CRISTIAN SÁNCHEZ – X-TIAN
Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web en el que Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.
Ser caricaturista es una de las pocas cosas que tengo claras y que he logrado encontrar dentro de lo que uno normalmente busca en su existencia.
También soy un caleño viviendo en Bogotá desde hace diez o más años. Y si de definirme se trata, podría decirte que soy creativo, amiguero, alguien en quien se puede confiar, ‹un fresco› pero organizado para los temas referidos a mi trabajo. La disciplina es lo que me ha permitido hacer y darle sentido a lo que me gusta. Con la caricatura busco que la gente reciba el mensaje que quiero dar, como también, que se identifique con él por medio de un dibujo.
Me cuestiono de manera permanente quién soy. Estoy viviendo las cosas que tengo que vivir, no soy una persona que está desesperada por descubrirse a sí misma. Mi momento actual es el de centrar cosas y de ir recogiendo otras. Soy un payaso en muchos aspectos de mi vida: me encanta burlarme de las cosas porque en mi trabajo y en mi vida normal soy una persona enamorada del humor y creo que mi relación con la mayoría de las personas es a partir de él. Considero que el humor está completamente conectado con la inteligencia. Me encanta no tomarme las cosas en serio a excepción de las que considero que sí obligan a hacerlo.
Tengo un personaje que se llama Anfabio. Es una rana depresiva que publico los festivos en el periódico y que tiene muy poquito de mi personalidad porque no soy de los artistas que se inspira en sus desgracias, de hecho, me siento mejor y me inspiro mucho más para dibujar cuando estoy feliz. Soy de los creadores que se inspira estando bien y me gusta estar bien.
Fui el primer nieto de mi familia lo que me hizo el más consentido de todos. Mi mamá es una caleña que conoció a un cuyabro que vivía en Bogotá hace mucho tiempo. La familia de mi mamá es bastante tradicional y acomodada, la de mi papá fue todo lo contrario pues ellos eran ocho hermanos, lo que se explica solo.
Mi mamá, Alba Liliana Jaramillo, es filosofa, psicóloga e hizo una maestría en teología. Con ella siempre tengo tema para pelear porque: ‹cría un hijo con pensamientos libres y ponlo a pelear contigo el resto de tu existencia› (risas). Me siento muy afortunado de la formación que me dieron en mi casa y valoro mucho a mi mamá por su coherencia, por su lucha para que en la familia prevaleciera el amor. Y lo logró. Con los años hemos conciliado nuestras diferencias políticas y religiosas. Ella trabajó durante toda su vida: es jubilada de la Universidad Javeriana de Cali, fue directora de pastoral mucho tiempo y después pasó a coordinar las prácticas de la Universidad. También daba clases particulares. Actualmente tiene la cátedra del amor y del perdón. Aunque estoy muy alejado de los temas religiosos, los Jesuitas tienen una manera de enseñar que reconozco importante, son libre pensadores y de valores.
Nací en el año 89, a los cuatro años mi hermano y cuatro más tarde, mi hermana. Para esa época la economía de la ciudad se viene a menos. Mi papá, Luis Fernando Sánchez (administrador de empresas), fue gerente de ‘Papas Súper Ricas’ y al quebrar en Cali, se queda sin trabajo. Ahí arranca la típica historia de la clase media capitalista, la de una familia que estaba acostumbrada a un estilo de vida que ya no puede darse el lujo de continuar. Nuestro colegio fue el Berchmans de los Jesuitas, así que mi papá comienza a endeudarse para mantenernos en él. Todos le respondimos a la altura pues fuimos muy buenos estudiantes.
Vivimos diez años de limitaciones económicas. Aunque nunca me faltó nada, el primer computador llegó a la casa cuatro años más tarde que a las de mis amigos y era la herencia de alguien que actualizó el que tenía. Mi mamá, en los mejores o en los peores momentos de la vida, logra que tengamos entre nosotros muchos detalles, y recuerdo especialmente ese computador porque ella empacó todo por separado: la pantalla, el teclado, el mouse, la impresora (risas). Si compraba tres pares de medias, las convertía en seis regalos. Por ejemplo, a mis papás les encanta pasear, así que cogíamos la carpa y nos íbamos los cinco a alguna parte a acampar y si teníamos que desayunar, almorzar y comer granola, lo hacíamos. Recuerdo que nos íbamos a alguna playa de Buenaventura a acampar con lo mínimo que se pudiera para gastar lo menos posible, así que conozco todas las playas del Pacífico: Piangua, Pianguita, Ladrilleros, Juanchaco, Juan de Dios, La Barra. Eran salidas bastante austeras.
Siempre he tenido espíritu crítico y, por lo mismo, me dio muy duro esa situación, pero luego me di cuenta del porqué pasan las cosas. Las dificultades económicas enseñan a guerrear y a valorar.
Tuve el privilegio de estar en dos mundos, en el de los de más alto estrato aún sin tener los recursos suficientes. Y en esos momentos, en el que las mamás no saben qué hacer con sus hijos, la mía nos lleva a cursos de natación, de pintura y de todo tipo de cosas, pero a los que dictan en las Cajas de Compensación. Entonces, así como en la mañana compartía con el hijo del Presidente de alguna corporación importante, en la tarde lo hacía con el del mensajero.
Una de las cosas de las que me arrepiento en mi vida, está relacionada con mi adolescencia y el trabajo de mi papá para ese momento. En uno de sus emprendimientos, logró comprar una buseta escolar, luego otra y cuando menos se pensó ya tenía tres. Una de las rutas que atendía era la de mi colegio, lo que me golpeaba fuerte al ego porque era él quien manejaba la buseta en la que llegaba al medio día para llevarme el almuerzo en coca preparado en mi casa. Hoy le reconozco y valoro todo su esfuerzo, y lo más importante, es que lo entiendo. Mi papá es un tipo muy noble y nosotros sus hijos, nos sentimos muy orgullosos de él.
Mi abuela materna fue una mujer muy importante en mi vida, yo siempre fui su consentido y gracias a ella pude ir a la excursión del colegio y tener un buen computador, entre muchas otras cosas gracias a su generosidad.
Siempre dibujé y soy el típico estudiante que tiene los cuadernos llenos de dibujos. Tomaba notas y dibujaba al mismo tiempo, caricaturizaba a todos incluidos los profesores: lo que me trajo problemas. En octavo dije que quería hacer caricatura y la primera que recuerdo tuvo un contenido político (sin que ese fuera un tema de discusión familiar). A los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, los dibujé como títeres. Luego dibujé un drácula chupando la sangre de un programa amarillista de la televisión. Empecé a llevar al colegio un cuaderno en donde todos los días hacía una caricatura y la rotaban por el salón. No sé porqué lo hacía, pues no soy un fanático de los cómics y nunca lo he sido. Guardé todos esos cuadernos y hoy en día, al verlos, agradezco el mal gusto de mis compañeros (risas). Un profesor de fotografía, James Triviño, me dijo:
— Esto está muy chévere. Hagamos un panel para que cuando la gente vaya hacia su ruta, vean las caricaturas.
Y así lo hicimios, se colgaron en el pasillo que conducía de los salones a los buses para que todos las disfrutaran.
En El País de Cali, de 1994 o 1996, salgo en un especial sobre niños genios y en él digo que quiero ser caricaturista. Pero no exploté esa capacidad temprana en su momento y más tarde conocí el alcohol y la fiesta, así que me dispersé. La clave del éxito, en mi opinión, es tener creatividad, ser constante y muy disciplinado.
Yo no vengo de un mundo de intelectuales, aunque claro, mi mamá es filósofa, pero el ambiente en mi casa no era bohemio, el de la familia que veía Sábados Felices, es decir, lo que hace una familia típica colombiana. Actualmente escribo más de lo que leo. En lo cotidiano escribo libretos y guiones.
Quería ser actor de teatro y poeta. En un intercolegiado, gané como el mejor actor a los siete años, y dije: ¡este es lo mío! Pero nunca dejé de dibujar aunque cuando mi mamá me insistía por la caricatura, yo le contestaba:
— Mami, la caricatura es un hobbie porque yo quiero es ser actor de teatro.
Más tarde voy de intercambio a Estados Unidos para hospedarme en la casa de una amiga de mi mamá. A mi regreso estaba convencido que lo que quería era ser actor y para lograrlo, debía venir a Bogotá. No sólo era la meca de la actuación sino que resultaba más alcanzable que Nueva York, también porque quería salir de Cali. Me presenté a la ASAB de la Universidad Distrital y cuando vine con mi mamá a hacer la entrevista supe que ella tenía razón cuando me decía que este mundo de la actuación es duro. A ella, por trabajar en la Javeriana, le daban una beca del 80% para mí, y me dijo:
— Van a abrir artes escénicas en la Javeriana de Bogotá el próximo año.
Lo que realmente ocurrió en el 2017 cuando ya me había graduado de mi carrera (risas). Mi mamá me dijo:
— ¿Por qué no estudias artes visuales en la Javeriana y luego te vas pasando a artes escénicas?
Pues me senté con la directora de artes escénicas que me entregó un horario. Cuando fui a la primera clase, no había nadie, entonces me dijeron:
— Es que no hemos podido articular el programa. Este semestre no se pudo.
Seguí estudiando artes visuales y me metí al grupo de teatro que se convierte en mi familia en Bogotá y en la mejor experiencia en mi vida hasta ahora. En él estuve seis años, los cinco de la carrera y uno más. Es el lugar donde he conocido a mis grandes amigos hasta el sol de hoy, todos de diferentes ciudades y facultades; hacíamos fiestas pero nunca faltamos a un ensayo y llegamos a compartir hasta diez horas a la semana.
Me di cuenta luego que aunque amo el teatro, no lo quería como el oficio del que iba a depender económicamente y la carrera de artes visuales la hice para tener un cartón pues mi trabajo está más cerca de la comunicación. Nunca me consideré un artista visual. Lo curioso es que desde el primer semestre de Universidad, empecé a subir diariamente mis caricaturas a Facebook y obtenía tres likes: el de mi mamá, el de mi hermana y el de mi abuela. Pero con el tiempo comencé a crecer en seguidores porque en las universidades empezaron a darse cuenta de lo que yo hacía. La primera vez que publiqué fue en una revista de comunicación de la Javeriana y después en la del Rosario, todas inspiradas en política y mucho humor gráfico.
Estando yo en quinto semestre (octubre de 2010), una amiga mayor a mí, había comenzado a hacer sus prácticas en El Espectador y me dijo:
— Están buscando un ‹comic› para los festivos.
— Estoy en finales (le dije).
Pensé que como porqué me iban a escoger pero que iba a intentarlo. Realmente no hice nada. En diciembre nos volvimos a encontrar y me dijo:
— Siguen buscando a alguien. Si no vas esta semana y muestras tu trabajo…¡pues olvídate!
— Bueno, vamos a ver.
A Fernando Araújo, director de cultura, le encantó Anfabio (mi rana depresiva), así que el domingo 10 de diciembre de 2011 lo publiqué por primera vez y no ha faltado un solo día. En 2015 empecé a enviar mis caricaturas políticas al periódico, comencé también a publicar en redes y ahora en Facebook tengo aproximadamente cincuenta mil seguidores.
En el año 2013 ya había publicado un libro, producto de mi trabajo de grado, sobre los diez años de corrupción en Colombia en caricaturas ‹Y yo cómo voy ahí›. Se lo vendí a Santillana que hoy es Penguin Random House. Lo logré tocando la puerta, mi trabajo gustó y se publicó. Así, muy simple, como tantas cosas en la vida.
Y es que cuando publiqué Anfibio en el 2011, seguía creyendo que la caricatura era algo muy chévere sólo para compartir en redes sociales pero estando en una fiesta pensé:
— ¡Qué haces!
Porque cuando la vi publicada en el periódico lo supe:
— ¡Soy caricaturista!
Para mi familia fue muy emocionante. Ellos siempre lo supieron. Pero yo, con veintidós años, siendo de Cali y sin conocer a nadie, no lo tenía ni claro, ni fácil. Pero Betto, cuando me dio clases en La Javeriana, me llenó de confianza.
Una vez graduado comencé a enseñar en el colegio Monte Rosales, por la Calera. Soy un convencido de que los que estamos en el mundo del arte, debemos vivir la experiencia de enseñar. También fui ilustrador para una editorial de Bucaramanga, pero esto me aburrió infinitamente y coincidió con que Betto quiso tomarse un año sabático, así que me heredó su materia en La Javeriana. Como no tenía la maestría que exige la Universidad para dar clases, el hecho de haber publicado el libro compensó ese requisito. A su regreso le devolví la materia y me fui a dictar la misma clase de humor gráfico en el Externado. Pero también fui todero de Tola y Maruja. Mico, su creador, tenía una casa teatro en la que estaba inaugurando una exposición, así que colaboré con las invitaciones, montando luces, con la producción y demás.
Decidí hacer mi maestría en animación en Valencia (España) para lo que necesitaba una beca. Renuncié a todo, casi entrego mi apartamento, cuando me dicen:
— El título al que estás aplicando no es oficial sino propio de la Universidad, así que no puedes contar con la beca.
La disyuntiva fue enorme, porque con sueldo de profesor o me iba a lavar baños o me quedaba. Esta situación se suma a otra emocional pues acabó una relación de cinco años con alguien a quien quería profundamente. Después de no llamar a mi casa a molestar me vi obligado a hacerlo porque necesitaba que me ayudaran con mis cuentas. Pasaron los meses y no conseguía nada. En un momento dado llamé a mis papás y les dije:
— Me toca volver a Cali.
Y me devolví por un mes, sin entregar el apartamento. Tenía veintiséis años, vivía en mi casa y no encontraba trabajo. De pronto se da la oportunidad de publicar en otro periódico gratuito de Bogotá para lo que hice toda la gestión, conocí a su director y a su editor que les encantaron mis caricaturas. Pasaron un par de semanas, estaban en el plebiscito así que había una explosión de caricaturas por la paz, por lo que viajé, estuve en Trementina donde se reunen todos los caricaturistas y donde había tenido una exposición como ‹una estrella pero sin un peso en el bolsillo›. Al día siguiente me llamó el director del periódico y me dijo:
— Cristian, a nosotros nos encanta tu trabajo pero no vamos a tener presupuesto en el 2016. Sólo podríamos empezar en el 2017. Lo lamento mucho.
Colgué e hice lo que cualquier persona cuerda en ese momento: llorar. En medio de una tristeza y en la angustia más horrible, le empecé a escribir a la gente que yo conocía, así como me lo habían recomendado en mi casa, pero nunca lo hice por orgullo. Una de las personas que me respondió, fue la que presentó mi libro en 2013, Daniel Samper Ospina, que me dijo:
— Cristian, acabo de arrancar con la productora, yo soy el gerente y vamos a ver en qué te puedo ayudar.
— Así sea cargando cables (le dije).
Ese mismo día me llamarón de una productora porque necesitaban cuarenta caricaturas para ilustrar un e-Learning. Esto me salvó la vida, es más, les pedí un adelanto y lo hicieron. El dueño de esa productora no tiene idea de todo lo que eso significó para mí.
Un mes más tarde me escribió Daniel por Twitter, me pidió mi WhatssApp (yo sentí como si se hubiera comunicado mi traga de toda la vida) y me dijo:
— Todavía no puedes trabajar en la productora pero necesito que me ayudes con una tareas. Era martes en la noche y las debía entregar el jueves siguiente.
Pensé que eso tenía que ser una prueba. Al día siguiente, me fui para un cafecito a trabajar y a las seis de la tarde estaba enviándole el material. Le avisé y le pregunté que si le había gustado pero sólo recibí silencio. Al otro día tampoco hubo respuesta, al siguiente nada. Asistí a los Premios Simón Bolívar (me había inscrito con caricaturas y que eran para esa fecha), donde me encontré con mis colegas pero también con Daniel y me dijo:
— Lo que hiciste me gustó. Creo que podrías trabajar en la productora.
— Pero entonces Daniel, ¿dejo de buscar? (Yo estaba en la peor tusa de mi existencia).
— Dame una semana y miramos si puedes arrancar en enero.
El último día de noviembre de 2016 me llamó Glorita (la secretaría de Daniel) y me dijo:
— Hola, Cristian. ¿Será que puedes venir mañana a una reunión con Don Daniel Samper?
— Sí, por supuesto.
Daniel me dijo:
— Empiezas mañana.
— ¡¿Quéee?!
— Vas hacer el creativo de la productora.
Salí sin entender nada. En mi cabeza retumbaba: ¡mañana arranco a trabajar en Semana! Llamé a mis amigos a contarles. En febrero de 2018 me ascendieron a director editorial. Literalmente, Daniel me salvó la vida.
Una de las cosas que he aprendido es que si uno hace las cosas bien, al final hay recompensa. Suena muy a cajón pero es un hecho. Yo me esfuerzo en hacer caricaturas, por ejemplo, y van siendo reconocidas, la gente me va buscando y salen proyectos. Y en el trabajo también se ve la evolución porque he ido creciendo. También he aprendido que uno nunca está inventado y que no me puedo conformar con lo que no me haga feliz. No sé si es una cosa muy millenial pero creo que es nuestra gran fortuna y nuestra gran maldición al mismo tiempo pues en Disney nos enseñaron que hay que ser felices porque generaciones anteriores pensaban en que no importaba el sacrificio que las cosas implicarán.
Yo no me desvivo por publicar en el New Yorker, ni en el Washington Post. Mi sueño es que mis caricaturas y mis libros me den para vivir, con eso me sentiría muy realizado. Quiero adelantar la maestría en periodismo, también me veo conformando mi propia familia, haciendo picnic, comiendo granola y pescado frito en Buenaventura, porque no me veo como el artista solitario. Hoy digo que es un proyecto de largo plazo y pasado mañana me verán casado y con un apartamentico en Chapinero.