ALEXANDRA MONTOYA
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
- Alexandra, te voy a abordar con una pregunta muy grande ¿quién eres?
¡Esa es la pregunta del millón! Todavía no he logrado identificarlo. Pero sí te cuento que crecí en el barrio Restrepo, que es muy lindo, al sur de Bogotá.
Me gusta mencionarlo porque en él vive gente que es muy trabajadora; es un barrio de artesanos del calzado que, cuando se menciona, la gente lo relaciona con zapatos, cuero, curtiembres. Este es un oficio que se hereda de una generación a otra.
También es un barrio habitado por comerciantes, en donde los bancos están llenos de gente pagando sus cuotas de crédito, es la gente más puntual y me gusta mencionarlo como una manera de reconocerles.
- Cuando haces conciencia del entorno que te rodeó en la infancia, quisiera preguntarte cómo hizo diferencia en ti, de qué manera te influyó.
Crecí en un conjunto residencial lleno de niños, en el que de alguna manera uno aprende a defenderse de lo que hoy se conoce como bullying. Cuando juegas en medio de una veintena de niños, estos se burlan de la gordita, de la flaquita, del chiquito, del cabezón. Por lo menos eso fue lo que viví durante mi infancia.
Esta experiencia puede verse como formación, porque ayuda a forjar carácter. Por supuesto, no estoy justificándolo, sino que es bueno que las personas aprendan a defenderse sin violencia.
En mi caso particular, se hace evidente que lo que yo aprendí fue a dar respuestas rápidas, a no dejarme, a no mirar las debilidades de los demás. Creo que eso sirvió a que pudiera tener un trabajo como el de La Luciérnaga en el que respondo a los chistes de forma oportuna.
- Con esa premisa quisiera saber ¿qué es el humor para ti?
El humor es un buen catalizador, es mi forma de buscar salida a los problemas, es mi ruta de escape no solo al bullying de que te hablo, sino también al divorcio de mis papás, el que se da en mi infancia.
Soy la segunda de tres hermanos y la ausencia de mi papá yo la cubrí, tal vez, buscando que las personas se rieran de mis chistes, buscaba que su felicidad me transmitiera un poco de alegría. No era una negación de la ausencia, pero sí una alternativa distinta de compensar el vacío que me inundaba.
- Hoy lo ves muy claro, y debió cambiarte.
Sí, me volví conversadora en clases. Todo el tiempo llamaba la atención. Cuando siempre has tenido la atención de tu papá y de tu mamá y uno de ellos no está, buscas recursos. Porque, mi mamá estaba sola atendiendo todos sus temas como la separación, a sus hijos, su trabajo. Eso agobia. Así que yo me volví un poco más independiente, más autosuficiente en la medida en que empecé a aceptar el que mi papá no estuviera en casa.
- Maduras y te haces consciente de la situación asumiéndote tú.
Sí. Me ayudó el que mi mamá nos diera esa independencia desde niños cuando nos ponía a todos a tender la cama, a embolar los zapatos, a arreglar la ropa, a cocinar. Esto fue así aún con mi papá en la casa.
Esa es una educación muy Montessori, en la que a la larga el niño sabe lo que se tiene que hacer y cómo hacerlo, conoce sus obligaciones y responsabilidades. Así que le reconozco a mi mamá que hizo como debía.
- Tu recurso, tu escape, ¿es herencia genética? Porque no todos recurren al humor ante el dolor.
Mis hermanos como yo recibimos el mismo afecto y la misma educación. Podría decir que sí hay un don que se desarrolla más en unos que en otros, porque en los tres siempre hubo el sentido del humor, pero en mi caso salió un tema de imitación de acentos. Cuando imitaba, no estaba buscando nada distinto que hacer la voz, no esperaba ni buscaba el reconocimiento de nadie, no esperaba que mi mamá aplaudiera ni que mi papá tampoco. Pero pude descubrir que a mucha gente le daba risa, incluyéndolos a ellos.
Lo que quiero decirte es que ese plus, que es distinto al de mis hermanos pues ellos tienen unas capacidades distintas, otras condiciones y otros talentos, me marcó el camino que me tiene en donde hoy estoy.
- Para hacerlo bien, como es tu caso, se requiere de una capacidad de observación y concentración para aprehender al otro, asumirlo y poderlo representar. ¿Querías con esto sentirte como una persona diferente a la que eras?
Sí. Mi mamá me contaba que llegaba del trabajo a almorzar, porque en esa época la gente podía hacerlo, y se preguntaba:
— ¿Con quién está jugando Alexandra?
Porque escuchaba voces.
- ¡Jugabas con tu amigo imaginario, al que representabas y dabas vida!
Exactamente. Yo jugaba a la mamá y al papá y cuando hacía el rol del papá, hablaba seria. También hacía el rol del niño con los muñecos.
Y es que en esa época uno no podía ir tan chiquito a un jardín infantil a estudiar. Eran las guarderías o las empleadas quienes te educaba, y mi mamá prefería que estuviéramos en la casa. Así que, creo que cuando empecé a hacer esas voces buscaba estar acompañada.
- Buscabas rodearte, como una forma de abrazarte.
Yo sí creo. Con la ausencia de mi papá se incrementaron esas voces, pero no porque me lo propusiera. Yo no dije: necesito a mi papá, voy a hacer esta voz; quiero destacarme, voy a hacer esto. No, todo se dio de manera natural y espontánea.
Recuerdo que vi Verano azul un programa con acento español, lo daban los sábados o domingos a las siete de la mañana (es que yo madrugaba mucho a ver televisión). En él pude notar la diferencia en el acento. Descubrí los tonos de manera natural y espontánea. Eso se llama ortología de las palabras, que es poner la ortografía al momento de hablar.
- Esto me invita a preguntarte ¿cómo te iba en el colegio?
La gente dirá que Alexandra debe ser brillantísima, y no. En el colegio no me destacaba por ser la niña más inteligente. Hoy se reconocen inteligencias distintas, en mi tiempo, si tú no sabías matemáticas no eras buen estudiante. Creo que mi capacidad estaba en esa verbalidad, en esa expresión, pero también en esa corporalidad.
- Desarrollaste mucho el oído, ¿en algún momento también tu capacidad para la música?
Tengo por el lado de mi papá tíos con talento musical. A mí me gustaba y quizás si hubiera tenido la oportunidad de entrar a una escuela de canto, a lo mejor lo hubiera hecho bien porque el oído está ahí. Pero no pasó.
Creo que mi talento está en ese escáner interno de descubrir cómo se expresa el otro, cuáles son sus muletillas más destacadas, su gesticulación. Esto a tal nivel de detalle que si voltea la boca para un lado, es para ese lado que yo lo imito pues me sirve para vestir el personaje que estoy interpretando. Yo los veo brillar en un solo instante.
- Al momento de leer historia o literatura, ¿representabas todos los personajes que se te iban apareciendo?
Sí. Actuaba y tenía un grupo de amigas a las que les gustaba también. Siempre he pensado que el humor es pedagógico. En el colegio lo aplicábamos, bueno, en la universidad también. Nos caracterizábamos, nos disfrazábamos con sábanas si era el caso, construíamos la historia, la gente se divertía, aprendía. Algo les quedaba, distinto a cuando recibían la clase magistral.
- ¿Cómo es madurar sin perder la espontaneidad ni la iniciativa infantil de hacer estas caracterizaciones?
Yo era muy tímida en medio de todo, yo no me ofrecía a hacer los personajes, pero sí me gustaba el apoyo y el aliento. Si por votación me tocaba, los representaba con mucho gusto. Me parece democrático. Pero cuando es obligatorio me cuesta mucho, cuando es impuesto es más difícil, mientras que la espontaneidad deja fluir.
Si los profesores aplican eso, haciendo creer a sus alumnos que es espontáneo, obtendrán mejores resultados. Si hay tres lecturas para escoger y le dan esa posibilidad a los estudiantes, pues este no solamente va a escoger la más cortic,a sino que es su libre albedrío el que decidirá. Distinto a si es el profesor quien impone algo para el día siguiente, cual inamovible. Lo digo porque me pasó. Cuando me presionaban o insistían para que representara algún papel, no quedaba igual, salía forzado.
Ahora bien, disfruto mucho cuando alguien se sabe los mismos chistes y los cuenta alegremente y me ignora. Eso me hace sentir muy bien. Me ha ocurrido en reuniones que alguien quiere contar un chiste y me dice:
— Ay Alexandra, yo sé que usted se lo sabe y lo puede contar mejor pero…
Y se lanza a contarlo. Eso me hace feliz y encuentro en esa persona un diamante en bruto. Necesariamente lo va a contar de manera distinta, lo que es muy valioso, me recuerda el chiste, me hace acordar con ese de otros para nutrir la reunión, para volverla espectacular.
- Retomemos tu historia. Cuando acabas el colegio inicias una nueva etapa y quisiera saber qué consideraciones hiciste en ese momento para definir tu camino.
Te confieso que yo no creía mucho en mí porque en esa época no se valoraban estos talentos y solo importaba si eras buena para las carreras tradicionales como matemáticas. Consideraban que yo no servía para el estudio, de hecho, perdí dos años de colegio. Te voy a contar porqué, pues lo considero relevante.
Perdí segundo y quinto de bachillerato, como se les llamaba antes a lo que hoy es séptimo y décimo. Los perdí en circunstancias distintas. Mi mamá trabajaba, mis dos hermanos estudiaban en la tarde y yo en la mañana. Cuando yo llegaba después de las dos de la tarde, alistaba mi almuercito y tenía la posibilidad de dormir un ratico y de ponerme a hacer tareas, pero existía la magia de la televisión.
Cursando segundo año, inició la programación continua en Colombia. Comenzaron a emitir una serie de programas que no se habían dado. Imagínate que para ese momento sólo había dos canales, el 1 y el A. La televisión se acababa a la una de la tarde y comenzaba la televisión educativa en el canal del Estado.
Los canales comenzaron a competir en esa franja, a la que se le conocía como la franja maldita, porque era de una a cinco de la tarde donde la audiencia es infantil. No son los niños los que compran la publicidad. Entonces empezaron a pasar una serie de programas fascinantes como La monja voladora, El gato cósmico, La Familia Monsters. Todos programas que me enganchaban.
- ¡Al grado de que hoy los recuerdas!
¡Claro! Y cuando iba a hacer las tareas, ya era muy tarde.
Perdí quinto porque me encontraba en la adolescencia. Cuando iba a cumplir quince años, entré en una etapa de rebeldía con mi mamá y decidí vivir con mi papá. Fue cuando conocí a mi primer novio, le empecé a hacer todas sus tareas, pero no hice las mías. Él y yo estábamos en el mismo curso, aunque en distintos colegios.
Me fui del colegio en el que había hecho todo el bachillerato. Fue muy difícil, muy duro, porque cuando yo perdí ese segundo año estando con mi mamá, ella me daba con la correa, porque en esa época era permitido ese castigo. Mi papá no nos pegaba, era más amigo del diálogo. Cuando perdí quinto, estaba viviendo con mi papá, y me dio otro tipo de lección de vida. Me dijo:
— Mijita, empiece a buscarse usted su colegio.
Mi mamá me daba correa, pero al rato estaba diciendo:
— ¡Qué le vamos a hacer! Venga a ver, no vamos a perder el cupo.
Había una lucha personal por parte de ella, y yo prefería eso.
Busqué colegio con las hermanas de mi novio. Mis cuñadas ya eran grandes, estaban casadas y tenían hijos. Una de ellas, Adelita, me ayudó para que pudiera estudiar en el Colegio Departamental Silveria Espinosa de Rendón. Sin embargo, la mayor parte del bachillerato ya lo había hecho en el Colegio Menorah, que pertenece a la Fundación Menorah y que es proyecto bandera de la comunidad judía en Colombia ayudando a niñas de escasos recursos.
Crecí en condición de escasez. En mi casa, mientras estuvo mi papá pasamos muy buenas navidades, pero después de la separación fue un poco más difícil y cada vez los recursos eran menos. Fue mi mamá quien logró conseguir cupo en el Menorah, que brinda una educación integral y con muy buena disciplina, producto de los lineamientos de la rectora del momento, Isabel Grandas, con quien tengo una relación de amistad muy bonita.
Menorah es de los mejores colegios distritales de Bogotá que, además, daba la alimentación. Pasé luego a estudiar al Silveria, que es Departamental, con una orientación diferente. Estando aquí comencé a ocupar los mejores puestos, lo que demostraba que estaba muy bien preparada.
Después de ese año con mi papá regresé a vivir con mi mamá queriendo reconducir mi vida, con la seria decisión de no perder más años, de valorar mucho las cosas que tenía.
- Antes de continuar, cuéntame algún compartir muy especial que hubieras tenido durante ese año de convivencia con tu papá.
Recuerdo que montamos una obra de teatro con sus amigos. Se llamó Préstame tu marido. Haciendo un paréntesis te cuento que yo creo que eso ayudó a que yo perdiera el año, por estar en los ensayos de la obra de teatro. Esta obra se presentó en San Cristóbal, en Villa Javier, al sur de Bogotá, donde pude ver el impacto que tuvo en las familias y cómo les brindábamos felicidad.
- ¿Cuál era el rol que representabas?
Me dieron un personaje que no me gustó al principio porque tomaron la decisión sin mí, entonces cuando mi papá me dijo:
— Mira, te tocó la empleada del servicio.
— ¿Pero, cómo así que me tocó la empleada del servicio? ¡Y porqué yo de empleada!
Estigmaticé el personaje, yo quería el protagónico. Ante semejante reacción me contestó:
— Lee el personaje, que está en todas las escenas, es vital. Léelo.
Lo leí juiciosa y descubrí que el personaje era el que enredaba las escenas y la historia en sí, aunque no era el que tuviera más texto. Comencé a darle una caracterización, a ponerle trenzas. Decidí que la empleada sería mueca, coja, con acento campesino. Resultó que el personaje encantó al público.
- ¿Qué relación tenía tu papá con las tablas?
Le gustaba mucho el tema. En su época mi papá fue bohemio, estudiante de la Nacional, pero no se graduó, comenzó tres carreras que no terminó. Creo que la única que pasó fue la carrera 30 (risas). Pero es un hombre muy inteligente, brillante en matemáticas y con la capacidad de estar con su gente y de ofrecerse a los demás.
Es él quien encuentra la obra de teatro y quien sugiere montarla para el barrio. Él hace parte de las asociaciones mutuales por muchos años y les ha dado ese cambio de visión, de llevarles otras cosas.
- ¿Cuéntame qué hay de tu papá y de tu mamá en ti?
Tengo mucho de los dos. Aunque la relación entre ellos no hubiera funcionado por las razones que fueran, marcaron mi vida hoy.
De mi papá, sin duda, tengo el humor. Me enseñó la pasión por la radio, la chispa, el valor de la honestidad y el gusto por el teatro.
De mi mamá tengo la perseverancia, la constancia, la responsabilidad, un poco del sentido social, su deseo por compartir con los demás el conocimiento. Y es que mi mamá siempre vivió en función de ayudarle al otro, de trabajar su autoestima, de enseñarle educación sexual y tengo una anécdota con respecto a este tema.
Pasados muchos años y estando yo en La Luciérnaga, mi mamá ya pensionada, salí en la revista Soho. ¡Pero tranquilos! No me empeloté porque si no, ahí si los hago reír (risas).
Te cuento que invitan a varias humoristas como la Gorda Fabiola, Alejandra Azcárate y otras a que nos tomaran una foto de los pies y la gente tenía que adivinar a quién correspondían con solo vernos la cara.
- ¡Desnudaste tus pies!
Sólo desnudé mis pies (risas). Lo cierto es que yo empecé a contar en La Luciérnaga que próximamente saldría en Soho. Entonces la gente se imaginó lo que quieras. Resulta que fue una de las ediciones más vendidas, pero porque salía Amparo Grisales en la portada (risas).
Amparo salió completamente desnuda, con una tanguita de papel removible. Mi mamá se empezó a llevar la revista a sus clases en las veredas donde hablaba de sexualidad sana y reproductiva. Esto lo hacía gratis producto de su sentido social, dada su profesión como trabajadora social y de la experiencia de haber trabajado con Bienestar Familiar. Le pregunté:
— Oye mami, ¿tú para dónde vas con la revista? ¿Acaso a mostrarle a todo el mundo mis bellos pies?
— No, es que hay que mostrarle a todas las mujeres cómo mantenerse lindas y cómo depilarse.
— Pero mamá, que tiene que ver la revista.
— Es que Amparo Grisales es un buen ejemplo de ello.
— Pero mamá, eso es algo muy íntimo y personal.
Aquí abro un paréntesis para compartirte lo que me contó después mi mamá. Cuando la mujer en el campo comienza a implementar pequeños cambios en sus hábitos, como el de cuidarse de esta manera, los maridos empiezan a desconfiar de ellas, a juzgarlas y a suponer que la mujer consiguió un amante. Lo que mi mamá buscaba con esto era un poco romper ese machismo y educar.
- Creciste en un ambiente que te permitió ser muy abierta porque no hay pudores, temas vedados, lo que debió hacer muy amable tu proceso de crecimiento.
Sí, gracias a mi mamá. Mi mamá fue una mujer de avanzada, al grado de divorciarse a finales de los años 1970, cuando eso era considerado un pecado. En ese entonces no se entendía cómo una mujer se separa de su esposo, porque eran prejuzgadas, sin importar las razones. Su decisión fue completamente válida. Fue su dignidad la que lo llevó a hacerlo y su decisión de no soportar ciertas cosas. Comenzó entonces su vida de mujer independiente, de pensamiento liberal. no libertina, que es muy distinto.
Recuerdo que yo aprendí a leer a los seis años. Había en la época muchos periódicos como El Espacio y otros en los que se leía en letra grande y roja: “Violada por su tío”. Yo le preguntaba a mi mamá qué era violar y ella sin tapujos y con mucha pedagogía decía: cuando una persona te toca donde no corresponde y sin tu consentimiento. Eso me enseñó desde temprano que nadie debía tocar mis partes íntimas, porque lo que enseñaban era que tú no te debías tocar y no que nadie debía tocarte a ti.
- Volvamos a tu historia. Terminas el colegio y te enfrentas a la decisión de carrera. ¿Qué pasó ahí?
Te contaba que yo no sentía mucha confianza en mí. Cuando estaba por terminar primaria pensaba que en el bachillerato no me iba a ir bien, pero lo terminé. Cuando estaba terminando el bachillerato, pensaba que no iba a llegar a la universidad y lo logre. Terminando la carrera no sabía qué me iba a poner a hacer, veía a la gente enrolada en los medios de comunicación y yo todavía no. Por todo esto siento que soy una bendecida de Dios, pero también pienso que he aprovechado las oportunidades que se me han dado.
- ¿Cómo decides optar por periodismo?
Esa es una historia linda. Yo quería medicina, ser ginecobstetra. Por esos días mi mamá se encontró con su amiga Yolanda Pulecio, la mamá de Ingrid Betancur. Le dijo:
— Yolanda, ¿por qué no me ayudas a darle un consejo a Alexandra? Quisiera que la orientaras sobre lo que le gustaría estudiar y saber si está bien encaminada. A ella le gusta medicina, pero no tengo cómo pagarle esa carrera.
Entonces Yolanda nos invitó a almorzar. Durante el almuerzo me preguntó:
— ¿Qué otra cosa te gusta?
— Odontología.
— Tu mamá no te la puede pagar, resulta una carrera muy costosa. ¿Psicología? Yo te veo más rodeada de personas porque eres extrovertida a la hora de hablar, te desenvuelves bien. ¿Has pensando en comunicación social y periodismo?
Eso para mí era como si me estuvieran hablando en chino, no tenía ni idea de lo que se trataba.
- Cual invitación a representar un personaje que nunca habías considerado.
¡Exacto! Pero me sirvió para empezar a averiguar. Visité todas las universidades que tenían esas facultades, revisé el pénsum y era todo lo que a mí me gustaba. Tenía entrevistas para la la Javeriana y la Tadeo. Escogí el Externado porque sentí un imán, me gustaron las instalaciones y la gente. Cuando hice la entrevista decidí no ir a las otras dos universidades porque algo me decía que aquí había sido admitida. Jose de Recasens, el decano que me hizo la entrevista, es alguien a quien conocía, pues cuando era niña había visto sus programas magníficos y fascinantes. Nos reunimos cuatro personas y nos pidió que habláramos del aborto.
- Tenías toda la propiedad para hacerlo gracias a la formación que te dio tu mamá.
Total. Y ya había hecho una exposición en el colegio sobre el tema. Yo esperé a que los otros hablaran. Pasó un tiempo prudente y como nadie comenzó, inicié formulando una pregunta:
— ¿Creen ustedes que el aborto es un método de control natal?
Eso generó la discusión. Me volví, sin darme cuenta, la que daba los temas y el resto los desarrollaba. Me sentí muy segura, muy confiada.
- ¿Se acabaron tus inseguridades?
Con la carrera sí. Me brindó muchas herramientas de expresión oral, me encantaba televisión, hacer entrevistas.
Estudié en El Externado con un préstamo del ICETEX. Luego de que pasaran quince años decidí estudiar derecho en la Universidad del Rosario. Esta es otra universidad que terminé amando y con la que tengo una muy buena relación.
- ¿Por qué decides que quieres estudiar Derecho y por qué decides hacerlo en la Universidad del Rosario?
Con La Luciérnaga los temas que se dan son de la cotidianidad y todos están inmersos en el derecho: tutelas, procesos penales por robo, maltrato contra la mujer, contratos civiles. Si bien no había continuidad ni seguimiento de esas historias me inquietaba el qué pasaba con ellos.
A raíz de esto intenté estudiar en El Externado, pero los horarios no me cuadraron. Pasaron diez años hasta que, con la muerte de mi mamá, necesité canalizar ese sentimiento de alguna manera. Me encontré con el exministro de Justicia, Carlos Medellín, le comenté que alguna vez había considerado la idea de estudiar Derecho, pero que ya lo tenía descartado. Me dijo:
— ¡Averigüe, nunca es tarde!
Me picó el bichito, empecé a revisar posibilidades y me encontré con que en el Rosario podía cuadrar mis tiempos para trabajar y estudiar al mismo tiempo. Consideré que resultaría muy interesante.
Fue muy especial, pues era otro momento de mi vida en el que me tocó estudiar con compañeros que hubieran podido ser fácilmente mis hijos, sin exagerar. Son jóvenes a los que se les subestima un poco, muy pilos, pero sí otro tipo de lectores que no se ocupaban mucho con la noticia del día a día. Como soy comunicadora vivo muy al tanto. En cambio, ellos siempre muy pendientes de sus redes sociales. Desconectarse del teléfono era todo un reto para ellos.
Así como académicamente aprendí mucho, creo que todo el mundo debería estudiar leyes, también aprendí lo que necesitaba para darle un manejo distinto a los temas que íbamos desarrollando en la emisora. Además, mi contancto con los jóvenes ayudó a construir otros personajes como el de “Sebas”, al que le dio la caracterización uno de mis compañeros, pero que ya no está en La Luciérnaga.
Hoy en día los jóvenes tienen unas oportunidades que en mi momento no. Por ejemplo, pueden hacer doble programa en simultánea. Es un reto que hay que aprovechar al máximo. Yo, cuando estudio esta segunda carrera estando ya grande, más no vieja (risas), para el programa fue importante y para mi vida por la cantidad de gente que conocí, de fuentes de información de noticias que se estaban contando constantemente. Esto fue así al grado de que extraño la universidad, me hace falta volver, yo quisiera estar en permanente educación, porque está uno actualizado, se aprende, se lee, se descubre y redescubre. Lo más importante, se redescubre uno a sí mismo.
- Cuando estás en silencio ¿cuáles son esas voces que te hablan?
Hay una que me dice que me falta hacer algo y que no sé qué es. Siento que le debo aportar más a la comunidad, algo con un sentido social. Ayudo a las fundaciones con mi show, pero debo hacerlo más allá de eso, hacerlo como Alexandra. Reviso opciones que me saquen de mi zona de confort, la gente me conoce porque imito voces, no por nada diferente. Quiero transmitirle una experiencia de vida a las personas que les aporte algo y las enriquezca.
- A propósito de experiencias de vida, cuéntame ¿cómo fue tu proceso de realización como mamá?
¡Maravilloso! Para la gente que no sabe, yo decidí ser mamá por inseminación artificial con donante desconocido. Decidí ser madre sola. No lo pensaba publicar, pero Julio Sánchez en su emisora contó de mi embarazo, y yo no lo iba a ocultar, no iba a decir lo que no era sobre el papá. Esto comenzó a desmitificar el tema de la inseminación del que no se hablaba mucho.
- ¿Cómo te preparaste para ese momento?
De dos formas. Una, conocimos el caso de una amiga de mi hermana, una chilena. Mi mamá nos avisó de su visita. Se trataba de alguien que había decidido ser madre sola. Yo la escuché como un caso extraño y por lo mismo quise preguntarle mil cosas. Estas preguntas son las mismas que hoy en día me formulan a mí. Cuando nos despedimos mi mamá me preguntó:
— ¿Tú te inseminarías?
— Pues si yo no tengo pareja de aquí a la edad en que sea el momento, no veo porqué no me voy a realizar como mamá.
— ¡Yo te apoyaría!
Nos dimos un abrazo que resultó premonitorio.
Nosotras nos enteramos de esa historia en el 2005. Mi mami falleció en el 2008. Y tomé la decisión en el 2009. Desde el 2008 comencé a prepararme juiciosa, a investigar, a mirar cuál es el rol o el tipo de mujer que hace estas cosas. Descubrí que es alguien por lo general autosuficiente, económicamente independiente, con una o dos profesiones y especializaciones, que posterga la maternidad por estudiar, pero que cuando llega a un punto en su vida sin encontrar relaciones satisfactorias, no se niega la posibilidad de ser mamá.
- Te escucho y quedo con la sensación de que tu mamá siempre supo que lo harías.
Lo soñaba. Te cuento que yo tuve diferentes presiones, una a los quince años:
— ¡Cuidado llega a quedar embarazada!
La otra a los veinticinco:
— ¡Pero cuándo va a tener un hijo!
Cuando decidí tenerlo, ya mi mamá no estaba. Cuando la mujer decide tener a sus hijos, recibe la presión social cuando se casan. La gente les dice:
— ¿Cuándo va a encargar?
Y cuando nace el primogénito, la pregunta obligada es:
— ¿No va a tener la parejita?
Todo el tiempo la mujer está bajo esta mirada. Con mi experiencia invito a estas mujeres a que decidan serlo cuando quieran, cuando se sientan preparadas.
- Otra de las observaciones que hago al escucharte, es que lo de tus inseguridades no era tal, porque para tomar este tipo de decisiones se necesita mucha fortaleza de carácter.
Y una preparación. Yo lo hice muy juiciosamente. Esa autodeterminación estaba medida desde lo económico, previendo escenarios como el de su educación. Me aseguré porque ya le pagué a Juan José un seguro de estudio. Él es mi motor de vida, es mi constante y lo hago todo por él. También revisé quiénes me rodearían, quiénes serían mi apoyo, familia, amigos, mi nana que es mi mano derecha.
- Y también te debiste preparar para responder a sus inquietudes en la medida en que crece y toma conciencia.
Esa es la pregunta antes de inseminar: ¿qué voy a hacer cuando me pregunte por el papá?, ¿dónde me voy a hacer el procedimiento?, ¿qué donante voy a escoger?, ¿a qué médico voy a recurrir?
Sumado a esto, hago un ejercicio muy bonito, el de hablar con mujeres que tuvieron hijos y están casadas “divinamente”. Con mujeres que están divorciadas con hijos. Y con mujeres que nunca tuvieron hijos.
El primer grupo se caracteriza por la presencia de un marido que económicamente aporta, que siempre tiene detalles con ellas. Pero descubrí que la relación con el hijo al momento de nacer es muy de la mamá, así los papás estén cambiando pañales y se bañen con los niños, el cordón umbilical sigue unido a la mamá.
Los hijos de las divorciadas, con papás que estuvieron ahí, pero que ante el divorcio los utilizan como una manera de manipulación, surgen problemas como las autorizaciones de salida del país por citar un solo ejemplo de lo que hace que el niño se vuelva una ‘cosa’ dentro de esa relación, algo que se encuentra en todos los estratos sociales.
Y las mujeres que tienen cincuenta años y nunca tuvieron hijos porque eso daba para expulsión de la casa y sufrían el rechazo de la familia o si quedaban embarazadas decían que la niña se iba a estudiar inglés a algún sitio, pero se las llevaban era a abortar. Hoy en día dicen:
— Me hubiera encantado poder hacer lo que tú hiciste, pero para la época era condenable.
- ¿Qué te conmueve hasta las lágrimas?
Ver a mi hijo, verlo desarrollarse, crecer.
Los niños llorando; una familia que no tenga qué comer; los desplazados, los que llegan de Venezuela o de donde sea porque todos tienen unas historias de vida dolorosas; ver que se le niega a un paciente con cáncer su derecho a la salud; ver que roban este país y los que salen a posar de correctos son los más corruptos.
Cualquier cantidad de cosas que hace que uno se cuestione sobre el país que le estamos dejando a nuestros hijos y sobre todo a uno que decide tener hijos. Los milennials lo tienen claro, se quedan con un perro o un gato, viven con sus papás. Cómo ser crítico de estas decisiones cuando cada vez hay más corrupción, menos tolerancia y más inequidad. No es que yo esté aquí un poco apocalíptica, pero es bueno vernos el ombligo.
Quiero decirte que me gusta que me vean como alguien normal, alguien que también se enferma y le pasan las mismas cosas que a otro. Y lo menciono para contarte algo que me duele profundamente, y es que la gente tiene pocas manifestaciones de humanidad, poca compasión por el otro. Para ilustrarlo te pongo el ejemplo de un video que recibí por redes sociales, el de una persona que se queda dormida en Transmilenio y alguien lo graba, esta persona tiene la paciencia de esperar por el momento en que el personaje se cae. Teniendo la oportunidad de ayudarle, de evitar la situación, prefiere publicar un video que reciba muchos likes, hacerse famoso por cinco minutos.
A mí esa falta de compasión me duele, me molesta, no me produce risa. Me preocupa la agresividad en las redes sociales y la falta de respeto.
Por otro lado, también me molesta y me sorpende que te pierdas de conocer a un científico brillante, a un ser humano maravilloso, pero que no sirve porque no tiene cien mil seguidores en redes.
- ¿Cómo no tomarse demasiado en serio?
Yo vivo con Dios en mi corazón, sé que él me provee, me da todo, él es mi manager, me da la vida, la salud, el trabajo, a mi hijo. Creo que ese es un estímulo muy importante. Lo otro es ver la realidad con un poquito de sonrisa. Yo todavía, a pesar de las dificultades, me río, pero como decía al inicio, es una válvula de escape que permite ver los problemas de otra forma.
Cuando tengo una dificultad rápidamente busco la solución, no importa de qué se trate. Si me estrello con otro carro, reviso qué pasó, llamo al amigo del taller que me da plazo para pagar y buenos precios, y no me quedo en el problema. Si se me rompió la media y tengo grabación, de inmediato reviso opciones, me voy sin medias o cruzo la pierna y tapo el roto, pero no me quedo en la angustia. Esto lo aplico desde lo más simple hasta lo más grande.
- ¿Cuál es tu compromiso social a través de lo que haces?
Me parece que el hecho de estar en un programa como La Luciérnaga, con el equipo que se tiene, da la posibilidad de llegarle a las personas y contarle la historia con un poquito de humor, igual las noticias. Generar opinión, que descubran que si lo que se está diciendo es verdad o no y que duden, que se tomen la molestia de investigar un poquito. La gente que sufre limitaciones aquí encuentra una válvula de escape y ve que no está tan mal como lo que estamos contando en las noticias. A ellos quiero brindarles una sonrisa en medio de la dificultad.
- ¿Qué te gusta dejar en los otros?
Trato de ser lo más honesta posible, pero también como la gente solo ve un pedacito de uno, puede pensar que Alexandra es chistosa todo el tiempo y al ver esta entrevista se darán cuenta que es seria, profunda y existencialista.
- Tú representas muchos personajes y, todos, de alguna forma, somos uno. En tu silencio, en tu intimidad, en tu recogimiento ¿qué personaje eres? ¿Cómo te reconoces cuando te miras al espejo del alma?
Yo tengo un poquito de todos los personajes que hago, todos tienen algo de mí. Por eso soy la boyacense en su aparente ingenuidad, la que da palo haciéndose la bobita; digo mis cosas con anestesia; no me quedo callada con nada; me considero tierna, pero a veces las personas abusan de eso.
En cuanto a las relaciones de pareja soy de las que da espacios, pero manifiesto mis sentimientos. Pienso que quien recibe afecto y no lo valora, es porque no sabe qué es eso. Me vuelvo un poco más prevenida a la hora de entregarme en una relación.
- ¿Cómo manejas la frustración?
Uy, eso es doloroso. Busco lo positivo, lo bueno, hago el duelo y paso la página. Aprendo de los errores.
- ¿Cómo quisieras ser recordada?
No había pensado en eso. Que era una vieja chévere, pilosa. Que se reconociera algo mío, que digan: esta vieja me enseñó tal cosa, yo descubrí que yo también tenía un talento; si no es porque ella me lo dice yo no me doy cuenta que tengo tanto adentro.
Esto lo prefiero, que el otro descubra cosas por algo que yo dije.
- ¡Es que eres una persona profunda!
Sí, totalmente. Es que no se imaginan que porque hago humor pueda decir todo esto tan existencialista. Y sí, yo te decía que la gente siempre espera que yo tenga una sonrisa y que sea chistosa todo el tiempo.
Cuando me estrellan, me enojo. El otro dice:
— Ay, pero es que no eres tan chistosa como en la radio.
A mí no me gusta que me cobren impuestos cuando se los roban y aunque tenga que pagarlos.
Tengo una anécdota de cuando mi mamá estaba hospitalizada. Mamá sufría de artritis reumatoidea, había consumido corticoides porque era lo único que le calmaba el dolor. Eso le bajó las defensas hasta que llegó una bacteria que la dejó un mes padeciendo hasta que se la llevó. Hubo momentos en que estaba bien y otros en que el médico nos decía que se podía ir en pocos instantes. Se recuperaba un poquito y volvía a recaer.
Cuando en uno de esos momentos en que sentíamos que era la muerte, que ya no podría volverla a ver, me rondaban las ideas de qué le diría, de qué haría con mi madre con la que ya no podría estar más.
Cuando ya me tenía que ir porque se había acabado el turno de la visita, una de las enfermeras me dijo:
— Ay, vea, usted es la del humor. Haga como Natalia…
Mi tristeza era tan profunda que no pude sino decirle:
— Mira, hoy tengo el corazón apachurrado. Otro día. Te la debo.
Pero yo llevaba el duelo de la muerte que rondaba a mi mamá.
- ¿Qué le da sentido a tus días?
Aunque suene a cliché, el construir que me permita ser mejor persona. Cuando uno dice ser buena gente, es en verdad ser un ser humano bueno.
- Ahora comentábamos que ser políticamente correctos nos limita mucho, tanto como nos limita el tiempo. Por eso hemos de dejar aquí.
Antes de cerrar te digo que dentro de lo políticamente correcto buscamos no discriminar a las minorías, pero quizás hacerlo logra exactamente lo contrario. Son muchas las voces que hay que escuchar y sin prejuicios.
- Hablando de voces, me encanta escuchar la tuya que nos permite conocerte de esta manera.
Gracias a ti por presentar estas facciones de mi existencia.