Ana Mercedes Hoyos
Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Tuve la fortuna de haberme reunido con Jacques Mosseri en su casa y un par de veces con su hija Ana, tan talentosa como sus padres. Ellos y Eduardo Serrano me hablaron de Ana Mercedes Hoyos, conversaciones que me permitieron construir este texto.
Benjamín Villegas abrió de esta manera el libro que su prestigiosa editorial Villegas Editores le dedicó. Una curiosidad es que Jacques Mosseri me lo obsequió, años después y muy generosamente, el día de su cumpleaños.
“La contundente solidez del arte de Ana Mercedes Hoyos salta a la vista en esta antológica visión retrospectiva de su obra. Explica también que ella sea una de las figuras más conocidas del arte colombiano actual en el mundo. Pintora nata, escultora desde siempre y delicada dibujante, la trayectoria de Ana Mercedes Hoyos ha estado impulsada por la búsqueda de un lenguaje y una identidad reconocibles, que a menudo la ha alejado de la moda y la ha puesto en contravía de las tendencias del momento.
Desde sus ventanas y atmósferas, hasta sus frutas y girasoles, la obra de esta artista no ha dejado de sorprender”.
Según lo manifiesta su hija, Ana Mercedes fue rebelde, nunca ejerció su rol de ama de casa ni la profesión de mamá. Tuvo un carácter fuerte, aunque nunca fue activista política porque era una niña consentida, según Eduardo Serrano.
Su padre, Manuel Hoyos Toro, fue uno de los grandes arquitectos de la Bogotá de los años 1930, figura importantísima en la ciudad, quien construyó un número importante de casas del barrio La Soledad y Teusaquillo, muy elegantes, con chimeneas y jardines, estilo Tudor. Su mamá, Ester Mejía Gutiérrez, manizalita que parecía la reina Isabel II de Inglaterra, era la más elegante, educada, bien puesta y de unas maneras maravillosas.
Se graduó del colegio Marymount que no les otorgaba título porque se consideraba que el destino de la mujer era el matrimonio. Viviendo en España su padre la llevó a museos, y fue cuando decidió ser artista, porque nunca quiso ser nada distinto. Pero no soñaba con ser importante ni famosa, solo la atraía la creación, el hacer obras.
Una vez en el país, se matriculó en Arte y Decoración en la Javeriana, pero no se adaptó por considerarla una profesión señorera (sic). Entonces decidió cambiarse a la Universidad de los Andes. Su paso por la Universidad Nacional fue en calidad de asistente porque nunca se matriculó, iba por invitación.
Su esposo, el arquitecto Jacques Mosseri, la conoció en una circunstancia bastante divertida. Acababan de fundar la Casa de la Cultura junto a Santiago García y otros diez personajes del mundo cultural e intelectual de la ciudad. Es lo que es hoy se conoce como el Teatro La Candelaria, ubicado carrera 13 con calle 23. Aquí no solo se hacía teatro, sino también exposiciones de artes plásticas.
Precisamente se conocieron en la exposición de Umberto Giangrandi, su profesor en la Universidad de los Andes. Giangrandi asistió acompañado por una de sus alumnas, una niña muy hermosa de nombre Ana Mercedes Hoyos. Esa noche se fueron de fiesta al apartamento de Santiago, como era costumbre. Luego Jacques la dejó en casa de sus padres, en Teusaquillo. Y se fue, no sin antes percatarse de que una de las señoras que trabajaba en el servicio la regañara por llegar tan tarde.
Como al conocerse se enamoraron, las dos familias tuvieron que asumir el hecho de que los dos pertenecían a religiones distintas. El papá de Ana Mercedes les puso una cita con unos religiosos que casaban mixto, pero ellos se rebelaron. Tampoco se querían convertir. En esa época, 1967, estaban prohibidas las uniones entre católicos y judíos tanto como las relaciones prematrimoniales. Pero, tal como lo cuenta su hija Ana Mosseri, no se casaron a escondidas, sino que anunciaron que lo harían. La familia de Ana Mercedes los despidió en el aeropuerto y les dieron plata para su viaje.
Un mes después de conocerse viajaron a Nueva York para casarse en el City Hall donde hicieron una larga fila detrás de otras parejas de enamorados. Luego pasaron a desayunar a la cafetería del frente, sin ningún protocolo y acompañados por un par de amigos quienes se encontraban en la ciudad en ese momento, entonces sirvieron de testigos. Más que casarse, cometieron un acto de rebeldía y complicidad, como me lo manifiesta su esposo Jacques Mosseri.
Sucede mucho con los artistas plásticos que se complementan muy bien con arquitectos, por ejemplo, Jimmy y Olga Amaral, Ana y Jacques, Urbano Report y Beatriz González.
Comenzaron una vida juntos, se fueron consolidando como familia con el apoyo del papá de Ana Mercedes quien, entre otras cosas, les ayudó a construir su casa en Bosque Izquierdo, que es de conservación. Con el tiempo Ana Mercedes cedió a la presión y se convirtió al judaísmo haciendo la vida para todos más fácil. Jacques también se convirtió, pero al trotskismo dada la influencia que Rogelio Salmona ejerció en él.
Ana Mercedes, ya casada, continuó sus estudios en la Universidad de los Andes donde conoció a Marta Traba, quien fuera su maestra. Entablaron las dos una amistad muy fuerte y entrañable. Son inolvidables las cartas que Marta le escribía, muy íntimas, muy personales, en las que le contaba de sus amores. Como lo expresa su hija, más que amigas, fueron cómplices, porque hubo mucha empatía entre ellas. Las dos muy capaces, talentosas y hermosas con afinidad intelectual.
Siendo Ana Mercedes muy seria y profunda en su pintura y en su actitud profesional, al mismo tiempo era festiva y abierta a cualquier tipo de actividad. Rechazó un poco el mundo del teatro, lo encontraba muy decadente, pero hizo amistad con Eduardo Serrano, Del Villar, Manolo, Umberto Giangrandi, todos artistas de familias aristocráticas, aunque ellos bohemios. Fue muy inteligente, libre pensadora, aunque en política nunca se simpatizó con la izquierda. Eduardo Serrano me cuenta que nunca fue arribista: “¡Jamás! Se moría antes que serlo”. Cultivó sus amistades, pero nunca se aprovechó de eso tampoco, por ejemplo, jamás le dijo ni a Gloria Zea ni a nadie que le hiciera una exposición.
Para su hija, Ana Mercedes fue muy altiva y orgullosa, jamás le agachó la cabeza a nadie. Tuvo rivales en la universidad, pues la descalificaban por ser una niña bonita de clase alta. Fue muy estudiosa, una observadora que leía mucho y quien también tuvo cualquier número de libros, no solo de arte. Fue muy profunda, le gustó investigar, revisar el contexto de las cosas.
La primera exposición que su esposo recuerda fue en el quiosco del Parque de la Independencia, que es histórico y que alguna vez fue galería. Luego hizo una para Estrellita Nieto: Blanco sobre blanco. Una muy importante tuvo lugar en Espacios Ambientales, en la que Marta Traba, como directora del Museo de Arte Moderno con sede en la Universidad Nacional, invitó a seis artistas a hacer montajes conceptuales. Participaron Santiago Cárdenas, Álvaro Barrios, un maestro de obra.
Ana Mercedes hizo un montaje muy especial en el Jacques ayudó un poco, se llamó Ventanas. Se trataba de un cartero que caía del cielo con un sobre en blanco en la mano. Ella armó una figura y la puso detrás de una ventana. Ahí fue donde comenzó a trabajarlas. Era un laberinto en madera y al final se presionaba un botón que iluminaba la ventana. Se ganó el premio con su propuesta. Aquí se nota la influencia de Jacques, su esposo, pero también de su papá, de la arquitectura, porque eran cuadros perfectamente arquitectónicos.
Ana Mercedes continuó con ese tema, primero Ventanas, luego Atmósferas. Atmósferas eran interiores que miraban hacia el exterior, con visión espacial. Es como si se fuera acercando al cielo y dejando atrás la ventana, por eso son sus cuadros blancos sobre blanco, como bien recuerda Eduardo Serrano y que considera que son una maravilla. “A veces las atmósferas siguen teniendo el cuadro de ventana. Pero esa construcción tan inteligente era una especie de pop constructivo, surrealista. Tenía toda la influencia de la vanguardia”. Dice Ana Mosseri.
En 1974 expuso en el Museo de Arte Moderno una retrospectiva bellísima, cuando el museo quedaba en el Planetario. Recuerda Eduardo Serrano que John Stringer se ingenió la manera de poner los paneles de una manera que entrara luz, pero que no les diera el sol.
Es que su obra era brillante. Su hija reconoce que fue una época magnífica para su mamá, además porque la curaduría fue muy importante. Dice también que la labor de alguien como Eduardo Serrano fue histórica en un momento del arte muy importante que hay que rescatar. Que la memoria de Gloria Zea también se debería honrar y que el Museo de Arte Moderno debería llevar su nombre, el de Gloria, pues ella fue la gran gestora del arte colombiano. También fueron muy importantes Alonso Garcés y la Galería Belarca.
Definitivamente Ana Mercedes Hoyos fue una gran artista. A través de los años su trabajo, incluidos bodegones, tiene esas herramientas constructivas presentes y esa arquitectura que revela a través de la geometría que resulta importantísima. Es precisamente esto lo que la hace a ella una artista tan valiosa.
Su esposo asegura que realmente Ana Mercedes no le consultaba, que su participación era muy sutil, que su relación con la obra era indirecta. Ella tenía muy arraigada la arquitectura dentro de su pintura. Y le permitió a él siempre presenciarla pintando, lo que hizo muy discretamente, pero sí la acompañaba mucho porque tuvieron una relación muy íntima y permanente, con la música y a través del diálogo.