Isabella Gómez Girón

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web. Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.

ISABELLA GÓMEZ GIRÓN

Soy mujer, artista, curiosa, empática, entusiasta, pasional, alguien que adora encontrar formas de enamorarse de la vida. Me define la vitalidad, amo tener energía para hacer cosas, por lo mismo, me cuesta decidir. Busco sacarle el mayor provecho a las situaciones. Me considero sensible, lo que me conduce al arte. Disfruto creando tejidos que unan a las personas por más diversas que estas sean, porque mi círculo es ecléctico.

La influencia más grande que he tenido ha sido femenina. No conocí a ninguno de mis dos abuelos, y mis abuelas han sido matronas.

La rama paterna proviene de Gdánsk, puerto muy importante de Polonia, en ese entonces Alemania, donde su actividad consistía en construir barcos. Arnold Hans, padre de mi bisabuela, Carolina Hans, llegó al país por Puerto Colombia. Fue allí donde Carolina conoció a Luis Gómez, quien se convirtiera luego en su marido. Carolina enviudó muy joven, pero tuvo hijos, entre ellos mi abuelo Luis Ernesto. Luis Ernesto se dedicó al tema de aduanas, se ganó la lotería en tres ocasiones, se casó muy joven con Olga Mendoza con quien tuvo hijos, y murió cuando mi papá tenía veinticuatro años.

La familia de mi abuela, del Departamento de Bolívar, tuvo fincas de tabaco al borde del río Magdalena. Olga terminó su bachillerato en Barranquilla donde conoció al abuelo, para continuar estudiando enfermería. Falleció cuando yo tenía seis años, aunque la recuerdo por unas porcelanas que siempre tuvo en su apartamento, una de ellas representaba a una bailarina de ballet, que heredé. A la abuela le hacía muy feliz el que yo bailara, y me inscribieron en clases. En mis sueños, mi abuela asiste como espectadora para verme bailar ballet en el escenario.

Arnold Ernesto Gómez, mi papá, trabajó desde muy niño en la empresa del abuelo ayudando con la facturación y otros oficios. En 1975 se ganó la primera beca que otorgó el gobierno alemán para estudiar por seis meses en ese país, experiencia que lo marcó muchísimo. Le gustó siempre la ingeniería, pero también ciencia política, entonces tomó todas las electivas. Aplicó a Medicina en la Universidad Nacional y a Ingeniería en los Andes.

Como pasó en las dos, inició las dos carreras. Pronto supo que era demasiado esfuerzo, entonces continuó con Ingeniería donde fue monitor de varias materias. Una vez graduado dictó clases en los Andes. Se ganó otra beca para estudiar en NYU, primera semilla, porque fue donde luego estudié. Con esto me dio piso y el deseo de luchar por mis sueños.

En algún momento fue nombrado gobernador de su Departamento para terminar el período de quien ejercía el cargo, lo que hizo que nos trasladáramos a Barranquilla. Luego trabajó por treinta años en una de las gerencias de una cementera. Para ese entonces nació mi hermana.

Papá viajó mucho a razón de su trabajo, pero siempre estuvo presente en las fechas importantes llenándome de dicha al escuchar la llave cuando abría la puerta y luego sus pasos. Pese a la distancia, me ayudaba con mis proyectos de matemáticas y cálculo cuando lo necesitaba. Actualmente dicta clases de Historia política en la Universidad del Norte.

Para mí, mi papá representa disciplina y paz. Alguna vez le escribí un poema que decía que él era profundo como el mar. Y en esa profundidad hay silencio. Pero en la superficie, con las olas, me llena de vigor, de fuerza y de sabiduría. Siempre dice exactamente lo que necesito escuchar, aunque se trata de una persona de muy pocas palabras.

Fue él mi conexión con el deporte y con la cultura, pues desde niña visitamos museos, asistimos a conciertos y exposiciones. Nos mostró el mundo, otras culturas y con ellas la diversidad.

Mi familia materna es de Manizales. Mi bisabuela, Aura Parra, tuvo doce hijos. Como no pudo asistir al bautizo de mi abuelita, le hizo el encargo a su mamá quien olvidó cómo era que quería que se llamara la niña. Tratando de recordar el nombre, el sacerdote sugirió María Libia y así quedó. Al llegar a la casa, Aura le recordó que su deseo era que se llamara Miriam, aunque muchas veces se presenta como Marta. Tampoco se tiene certeza de la fecha de su nacimiento, por lo tanto, siempre celebra los 12 y los 23 de enero.

Mi abuelita es mi personaje favorito en el mundo, y siempre lo ha sido. Recuerdo una llamada muy especial que tuvimos en la que por primera vez confesé que yo quería ser artista, su respuesta fue: “¿Por qué no, qué la detiene?”. Ella no acepta un no puedo, un no soy capaz o un tengo miedo, porque vive en función del logro.  Durante mi carrera me envió sin falta cien dólares mensuales para mis clases. Me parece verla llegar a casa, el olor de su maleta repleta de encargos.

Se casó una segunda vez con un judio neoyorkino de ascendencia polaca y ucraniana, adoptando el apellido Grochowsky. No conocí a ninguno de sus maridos, pues el neoyorkino desapareció cuando mi hermana aún era una bebe. Pusieron anuncios en los periódicos, pero nunca lo encontraron, por lo tanto no tengo recuerdos de mi abuelo de sangre.

Cuando mi mamá tenía siete años, mi abuelita viajó a los Estados Unidos buscando brindarles oportunidades a sus tres hijos. Al llegar a Nueva York la amiga que la animó a hacerlo no la recibió. En el aeropuerto la acogió una gente latina, pero tuvo que salir al día siguiente de la casa en que la hospedaron y abrirse camino por su cuenta. Trabajó en diferentes oficios en el Madison Square Garden exigiéndose toda su vida para consiguir su propósito de llevar a sus hijos a que terminaran el colegio.

Antes de que la abuelita viajara se trasladaron a Cali donde mi mamá, Sandra Patricia Girón, se quedó con su abuela Aura cuando su mamá viajó. En su casa congregaban a todos los familiares que vivían lejos para celebrar las fechas especiales. Esta es una ciudad a la que también siento pertenecer. Sin importar que estuvieran en el Valle o en la Costa, conservaron tradiciones del Eje Cafetero como el tomar el algo en el que sirven chocolate caliente.

Mi mamá se reunió con mi abuelita a sus dieciséis años. Estando en Nueva York vivió el cambio cultural tan enorme, pues venía de estudiar con monjas para pasar a un ambiente de muchas libertades. Estudió en las noches inglés, la ascendieron un año, luego en Brooklyn estuvo en un comunity college. Cuando se mudaron a Tampa, mi mamá no se adaptó, empezó a trabajar en restaurantes y con los ahorros regresó a Colombia.

Una vez en el país no le aceptaron el título de bachiller de los Estados Unidos, entonces validó y, gracias a mi tía Nena, presentó el ICFES, comenzó Psicología en los Andes y conoció a mi papá en una fiesta cuando él ya era profesor.  

Mi papá tenía una oficina en los Andes, muy arriba en el cerro, a la que mi mamá fue acompañada por una amiga común para invitarlo a una fiesta. Pero la tal fiesta era de cuatro personas. Poco después se casaron, aunque no quedaron fotos, pues el primo de mi mamá, quien estaba encargado de tomarlas, olvidó poner el rollo.

Dibujé muchas versiones de un cuadro que representa el atardecer entrando al mar con las palmeras al lado adornadas con pajaritos. Mi mamá representa ese sol que transmite una enorme sonrisa, que produce una risa. Ella es como un grillito saltarín en el que me veo reflejada, porque somos muy parecidas. Cuando va a contar una historia, la actúa de principio a fin. Con ella disfruté los jueves a los que llamamos: “Los jueves de mami y yo” para ir por un helado, para escaparnos las dos. Con mi mamá siempre me siento inevitablemente en casa.

Andrea, mi hermana y mi modelo a seguir, alcanzó a nacer en Bogotá, poco después mis papás se trasladaron para Barranquilla. Estudió Administración de Empresas en American University de Washington, donde se quedó a vivir. Luego hizo una maestría en Mercadeo. Ahora vive en Virginia con su esposo, ecuatoriano, con quien me convirtió en tía. Camila no ha cumplido tres años y está próxima a iniciar su colegio.

Resulta que el deseo de mi hermana era tener una hermanita, le escribía cartas al Niño Dios pidiéndola. Su deseo se cumplió siete años más tarde cuando mis papás optaron por inseminación artificial, información que me dieron a mis dieciocho años. Soy mayor tres años a mi hermano Juan Manuel, quien se graduó en el 2023 de la Facultad de Ingeniería de Northeastern University en Boston donde estudió becado. Actualmente trabaja en Kansas. Me enorgullece ver todo lo que va alcanzado y su gran resiliencia para enfrentar diversos desafíos de su vida adulta y de su condición de inmigrante.

He sido muy nostálgica de mi infancia, porque en ella fui muy feliz. La fui cambiando de azul a amarilla. Me crie en Puerto Colombia, a cinco minutos de la playa. Durante es época de mi vida viajamos en familia, disfrutamos los fines de semana jugando futbol, tenis, con los perros, yendo a cine.

Mis papás nos enseñaron respeto y disciplina, a ser honestos. Nunca hemos sido irreverentes. Crecimos en una casa donde al interior manteníamos las puertas abiertas, en la que los domingos almorzábamos todos y aún hoy compartimos las navidades.

Dada mi forma de ser y como compartimos cuarto, mi hermana me hizo firmar un contrato de buen comportamiento, pues siempre he hablado duro, rompía cosas, era desordenada, a diferencia de ella. Este documento incluía lo que yo podía tocar en la habitación, a qué horas podía entrar y salir cuando ella invitaba amigas a la casa. Además, porque mis clases de ballet hacían que llegaran tarde por ella para recogerla de su gimnasia, pues yo con cualquier cosa me enredaba, demorándolos.

Mi hermana ha sido siempre en extremo estudiosa, la primera de la clase, dio el discurso de grado, y yo la admiraba por eso. Recuerdo que después de que compartiéramos cuarto, estando ya en el mío, me gustaba dejar mi puerta entre abierta para quedarme mirando la suya, pues se quedaba hasta tarde estudiando, y a mí me tranquilizaba saberla despierta. Andrea era mi luz, mi faro, pues a mí me daba miedo la oscuridad. Me golpeó emocionalmente cuando viajó, pues yo apenas tenía diez años.

También disfruté muchísimo a mi hermano. Mientras yo jugaba con él con sus carritos, a él lo ponía a cantar y a bailar. Era mi cómplice en todo, volvíamos de cada experiencia un juego. Cantábamos, bailábamos, jugábamos fútbol, hacíamos carreras en cada corredor que encontrábamos, y armábamos pijamadas incluso viviendo en la misma casa. Nuestros cuartos compartían pared y cuando uno de los dos no podía dormir, dábamos unos golpecitos en ella. Si el otro respondía, nos encontrábamos en el baño que conectaba nuestros cuartos y así nos hacíamos compañía sin que mi mama se diera cuenta.

Fue precisamente por mis primas que llegué al ballet cuando sugirieron que me matricularan en clases de baile para apaciguar mi energía. Me encantó tan pronto inicié. Ese año montamos Cascanueces donde me dieron un solo.

Resulta que en esa época Barranquilla era folclore, Mapalé, Champeta, Merengue. Se criticaba a quien quisiera dedicarse al ballet. Por este motivo yo lo oculté durante mucho tiempo cambiándome los uniformes deportivos por el tutú en el carro, para no hacerlo en los baños de las instituciones evitando de esta manera que se dieran cuenta. Cuando empezaron a reconocer mi flexibilidad me sentí muy a gusto. En mi época hubiera sido muy popular si el ballet hubiera contado con espacios entre los estudiantes, como ocurre actualmente.

Mi mamá dice que ella supo que yo sería artista cuando tenía nueve años, aunque siempre he sido histriónica. Unas amigas celebraron un cumpleaños con un concurso de talentos en el que participé con una boina rosada de lentejuelas, me aprendí Hot n Cold, una canción de Katy Perry. Pese a que no llegaba el sonido, me subí en la tarima, hice mi presentación por la que gané un premio.

Desde mis ocho años, mi plan favorito con mis amigas era escribir canciones y escenas que actuábamos en la casa. Cuando ya hubo celulares con cámara, nos grabamos. A mis catorce años entré a una academia de teatro. Mi primer papel fue el gato de Alicia en el país de las maravillas, del que conservo el disfraz. Tristemente éramos solo cuatro en la academia, entonces no fue posible montar obras, sino que hicimos monólogos.

En Barranquilla el teatro no era muy fuerte y yo lo quería estudiar, pese a no contar con referentes. Como me gustó tanto, mis papás me enviaron a campamentos de verano, uno en Sarah Lawrence College en Nueva York de teatro musical y Acting for Film Academy en Boston. Estos fueron unos privilegios muy grandes de los que soy consciente y que supe aprovechar, para vivir una experiencia inolvidable y ratificar mi gusto y mi capacidad por las artes.

Amé aprender, me gustaron todas las clases: tomé cálculo avanzado, hice parte de la sociedad de honor de matemáticas y de la de literatura. Cuando tuve que escoger carrera el profesor de química me preguntó que si me inscribiría en Medicina para hacerme una carta de recomendación, pero mi elección fue artes escénicas.

Daba miedo decir que quería ser artista por el estigma que se tenía alrededor. En mi curso nadie más iba a estudiar para eso. La psicóloga del colegio me dijo que en NYU quienes estudiaban habían iniciado desde sus tres años. Es curioso porque la gente mide el talento de un artista basándose en la fama que tenga, concepto confuso.

En ese momento yo tenía un novio artista, cantautor. Él me regaló un libro de Paulo Coelho que me inspiró muchísimo, me llevó a concluir que el camino que quería recorrer era totalmente posible si me atrevía a seguirlo, que el miedo a fracasar es el peor enemigo de los sueños. Me repetí mucho: “El que persiste, alcanza”.

El libro también habla de los lugares en los que uno se siente vibrar, algo que experimenté cuando chiquita visité Nueva York y quise ese ímpetu, ser una persona que tuviera un lugar a donde ir en esa ciudad. Recuerdo mi sentimiento, la calle, la gente a la que yo observaba.

Mi hermana mayor me animó a preparar todo lo que requería para lograr el ingreso a la academia. Me propuse a sacar adelante dos monólogos que envié grabados, organicé mi hoja de vida artística y escribí el ensayo. La entrevista la presenté vía Skype, en medio del Carnaval de Barranquilla, en la que hablé de La Metamorfosis de Kafka seguramente dando la impresión de ser una persona deprimida.

Quedé en la lista de espera, entonces decidí que me iría para Connecticut a estudiar piscología y me inscribiría en academias de baile y teatro para ocupar mis tardes. Pero cualquier día del 2016 recibí un correo de bienvenida a NYU definiendo mi destino. La euforia fue toda.

Cerré Barranquilla bailando El Bolero de Ravel con la academia, en el colegio di el discurso de grado como lo había hecho mi hermana y viajé colmada de sueños. Mi entusiasmo era tal que un profesor me dijo: “Isa, ya estás aquí, no tienes que estar tan emocionada todo el tiempo”.

Estando en NYU me convencí de que lo que me había dicho la psicóloga del colegio era cierto, porque los jóvenes iniciaban artes escénicas formalmente desde el colegio. Me asignaron al estudio de Stella Adler quien tiene la consigna de que el crecimiento como ser humano y como actor / actriz son sinónimos. Cada estudio tiene un enfoque distinto.

Me tomó un tiempo adaptarme. En el curso me tenían por tímida. Recuerdo que no entendía los chistes que hacían. Fue una etapa en la que escribí más poesía, un oasis dentro de una sequía de palabras, fue terapéutica en mi día a día. También me sirvió muchísimo estar cerca de Andrea, porque volvimos a conectarnos en unas edades donde ya no se sentía tanto la diferencia entre las dos.

Viviendo en Nueva York asumí con agrado la transición en la que se deja la infancia, pues yo no quería dejar de ser niña. Pude abrazar mi feminidad y mi sensualidad. También pude hacerme adulta sin perder la curiosidad, la ternura y el amor por la vida que se tiene durante la niñez.

Me transformé en una persona que por primera vez en su vida se permitió sentir el enojo sin culpa, empezó a decir no, a no pedir permiso para todo, a entender que está bien si la mamá no está de acuerdo con algo.

Por otro lado, le encontré muchísimo valor al arte al verme rodeada por artistas, cuando antes eran escasos en mi entorno. Tuve que reconocerme como inmigrante, pues no sabía que tenía acento al hablar inglés. Comencé a trabajar en el gimnasio de la universidad entregando carnets, organizando casilleros y haciendo otras tareas básicas. Con los ahorros compré regalos de Navidad para mis familiares.

Durante el último año de carrera, montamos una obra que presentamos en estudios de pensión, ancianatos, colegios y cárceles. Me fue evidente el cómo una misma historia podía resonar de maneras muy distintas según las poblaciones a las que se llegara por la universalidad misma del teatro. Pudimos conectar con mucha gente muy distinta y espacios inesperados que significaban un reto actoral enorme.

En alguna de las presentaciones una compañera de escena me rompió el labio por accidente, entonces me atendieron en la enfermería de la cárcel, lo que me resultó extraño. Uno de los reclusos me dijo que hacía mucho que nadie lo miraba a los ojos sin que se sintiera juzgado ni hablaba de temas distintos a su proceso. Con esto experimenté lo sanador que puede resultar el arte, el teatro, a través de un tejido muy humano.

Me gradué durante la pandemia quedándome sola en el apartamento porque mi compañera viajó para reunirse con su familia. Pasé diecisiete días sin contacto humano, lo que me golpeó muchísimo. Durante ese encierro y soledad encendí la cámara de mi computador para grabarme representando diferentes estados de ánimo, como si se tratara de cuatro personas distintas contando su experiencia en la pandemia.

Este ejercicio me sirvió de guion para mi proyecto de grado, y gustó a tal grado que lo pulí para representarlo. Una vez finalizado, hice una premier para YouTube y lo presenté en dos festivales en los que ganó dos premios: Best actress en Independent Shorts Awards de Los Ángeles y Winner Best Actress en GO Independent International Film Festival Washington D.C.

Una vez graduada me sentí una verdadera actriz. Con mi mejor amiga montamos una adaptación virtual de la obra de Macbeth para Halloween. Con este propósito contactamos a varios compañeros que se encontraban en diferentes lugares del mundo. Hicimos efectos especiales para representar las diferentes escenas y nos apoyamos en música. Antes de representar la obra, leímos el tarot a quienes estuvieran conectados en vivo, porque realmente creamos una verdadera experiencia interactiva.

Maribel Abello, artista barranquillera participó por invitación mía y lo recomendó a la prensa, entonces terminé ofreciendo entrevistas en diferentes medios como Caracol, El Heraldo.

Quise quedarme en Nueva York y empecé a trabajar. Tenía un año para conseguir diez créditos profesionales en los teatros más importantes, con directores reconocidos y niveles de venta entre otros requisitos que me permitirían aplicar para una visa de artista. Pero esto no era fácil de lograr, menos en pandemia donde el público no podía superar a las quince personas. Q Friends y Macbeth hubieran podido servirme, pero por temas de salud decidí volver al país.

A mi regreso a Barranquilla, sintiéndome desubicada y con temas de salud fuertes, me reincorporé a la danza. Esto me ayudó con mi salud, pues en ese período no tuve una buena relación ni con la comida ni con mi cuerpo, sufrí de insomnio, tomé pastillas.

Maribel me invitó a ser Meira joven en la obra Yo, Meira Delmar, a nadie doy mi soledad, escrita y dirigía por Maribel Abello. Estrenada en el Festival Iberoamericano de Teatro 2022. La montamos para el Carnaval de las Artes que organiza la Fundación La Cueva y se presentó en el Iberoamericano de Teatro del 2022 de Bogotá con Alejandra Borrero. Al mismo tiempo lideré la comparsa Colores de la vida, teatro / danza.

Pude entonces descubrir la riqueza artística de nuestro país, de la que era totalmente ignorante. Me entusiasmé con la idea de ser parte del medio artístico colombiano al experimentar el arte que me habla y del que yo quiero hablar.

Abrí un apartamento en el edificio de mi tía Nena, quien me llena de calor familiar en el frío de Bogotá. Tomé cursos de teatro. Hice voluntariado en el círculo de artistas en el Teatro Bernardo Romero Lozano, que es incluyente en el que participan negro divergentes, autistas, asperger, gente que quieren actuar. La película El rey de la montaña fue mi entrada al cine colombiano como parte del elenco principal representé a la hermana del ciclista protagonista.

Siempre me llamó la atención la pedagogía. En Nueva York hice un campamento latino de familias inmigrantes en el que fui asistente de profesor donde montamos una presentación.

Después de sufrir una fractura y gracias a un amigo que leyó un aviso en lo que era Twitter me vinculé al colegio San Mateo Apóstol como profesora de preescolar, luego sumé clases en bachillerato. Las muletas me enseñaron a atender una acción a la vez, y conservo el yeso en el que mis amigos escriben o dibujan alguna lección que les hubiera dejado una crisis en sus vidas.

Me encuentro ahora en la preproducción de La bruja de la bahía, una obra de teatro que dirijo en asocio con los de La casa de atrás. Se trata de una historia que tiene mucho de mí y que voy a protagonizar.

Atendí el llamado de Federico Díaz Granados quien me invitó a hacer un performance a partir de su bellísimo libro de poemas Grietas de la luz, para representar los diálogos de sus abuelas. La presentamos en el teatro del Gimnasio Moderno y estamos considerando volverla a tener en escenarios.

El arte va a ser mi lenguaje por siempre, mi herramienta. Sueño que en Barranquilla se abra un espacio en el que el arte sea comunicación, formación y parte del diario vivir de la gente.

Quisiera tener un conservatorio de Bellas Artes que fomente la educación artística. Amaría tener mi teatro en Bogotá, ser parte del apoyo a una casa como la de Alejandra Borrero, cual albergue de todo tipo de artistas que cuentan historias tan diversas. Quiero conocer el mundo a través del cine y del teatro llevando nuestras historias.