restaurantes y los hoteles boutique.
Recuerdo que pasamos Semana Santa del 2018 en casa de Dalita en Barichara. Agradezco esa invitación y su generosidad, pues siempre pensé que Belisario sería inmortal y que viviría físicamente para siempre, pues no lo vi envejecer, al contrario, se llenaba de vida con los años.
Esa semana Belisario contó historias que me acercaron a su niñez, historias narradas en pijamas, la de su profesora de primaria, la de su abuelo campesino, la de haber tenido que ser padre de sus hermanos cuando quedaron huérfanos de padre y madre. Siempre tuvo que exigirse y exigir a sus hermanos el ser los mejores en la academia, en el emprendimiento y en la amistad, porque al mejor, como a él, se le abren las puertas del mundo.
Aunque estudió becado, los curas lo quisieron echar de la universidad desde el primer semestre, pero no lo lograron. Belisario se anticipaba a las clases dado su amor por aprender, lo que no soportaban los profesores al verse superados y corregidos.
Orgulloso de su origen campesino, de la alpargata y de haber llegado a ser presidente de Colombia, buscó fortalecer la educación rural y brindarle a Colombia la paz, lo hizo de manera incansable y comprometida, entendiendo que la paz de Colombia no tenía partido político, que su valor era la base para el desarrollo de una sociedad más justa y equitativa. Trabajó en función de la paz como un pacto por la vida.
Llegué a su taller de pintor, sin haber sido invitado, mientras en su escritorio, El Pre, escribía una presentación y la vociferaba en voz alta. Un discurso que se escuchaba mientras bajaba por unas escaleras en piedra que conducían a jardín de cactus.
El sendero me fue llevando hasta llegar a un garaje pequeño, abierto y escondido. Me asomé a su capilla, muy íntima, vi dos caballetes, uno con un cuadro en proceso con un paisaje en colores naranjas y amarillos que me recordaron los colores de Munch y el otro esperando a ser usado; también tenía unos pinceles bien lavados, en orden pero usados, un frasco en vidrio de disolvente, tal vez una trementina que quedó abierta y que la cálida brisa de Barichara evaporó.
Pensé en la fortuna que mi querido amigo había encontrado en su segundo amor de su vida, el de Dalita la Maracucha, quien lo hizo tan feliz, que logró vivir sus últimos años, escribiendo, haciendo de orador, poeta, político y con un lápiz y un pincel también en la mano.