Elena Urrutia

ELENA URRUTIA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Mi nombre Elena, es en honor a mis bisabuelas es Elena Olga del Carmen Urrutia Pombo. Soy una persona sensible, alegre, positiva, me encanta el arte, el diseño, la gente, y vivo con mucha conciencia social. Mis familiares dicen que soy muy Holguín, quienes tienen fama por la forma tan positiva de ver las situaciones y decir: “todo está divinamente”.

ORÍGENES

Mi bisabuelo materno, Leopoldo Kopp, es hijo del fundador de Bavaria, así que por mi sangre corre toda esa disciplina estricta de los alemanes, que da foco y voluntad. Aunque te confieso, Isa, que soy muy “gocetas”, disfruto cada instante, eso sí, sin perder rigor y tomándome en serio a los demás.

Mi bisabuela materna, Olga Dávila de Kopp, Otica como le decíamos, samaria, se casó con Leopoldo a sus diecisiete años cuando estudiaba interna en Bogotá, tuvo con él cuatro hijos, tres mujeres y un hombre, y más tarde enviudó.

En segundas nupcias se hizo llamar, Olga Dávila de López, cuando contrajo matrimonio con el presidente Alfonso López Pumarejo, con quien viajó a Londres cuando fue nombrado embajador. Fue una mujer alegre, llena de actividades y con un claro gusto por la política.

Mi abuela materna, Elsa Kopp Dávila de Pombo, esposa de Ernesto Pombo, tuvo seis hijos de los cuales mi mamá, Elsa, es la mayor.

Mi bisabuelo paterno, Francisco José Urrutia, fue diplomático, ministro del Interior, de comercio exterior, también ministro plenipotenciario y su principal acto fue la participación en la firma del tratado Urrutia-Thomson el cual restableció las relaciones entre USA y Colombia. Conformó una familia de tres hijos intelectuales,  Francisco, Carlis y Sofía, quienes siempre dieron mucha importancia a la cultura para inculcarla en los suyos, pues a todos nos transmitieron esos valores.

Mi abuelo Francisco Urrutia, junto a Genoveva Montoya, tuvo siempre una familia muy unida y sólida, de la cual soy muy cercana y la mayor de las nietas mujeres. Como mis padres vivieron fuera del país por temporadas largas, yo me quedé en repetidas ocasiones en casa de mis abuelos paternos, lo que me dejó los más bellos recuerdos y enseñanzas.

Mi papá, Miguel Urrutia, es un economista, académico, que ha desempeñado cargos diplomáticos, fue también gerente del Banco de la República y es un amante del arte, como te contaba al comienzo. Desde la Fundación de Amigos del Arte, ha ayudado a la cultura del país, promocionando artistas y generando conciencia sobre su importancia. El Banco tiene un museo que lleva su nombre, Museo de Arte Miguel Urrutia – MAMU.

Mis padres se casaron siendo muy jóvenes y, como mi papá ha sido un estudioso de toda la vida, pues se instaló con mi mamá en Berkeley mientras adelantaba sus maestrías. Entonces, nací en Estados Unidos como hija de un par de estudiantes, los que aún hoy no han dejado de serlo, pues siempre están aprendiendo algo nuevo, transmitiéndolo a nosotros, sus hijos, y sembrando la semilla del conocimiento en sus nietos.

Si bien una persona desprevenida puede verlos como una pareja de conservadores, mis papás realmente son de vanguardia, muy de avanzada, libre pensadores, de mente abierta, están siempre a la altura de lo que viene, atentos a la evolución de las sociedades, y de su familia, y viven un genuino interés por entender a las nuevas generaciones.

CASA MATERNA

Soy la mayor de tres hijos.  Según mi madre, la más parecida a Otica en aspectos como el interés por los viajes, en mi gusto por las obras manuales como pintar, por la cerámica, y otras labores.

Para mí la libertad es un pilar fundamental, soy tolerante, aprendí a no juzgar, me alejo de aquello que considero que me puede hacer daño, olvido fácilmente y, te confieso, tampoco tengo memoria para los nombres.

En la infancia jugué a las muñecas, a ser mamá, profesora, desde que tengo razón escogí qué ponerme, de niña le seleccionaba los vestidos a mi mamá y, cuando la acompañaba a hacer vueltas de bancos, me vestía como gitana, me colgaba montones de collares, pañoletas y aretes. Así que los trapos, como los llamo, siempre han sido protagonistas en mi vida.

Mi mamá cose y borda muy bien, y nos hacía la ropa bajo pedido porque le decíamos qué queríamos, entonces yo diseñaba y ella confeccionaba, y en Percales comprábamos las telas. Lo curioso es que siempre escogí un vestido largo para Navidad mientras mis primas y hermanas se ponían ropa más informal. Así como identifico una herencia por la línea materna.

De mi papá tengo su gusto por la estética y por las artes. Es alguien muy sensible a la belleza, aprecia la moda, el color, la elegancia, el estilo, y es muy observador, y todo esto tiene un sentido profundo, pues a través de la moda también se cuenta la historia de las naciones, de las sociedades, uno fácilmente puede identificar el lugar y la época si se detiene en el vestuario que se observa bien sea en un cuadro, en una pintura o en una fotografía.

Mi padre fue enviado por el Banco de la Republica a estudiar las reservas internacionales en París por Colombia cuando yo tenía nueve años y estudiaba en el colegio Santa María, que no solo era femenino sino de monjas. Una vez allá mi mamá me regaló cualquier número de libros en francés para que aprendiera el idioma, y ese fue mi recurso más valioso.

ACADEMIA

De regreso al país me matricularon en el Liceo Francés donde dibujé y gané premios con mis pinturas. Siempre me gustó escribir, lo curioso es que ahora quiero estudiar caligrafía pues yo le abro espacio a todo aquello que nutra mi imaginación y enriquezca mi habilidad manual, y si bien me gradué de otro colegio debo reconocer que esos cuatro años fueron definitivos en mi formación que complementó muy bien la recibida en mi casa por su rigor y disciplina que me son propias.

Me fue bien porque me gané todos los premios, escribí novelas, fui muy buena estudiante, tuve dos profesores que amé con el alma, y a sus clases, Mr Monti y Mrs Gari. Pasados cuatro años pedí cambio a mi antiguo colegio donde me reencontré con mis amigas y donde fui muy feliz.

Después de mi grado mis padres viajaron a Japón y yo me quedé bajo los cuidados de mi abuela paterna, quien fue para mí un referente muy importante y por la que profesé gran admiración, mujer muy recia de carácter, muy linda y educada, protocolaria y muy fina.

Es curioso porque tuvo una juventud difícil pues su padre quebró cuando ella tenía catorce años, entonces se vieron obligados a retirarla del colegio y para celebrarle los quince años su mamá le confeccionó su vestido con la tela de las cortinas de la casa, no dudo que el productor de “Lo que el viento se llevó” se inspiró en esta historia (risas). Su influencia ha sido muy poderosa en mí, me enseñó que uno debe estar alerta para tomar las oportunidades, pero también debe prepararse para ellas, que es importante estar dispuesto y entusiasta.

Pude morir de emoción con la ropa de mi abuela y lo mejor es que ella me la prestaba. Todo lo suyo era rosado, incluyendo los baños, su decoración, los baldosines, todo. Recuerdo que nos hacíamos visita en su vestier en medio de sus sacos franceses de diseñadores de todos los lugares del mundo. Y en su cuarto tenía un costurero miniatura, un Luis XVI, acompañado de un florero al que no le faltaban nunca las rosas.

No sé si era la época o mi familia, pero no se usaba que estudiáramos como carrera universitaria ninguna que no estuviera en la lista de las consideradas tradicionales. Por ejemplo, yo amé el ballet, lo practiqué desde niña dedicándole horas, pero mi papá algún día que me recogió de una clase, no sin antes observarme practicar, al subirme a su carro me aconsejó que lo dejara solo como un hobby y que considerara opciones de estudio de las que pudiera vivir el día de mañana. Esto me dio muy duro, reaccioné fuerte, hasta regalé mis zapatillas, pero con el tiempo le di la razón.

Como siempre me fue bien en matemáticas entonces me decidí por economía, además porque me gusta el componente social que tiene. Mi carrera la empecé en la Universidad de los Andes, la seguí en Tokio en Sophia University, y la terminé en Florida International University – FIU, en Miami.

VIAJE A JAPÓN

Al comienzo en Japón fue difícil porque mi segundo idioma era el francés, no el inglés, pero logré ser admitida y mi papá me inscribió en clases de inglés en la Alianza Francesa de Tokio dictadas por un japonés. Una de las experiencias más extrañas estuvo alrededor de la gastronomía japonesa, pues en Colombia no se conocía el sushi y comer pescado crudo no estaba en mis planes. Recién llegada me costó, pero luego me cautivó por completo, eso sí, mientras me familiaricé con ese plato no pasé de queso mozzarella con jugo de naranja. El primer día en que lo hice a un lado, mis papás me dijeron: “Tranquila, algún día te va a tocar”.

Yo conocía bien el metro de París y el de Washington, pero el de Tokio de hace 35 años me pareció espectacular, la ciudad cuenta con una red de transporte tan eficiente que, aún sin conocer, no tuve nunca problemas para llegar a mi destino. Todos los fines de semana salíamos en familia a algún lugar distinto, guiados por la curiosidad y el deseo de aprender, fue de esta forma como visitamos museos, galerías, pueblos, y templos, y fue mucho lo que conocí sola con mis altos grados de libertad.

La moda en Tokio también me sirvió de referente para lo que vendría después a mi vida. Todo es tan meticuloso, tan estudiado, tan finamente considerado, cada individuo es un performance, una verdadera puesta en escena, uno fácilmente identifica al jugador de tenis, al ejecutivo, al músico, pues cada uno tiene su sello, una actitud que se lee incluso en la mirada.

Es curioso porque es una sociedad que bien pudiera partirse en dos en cuestiones de moda, en un lado ponemos a los tradicionales que identificas fácilmente por su estilo definido: vestidos de saco y corbata, impecables de pies a cabeza, de zapato perfectamente embolado, las mujeres ejecutivas portando trajes en azul y gris; y al otro los de vanguardia, pelo rosa con colitas, una a cada lado, faldas de tutú en tul morado y zapatillas de muñeca, riendo como niñas chiquitas.

En Japón también tomé clases de aeróbicos y acompañé a mi mamá quien es bailarina como su prima, Ángela Gómez Kopp. Y es que mi tía abuela fundó la primera academia de ballet clásico que hubo en Colombia, luego vino la de Ana Consuelo Gómez. De ahí pasábamos a clases de aeróbicos cuando llegó la tendencia que impuso Jane Fonda, y no nos escapamos de pasar por el jazz, la gimnasia rítmica y todo lo que implicara una exigencia cardio.

En una de esas clases se me acercó una japonesa, muy linda, para darme una tarjeta. Se trataba de la directora de una agencia de modelaje. En los tempranos ochentas Japón se estaba abriendo al Occidente, llegaron firmas como McDonalds, Dunkin Donuts, Pizza Hut y otras tantas, por lo mismo, requerían de alguien con rasgos occidentales, pero no muy marcados, como los míos.

Mi papá estudió el sitio y resultó que se trataba de una firma seria, responsable, con gente decente, muy grande y con presencia internacional, así que me autorizó con la condición de no descuidar mis estudios. Me gustó muchísimo la fotografía y se me daba mejor que la pasarela, conocí todo el país modelando y me pagaron divinamente. Esto me permitió visitar talleres de prestigiosos diseñadores que se estaban abriendo al mundo. Fue así como continué en mi tema, el de los trapos, sin saber todavía que ellos serían mi destino.

MATRIMONIO

Adorando mi libertad me casé a mis veintiún años, en mitad de la carrera, con Alfonso Vargas Wills, diez años mayor, quien me ha apoyado siempre en todas mis actividades y con quien he construido una familia de raíces fuertes y profundas.  Llevábamos tres años de noviazgo pese a la obligada distancia que significó el que yo me hubiera ido para Japón tres meses después de conocernos, sin la facilidad que las comunicaciones actuales ofrecen pues en ese tiempo todo era por carta.

Doy fe de la existencia del amor a primera vista, y a distancia, pero nos unimos en una relación que aún hoy perdura.

A mi regreso al país le presenté las cartas que él me envió y que conservé en un baúl muy especial, y él conservaba las mías. Nunca abandoné mis muñecas, ni mis trapos, ni mis accesorios, pues cuando me casé, lo primero que empaqué fue una caja con todo este trasteo.

Viajamos a Miami para finalmente regresar al país. Me vinculé a Planeación Nacional en el departamento social que atendía temas de educación. Si bien lo social me apasiona, no así el cubículo al que llegaba a sentarme a diario, ni los horarios. Para hacer más amable mi trabajo me suscribí a todas las revistas de moda, organicé clases de tejido al medio día en la oficina y comencé a coserle a mis compañeras en la máquina de coser de mi tía, María Urrutia, que dispuse encima de mi comedor. Después de la cena me sentaba dichosa a diseñar mis trapos.

Un día cualquiera mi marido, un poco curioso, me preguntó que porqué no estaba suscrita a The Economist, por ejemplo, en cambio sí a Vogue. Mi respuesta fue que las revistas de economía y negocios las leía donde mi papá. Por supuesto que no le convenció lo que dije entonces me hizo una propuesta: “Dedícate a la costura que yo te apoyo”. Cuarenta y ocho horas más tarde ya había renunciado a mi trabajo y semanas después ya estaba abriendo mi propia tienda y montando mi taller en el garaje de mi suegro que vivía en una casa muy grande.

Era el gobierno de Gaviria donde la mayoría de los almacenes eran de colombianas y sin la competencia China. Comencé con cuatro personas a cargo y contratadas tiempo completo, luego monté un taller con doce operarios, pero cuando las condiciones laborales cambiaron, tuve que prescindir de una relación directa y subcontratar, aunque continúo con el mismo equipo que me provee desde talleres satélites que han crecido con el tiempo.

Mi marido es administrador de empresas, un amante del campo que se hace llamar agro-banquero porque toda la vida trabajó en el Grupo Bolívar. Adora el campo, recorre el país en moto y en autos, pues su espíritu también es libre. Los dos somos totalmente independientes y eso hace que nos complementemos perfecto.

Me hice mamá de dos hijas mujeres. La mayor, Beatriz, es economista y fue alumna de su abuelo Miguel, con quien se iba conversando en el carro a la Universidad lo que hizo que tejieran una relación maravillosa; se casó hace pocos con Mario Seade, así que ahora elevó sus alas a una nueva vida. Luisa es administradora de empresas del CESA, una amante de la vida, excelente en su profesión y renunció a su trabajo para independizarse abriendo Nemuri, su negocio de pijamas y Loungewear, en el que trabajamos juntas. Nemuri apadrina a la Fundación Coprogreso, afiliada hace 60 años al Minuto de Dios, con desayunos que llegan a niños de escasos recursos.

REFLEXIONES

Mi mundo también es el del arte, es mi oxígeno y lo ha sido siempre. Como ya mencioné, mi padre es fundador de ACOARTE, lo que hizo que lo conociera de siempre y desde adentro. Fui nombrada en su Junta Directiva para trabajar impregnando de cultura a nuestra sociedad, de muy distintas formas, acercando a la gente a un universo magnífico de crecimiento y plenitud personales.

La naturaleza es una constante en mi vida, me ocupo de las orquídeas de mi terraza, hago caminatas ecológicas con un grupo de amigas, vamos a los páramos, a tierra caliente, a cascadas, y me gusta aprenderme los nombres de la vegetación del lugar. En esta etapa de mi vida he abierto espacios a actividades como pilates, baile de rumba, clases de dibujo, a mi cerámica, a viajar, y a lo socio-cultural. Amo a mis tres perros, los cuido con esmero y disfruto recibiendo el amor que ellos siempre nos profesan.

Elena Urrutia es economista por legado familiar, ha sido bailarina de ballet por afición, alguna vez modeló en pasarela, está inmersa desde siempre en la cultura japonesa de la que además de la obra plástica se ha visto atraída por su moda y desde 1990 tiene su atelier. Proviene de una familia de intelectuales inmersos en el arte y en todos los temas culturales, han sido grandes lectores que disfrutan la música, los conciertos, el teatro y los viajes a través de los cuales nutren su conocimiento en estos temas. Elena tomó clases de pintura y de escultura, fue alumna de Carol Young, ceramista colombiana, que le enseñó a trabajar con la arcilla en tres dimensiones. Su padre, Miguel Urrutia, fue gerente del Banco de la República durante ese periodo fundó la manzana cultural en Bogotá, museos de arte del Banco de la República como el Museo del Oro, la Casa Republicana, la Casa de la Moneda, el MAMU y el Museo Botero, con una colección a nivel internacional muy importante. También se creó la Fundación de Amigos de las Colecciones de Arte del Banco de la República, ACOARTE, a la que Elena está vinculada y que ayuda a coordinar toda la actividad cultural como apoyo al Departamento Cultural del Banco.Terminó su carrera de economía en Estados Unidos, trabajó en el Departamento de Planeación Nacional y en el sector educación porque es un tema que siempre le ha gustado, en general, todo lo referido a lo social. También  enseñó Gestión de la Moda, referida a la administración del negocio.Estando casada, Elena cosía en las noches para sus compañeras de trabajo, para su secretaria y para sus amigos, pero también hizo diseños y tomó clases de tejido. En un momento dado resolvió un cambio de vida, montó su negocio, el Atelier Elena Urrutia, exportó su producción desde el comienzo y cuenta con clientas de diferentes lugares del mundo. Abrió varios almacenes, hizo showrooms internacionales, ha producido también por encargo y atiende de forma personalizada y exclusiva.