DIANA TOSSE
Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web en el que Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.
Soy Diana Tosse, una persona tranquila a la que le encanta la serenidad, pero no la calma absoluta, sino aquella que indica que el camino continúa. Me gusta la evolución y encontrar el amor en cada cosa que existe, esto define mi vida y mi relacionamiento con las personas. Me considero justa, alguien que busca entender el mundo, escucharlo.
ORÍGENES – Rama paterna
Oscar Aurelio Tosse, mi abuelo paterno, es de Popayán y posiblemente se divierta con todas las teorías que sus hijos y nietos crearon para encontrar el origen real de su apellido, que comienzan desde un error mecanográfico en una Notaría de Popayán en 1940, hasta la probable descendencia de emigrantes europeos que entraron por el Puerto de Buenaventura. Trabajó como enfermero del Ejército por muchos años, conociendo a quien años después sería mi abuela. Luego en su jubilación trabajó en una mina en el Cauca como enfermero.
Fue una persona estricta, organizada, limpia y regia porque siempre estaba muy bien puesto, prolijo, con sus botas relucientes. Solía montar su bicicleta, una muy antigua que conservamos, en ella iba a la plaza, a la feria, a la tienda y recuerdo verlo entrar a su casa con su gorra, su saco (gusto que le heredé), su pantalón de paño, sus zapatos negros o cafés oscuros y sus gafas recetadas. Inspeccionaba los regalos que recibía, si se trataba de ropa detallaba que estuviera impecablemente empacada, doblada, planchada.
Con una mirada me dejaba saber que yo no estaba bien dispuesta y corría a cambiarme, porque fue directo: me gusta, no me gusta, y ya está. La manera de demostrar su amor era a través del cuidado, pese a que hablaba de manera brusca. Sin ser de afectos decía: ¡Allá hay comida! No se duerma sin comer.
Yo sabía cuando llegaba al escuchar el ruido de las llaves que sacaba del bolsillo de su pantalón. De inmediato revisaba que hubiéramos cumplido la labor que nos había sido asignada: disponer la mesa, hacer la cama y hacer café. Le encantaba el café. Cuando se vio afectado por el Alzheimer, compartía recuerdos de la Mina con nosotros durante sus breves momentos de lucidez. Por sus características de personalidad, que mantuvo hasta el último día, fue elegido presidente de la Junta de Acción Comunal durante muchísimos años, lugar donde conoció a gran parte de las personas que lo acompañaron en el sepelio.
A mi abuela, Lilia Luna de Tosse, le encantaba llevar el apellido de su esposo. Nació en Calarcá, pero vivió el resto de su vida en Popayán con mi abuelo. En un lote fueron edificando su casa donde criaron a su familia de tres hijos, Oscar, Lucy y Harold, aunque con el tiempo se dio cuenta que ellos no fueron sus únicos “hijos”. Mi abuela ayudó en la crianza de nietos, hijos de vecinos, hijos de amigos y niños de familias que llegaban a su casa, les dio tanto amor y cuidados que gracias a eso hoy la siguen llamando Abuela, aunque no sean familia. Me enseñó bondad, amor y fuerza, porque es solidaria, amorosa y recta. Su temperamento era tal que, cuando mi abuelo le hablaba fuerte, ella respondía aún con más fuerza. Disfrutaba reír, en una ocasión participó en un juego de boxeo con sus vecinas. Nadie supo si ganó o perdió, rieron tanto de verla sobre un ring con unos guantes gigantescos, que nadie recuerda cómo terminó. Aunque los años la han doblegado un poco, ha sido una abuela consentidora, recuerdo que nos ofrecía mango con miel, postres y pasteles de mantequilla que preparaba para nosotros. Había días en que solo disfrutaba de sentarse con un café a conversar. Siempre había visitas en la casa de la abuela, siempre había alguien con quien hablar.
Mi papá, Oscar Darío, es ecólogo, alguien muy serio, estructurado, estricto, metódico. Es tan serio que cuando intenta ser gracioso no le queda, por eso es memorable y adorable cada vez que hace un chiste. Siempre piensa en el futuro, por lo mismo nos hace cuestionar, lo que me ha ayudado mucho en la vida. Actualmente trabaja en el Ministerio del Medio Ambiente.
RAMA MATERNA
Israel Muñoz, mi abuelo materno, tiene noventa y siete años, pero es un roble. Mi más bello recuerdo de él es a mis dieciséis años en una despedida en Popayán cuando se acercaba caminando lento por un andén angosto y alto y sujetándose de las rejas de las casas. La fuerza en sus piernas ha sido lo único que ha afectado el tiempo. Cuando mi abuela falleció vivió con nosotros por un tiempo, descargamos en su iPad la música de su predilección, pero lo pone emotivo. Detesta las fotos, interpreta la guitarra, ama los caballos que tuvo durante toda su vida. Ahora está asumiendo su viudez, su nuevo estilo de vida.
Mary Ibarra, mi abuela, vivió en Balboa, Cauca. Vivió en una época en donde su padre tuvo que cambiar de apellido por razones políticas, por la guerra que estaba ocurriendo en el mundo. Años después, allí en Balboa, conoció a mi abuelo y se mudaron a Popayán donde se quedaron a criar a sus hijos. Crecieron con el riesgo que significó el conflicto entre liberales y conservadores, una lucha que ocasionó muchos problemas, eran más graves cuando se enteraban que alguien era conservador, como mi abuelo, hasta la médula. Ella fue alguien muy dada a los otros, tuvo once hijos a quienes se dedicó con devoción. Su horno siempre estaba prendido, a sus pasteles los llamo El pastel de la abuela: me encantaba el de nueces con pasas y canela. El que se portara bien tenía la cuchara, los otros se llevaban el recipiente con lo que quedaba de mezcla para compartir con los primos. Era una fiesta llegar a su casa, me ubicaba en las escaleras junto a la cocina para verla hacer sus envueltos de yuca y de maíz, tamales y demás preparaciones. Su cama era enorme, así que, después de comer, seguía acostarse, ese era el plan. Porque siempre le dio privilegios a quienes mejor respondían, a los más juiciosos. Cuando alguno manifestó que no quería estudiar, de una lo listó para trabajar en la cocina. Llevó siempre su pelo largo y ondulado hasta su fallecimiento.
Mi mamá, Deisi Lucely, tiene el carácter de los Muñoz, que es muy fuerte, pero es serena, alguien que no juzga. Siendo muy joven trabajó en Carvajal. Estudió música, interpreta muy bien la guitarra y le gusta la repostería. Es muy religiosa, hizo parte de un grupo de jóvenes en misiones que visitaban cárceles para ayudar a los reclusos. Allí, en los grupos, conoció a mi papá y se dedicó al hogar.
Buscando oportunidades laborales mi papá quiso abrirse camino en Bogotá cuando mi hermano mellizo, David Felipe, y yo teníamos cuatro años. Con el gran equipo que hizo con mi madre y, con un trabajo constante y buenas decisiones, lograron sacarnos adelante.
SU VIDA
Nací en Popayán, y viviendo en Bogotá visitábamos a mis abuelos en vacaciones y Semana Santa. Aprendimos desde niños cómo es organizarse, planear. Nos enseñaron a ser honestos, la importancia del diálogo, de tener una comunicación asertiva, de mantenernos unidos: compartimos, en la medida de lo posible, las comidas juntos. Buscamos reforzar el vínculo entre nosotros, conservar la armonía.
Vivimos en la primera planta de la casa de mis abuelos paternos hasta los cuatro años, entonces nos beneficiamos de las visitas de la familia que ellos recibían. Por eso hoy nos sentimos a gusto al conocer personas nuevas. Como la calle frente a nuestra casa era inclinada, bajábamos en triciclo a toda velocidad. Con veinte pesos comprábamos dulces en la tienda de la esquina. En las navidades, mi abuelo instalaba regalos, de la Junta de Acción Comunal, en lo más alto de una palmera frente a la casa para quien pasara y los alcanzara, esto se tornó en diversión y reto para nosotros.
Ser hermana melliza me ha significado comparaciones, pero no en un mal sentido. Mi hermano nació dos minutos antes lo que hace que se sienta mayor. Él sacó la parte lógica, matemática y precisa de la familia, mientras que yo la artística. Siendo niños nos dieron papel y marcadores para rayar, mi hermano lo hacía sin salirse del papel y yo me extendía sobre la mesa y muebles cercanos.
Recuerdo que llegamos a Bogotá al barrio Bochica donde vivimos en una casa pequeña. Al no estar rodeados de familia construimos vínculos con los vecinos. Luego nos fuimos para La Guaca, estudiamos en el colegio parroquial Santa Isabel de Hungría hasta graduarnos. Compartí hasta séptimo grado el mismo salón con mi hermano y los compañeros hacían bromas por nuestro apellido, aún hoy las hacen, y lejos de ser molesto nos resulta divertido. Me gustó estudiar siempre, soy juiciosa, solo en décimo no obtuve buenos resultados, casi pierdo el año. Fue una época de aprendizaje y recuperación.
Manifesté interés por estudiar arquitectura, pero muy rápidamente supe que quería estudiar diseño gráfico y me matriculé en la Tadeo. En el último año de mi colegio, tuvimos una clase de arte en la que pintamos bodegones y demás, ahí supe cuánto me gustaba el arte, pero no pude con los planos arquitectónicos por rígidos. Me gusta la creación, el mundo digital, el trabajo manual. Descubrí mi gusto por la fotografía, por el cine y la televisión, así simultáneamente estudié realización de medios audiovisuales y me gradué de las dos carreras. Entonces pude animar muchos de mis diseños. Aprendí sobre efectos especiales, de sonido y tantas cosas más que me han sido muy útiles. El diseño es un trabajo que podría parecer solitario, en cambio, el realizador audiovisual requiere de un equipo, entonces esto da equilibrio. Hice parte de la revista de la universidad, inicié como ilustradora hasta ser su directora general.
No me animó la idea de vincularme a una empresa de publicidad, quise ser independiente, por lo mismo monté mi propio negocio. En la revista conocí a quien hoy en día es mi socia, Stephany Villa, con quien he venido construyendo profesionalmente desde nuestro estudio de diseño, Mab Estudio. Somos especialistas en la creación de marca corporativa, realizamos productos impresos y digitales, también hacemos animaciones y trabajos de diseño que sean importantes para los demás, porque somoslas reinas de las hadas, no de Shakespeare, sino de nuestras propias creaciones. Ese fue nuestro concepto, nos inspiramos en Mab, quien es el hada que alienta a Romeo a conquistar a Julieta y quien hace realidad sus deseos.
Nuestro primer reto fue el Aviario Nacional de Colombia, re diseñamos su logo, creamos las manillas, la señalización, también camisetas. Es un cliente al que seguimos atendiendo. Pero también hacemos un trabajo social con fundaciones como Arca Luminosa y Rescátame Bogotá. Son nuestro ingrediente social. Ellos rescatan y rehabilitan perritos y gaticos para darlos en adopción. Les tomamos fotos que editamos para generar una temática alrededor de los rescatados a quienes les asignan nombres preciosos. Hacemos uso de un concepto general para intervenir cada perrito según el lugar donde los rescatan, entonces utilizamos lanas, tejidos, frutas, objetos, dibujos, para hacer más atractivas las fotos y para que la gente se anime a conocerlos, contactarlos y adoptar. Veterok PC en una clínica veterinaria que visitamos y donde en ocasiones están los animales rescatados que esterilizan, labor que aplaudimos en Ciudad Bolívar.
REFLEXIONES
- ¿Hasta dónde te propones llegar?
Queremos crecer lo suficiente para llegar a ser una autoridad en diseño, ser referentes. Pero también en el diseño aplicado a la labor social, porque queremos ayudar, no solo a las mascotas, sino también a las especies vulnerables de Colombia. Esta motivación dio vida a Compinches con el planeta.
- ¿Cuál es tu mayor talento?
El de querer cambiar el mundo desde lo que sé hacer, ir más allá, pensar en los demás. Me asiste el deseo de ayudar, en especial a los animales. No me limito a trabajar en un producto o servicio, sino que busco aportarle a la sociedad.