LUIS CARLOS LEAL
Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web. Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.
Mi apellido me describe. La lealtad es el valor que más me representa, me ata a otros, y la falta a ella hace que termine cualquier tipo de relación. Además, soy Tauro, uno de los signos más leales, fieles, honestos, buenos amigos. Soy terriblemente terco, obstinado, lo que ha sido una ventaja. También soy alegre, me fascina la música, salir, cantar, bailar. Hago chistes flojos, dicen que son propios de tío.
ORÍGENES
RAMA PATERNA
Celso Leal, mi abuelo, fue un boyacense que se dedicó al campo, pero en algún momento decidió vivir en Bucaramanga, donde se enfermó. En ese momento invitó a sus hijos a trabajar con él. Mi papá atendió este llamado para lo cual abandonó sus estudios que adelantaba en una universidad en Bogotá. De esta manera también ayudó a su hermano, quiso acompañarlo y cuidarlo. El hecho es que al poco tiempo el abuelo murió, entonces mi papá continuó trabajando las fincas.
Wenceslaa Becerra, mi abuela, también boyacense, fue la mata de la bondad, una mujer sobreprotectora de hijos y nietos, y el centro de las reuniones familiares. Los abuelos tuvieron cinco hijos: Jairo, Jorge, Jaime, Hildebrando, Chucho, Gloria y Yamille.
HILDEBRANDO LEAL
Hildebrando, mi papá, nació en Chiscas, Boyacá. Un hombre noble, lo más noble que conozco, muy trabajador desde pequeño cuando salía a altas horas de la madrugada a ordeñar el ganado para luego ir a la escuela. Viajó a Bogotá donde compartió con sus cinco hermanos. Llevaba dos semestres cuando se enfermó el abuelo, entonces mi papá viajó a Bucaramanga a trabajar en los cultivos de arroz.
RAMA MATERNA
Justo Pastor Angarita, mi abuelo, de origen humilde, campesino, boyacense, es una persona sociable y servicial. La crítica en su casa era que sacrificaba su bienestar para ayudar a otros: cuando viajaba de Soatá a Bogotá en su camioneta, le paraba a todo el que le pidiera ser transportado incomodando a la abuela: llegó a dejar en el camino la comida para acomodar a la gente.
Bertha Blanco, mi abuela, una mujer de campo y de familia acaudalada, fue muy consentida y consentidora, sobreprotegida. Siendo muy joven se escapó para casarse con el abuelo, por fortuna, fue respaldada por sus papás. Compartía con amigas con quienes jugaba cartas, organizaban las fiestas del pueblo y hasta vestían a los santos.
Una de sus amigas estaba casada con el cirujano del hospital del pueblo, que era de segundo nivel por ser capital de provincia, en el que trabajó como directora de servicios generales. Estando allí continúo organizando fiestas, recogiendo fondos para distintos propósitos, uno de ellos construir la capilla del hospital. Siguió jugando cartas, y yo aprendí sentado en sus piernas. Me convertí en su consentido. Me llevaba a su trabajo y a mí me encantaba ese ambiente en el que compartí con los empleados del área: la señora de la modistería, la de cirugía… Con ellas hicimos las novenas, las acompañaba haciendo manualidades, pasando revista.
MARTHA LUCÍA ANGARITA
Martha Lucía Angarita, mi mamá, es una mujer extrovertida, alegre, le gusta organizar fiestas, disfrazarse. Siempre nos impulsó a mi hermano y a mí a cumplir nuestros sueños, recuerdo que me decía “Aspire a papa, para que llegue a sacristán”. Estudió Economía y Administración de empresas en Bucaramanga.
CASA MATERNA
Fue en el funeral de mi abuelo donde se conocieron mis papás, por pertenecer los dos a la colonia boyacense de Bucaramanga. Se casaron, se dedicó al hogar y trabajó un tiempo por fuera de los negocios de la familia solo para conseguir recursos que le permitieran celebrarle los cincuenta años a mi papá de una manera muy especial para que fuera inolvidable.
Poco tiempo después de su matrimonio, mataron al hermano menor de papá en Sabana de Torres, víctima del conflicto armado. Este hecho los cambió a todos, generó un dolor enorme, y mi papá estaba lleno de rencor que solo superó cuando mi mamá le dijo que estaba en embarazo, esperándome. Por su parte la abuela murió, aparentemente de un cáncer de páncreas que se la llevó en un mes a una semana antes de mi grado del colegio.
Mi papá se quebró repetidas veces, por la violencia y por las condiciones del clima en otras oportunidades, dependíamos de la cosecha: el cultivo de arroz toma un año y cuando el clima no favorece las pérdidas son enormes. En la finca también se sembró pitaya, yuca, tomate, piña. Con los años esta tierra se volvió de recreo para la gente de Bucaramanga y ahora son principalmente turísticas.
Precisamente por su trabajo, mi papá viajaba mucho, aunque en vacaciones trabajábamos con él, pero en la época de la violencia no pudimos regresar. Una noche cualquiera nos sacaron de la casa, nos llevaron a dormir a la camioneta sufriendo ese calor insoportable. En la mañana alcancé a ver a la gente que se había tomado la finca limpiando sus armas, sus granadas…
Como en esa época no había celulares, rezábamos por la llamada de papá, pues era lo único que nos garantizaba que estuviera con vida. Pese a las circunstancias tan adversas, mi papá nunca dejó de aportar a la casa, nos pagó los mejores colegios. Mi papá está por los setenta años y sigue siendo muy activo. Hasta hace muy poco empezó a pensar en él y a disfrutar la vida, viajando, como le gusta.
Mi mamá fue muy estricta quizás por ser el mayor de dos hijos atendí sus órdenes a pie puntillas. Nos ponía música, bailaba con nosotros y nos acercó a sus amigas. Fui muy confidente y cercano a mi mamá hasta que salí del closet, porque ahí cambió conmigo, aunque con el tiempo nos hemos vuelto a acercar.
Somos dos hijos. Leonardo Andrés, mi hermano, es una persona muy seria, centrada, organizada, responsable. Desde niño hacía cara de limón, lloraba si no le gustaba algo: alguna vez los vecinos acusaron a una persona que trabajaba en la casa por maltrato infantil porque no sabían que el niño hacía escándalo por todo, mi mamá que estaba con nosotros en casa sabía que no era maltratado, sino que era su temperamento. Como es más alto, siempre pensador que era el mayor. Es ingeniero industrial y tiene restaurantes en Bucaramanga.
PILARES DE FAMILIA
Mis papás nos educaron en valores en una familia muy tradicional. Nos enseñaron a revisar las cuentas para verificar que efectivamente nos hubieran cobrado todo y no afectar a quien nos hubiera atendido. Ser honesto fue una consigna.
El sitio de reunión fue siempre la habitación de mis padres donde nos encontrábamos al final del día para ver telenovelas en familia. Para mi mamá era inadmisible que peleáramos, lo que castigaba con dureza. Nos limitaba las salidas, controló las amistades que tejíamos dentro de nuestro proceso de formación.
Como mi papá viajaba tanto, mi mamá me decía que yo era el hombre de la casa y dormíamos los tres en la misma habitación cuando él no estaba. Celebrábamos las fechas especiales con la familia de mi papá y, sin falta, el Año Nuevo con los abuelos maternos.
ACADEMIA
Mi mamá escogió nuestro colegio, el San Pedro Claver de la Compañía de Jesús, porque veía muy lindos a los niños con sus uniformes. Siendo de clase media, vivimos en un barrio y estudiamos en un colegio de niños ricos. Esto no nos afectó, pero sí notamos las diferencias en la capacidad económica, por ejemplo, mis amigos tenían celular, mientras que mi hermano y yo no, llegaban en carro al colegio, mientras que nosotros no pues el carro era para la finca a la que íbamos a trabajar durante las vacaciones: madrugábamos a regar los cultivos, a cavar la tierra, a instalar las cercas para el ganado.
Como nuestra única responsabilidad era estudiar, entonces mamá fue muy exigente. El colegio se manejaba como un proyecto al que llamaron la pequeña gran Colombia, con representantes, vicepresidentes y presidente. Cada salón era un departamento con gobernador, y cada curso era una región. Mi primera campaña política la hice cuando cursaba jardín, a mis cuatro años. Quedé de secretario, porque nadie perdía las elecciones, a todos nos daban puesto. Fui el tercero en votaciones gracias a mi mamá quien siempre ha sido mi jefe de campaña.
En quinto de primaria me volví a lanzar a la personería, pero nadie confiaba en que podría lograrlo. Estábamos contra el tiempo cuando el profesor pidió hacer un jingle de campaña, debíamos llevarlo al día siguiente. Entonces mi mamá buscó una orquesta que había conocido y el músico llegó a medianoche con un casete que no teníamos donde escuchar, entonces tuvimos que esperar hasta el día siguiente. Llegamos al colegio ansiosos, sin conocer la canción que fue un éxito rotundo: la pusieron en descansos, todo el tiempo. Así gané mi cargo en el que hice una muy buena labor, cumplí todas las promesas: entre otras cosas, organicé una miniteca para recoger fondos que nos permitieran comprar bebederos de agua. Salió tan bien esto que cuando estaba en once llegué a la presidencia sin hacer campaña, pero asistiendo a los debates.
Me encantó mi colegio porque fomentaba los saberes alternativos y no solo los del currículo. Esto me permitió participar en diferentes programas: estuve en medios de comunicación, en la tuna. Las mamás decían que lo único que no les gustaba del colegio, era que los estudiantes no quisiéramos salir de él, porque nos tenían que sacar a diario.
Durante mi último año llegó un nuevo rector. Argumentaba que un colegio privado no podía derrochar recursos de semejante manera porque iba a quebrar. Pero el rector de toda la vida construyó un barrio de trescientas casas con la plata que aportaron los papás en bazares, rifas y cualquier número de actividades porque tuvo un enfoque muy social. En lo religioso nunca fue dictatorial, al grado de hacerme considerar el sacerdocio como opción de vida, estudiando medicina y haciendo parte de Médicos sin fronteras. Alcancé a entrevistarme con un cura de Bucaramanga que trabaja en África y me permitió ver que yo tenía todos los recursos para lograrlo.
Pero mi intención cambió con el nuevo rector que sacó a una cantidad de buenos profesores, les cambió sorpresivamente el horario, los estresó, también retiró las actividades lúdicas. A mí me colmó, entonces organicé un paro protegiendo al profesor más querido. Todo salió mal, terminé en la oficina del rector diciéndole que resultaba ridículo el haber considerado alguna vez ingresar a la Compañía de Jesús cuando en ella había gente como él. A partir de ahí, se dedicó a agotar recursos para expulsarme, pero por mi rendimiento académico no lo logró, por el contrario, cada mes tuvo que enviarme cartas de felicitación porque nunca salí del cuadro de honor. Para mi grado, sufrió una parálisis. Subí al escenario a recibir tres premios: uno por haber estudiado toda la vida, que debieron recibir mis papás quienes pagaron mi estudio, ahí yo no tenía ningún mérito; por espiritualidad y por excelencia académica. Lo que sí logró este personaje fue quitarme el premio al mejor bachiller, cuando yo me lo había ganado, como me dejó saber uno de los miembros del staff que era muy amigo mío.
UNIVERSIDAD NACIONAL
Mi sueño de la vida fue ser cirujano general de la Universidad Nacional y lo logré, porque siempre me gustó el hospital en el que trabajaba mi abuelita. Humberto Báez, su cirujano y gerente, egresado de la Nacional, con alguna frecuencia comía en la casa de mi abuelita y se presentaba con los zapatos bañados en sangre, llegaba a contar historias fascinantes de lo que había sido su día. También fue un líder, inauguró la nueva sede del Hospital mejorando el bienestar de la población a la que atendía. La gente del pueblo iba hasta su casa a consultarlo llevándole gallinas, mercados.
La Nacional otorgaba tres cupos para presentar gratis el examen de admisión a los estudiantes de distintos colegios de mejores resultados en el ICFES y beca a quienes los ganaran. La vicerrectora académica del Colegio pasó por los salones preguntando quién realmente aprovecharía esta oportunidad, yo levanté la mano sin conocer el alcance ni lo que significaba esta Universidad.
Viajé con mi mamá a Bogotá, ella quería que yo estudiara en la Javeriana o en el Rosario, pero, al pisar el campus de la Nacional decidí que era aquí donde yo debía estudiar: entrar por la calle treinta en medio de árboles majestuosos, llegar a la plaza Che con ollas comunitarias, aumentó mi entusiasmo. Cuando pasé el examen supe de lo que estábamos hablando, pues recibí cualquier número de llamadas felicitándome por semejante logro. La condición que puso mi mamá fue la de que si perdía un semestre me cambiaba inmediatamente de Universidad.
Mi primera casa en Bogotá fue el apartamento del doctor Báez, por seis meses, entonces, quizás sí supo que fue mi inspirador. Luego me instalé en la casa de uno de mis tíos.
Mi mamá me dice perejil, porque este no puede faltar en ningún caldo. Muy temprano fui representante de los estudiantes. Aquí hice grandes amigos, se abrió mi pensamiento político, salí de la burbuja política en la que había vivido siempre, cambió mi idea de lo que es el conflicto armado en Colombia y de lo que se estaba viviendo, era el segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Conocí de primera mano las historias de muchos de los estudiantes y la verdad de las madres de Soacha quienes fueron a la Universidad a hablarnos de los falsos positivos. Este fue un punto de quiebre y de conflicto con mi familia, pues con Uribe en el poder pudimos volver a la finca y ver con frecuencia a mi papá, pero yo ya empezaba a manifestar mi opinión desde otras orillas.
ESPECIALIZACIÓN
Terminé mi carrera muy a tiempo y, aunque tuve que esperar ocho semestres para tomar cirugía, por fortuna me gustó. Quise hacer la especialización, pero tuve que esperar tres años, aunque pasé en tres universidades privadas, me sacaron del proceso: en una me pidieron ochenta millones de pesos si quería pasar la entrevista, en otra me excluyeron por mis ideas políticas y por ser egresado de la Nacional.
En el entre tanto se dio la marcha de las batas blancas con el fin de tumbar la reforma a la salud que se planteaba en el gobierno de Santos. Fue aquí donde conocí a Carolina Corcho, a quien admiraba cuando en plaza pública daba sus discursos. Como profesional acompañé el proceso cuando se empezó a formular la Ley estatutaria de salud y logramos que se abriera el Hospital Universitario de la Nacional.
Hice mi rural fuera de Bogotá y empecé a trabajar en distintas plazas, una fue Leticia con miras a radicarme en Brasil. Por fortuna, en algún momento logré uno de los cinco cupos que abría la Nacional para hacer la especialización. Comenzaron cuatro años de estudio, aunque en las noches y durante los fines de semana trabajé en ambulancias, luego en urgencias.
ASOCIACIÓN DE INTERNOS Y RESIDENTES – ANIR
Mi mejor amigo, presidente de la Asociación Nacional de Internos y Residentes – ANIR, que había presidido Carolina Corcho en algún momento, me invitó a que fuera su vicepresidente con la garantía de que no tendría que hacer absolutamente nada, pues yo quería concentrarme en mi estudio. Una vez me convenció y asumí, finalizando el primer año, él viajó a hacer parte de su residencia a Brasil dejándome toda la responsabilidad.
Para ese momento contábamos con un auxilio llamado Becas Crédito Médico Ley 100 para mil doscientas personas. Eran apenas dos salarios mínimos mensuales que recibíamos cada tres meses. Ese año en las convocatorias ofrecieron ochocientos auxilios obligando a muchos estudiantes a abandonar su especialización. Fue así como, en menos de una semana, organicé la movilización, creamos el numeral para redes sociales #Yotambiéntrabajogratis que promovimos tomándonos fotos. La mía fue en el Hospital de la Samaritana antes de comenzar mi rotación a las seis de la mañana. Al finalizar el día me di cuenta de que había sido viral.
Me dijeron que el ministro de Salud quería reunirse conmigo para negociar, lo que me asustó enormemente, pues nunca me había enfrentado a nada parecido. Por fortuna, conté con el acompañamiento de Carolina, siendo yo el vocero oficial. Hicimos tres acuerdos: devolver el número de auxilios al inicial, aumentar los cupos y trabajar en una Ley que resolviera la situación. Al año siguiente se disminuyeron los cupos y no se avanzó en la Ley. Este resultado me llevó a repetir Presidencia y a asumirla a nivel nacional. Fue así como me levanté de la mesa, saqué un comunicado y decidí no continuar con la negociación.
Poco después recibí una llamada de Carolina diciéndome que Sara Piedrahíta, representante en la Cámara, nos apoyaría, esto gracias a un familiar neurólogo que le generó conciencia frente al tema. Redactamos y logramos la aprobación de la Ley (1917 de 2018), que sancionó el presidente Santos. Fue un trámite que tomó tres años, aunque quisieron meterle un mico. Ha sido el mayor logro, y lo celebramos cada vez que me encuentro con Carolina. Nos sentamos a la mesa de la gran junta médica nacional de la que hizo parte el doctor José Félix Patiño a quien le tuve un cariño muy especial. Aquí se redactó la ley que se debate actualmente en el Congreso. El doctor Patiño nos dijo: “Me voy a morir y no hice nada por la salud, por fortuna están ustedes”. Pero nosotros no alcanzaremos a hacer nunca una mínima parte de lo que él hizo.
Tan pronto me gradué, en el 2019, comencé a trabajar en la Clínica San Diego, recomendado por uno de mis profesores. En el Hospital Universitario de la Universidad Nacional no pagaban nada realmente, era más el cariño de mantenerlo abierto.
CONCEJO DE BOGOTÁ
La Ley de residentes me llevó a tener un contacto diferente con la política: supe que podría hacer muchas cosas que impactaran a un gran número de personas al mismo tiempo.
Mi grado como especialista coincidió con la presencia de Luis Ernesto Gómez, quien buscaba gente para armar su propio movimiento, me animé y me sumé a más de cuarenta personas con las que hice campaña recogiendo firmas para su Alcaldía de Bogotá. Lo vi como una forma diferente de hacer política. Muy tarde entendí que los intereses eran individuales, tener una lista independiente al concejo de Bogotá representó mil dificultades y con una nueva estrategia logramos tener aval algunos con el respaldo del Partido Verde: considero que Claudia Calao, quien asumió todo este proceso, debió ser la candidata y yo su jefe de campaña, pero ella insistió en que fuéramos juntos como candidatos en el matrimonio ambiente – salud.
Salimos seis personas a la calle cuando nunca habíamos hecho política electoral, además, sin recursos: nos gastamos treinta y tres millones de pesos. Íbamos desde las cuatro de la mañana a acompañar las filas de Capital Salud para exponer las ideas a la gente. También nos acercamos a los trabajadores de la salud en los cambios de turno de los hospitales. Porque hice campaña en las mañanas y en las tardes trabajaba.
El día de elecciones tuvimos que cuidar los votos en la Registraduría, pero tampoco sabíamos cómo hacerlo. Aprendimos en el proceso pagando la novatada. Vimos cómo pasaba la gente con costales, unos abiertos. Todo era un completo desorden. No teníamos equipo, no sabíamos quiénes habían votado por nosotros ni en qué localidad ni en qué mesas, tampoco habíamos construido una base de datos. Pero rescatamos cincuenta votos y mantuvimos nuestra curul en el Concejo.
Recuerdo una celebración donde no hubo una sola persona que no me hubiera dicho que nadie daba un peso por mí. No sabía si tomarlo como un halago. El primero de enero se acordó que Carlos Fernando Galán sería presidente durante el primer año, el Partido Verde tendría una de las vicepresidencias que a nadie le interesaba. Entonces nos lanzamos, nos nombraron y comenzó el aprendizaje.
Conformamos un gran equipo de trabajo que sacó adelante el primer laboratorio de innovación política, una de mis iniciativas que se vio afectado por la pandemia; dentro del laboratorio lanzamos un kit de herramientas para el enfoque de género y así poder materializarlo; hicimos una asamblea ciudadana por primera vez.
Fui reconocido como el mejor concejal de Bogotá por la corporación Concejo cómo vamos, pese a los conflictos directos con la alcaldesa de la ciudad. La primera moción de observación se la hicimos Alejandro Gómez, secretario de Salud de Bogotá, por su pésimo manejo de la pandemia y porque mentía a la ciudadanía, lo que me generó enormes conflictos con Claudia López.
UNIVERSIDAD DE CIENCIAS APLICADAS Y AMBIENTALES – UDCA
Actualmente sigo en el Concejo y soy docente de cirugía de la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales – UDCA operando con los estudiantes los martes en la tarde.
PROYECCIÓN
Proyecto mi vida en política. Quisiera volver a ser cirujano, pero en un país con un sistema de salud que funcione, sin maltrato laboral, sin discriminación por los pacientes, con garantías para los médicos, con oportunidades para los estudiantes, con insumos.