Memorias conversadas

Memorias conversadas

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

“¿Qué sabes tú de mí?, parece decir la voz de los tiempos. ¿Cómo te atreves a pensar que puedes entenderme, y peor aún, hablar desde mi lugar? Zadie Smith se pregunta si todo podría ser una cuestión de palabras. ¿Y si, en lugar de , describiéramos este fenómeno de escribir sobre otros como… ?”. Fragmento del libro La traducción del mundo, de Juan Gabriel Vásquez, de esta casa Editorial, Penguin Random House, sello ALFAGUARA.


Abro de esta manera, pues considero que registrar las memorias es una tarea que todos los mortales, con mayor razón las personas que han llevado una vida ejemplar, dedicada al servicio, deberían imponerse en algún momento de sus vidas. Considero que deben hacer una pausa que les permita recorrer nuevamente el camino ya transitado y consignarlo en palabras. Que no deberían permitir que se delegue esta misión a la memoria de un tercero que en el futuro quisiera hacerlo. Porque, nadie podrá acercarse a expresar nuestras emociones, nuestras reflexiones, por muy íntimo que haya sido el lazo o por muchos pergaminos que lo adornen como biógrafo. Todos sabemos que la historia tendrá una versión distinta de acuerdo a quien la cuente, pero la emoción de lo vivido, la magnitud del impacto generado en nosotros, nadie podrá transmitirla de la misma manera que lo haría su protagonista.


Desde hace más de una década voy por la vida invitando a recorrer este camino. He buscado generar la conciencia de no dejar semejante empresa en otros. Investigar para escribir una biografía es un trabajo que permite compilar hechos, fechas, datos, pero jamás logrará captar las emociones del biografiado, a menos que este le hable al oído. De allí mis Memorias conversadas, porque, , como me dijo Guillermo Perry cuando experimentó mi construcción.


Ayuda mucho que alguien realmente conectado con nosotros y con sentido de importancia por la existencia, nos invite a recordar lo que creíamos olvidado, lo que no sabíamos que todavía nos habitaba; que nos despierte la conciencia que vibra en la piel, en cada poro, en cada célula nuestra. Esta es la más bella manera de escribir nuestra historia. Ninguna otra.


Pues bien, confieso que siento una fascinación profunda por descubrir al otro. No me resisto a ponerlo a hablar desde la emoción que genera activar la memoria. Me parece sentir lo que siente, recordar lo que recuerda. Me apropio de su vida mientras la escribo. Me siento narrando una película que se presenta ante mí muy vívida. Su recuerdo se vuelve presente. Sus personajes recobran toda esa fuerza vital de cuando pasaron los acontecimientos. Imposible no derramar una lágrima, de nostalgia, de tristeza, de ternura, de dolor. Imposible no expresar una sonrisa, plácida, magnética, empática, cómplice, divertida. Imposible no sentir el entusiasmo, la vitalidad, la efusividad de ese momento histórico ya, pero también la contrariedad, la frustración o el enojo por alguna situación del pasado, superada o vigente.


Siempre quedarán hechos no narrados, no contados. Imposible recopilarlos todos, pero, por lo menos, algo se escribirá para ayudar a la posteridad. Este es el más valioso legado que podemos dejar a las nuevas generaciones. Una cosa es haber trazado un camino, otra es narrarlo. Si no se cuenta, si no se materializa en palabras, esa huella con el tiempo se irá transformando hasta borrarse. Me atrevo a expresar que: ¡si no lo escribes, no existe! Porque, si no lo cuentas, habrá innumerables versiones de lo que tú viviste, tantas como voces, por lo mismo, ninguna queda, pues estas no serán de autor, sino de intérprete. O lo que es peor, la vida se desvanecerá como la memoria de quienes terminarán por no recordarnos siquiera o no saber que alguna vez existimos.