Fidel Cano

FIDEL CANO

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Nació el 23 de noviembre del 65 en Bogotá. Hijo de Fidel Cano Isaza, hermano de don Guillermo e hijo de Gabriel uno de los fundadores de El Espectador y de María Cristina Correa, hija de María Teresa Uscátegui y Humberto Correa, ganadero –lechero- de la Sabana de Bogotá, de Subachoque. Como bien es sabido, el apellido Cano proviene de Antioquia.

ORÍGENES

– En su memoria debe guardar las historias contadas por sus ancestros. Hábleme de ellos. 

Ni tanto. Los conozco más por sus textos que de viva voz. Algo recuerdo a mi abuelo, con quien hacíamos solitarios. Ya viejo, le fascinaba hacer todo tipo de solitarios, no solo el tradicional. Yo lo acompañaba bastante. Él tenía una finca por el Tequendama a la que iban siempre mis primos; yo me hacía invitar. Cuando mi abuela murió dormía con él en su refugio en la punta de la montaña, desde donde se veía a lo lejos bajar el río Bogotá. Afortunadamente no alcanzaban a llegar sus aromas. Pero yo era un muchacho que no alcanzaba a captar su importancia, la batalla que dio Don Gabrielito por la libertad de expresión, sus valientes posiciones contra la dictadura, lo vivía más en el ambiente familiar, aunque lo veía interactuar con su póker de ases, sus cuatro hijos, que manejaban el periódico, y particularmente allá en esa finca con Don Guiller, que lo había reemplazado en la dirección del periódico.

De mi abuela por ese lado los recuerdos son más difusos. Recuerdo, sí, todavía lo saboreo, el quesito paisa que siempre había en su casa, con una buena arepa de maíz molido. Es como esa imagen de una matrona paisa, cariñosa pero berraca, el recuerdo de guardo.

Por el lado Correa los recuerdos son mayores, vivieron más. A mi abuela la acompañé mucho, iba bastante a su casa, pero a mí me tocó después de que ella sufrió un par de trombosis y no podía caminar sin ayuda y además tenía paralizada parte de su rostro y hablaba con dificultad. Era difícil entenderle, y era muy habladora. Era un poco angustiante no entenderle y pedirle siempre que repitiera. A veces me pregunto si mi silencio tiene que ver con esa angustia, con querer que no habláramos para no tener que decirle que repitiera para entenderle.

Mi abuelo, Humberto, era un caso, muy divertido y fiestero. Recuerdo mucho sus cumpleaños porque invitaba mucha gente a su casa y recuerdo que cantaban los Hermanos Martínez, que no eran Garzón y Collazos pero casi. Yo creo que de esas fiestas me quedó el gusto por la música andina colombiana, algo de lo que se burla mi esposa. A mí me encantan los bambucos, guabinas y pasillos y creo que es de esas fiestas. 

– ¿Qué lo marca más, la sangre paisa o la rola? 

Difícil decirlo. Más que rola diría que sabanera. Me encanta el frío, la neblina, la lluvia. Aborrezco Bogotá caliente, con sol. Pero la cultura paisa también me encanta, su gente cariñosa y entrañable, su hospitalidad, su cocina, su música. Esa, claro, no la que se ha venido imponiendo, tan distinta a esa. Diría que me gustan ambas.

– Hábleme de su mamá. 

Mi mamá es una protagonista muy importante en mi vida. Empiezo por contarte que ella se separó de mi papá cuando eso no era socialmente aceptado. La separación era casi un pecado mortal en ese momento, pero mi mamá lo hizo a un alto costo, dejó los lujos, la comodidad, pues en esa época El Espectador daba plata, pero se fue, se independizó y trabajó. Estuvo en El Tiempo, como directora de Carrusel, siguió su carrera en periodismo, recuerdo que también hacía revistas, como la del Hilton que salía en esa época.

En el momento en que tomó la decisión, yo podría tener seis o siete años, y recuerdo perfectamente que ella cosía y vivió de hacer ropa a la medida durante mucho tiempo. ¡Era una mujer verraca! Yo creo que el feminismo que defendemos tanto en el periódico, de mi parte, tiene que ver con ella, de ese ejemplo.

Hubo un momento en que todos mis hermanos vivían con ella y yo ‘pinponeaba’. Yo era muy cercano a mi papá y digamos que conciliaba los afectos. Esta situación resultaba muy traumática por muchas razones y una era el hecho de pasármela llevando ropa de un lugar al otro. Hoy en día eso es muy normal pero en esa época eso era una locura. Yo creo que era el único del colegio que tenía a los papás separados y que vivía en dos casas distintas.

Algo que admiro de mi mamá es su enorme discreción, porque a pesar de que ella vivió momentos difíciles, este es el punto que yo ni sé bien por qué se separaron. En general es una persona a la que yo no le escucho juzgar a nadie, y que toma sus decisiones con firmeza.

La influencia de ella no es común que se destaque. Mi papá era el rebelde y alborotado por lo que muchas veces se piensa que la independencia viene solamente de él. Pero no, mi mamá puso una cuota muy grande en ese apego a la independencia.

Mi mamá siempre ha sido una gran lectora. Ella luego se casó con un filósofo que fue profesor mío en la Universidad.

– ¿Qué ve de su mamá en usted?

Quizás el ser reflexivo y discreto. 

– Para girar hacia su padre, le pregunto ¿qué significa para usted crecer en una familia que está tan cercana al poder, o mejor, al hacer parte de él cuando funda un medio de comunicación?

Eso marcó mi vida desde muy pequeño, porque casi todo giraba alrededor del periódico. Yo pasaba mis vacaciones en la redacción. Y no sólo en la redacción, pues hasta jugábamos a las escondidas con los primos entre los rollos de papel de la rotativa; yo creo que volvíamos locos al que manejaba la bodega, Onofre, porque echábamos carreras con los primos en los carros de balineras en los que montaban los rollos de papel cuando no estaban en producción.

En Subachoque pasé mucho tiempo cuando acompañaba a mi papá que se iba para allá los fines de semana desde el viernes. Es una finca que queda en El Rosal realmente. Como manejé desde muy pequeño, me iba al pueblo a recoger amigos para jugar fútbol por la noche; eran tradicionales los clásicos que jugábamos en la finca. Compartí mucho con los trabajadores y sus amigos del pueblo.

– ¿Es más citadino o prefiere el campo?

Yo cada vez que puedo me voy, salgo de la ciudad, me alejo del ruido y de la contaminación y me conecto con la naturaleza.

– ¿Cómo se da esa conexión? ¿La dibuja, la contempla, la escucha, medita, qué hace con ella? 

Huy, de todo eso que dice. Dibujarla no, soy un pésimo dibujante. Pero escucharla, contemplarla, meditar mirando sus maravillas, todo eso es inigualable.

– Volviendo a la ciudad y a su infancia, cuénteme ¿cómo lo impactan las conversaciones familiares de temas país desde tan temprana edad?

Alrededor de mi papá tuve una observación muy aguda del país. Mi padre era un liberal de raca mandaca, en su vida y en la percepción del país, y eso por supuesto que influyó mucho. Y, bueno, ver a ese póker de ases, como decía mi abuelo, manejando el periódico y enfrentando las realidades de este país también fue muy formador.

– Hagamos una semblanza de cada uno de ellos.

Luis Gabriel, el mayor, atendía los temas financieros y gerenciales. Estaba siempre pendiente de la evolución del negocio, en particular de las novedades tecnológicas, y por eso las innovaciones en el sector llegaban a Colombia siempre de su mano.

De don Guillermo, bueno, todos conocen un poco de él. Era un tipo de carácter, firme pero a la vez cariñoso. Su ejemplo es difícil de repetir, y no solo para la familia sino para el país. Nunca transó con nadie que no lo mereciera, al punto de dar su vida.

Alfonso era el responsable de la circulación del periódico y era como el eje de la familia. Cariñoso, conciliador, siempre fue sabio para manejar las diferencias naturales en una familia tan grande y buena parte de ella involucrada en el periódico.

Y mi papá digamos que vivió dos épocas en el periódico. Él estaba a cargo de la publicidad de El Espectador, y lo hizo con mucho éxito en esa división del trabajo entre los cuatro ases. Juicioso, de corbata y tal, hasta que un día decidió romper con el sistema, se retiró, se colgó una mochila wayuu al hombro, no quiso volverse a poner una corbata en su vida, y se fue a estudiar ecología a Londres. Él era, ya te decía, un liberal radical, un poquito de izquierda, un hippie para la época, un rebelde que cuestionó siempre las instituciones y el statu quo, y por eso en esa segunda etapa tuvo muchas peleas con sus hermanos. Confrontaba incluso con don Guillermo.

Mi papá comulgaba con los ideales iniciales del periódico, con esa hojita de papel y consideraba que esa gran empresa en que se convirtió de alguna manera sacrificaba esos principios. Y mis tíos tenían una responsabilidad muy grande frente al país, en sus posiciones y en todo lo que hacían, luego era difícil conciliar posiciones.

A mí me tocó vivir los dos estadios de la vida de mi papá y eso pudo resultar algo complejo porque yo era muy cercano a mis tíos y muy especialmente a mis primos. Esas tensiones no eran fáciles de manejar.

Para concretar la respuesta a tu pregunta, puedo decirte que tuve las dos visiones, y eso me marcó mucho. Y de alguna manera ver las cosas de esas dos aristas yo creo que fue muy importante en mi formación cuando quise ser periodista: me dio sentido en el para qué serlo.

En ese momento era una empresa familiar donde de alguna manera la sucesión estaba un poco teledirigida, con las ramas como se habían dividido hasta ese momento, así que los hijos de Luis Gabriel iban más por el lado de la producción, las finanzas, los sistemas; los de Alfonso un poco más hacia circulación, algunos con diseño. Y los de Don Guillermo, los líderes de la información, de la redacción; los Cano Correa éramos los que no teníamos fijo nada, porque como te mencioné, mi papá era un rebelde y el “menos importante”. Tanto más luego de que se retiró.

– Pero al mismo tiempo los más libres y entiéndase con eso los menos condicionados.

Yo sí creo (risas)

¿Qué aprendió de todo esto?

Cuando me preguntas por lo que aprendí, puedo contestarte que todo ese contexto que te expongo me ayudó a entender la esencia, a volver a los orígenes, a entender cómo un señor como Don Fidel, allá en la Medellín de finales del siglo XIX, en medio de la hegemonía conservadora, recién derrotados los liberales, sale y dice:

— Yo voy a crear un medio de información, para defender los ideales liberales.

Y lo decía cuando eso estaba prohibido en este país, cuando como él mismo lo dice en su primera editorial:

— Voy a utilizar el muy escaso espacio que tiene la libertad de prensa en este país en defensa de las ideas liberales.

Y eso le costó lo que le costó y me imagino lo que habrá sido familiarmente. Año y medio estuvo preso por publicarle un discurso al indio Uribe y lo asumió como parte de su carácter. O un tipo como él, que era profundamente religioso pero anticlerical. Imagínate lo que eso podía ser a finales del siglo XIX en un Estado como el que tenía Colombia que era completamente confesional.

Todo esto que te cuento me abrió el interés de conocer mucho más a ese personaje, de conocer los inicios de El Espectador y de conocer un poco su esencia; esto me permite abrir la mirada mucho más y entender mucho mejor esas cosas.

Un enfrentamiento como el de la investigación contra el Grupo Grancolombiano también se explica por esos orígenes del periódico, que si pensara en ser un negocio, pues los trata suave, pasa la investigación por encima, la calla rápidamente y posiblemente El Espectador seguiría hoy en manos de los Cano. Eso hubiera sido ser pragmático.

– ¿Qué es tener a un familiar tan querido, respetado y que cuenta con tanta admiración no sólo de sus familiares y amigos, privado de su libertad?

Debió ser muy doloroso. Hay una biografía de Don Fidel, escrita de hecho por un bisnieto también, que recuperó algunas de las cartas que se escribían con Elena, su esposa, mientras él estaba en la cárcel de Envigado y, claro, se alcanza a notar el vacío y por momentos la molestia de esta señora teniendo que sostener la familia, la incertidumbre por su regreso, y todo por defender unas ideas “por el bien de la patria”. Difícil, admirable…

– Volvamos a usted porque quisiera saber más de sus vivencias en esas edades tempranas.

Como te decía, parte de las vacaciones las vivía en el periódico también dentro de la redacción, de hecho, yo hacía un periódico que se llamaba “El Fideloncito”. (risas)

– ¿Y cómo lo hacía?

Tomaba muchas cosas de las que veía en la redacción, a veces cosas internas y a veces también de lo que veía del periódico, y hacía cosas de opinión. De todo un poco.

– ¿Aprendió a leer del periódico o con cuentos infantiles?

Pues yo no recuerdo exactamente pero sí te cuento que como siempre tuvimos el privilegio de recibir el periódico primero que todo el mundo, pues llegaba la noche anterior a la casa, siempre lo leíamos, y aunque me llamaba la atención todo, solo leía las cosas que me interesaban.

– ¿Y cuáles eran esos temas?

Deportes principalmente, pero también cosas políticas y de opinión, que recuerde.

– ¿Compartía con la familia los temas que incluiría en su Fideloncito?

No, creo que nunca lo pasé por revisión previa. Recuerdo incluso que una vez tuvimos que sacarlo de circulación. Era un momento de una tensión fuerte con el sindicato y eran los tiempos de Santofimio y, la memoria de pronto me falla, pero recuerdo que Santofimio se metió a asesorar al sindicato en una de esas negociaciones laborales que eran normales que sucedieran y yo ni me acuerdo qué fue lo que escribí.

Lo que sí recuerdo es que Al Donado me hizo la caricatura de Santofimio entrando victorioso a El Espectador con el vestido a rayas, el de prisionero, porque acababa de pasar el escándalo de las grabaciones que mostraban su corrupción, los microfilmes, y él había sido sentenciado. Se escapa de mi memoria el escenario, pero me acuerdo sí de la portada de mi periódico que era esa caricatura y seguramente yo no tenía ni idea cuál era la pelea que se tenía con el sindicato, solo escuchaba comentarios de cafetería. Mal periodista.

Me acuerdo que ese día mi tío Alfonso, que era el que estaba liderando la negociación -imagínate el rollo cuando le fui a llevar su suscripción-, me llamó a su oficina y me dijo que era mejor que ese periódico no circulara más porque podía crear problemas. Así que se recogió ese número.

– ¿Y qué pasa con la libertad de prensa infantil?

Nada. Yo entendí que era un tema delicado y que en realidad no sabía de lo que estaba hablando. Además, yo no estaba opinando como un periodista independiente sino que era miembro de la familia dueña del periódico, era una de las partes de alguna manera y en ese punto la censura aplicaba.

VOCACIÓN

– ¿Siempre tuvo claro que su sino era ser periodista?

Yo siempre me he preguntado eso, si hubiera estudiado otra cosa. A mí me iba muy bien en el colegio en prácticamente todo y los test vocacionales mostraban que servía para todo, y me gustaban mucho las matemáticas y me iba bien. Es curioso que mis dos hijos tengan esa capacidad, de hecho uno de ellos está estudiando matemática.

Lo pienso y sí hubiera podido estudiar alguna otra cosa. Biología o ecología, que han sido temas que me gustan y me interesan por lo que hubiera sido feliz ahí también. Pero no me lo pregunté mucho; yo sentía que quería ser periodista y el hecho de acompañar en su trabajo a los periodistas como te contaba, el viajar con ellos para verlos trabajar, me ayudó a aprender mucho. Cuando iban a cubrir algo yo iba con ellos y me colaba en las entrevistas. Luego tenía la ocasión de ver cómo editaban cuando yo había estado en la entrevista completa. Este es otro aprendizaje.

Yo estudié filosofía y literatura en la Universidad de los Andes, pero lo hice pensando en periodismo. De hecho la filosofía me gustaba mucho, me gustaba el ejercicio mental, pero me preguntaba qué hacía ahí, pues mis compañeros sí eran filósofos y hablaban raro (risas). Yo a eso sí le tenía una cierta aversión. La filosofía es muy bonita pero cuando se empieza a enredar la cosa con palabras sofisticadas que de pronto no se entienden bien, cuando empieza a ser más importante el discurso que el contenido, y téngase en cuenta que eso mismo pasa en periodismo, me aburre un poco. Complican todo en vez de explicarlo, como hacían muchos de mis compañeros y profesores, cuando la filosofía es sencilla, pero por pura precisión se utilizan unos términos complejos, en mi parecer, o por lo menos era mi interés bajar eso a tierra, a un entendimiento más amplio y no a que una élite mínima entienda algo.

– ¿Siempre ha cuestionado todo y ha sido muy reflexivo sobre la vida y la existencia?

Sí, un poquito.

– ¿Ha encontrado respuestas?

Sí. Yo siento que eso le ayuda a uno a vivir mejor. Soy muy analítico, por eso soy tan malo para hablar, como habrás notado, porque a mí me gusta pensar más las cosas antes de expresarlas; por eso para mí la escritura es un lenguaje muy rico y muy agradecido para personas como yo. Yo no soy repentino, por eso no me gusta hacer radio, no me gustan las entrevistas (risas), no me gusta la exposición pública porque yo prefiero entender y escuchar, escuchar mucho y creo que lo hago bien; después de entender sobre lo que he escuchado y he entendido, ahí sí dar mi opinión.

Me dices que si me ha servido y sí, a veces soy demasiado crítico, y siento que en ocasiones empieza uno a no creer en nada y a perder un poco la alegría, a sentirse frustrado un poquito.

– ¿Y cuando eso pasa cómo rescata la alegría?

Yo no soy melancólico. Puedo ser solitario pero yo vivo feliz, me alegra la vida y me alegran cosas muy sencillas. Me preguntas que en qué me recreo y te puedo decir que me gusta leer bastante, televisión no veo casi, solo fútbol, me encanta ir al estadio incluso a ver a un Santa Fe tan malo como el que tenemos en estos tiempos, también me gusta jugarlo, aunque cada vez menos, me parece delicioso.

El campo me rescata también. Busco poderme escapar de la ciudad así sea unas pocas horas, estar en el campo, ver animales, un río, un lago. Para mí eso es más importante que nada.

Obviamente también, y lo primero, es la familia. Yo no salgo mucho, no me gusta ir a cocteles ni a eventos públicos. Para mí lo mejor es llegar y estar en mi casa, con la gente que quiero.

– ¿Qué le da sentido a sus días, a su vida y cómo no perderlo?

Todo. Nosotros estamos aquí es no solamente para respirar y pasar la vida. Todas las luchas pueden ser muy frustrantes en un país como Colombia, muchas veces uno se siente pedaleando en una bicicleta estática pero el solo dar las batallas y entender que así sea un grupo, no la gran mayoría, pero un poco de gente que copia, que entiende, que ayuda y que quiere hacerlo, que interpreta y que entra en conversación con uno, incluso de manera crítica, es muy valioso.

A mí lo que me emberraca es que se hagan las cosas con doble intención, que ganen los que usan la marrulla y los que hacen las cosas por detrás de las leyes, la ley del vivo y esa cultura mafiosa de la que hablábamos, ese tipo de cosas sí me desencajan un poquito, y de qué manera lo valora la gente, o sea, el valor que la gente le da al que triunfa así es algo muy decepcionante, mucho más allá de cualquier otra cosa.

A la vez, yo soy optimista. Soy un optimista empedernido. También hay gente que no traga entero, que sale adelante con las reglas aunque sea más difícil, aunque se sienta ese agobio por hacerlo más duro que el otro; gente que siente el orgullo cuando lo logra y para mí eso es lo que sostiene la vida, como tú preguntabas. Es esa gente que sigue empujando, que tiene unas ideas que defiende y una manera de hacer las cosas única y muy especial, y que cree que va a salir vencedora y que lucha por su causa, la que enriquece la vida y es lo que uno trata de hacer desde un periódico como El Espectador.

Todos estos muchachos que ves acá son unos soñadores, que se equivocan obviamente, que a veces se entusiasman demasiado, lo que termina afectando la información, claro, pero es gente que siente que con el trabajo que hace contribuye a que tengamos un mejor país, una mejor sociedad, a que gente que no tiene voz en este país sea escuchada. Todo ese tipo de cosas es para las que debe servir un medio de comunicación.

Lo que pasa es que, claro, cuando empiezan los ataques y los insultos en las redes, cuando interpretan cosas mal queriendo hacerle a uno daño, eso afecta así uno quiera dejarlo pasar. Me aburre un poco esa situación de exigencia permanente de perfección; las redes demandan perfección cuando nadie es perfecto, cuando todo el mundo se equivoca. Y ahí parecería que no hay espacio para equivocarse. Eso es una exageración, ese estado de indiganción permanente por lo que sea.

– ¿Cuando se sienta frente a un papel en blanco, su mente se pone en blanco o rápidamente empieza a producir y a conectar?

Curiosamente no tengo tanta facilidad para escribir. Para sentarme a hacerlo tengo que comenzar a pensar mucho antes; por eso me ponen de mal genio que me digan hoy que mañana tengo que abrir un evento en algún sitio como si unas breves palabras de saludo no fueran nada o como si uno pudiera pararse frente a la gente a improvisar y yo no soy capaz de hacerlo. Entonces, lo de la hoja en blanco sí pasa. Uno a veces tiene claro lo que va a decir pero no necesariamente fluye. Para mí, sentarme a escribir el primer párrafo es un reto, pero una vez lo logro, lo demás llega bien, porque yo ya sé por dónde me voy a ir; el resto es carpintería de alguna manera. El afán del cierre, claro, no permite tanta pensadera, ese sí es un acelerador, en la calentura de un cierre todo fluye, fluye porque fluye. Es mágico.

– ¿Cuál es el hilo conductor que le lleva a transmitir un mensaje?

Usualmente es antes de dormirme cuando pienso lo que voy a escribir, y al otro día seguro que te lo escribo. Cada vez que uno escribe algo tiene que tener claro qué es lo que quiere contar, decir o defender.

– ¿Usted compra paz o defiende sus ideales independiente de lo que eso pueda costar?

Ojalá comprara paz. Aquí no hay paz ni un minuto, todo el tiempo hay alguien furioso, mal interpretando lo que uno hizo, tratando de que uno diga cosas.

No. Uno no puede ser periodista para comprar paz.

– ¿Para qué se es periodista?

Buena pregunta. Con mis 52 años…(risas). Pues, para muchas cosas. Esencialmente para mejorar la sociedad. Los periodistas tenemos una función dentro de la sociedad, por eso tenemos unos ciertos privilegios frente al uso de la información, en la libertad de opinión, en todo ese tipo de cosas, porque tenemos una responsabilidad frente a la sociedad para que tenga la información que merece y que le permita tomar mejores decisiones, que permita enriquecer los debates, que permita ver lo que tanta gente quiere que no se conozca.

Darle voz a la gente que no tiene manera de expresarse, así existan hoy las redes sociales y todo lo que tu quieras, una voz de un medio de comunicación es una cosa muy distinta y una representación desde un medio de comunicación también.

Pero en esencia yo diría eso, uno es periodista para hacer un mejor país, una mejor sociedad, mejor gente.

– ¿Y cómo concientizar a quien se queda con los titulares, con los trinos y no profundiza para entender y encontrar el sentido de las cosas?

Realmente no sé, pero algo que tratamos de hacer en El Espectador es acercarnos al lenguaje y a la manera en que la gente consume la información con nuestros contenidos. Creo que en eso podemos contribuir, en acercarnos y no creer que estamos en un pedestal donde creemos que nos lee la gente más intelectual y satisfacernos con eso. Nosotros tenemos siempre que intentar ampliar nuestra voz, nuestro megáfono, que pueda llegarle a más gente, eso sí, no sacrificando el rigor, ni la transparencia, ni la independencia en la información.

Pero cada vez más, la información es una comunicación entre el productor de esta información y el consumidor. En el periódico impreso generabas información, publicabas, ponías el punto final, se iba a la rotativa y si acaso, recibías a los quince días una carta de algún lector reaccionando. Así funcionaba antes, hoy en día tú publicas y al minuto tienes gente experta en el tema que tú has tratado, gente que te va a complementar, que con seguridad sabe más que tú.

Todos los periodistas tenemos un conocimiento parcial, así que esa información que produces entra inmediatamente en conexión con tu audiencia y empieza un juego de mejorarla, eso es lo más bonito de éstas épocas, porque la información no está completa nunca y por eso los periodistas tenemos que dejar la arrogancia y estar dispuestos siempre a mejorar lo que hicimos, a aceptar que nos equivocamos si así ha sido, porque finalmente lo importante es que la información sea buena, no si tú hiciste un buen artículo o no, o si eres una estrella del periodismo o no.

Una corrección, incluso una rectificación, si hay que hacerla, es parte de la información y la mejora. Para mí, la rectificación no es un fracaso del periodista, sino que es alguien que entiende que cometió un error y decide ser fiel a su compromiso con su audiencia.

– Recordé su consejo al ministro Gaviria cuando iniciaba su columna en El Espectador:

— Buen columnista no es el que escribe bien sino el que no falta con su columna.

Sí, exactamente, porque un buen columnista es el que crea una relación con sus lectores, el que genera, no sé si una necesidad, pero sí una costumbre.

– Volvamos a su historia de vida. Cuando revisa su recorrido ¿qué observaciones hace?

Cuando yo empecé en periodismo jamás pensé en llegar a ser director del periódico. Eran otros los predestinados. Además, después de la muerte de don Guillermo, les tocó asumir a mis primos, a sus hijos, Juan Guillermo y Fernando, que además los estaban formando para eso. Yo trabajé con ellos, jamás pensé que pudiera reemplazarlos algún día ni mucho menos.

Quizás por eso mismo siempre fui consciente de la necesidad de prepararme. Por supuesto que la formación dentro del periodismo de El Espectador y dentro de la familia es invaluable, pero en un momento yo sentí que eso no era suficiente. Así que viajé a Estados Unidos a hacer mi carrera. Y mientras estaba allá, se dio toda la gran crisis del periódico y la venta de la propiedad. Por fortuna yo estaba por fuera y no me tocó vivir ese momento tan duro para la familia muy de cerca.

Yo miro en retroactivo y es muy fuerte, hay muchas experiencias, mucho crecimiento y aprendizaje diario. Obviamente comencé en un momento muy difícil porque yo entro al periódico justo después del asesinato de Don Guillermo, cuando había esa necesidad de la familia de estar unidos y de apoyar a Juan Guillermo que asumió muy joven el reto de la dirección.

Ahí empecé como reportero deportivo, trabajando todos los sábados y domingos, mientras terminaba mi carrera y así pasaron como cuatro años, algo más. Comienzo a buscar otras secciones porque tenía otros intereses, por huecos que se iban abriendo, como ejemplo en Vida Cotidiana estuve un tiempo y luego terminé en la sección de Negocios, de economía, y es en ese momento cuando decido que quiero irme a estudiar afuera, que ya estuvo muy bien el aprendizaje dentro del periódico pues ya he vivido ese paso por la redacción que es tan importante.

Estuve seis años por fuera del país. Primero aprendiendo inglés pues el mío no era bueno, era el del Gimnasio Moderno de ese entonces. Y luego sí estudiando.

Yo estaba recién casado en 1992, y nos fuimos para Nueva York ese año. Mi señora de ese entonces, Carolina Rentería, estaba estudiando su maestría en Administración Pública en New York University nunca terminó la tesis para el doctorado. Yo mientras tanto estudiaba inglés. Luego hice un diplomado en relaciones internacionales ahí mismo en NYU, y me fui a Chicago a hacer la maestría ya en periodismo, en Northwestern University.

EL ESPECTADOR

Retomando su historia me contaba que adelantó sus estudios de posgrado. ¿Qué vino después?

Ya me iba a devolver cuando me gradué con mi hoja de vida debajo del brazo a ver qué pasaba en Colombia, pues ya se había dado la venta del periódico. Iba a empezar a tocar puertas y en ese momento alguien le habló de mí a Carlos Lleras de la Fuente, que era el embajador en Washington. Me llamó a mi apartamento de estudiante en Chicago una noche y me dijo que quería hablar conmigo en Washington. Yo no lo conocía, viajé, y me convenció de acompañarlo como secretario de prensa de su embajada, donde permanecí otro par de años en una época que me pareció fascinante. Cuento eso porque después él es quien me trae a El Espectador. Casualidades del destino.

Digo que esa época fue muy enriquecedora pero difícil porque era el gobierno de Samper; me tocó la quitada de la visa, la fuga de Santacruz, lidiar con todos los periodistas gringos que pensaban que uno era un mafioso… Yo quiero mucho al doctor Lleras. A él lo critican mucho por su paso por la embajada, pero él en ese momento asumió una posición de país muy interesante y que fue la razón por la que yo estuve a su lado a pesar de todo lo que pasó, como las descertificaciones en esa época por la financiación ilícita de la campaña; pero él siempre nos decía:

— Aquí estamos defendiendo es a Colombia y no al gobierno de Samper.

Eso me marcó mucho porque la mirada que recibíamos era como si uno fuera el delegado del cartel de Cali en Washington. Era muy duro pero se logró mantener un respeto por la Embajada de Colombia en esa época. Después llegó Esguerra y estuve con él otro rato, pero cuando se dio paso al gobierno de Pastrana ya me parecía suficiente de servicio público.

Como experiencia estuvo bien, pero un periodista en el servicio público, aprende algo pero resulta incómodo, porque finalmente las lógicas del servicio público son de imponer una versión de los hechos más que entender y entregar mucho. Y tuve problemas por eso, porque yo les entregaba a los periodistas información, no ocultaba nada, Y eso no gustaba en Bogotá. También hablaba mucho ‘off de record’ con los periodistas y alguno del periódico El Tiempo en una publicación escribió:

— Fuentes de la embajada…

Esguerra preguntó que quién había compartido esa información. Le dije que había sido yo. Esto generó una serie de desconfianzas. Yo ya estaba aburrido de ese trabajo, era el momento de la transición Samper-Pastrana y el canciller de ese momento, Guillermo Fernández, entendió eso como un ataque, así que renuncié.

Volví a Colombia, desempolvé mi hoja de vida y llegué a tocar puertas, pues ya en ese momento el periódico era de los Santo Domingo y habían sacado a todo lo que oliera a Cano. Obviamente una de las puertas que toqué fue ésta y Rodrigo Pardo era el director en ese momento, muy amable pero el mensaje era claro. Fui a todos los medios donde me conocían y finalmente entré a El Tiempo. Trabajé como editor político y estuve allí un par de años.

– ¿Resultó extraño para Usted?

Sí, claro, era muy extraño, pero primero les agradecí mucho a los Santos que me hubieran acogido en un momento que era de mucha incertidumbre. Yo estuve aquí casi seis meses sin trabajo, y ellos me dieron la oportunidad. De hecho entré como sub editor, sino que el editor se fue al muy poco tiempo. Para mí fue una experiencia muy buena, la de seguir aprendiendo y de aterrizaje nuevamente en el país.

Me tocó una época muy interesante. Ocurrieron hechos como la negociación del Caguán, hubo crisis política en ese tiempo que estuvo muy movido. Tuve un equipo magnífico, de hecho el subdirector hoy de El Tiempo, Andrés Mompotes, hacía parte de ese equipo. Conté con unos periodistas magníficos. Curiosamente a los dos años cambian de director de El Espectador y nombran a Carlos Lleras de la Fuente. Él lleva originalmente a Ramón Jimeno como editor general pero por “incompatibilidad de caracteres” dura muy poco y bueno, el doctor Lleras se acordó de mí y me pidió que lo acompañara para ocupar ese cargo. Yo no iba a negarme la oportunidad de volver al periódico.

Esas son cosas del destino, si no hubiera conocido a Carlos Lleras, ni hubiera trabajado con él en Estados Unidos, quién sabe dónde estaría yo hoy.

– ¿Encontró diferencias entre la forma de trabajar de El Tiempo y lo que conocía de El Espectador?

Podría decirse que sí. Eran maneras muy diferentes de ver el periodismo y la relación con el poder. El Tiempo siempre ha sido mucho más institucional y mucho más cercano al poder y eso no tiene nada de malo, es simplemente otra manera de hacer periodismo. Es muy bueno que la gente pueda escoger entre muchas formas de hacer periodismo.

El Tiempo es mucho más exigente en el periodismo de reportería. El Espectador es mucho más interpretativo y es mucho más de posición como ha sido desde su origen, es más independiente y eso es innegable.

Cuando salí de El Tiempo para llegar a El Espectador, vi un periódico que había mejorado mucho en esas particularidades pero precisamente esa era su gran debilidad, porque por muy buen periódico que hicieran con Luis Cañón, que fue el editor general antes de que llegara Lleras, era una copia de El Tiempo. Con él seguían exactamente la misma línea, resultando pues una competencia entre iguales en la que El Espectador no marcaba ninguna diferencia. Yo no te voy a negar que podrían hacerlo mejor pero en últimas estaban compitiendo por el mismo público y ahí siempre el líder va a ganar, entonces me parecía una estrategia equivocada. Por eso desde que llegué, mi idea ha sido diferenciarse mucho de El Tiempo.

– ¿Y cómo diferenciarse?

Básicamente con la esencia de El Espectador. Es que el cariño del público, de la gente que lo sigue, no es gratis. Por la independencia, por tener posiciones firmes, por no hacerle el juego a nadie, por la transparencia, por ser fuerte en investigación, en opinión, cosas todas que hacen diferencia. En ese momento yo era el editor y mandaba Lleras.

– ¿Cuándo y por qué se da la otra gran crisis?

Realmente yo creo que el proyecto periodístico iba bien, pero Lleras se volvió director presidente y él sentía que tenía rienda suelta para hacer lo que fuera y las pérdidas del negocio resultaron demasiado grandes. Así fuera amigo de Julio Mario, él no iba a desautorizar a sus mandos medios ni iba a darle carta blanca. La decisión era casi de cerrar el periódico. Pero recientemente habíamos hecho un trabajo muy fuerte con la edición dominical que había tenido un gran éxito en los meses previos, entonces se tuvo la idea de salir solamente los fines de semana.

Sale Lleras, quedo yo encargado de director pero después vino Ricardo Santamaría que no duró ni diez meses. Otra vez me dejan encargado. Finalmente, no encontraron a nadie más y me nombraron en propiedad. (risas)

– ¿Y qué cosas ha hecho desde la dirección?

Podría decirte que afinamos un proyecto periodístico más claro en la idea de lo que queríamos, un periódico más profundo, de opinión, combativo, y eso, la verdad, le dio la vuelta a El Espectador. Pudo volver a ser diario. Todavía perdemos plata, pero el posicionamiento que ha ganado en estos años lo había perdido de manera importante en todos los de transición, o mejor, en los primeros años del Grupo Santo Domingo.

Logramos que El Espectador volviera a su lugar dentro del mercado con ese periodismo que hace y con ese público que tiene. El grupo también cambió, ya no se mete en política, no como cuando lo compró que sí era muy activo políticamente y que seguramente lo compró para tener influencia. Eso no se le pasa por la cabeza a este nuevo grupo, desde su cabeza, Alejandro Santo Domingo. Hoy el grupo concibe esto casi como un asunto de responsabilidad social y han mantenido a flote al periódico sin intervenir en sus contenidos.

¡Se juntaron todas las estrellas!

– Hablando de recursos ¿cómo les ha ido con la decisión de cobrar los contenidos de la web?

Pues bien, llevamos un mes largo y las cifras que tenemos eran las que esperábamos para final de año, así que ha sido muy positivo.

Acá en Colombia resulta muy atrevido y creo que es el único lugar del mundo en que el primer paso no lo da el líder del mercado, pero yo creo que nos irán a seguir pronto los demás medios. Aunque estuvimos esperando mucho tiempo a que El Tiempo lo hiciera primero, de hecho ellos hicieron registro hace tres años, iban a cobrar y se echaron para atrás, les dio susto. Yo creo que eso es parte de la diferencia, pues El Espectador tiene un proyecto periodístico del que estamos convencidos y del que estamos seguros que hay gente que valora y que está dispuesta a pagar por él. Los otros medios no sé si tienen tan claro la fidelidad de esas audiencias y quém es lo que buscan cuando abren su marca.

Sí, somos optimistas. No sabemos hasta dónde llegará, ya ha empezado a aplanarse un poquito la cifra de las suscripciones y no sabemos cuál es el tamaño de ese mercado pues en Colombia hay cero cultura de pago por contenidos en Internet, pero para el arranque ha sido bastante más positivo de lo que esperábamos y de lo que nos decían los asesores. Estamos pues muy contentos.

– Hábleme de su equipo de trabajo.

Es un equipo muy joven. Jorge Cardona es el editor, ha sido mi mano derecha, mi compañero en todas las locuras que hemos hecho, ha sido esencial porque él además es un profesor de todos estos muchachos. Esta redacción tiene una particularidad y es que nos sacan mucha gente cuando la formamos pues no tenemos cómo pagar muy bien y la estructura es muy piramidal a pesar de que nosotros hemos tratado de aplanarla mucho, pero hay muy pocos niveles para uno poder promocionar a la gente que por obvias razones quiere irse a desarrollar a otra parte, por lo que tenemos mucha rotación.

Llega gente muy joven en la que es esencial tener un grupo senior muy bueno, más maduro, y que pueda aprovechar todo lo que traen los jóvenes, que es maravilloso, pero que necesita que los ubiquen un poquito, y Jorge en eso es esencial. En general el grupo de editores, y de jefes, que tienen mayor experiencia.

Todo lo que hemos hecho se debe a la gente que entra aquí y que de inmediato entiende qué es El Espectador y tiene esa esencia de lo que hablábamos, de lo que permite ser optimista, tiene ese sentido de que desde El Espectador se puede cambiar el mundo.

REFLEXIONES

–  ¿Cómo superar una crisis sin entrar en crisis?

Con paciencia, con calma. No hay que apresurarse pero hay que atreverse y hay que estar dispuesto a equivocarse y a corregir; ser ágil. Yo creo que el gran problema de empresas como ésta que tiene 131 años, es que sean ágiles para ir tomando decisiones. Uno no puede quedarse frenado, no puede asustarse frente a la toma de decisiones y si uno se equivoca pues debe saberse devolver.

Yo ese miedo al fracaso no lo entiendo. Creo que es miedo a la libertad porque ésta le hace tomar a uno decisiones. La mayoría de las empresas contratan asesores para que les digan qué es lo que hay que hacer. Cuando llegan, toman información, la sabiduría de todos los empleados para hacer lo que los empleados vienen diciendo desde hace tiempo.

Uno debe arriesgarse, obviamente que hay que medir el riesgo pero en unas condiciones como las de El Espectador, con unos dueños que creen en la información libre, uno tiene que atreverse si sabe que se tiene ese respaldo.

– Usted habla del miedo al fracaso y le pregunto: ¿qué es el éxito?

Esa no te la voy a poder responder (risas). Pues depende. Para mí el éxito en un negocio como éste sería no necesitar a nadie para mantenerlo.

– ¿Y en la vida?

Estar tranquilo. Para mí es eso, poder dormir tranquilo.

– ¿Dónde está el equilibrio?

Tal vez en la familia. Yo diría que la familia es clave. El mejor plan que me pueden proponer es dejarme ir a mi casa, mientras eso exista que a uno lo reciban bien; y también es poder tener por lo menos lo mínimo, tener alimento y cómo pagar las cuentas. Para qué quiere uno más en la vida.

– Hábleme de su entorno más íntimo, su familia.

Tengo dos hijos que viven fuera, lo cual fue tormentoso, ya no tanto, pues llevan más de ocho años en el exterior. Cuando ellos vienen a visitarnos, sí que me tomo en serio los momentos de descanso. Mi segunda señora,. Ana María Ibañez, es parte de ese querer llegar a la casa. Es una compañera de viaje fabulosa que lo llama a uno al retiro ojalá pronto. Ella es una mente brillante, juiciosa en todo lo que hace, es hermosa, me quiere, me enseña, me entiende, me soporta. ¿Qué más puede uno pedir en la vida que vivir al lado de ella?

– ¿Y cómo proyectan su retiro?

Ojalá pudiera vivir en una montaña. A mi señora le gusta pero brevemente, así que lo ideal es que podamos vivir un tiempo en la selva y otro en la ciudad.

– ¡Con razón! Ya entiendo cuando usted habla de la selva. (risas)

– ¿Qué es el tiempo, pero no el periódico, sino el tic tac en su vida?

No le he prestado mucha atención al tiempo, nunca, ni al periódico ni al reloj (risas).

– Solo cuando estuvo allá.

Sí (risas)

– ¿Usa reloj? Déjeme ver…Ah entonces no es esclavo del tiempo. ¿De qué es esclavo?

Yo diría que de nada pero de pronto estoy mintiendo.

– ¿De la información?

Un poquito. Pero fíjate que yo, por ejemplo, descanso el fin de semana. Eso es medianamente cierto, pero yo me desconecto mucho, tengo un equipo que sabe tomar decisiones y que en el momento en que se sienta inseguro me va a consultar. Obviamente estoy muy pendiente de cómo estamos con las cosas que están saliendo pero trato de no involucrarme mucho en lo que está pasando el fin de semana porque yo sí creo que uno tiene que descansar.

Lo mismo en la noche, después de las nueve, llamadas que no identifico o que sé que no son urgentes, no las contesto. Yo no trabajo después de esa hora, claro que si pasa algo uno reacciona, pero los periodistas somos muy dados a creer que todo es urgente y no todo lo es.

– ¿Qué es urgente?

La información lo es.

– ¿Y en la vida?

Nada es urgente, quizás la salud y la de la familia.

– ¿Qué le quita el sueño?

Nada, yo tengo muy buen sueño, muy rara vez duermo mal.

– ¿Cómo abre su día y cómo lo cierra? ¿Cuál es ese primer pensamiento que llega cuando inicia y con el que termina para desconectarse?

Cuando despierto pongo la radio sin prestar tanta atención, miro el periódico impreso que ya lo he leído desde el día anterior. Por la noche, cuando hay futbol…

– Si la información da poder, ¿qué es el poder? 

El poder es muy peligroso. Hay que ser muy fuerte para no creerle, para entender que es pasajero, para no cambiar cuando se tiene.

– Y hablando de poder, ¿qué significa llevar la responsabilidad de su apellido?

Para mí es un gran orgullo llevar ese apellido, el de una familia que ha hecho cosas muy bonitas por este país, que ha puesto por delante cosas que mucha gente no pone.

Pudo ser una carga al comienzo. Por ejemplo, cuando llegué al periódico, porque obviamente era una responsabilidad inmensa, significaba el regreso de un Cano, pero a un periódico que ya no era de los Cano. Poder llevar ese balance de la tradición, pero también entender las nuevas realidades es complejo. Uno tiene que ser consciente de eso.

En las redes todas las mañanas, ponen a levantar de la tumba a Don Guillermo, a Don Fidel y a Don Gabriel, de lo atormentados que estarán de ver cómo manejo yo el periódico. Tiene que ser distinto pero creo que el periódico que hemos hecho es bastante fiel a lo que haría cualquiera de ellos en un contexto como el actual.

– ¿Cuál es el mejor consejo que recibió de ellos?

El ejemplo como personas, como profesionales. Todos los antepasados fueron gente que puso en riesgo muchas cosas por defender unos principios y unos ideales, por creer en la gente y en Colombia, en el talante de los colombianos. Eso es lo que me permite ser optimista a pesar de la cruda realidad que vive uno a diario, pero este país tiene una gente extraordinaria, una muy mala también lamentablemente, pero esos no son la mayoría solo que a veces les prestamos mucha atención.

– ¿Y qué consejo daría?

Gozar. Yo creo que uno tiene que gozarse la vida en lo que hace y puede sonar paradójico porque yo vivo atormentado de problemas, de presiones y de trabajo, entonces cualquiera se preguntará cómo es posible, pero yo me gozo mi profesión, me gozo el periodismo incluso con todas esas cosas que llegan con un cargo como estos en el que termina uno manejando problemas, pero para mí es un placer infinito. El día que deje de gozármela, ni lo voy a hacer bien, ni me va a gustar estar acá.

– ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Que cada quien tome lo que quiera. (risas)

– ¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?

No tengo ni idea…Que trató.

¡Isa, usted me puso a conversar más de la cuenta!