Daniel Samper Pizano

DANIEL SAMPER PIZANO

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Entrevista realizada el 23 de febrero de 2016 y publicada el 7 de marzo del mismo año.

FAMILIA

Soy el hijo mayor de Helena y Andrés; el papá de Juanita, Maria Angélica y Daniel; el abuelo de Mario, Manuela, Camilo, Sofía, Guadalupe y Paloma. Sí, se creció la familia y aspiro a que me hagan bisabuelo antes de unos cinco años. Yo ya estoy para “bisabueliar”, necesito ser bisabuelo pronto y no, no es muy temprano como dices. Un bisabuelo es mucho más respetable que un abuelo. Cualquiera es abuelo, en cambio tengo el dato cierto de que las señoras sueñan con salir con un bisabuelo, les parece lo más novedoso y tentador. Un abuelo les da una pereza bruta pues lo consideran un viejo verde; un bisabuelo, por el contrario, es un jovencito que he regado su huella por el mundo. Este es mi sueño, no sé si se podrá realizar. Mi nieto mayor tiene veintidós años, es abogado y yo lo estoy instando a que se reproduzca. El mugroso es muy mujeriego, pero de matrimonio e hijos no quiere saber nada. ¿Así cómo puedo tener bisnietos?

Mi papá, Andrés Samper, fue un funcionario de relaciones públicas, luego profesor universitario de esta área y sobre todo de historia contemporánea y de geopolítica. Mi mamá, Helena Pizano de Samper, fue siempre maestra; con el tiempo la ascendieron y murió siendo directora de un colegio. Soy producto de dos profesores, un profesor y una maestra de colegio con cinco hijos. Eso indica muchas cosas: una, la afición a la lectura; dos, la austeridad, pues crecimos en una familia donde las cosas no abundaban (cosa que agradezco infinitamente). Creo que la mejor pedagogía es la austeridad. El hecho de que las cosas cuesten trabajo hace que uno aprenda a valorarlas, es bueno que no todos los días haya plata, que no se gaste en ir a fiestas o en ropa de marca; es  bueno que, si quiero hacer un paseo, tenga que conseguirla. Esto lo enseña a uno a trabajar, a buscarse la vida y a no depender de la billetera de papi sobre todo cuando en ella escasean los billetes.

Casi todos mis compañeros de colegio teníamos un nivel de vida parecido, de clase media digna sin que faltara nada importante, pero sin lujos ni frivolidades. No era excepcional mi situación. Pero, claro, tengo amigos procedentes de hogares mucho más pobres, donde había escasez de cosas. Una amiga que está casada con un tipo estupendo cuya infancia fue realmente alcanzada, pobretona, cuando él le empezaba a contar estas cosas le decía: “Mira, no belisarées”. Aludía a Belisario Betancur que contaba la historia real de sus veinte hermanos. Nunca me faltó nada importante pero nunca me sobró nada ocioso ni nada fútil. Cuando quería conseguirme unos pesos, sabía que tenía que buscarlos, entonces, daba clases de inglés a los que iban mal en la materia o inventaba negocios. Esto último era sinónimo de fracaso, porque siempre he sido malísimo para los negocios; por ejemplo: perdía en libros de inglés lo que me habían pagado por enseñarlo. Afortunadamente supe temprano que no tengo talento para eso que llaman ahora “emprendedor”, y nunca “emprendo”.

GIMANSIO MODERNO

Uno siempre tiene un buen recuerdo de infancia pero yo creo que el que conservo de la mía es maravilloso porque fue sinceramente grata. Vivíamos muy cerca al Gimnasio Moderno, colegio que adoro y donde hemos estudiado casi todos mis hermanos y mis primos. Mi bisabuelo fue uno de los fundadores, mi abuelo murió siendo su rector, mis hermanos se graduaron allí y mi hijo fue profesor de literatura antes de que se lo llevaran a hacer columnas. Ha sido una especie de segunda casa para todos nosotros. Jugábamos futbol en el parque y en el Gimnasio, entre otras glorias, nació el Santa Fe, el mejor equipo de América. Yo no recuerdo nunca haber cogido un bus para ir al colegio porque siempre vivimos cerca: en la calle 77, en la 71, en la 72. Cuando íbamos a clase salíamos de casa al oír la primera campanada, la de las 7 y 50 a. m., y llegábamos con la segunda, a las 8 a. m.

Pasamos una infancia muy feliz, con muchos juegos inventados y muchas amistades. Lo único que se interpuso entre la felicidad total y la infancia fueron las matemáticas, la química, la física y el álgebra. Fui dichoso con el latín; mi generación fue la última que lo estudió en el colegio. Pero ocurrió que cuando al fin encontré una materia muy difícil en la cual yo era muy bueno, la quitaron del pensum. No fui un estudiante brillante en las materias que no me gustaban pero fui bueno en las otras como español. Tuve muy buena ortografía siempre y la conservo; me encantaban la literatura y la historia. En idiomas –inglés, francés, latín- me desempeñaba muy bien, pero en matemáticas sufría como un perro.Yo miro ahora las libretas de calificaciones y durante unos años tuve buenos resultados. Luego la profesora se quejaba de mis travesuras ante mis papás y mis papás se quejaban de mí ante la profesora. Reconozco que era mamagallista, travieso, jodón, era el payaso de la clase, hacía muchos chistes, pero era una buena persona.

Tuve muchos amigos, los gocé inmensamente y los divertía haciéndolos reír, pero a menudo me castigaban por algún chiste pendejo. La cultura del humor siempre ha estado presente en mi familia. Hay familias que tienen la cultura de lo dramático: sucede cualquier nimiedad y todos se echan a llorar y se halan el pelo. En la nuestra no, pues tratamos de manejar los contratiempos con humor e incluso hacemos chistes con cosas dolorosas para que duelan menos. Siempre tuvimos la cultura de aliviar los problemas con humor. Mi mamá era muy divertida y mi papá también, aunque a veces se ponía un poquito solemne. Mis hermanos también tienen sentido del humor, hasta Ernesto que es político y le han pasado cosas que podrían haberle despejado la sonrisa de la cara. Pero por fortuna no ha sido así. El humor de mi hermano ha sido bálsamo para quienes hemos acompañado las injusticias que se han cometido con él, ha tenido un humor que lo protege mucho y que contagia. Él ha sido un chivo expiatorio pero su humor nos ha servido para suavizar la indignación que producen determinadas infamias. El humor se lo he contagiado a mis hijos y a mis nietos y la pasan muy sabroso. Nunca el humor para ensalzar, siempre echándonos puyas, siempre para tomarnos el pelo. Profesamos un repudio general a la lagartería y la lambonería.

Soy el hijo mayor de mi generación, hijo de los dos mayores de sus propias generaciones (mi papá era el mayor de su generación y mi mamá también). No sé si eso es bueno o malo, pero es curioso. Habría sido buenísimo si hubiera herencias o tierras de por medio, pero no había nada porque la única tierra que encontrábamos era la que aparecía en el oído de uno de mis hermanos (que era muy desaseado cuando estaba en el colegio y vivía jugando en la tierra). Ernesto era muy buen estudiante, fue siempre el mejor del colegio por lo que mi hermano Juan Francisco y yo le advertíamos: “Usted no presente las libretas antes que nosotros lo hagamos, ¡mucho cuidadito!”  Porque sabíamos que si mis papás recibían primero las calificaciones de Ernesto, la comparación nos era muy desfavorable.

Tengo una hermana mujer,  María Fernanda. Han muerto dos hermanos, el menor de todos, José Gabriel, fue un tipo muy divertido, un antropólogo que falleció muy joven (con solo treinta y tres años). También murió el que me seguía, Juan Francisco, muy simpático, de muchos amigos y ayudaba en mil causas nobles (nos llevábamos tan solo tres años). El tercero es Ernesto, el que aparece por ahí en la prensa, tengo que decir que es un tipo muy inteligente y, como ya lo mencioné, su sentido del humor lo ha ayudado a sortear las piedras que le han atravesado en el camino.

VOCACIÓN

Creo que he encontrado lo que me gusta, soy fiel a ello, y no procuro parecerme a nadie. Me gusta el vallenato desde muy niño, cosa insólita en la Bogotá de los años sesenta y, como me gusta, me esmero en aprenderlo, en conocerlo. Me gusta el futbol y eso sí es bastante común y corriente. Cuando terminé el colegio sabía qué no quería ser, no quería tener nada que ver con las matemáticas. Me encantaba el cine, por lo que le conté a mi papá mi proyecto de ir a París a estudiarlo. Él me respondió con absoluta franqueza: “Para que se vaya no hay plata, para sostenerlo muchísimo menos y lo peor es que para cuando vuelva, si logra sobrevivir al hambre y al frío, se va a encontrar con que en este país no hay cine; entonces va a sufrir mucho”.

Dada la situación me fui a ver qué podía estudiar que me permitiera al mismo tiempo trabajar. Encontré que en la Universidad Javeriana, donde había estudiado Derecho mi papá (que fue abogado pero nunca ejerció), había clases por la mañana de 7 a. m. a 1 p. m. y por la tarde el horario estaba libre. Me inscribí y eso me permitió ir a lagartear puesto en El Tiempo cuando estaba en segundo año. Te digo lagartear porque yo trabajaba en una oficina en la que era mensajero, jefe de empanadas y delegado de prensa. Una oficina de unos tipos muy divertidos que eran columnistas de prensa pero que no se ganaban nada, ni siquiera el mínimo, por lo que en un momento dado pensé que tenía que dar el salto, que me gustaría trabajar en El Tiempo donde a lo mejor podría comenzar a escribir.

Siempre me gustó hacerlo y fui director de El Aguilucho, la revista de mi colegio, fundada en 1927 por Eduardo Caballero Calderón, la revista escolar más antigua de Colombia. El caso es que fui a pedir puesto y les debí caer en gracia. Habían conocido a mi abuelo Daniel Samper Ortega, que fue director de la Biblioteca Nacional, profesor y escritor, y me dieron el puesto. Ahí empecé a trabajar el 1º de mayo de 1974, día feriado, lo cual me mostró lo exigente que es esta profesión. Con El Tiempo vivo agradecido eternamente por esos cincuenta años en que aprendí mucho, conocí mucho mundo y pude educar decorosamente a mis hijos. Cuando ya había trabajado muchos años,  me dije: “No quiero morir aquí escribiendo una noticia, me parece lindo y muy romántico, pero quiero disfrutar de un poco de tranquilidad y darme gusto en mis pocas aficiones: los amigos, la lectura, la música, el cine, las series de televisión y, por supuesto, el fútbol”.

Me propuse que cuando cumpliera cincuenta años, el 1º de mayo del 2014,  me retiraría y así lo hice. Ya lo había anunciado desde antes al periódico, me fui feliz e hice la fiesta para mis compañeros. Allí siempre la pasé bien pese a los problemas que me obligaron a emigrar a España por motivos de orden público, como tuvieron que hacerlo otros periodistas. Eso que en un primer momento fue muy doloroso, una pérdida, después fue una riqueza porque tengo dos patrias. Obviamente mi patria es Colombia, pero España ha sido un país muy generoso conmigo y es donde nacieron algunos de mis nietos. Yo vivo agradecido y contento con España, y muy orgulloso de llevar la nacionalidad española al lado de la colombiana, que está por encima de todo.

Retomando mi historia, te decía que quise ser director de cine porque se tiene el control de lo que está haciendo, el libretista apenas si tiene un control, lo aprendí después cuando por azar fui argumentista de televisión. Tuve la libertad de crear historias, aunque, a diferencia de las novelas, hay que compartir la creación con muchas personas: con el director, los actores, el editor y muchos otros. En ese sentido me gusta menos la televisión que escribir. Cuando escribes eres el dueño de tu mundo. Escogí el periodismo y poco a poco fui atravesando otros puentes que se me abrían. Como escribía una columna diaria resolví meterle algunas notas de humor que me propusieron convertirlas en argumentos de televisión. También hice investigación porque me gusta mucho.

Cuando me fui para España, entré a trabajar a la revista Cambio 16 que era una gran revista en aquella época, pero después vino la crisis total y nos fuimos todos. Allí admiré y aprendí muchísimo de Juan Tomás de Salas, su director.

En la época de universitario los estudiantes de Derecho estudiábamos muy duro, pero solo dos veces, para los exámenes semestrales y para los finales. Me fue bien, saqué buenas notas pero no me identifiqué con la carrera. Si yo volviera a nacer no volvería a estudiar derecho, estudiaría otra cosa. Aprendí algunas cosas que me sirvieron, como historia, derecho constitucional, legislación de prensa y el acceso a documentos públicos, pero hay materias insoportables como derecho tributario y contabilidad, el derecho privado en general es aburrido, es más interesante el público, incluso el penal, pero algunos abogados penalistas se han encargado de desprestigiarlo. No volvería a estudiar Derecho pero no puedo ser ingrato, pues el horario de la facultad de derecho me permitió trabajar en el periódico.

En esa época El Tiempo se cerraba a las diez de la noche. A cuatro sardinos nos asignaron responsabilidades especiales: Luis Carlos Galán, Enrique Santos Calderón, Enrique Santos Molano y yo. Hacíamos los turnos hasta las dos de la mañana, fatigantes, terribles, porque luego había que madrugar pero fue una época en que aprendí muchísimo. Tuve amistades estupendas, conocí gente muy querida y sigo teniendo muy buenos amigos como Enrique Santos Calderón y otros que son fotógrafos, redactores ya retirados, gente muy sencilla y muy querida. Todas estas experiencias me han permitido ver muy de cerca el país, unas veces para morirme de asco y otras veces para emocionarme con cosas positivas.

CARÁCTER

Procuro no perder nunca el humor y cuando lo pierdo es por pendejadas: “¡Quién me quitó un papel que había dejado aquí!”

Soy muy ordenado, pero también sé que no soy aburrido (como buena parte de los ordenados). Creo que incluso soy simpático y tengo muchos defectos, pero hago que la gente la pase bien y que se ría. El humor es un teclado y uno puede tocar el do, el fa, el re o varias notas al tiempo, entonces unas veces soy sarcástico, otras escatológico, también hago juegos de palabras pero en general procuro tener buen humor activo, no simplemente sonreír como un pendejo en una mesa sino hacer reír y divertirme con amigos míos, que suelen ser muy chistosos.

Las mujeres que a mí más me gustan son las que tienen sentido del humor; prefiero una que no sea muy bonita, pero que tenga gracia porque el churro bobo es fatal.

Si te parecí muy serio el día de los autógrafos era porque me daba vergüenza con la gente que estaba gastando cuarenta mil pesos en un libro mío; moría de la pena porque esa plata debían dársela a un gamín o a sus nietos para que compren helados porque, aunque engorden, son menos tóxicos que un libro mío.

Cuando me pasé a televisión a escribir humor me di cuenta de que era una ciencia que había que aprender. Uno puede tener la materia prima, pero necesita tornearla. Así pue,  compré libros en los Estados Unidos sobre cómo hacer comedia, y me sirvieron mucho. Aprendí unas técnicas que me permitieron mejorar lo que estaba haciendo. Ahora hay cursos para todo, por ejemplo: “Seminario sobre cómo hurgarse las narices” cuando uno no necesita profesores para eso; o “Coaching para estornudar”. Hay cosas tan obvias que no necesitan enseñanza. Podría cualquiera meterse en un curso seis meses, pero si no tiene el talento básico está perdiendo el tiempo.

PATRIA

Déjame te cuento otra cosa, Isa. Después de que terminé la universidad viví una de las experiencias más interesantes que he tenido en mi vida y fue ir a estudiar a los Estados Unidos un master en periodismo en la Universidad de Kansas, que es famosa por esta escuela. Fueron tres semestres estupendos de mucho estudio. Esto se dio por una beca de la Sociedad Interamericana de Prensa. Me esmeré mucho en aprender mi oficio, uno que nunca había estudiado realmente. Leía cosas sobre eso, hablaba con gente, intuía, pero estar allí me permitió ver toda una serie de facetas, analizar el medio en que se desarrolla el periodista, la opinión púbica, etcétera. Unos años después, con otra beca, fui a la Universidad de Harvard a estudiar un año, otra experiencia magnífica.

Hay muchas cosas que yo admiro de los Estados Unidos, no su gobierno, no sus políticas internacionales, pero sí su academia, la universidad que es una cosa maravillosa. Eso explica que, ese país con los conflictos tan terribles que tiene de tipo racial y los locos terroristas que bombardean un día un restaurante, siga progresando. El nivel de su educación superior es extraordinario, aunque no se puede decir lo mismo de muchos aspectos de su educación primaria y secundaria donde hay grandes baches, pero su educación superior les hala el carro y de qué manera. Uno echa de menos eso en Colombia donde hay muy buenas universidades pero abundan las de garaje, las estafas vestidas con diploma. Me parece formidable su nivel de investigación y la excelencia académica. Me habría gustado ser más tiempo alumno y ojalá profesor asistente o cualquier cosa en una universidad gringa, pero lo que tuve fue muy bueno. En los Estados Unidos me siento en un país muy interesante del cual puedo sacar muchas enseñanzas.

Estudié en un colegio donde no se aprendía bien inglés, pero preferí aprender otras cosas que solo se consiguen allí, como el compañerismo, la actitud ante la vida, la tolerancia, el rechazo a toda la posición doctrinaria, el derecho a mirar la religión con indiferencia, con rechazo o con aprecio. El inglés ha sido un instrumento fundamental para mí y por eso creo que todos los esfuerzos que se hagan para inculcarlo en la educación colombiana es importante y no en los avisos de los barrios del norte de Bogotá que parecen Miami, ni destruyendo la lengua española. Los que más daño le hacen, son aquellos que utilizan el inglés como instrumento y ni siquiera lo hablan. Están acabando con los dos idiomas.

Decidí irme a España y no a los Estados Unidos porque lo miro como un país con unos contrastes tremendos: su política exterior y el cinismo de los ricos, me escandalizan. Nunca lo he mirado como una posible patria, en cambio España ha sido siempre la patria de la lengua española que es mi verdadera patria. Más que de un país yo soy de una lengua, la lengua española y esa lengua es la que nos dio España y yo la atesoro, estoy orgulloso de ella, procuro estudiarla, entenderla, desarrollarla, lo cual en ningún momento me hace ejercer como chauvinista de la lengua ni mucho menos, al contrario, quisiera hablar veinte lenguas, chapuceo el portugués y el francés, hablo mas o menos bien el inglés, pero mi patria básicamente es la lengua española, la cultura que nos ha dado la literatura española aplicada a América Latina. Crecí leyendo cosas relacionadas con España, bebiendo en nuestra lengua, fue mi patria emocional. Después lo ha sido también en los papeles.

OBRA

Mis libros más queridos son los que he escrito sobre historia en broma. “Lecciones de Histeria de Colombia” salió en dos tomos, después ya se hizo en uno solo. El otro, “Breve historia de este puto mundo” para el que leí cerca de ochenta libros, además las referencias están colgadas en la página web de Random House. Son los que más he trabajado. El que quiera saber este idiota de dónde saca que Napoleón le escribía cartas eróticas a Josefina, vaya y lo mira que yo le digo de qué libro lo saqué. Son trabajos que me obligaron a estudiar mucho, a estudiar rico y que fueron muy sabrosos escribir. Tengo en realidad tres historias en broma, pues la tercera es La Biblia en el Antiguo Testamento que se llama “Si Eva hubiera sido Adán”.

Para producir mi obra me tomo el tiempo que me den, pero como soy periodista sé que nunca dispongo de mucho tiempo pues tengo que trabajar bajo presión, por ejemplo, en la columna diaria tenía veinticuatro horas para producir un material. Uno se acostumbra a eso. Hubo una época en que yo tenía que producir, aparte de mi trabajo como redactor y editor de Cambio 16 en España, los argumentos de tres comedias de televisión cada semana: “Dejémonos de vainas”, “Te quiero pecas”, “La de adentro”. Cuando tuve que escribir teleseries seguía trabajando. Te explico, la telenovela es abierta y la teleserie es cerrada, uno entrega treinta y cinco capítulos y no puede pasar nada porque ya están cerrados como “Escalona”, por ejemplo, la que había que ir entregando con premura. Así es el oficio, no me quejo, ¡esto es lo que hay!

Leo a alguien que admiro mucho, Leila Guerriero, magnífica cronista argentina y adorada persona. Me dice que el cronista necesita tiempo, que la crónica es una forma de periodismo que necesita tiempo. Eso es verdad como es verdad que es contradictorio con lo que es el periodismo habitualmente, cubrir con inmediatez. Lo que es sabio es saber uno qué escoge en el momento de escribir, qué ritmo, qué tono, qué enfoque. Ese es el momento crítico para la persona que va a escribir algo en un periódico.

Te explico entonces la diferencia entre el argumento y el libreto y te lo voy a decir en términos numéricos. Yo mandaba una historia de cinco, seis, siete, ocho páginas, con un comienzo, un desarrollo y un final cada capítulo. Los capítulos de “Dejémonos de vainas” eran cerrados en el sentido de que empezaba y se terminaba. Cada capítulo era un episodio. El argumentista trabaja los personajes, las situaciones, algunos diálogos, si necesita escribirlos para que el libretista sepa qué hay que decir, los escribe y envía cinco, ocho, diez páginas; luego el libretista convierte eso en diálogos y en secuencias técnicas, como medio plano, primer plano, todas las indicaciones de cámara, los tiempos. Esa parte técnica que es muy difícil, Bernardo Romero la hacía muy bien. Era mi socio en todas estas obras. Ese es el libreto.

Libretos he hecho, pero siempre con un libretista. Tengo una hija que empezó a hacer libretos y le gusta mucho, después se dedicó al periodismo porque se hizo muy complicado el mundo de la televisión. La experiencia en la televisión no me motivó a estudiar dirección de cine pues ya se me habían pasado las ganas. Me gusta el cine, me gusta ir a cine, pero no tengo la pasión que se necesita para dedicarse a él.

GUSTOS

Me encantaba el neorrealismo italiano en su época, cosa que es curiosa en alguien que disfruta el humor, pues el neorrealismo puro estaba alejado del humor y era mucho más cercano al drama y a la tragedia. Más tarde Federico Fellini y otros autores optaron por la comedia e hicieron películas deliciosas y agridulces, contagiadas de cierta magia y ternura.

Me gustaba mucho el cine francés, y hay algunas películas, aparentemente de aventuras, que en realidad encierran planteamientos muy hondos. He visto veinte veces “El puente sobre el río Kwai”, por ejemplo, que es una historia sobre la desviación de un sueño, es El Quijote en reversa. Mi película favorita, que veo fascinado cada vez que aparece en televisión, es “El Padrino”: el uno, dos y el tres. Pero me gustan Woody Allen y también Ingmar Bergman, que quizás no son tan distantes, puesto que a aquel le fascina el cine del sueco.

Adoro las comedias clásicas, como “Some like it hot” que en Colombia se llamó “Dos Adanes y una Eva” y en España, “Con faldas y a lo loco”. Tenía un trío de protagonistas formidable: Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe.

Escribir humor es difícil, pero hacer humor en cine o en televisión me parece más difícil aún. El ritmo los tiempos son claves. Veo el humor como un paliativo para que la realidad sea menos dura, para que las cosas que se ven muy grandes se achiquen y para convivir con las cosas difíciles de arreglar. Son las gafas que uno se pone para ver la vida sin pensar en lanzarse al salto de Tequendama.

CREATIVIDAD

Durante cincuenta años siempre puse la cabeza a trabajar mientras dormía y muchas veces encontré, semi dormido, la solución de los problemas. Pensaba: ¿cómo voy a enfocar este material que tengo? ¿Hago una crónica?, ¿hago una noticia? ¿Cómo comienzo? Me acuesto con eso y la solución me aparece entre gallos y medias noches.

En una época compré una libretica para atender un consejo de mi mujer: “Cada vez que tenga una idea de noche, ¡escríbala!” Cierta noche una gran idea la escribí casi dormido y al día siguiente encendí la luz y decía: “¡Escríbalo, escríbalo!” Me sirvió de poco. Puede que yo salga de casa sin pantalones pero no sin un bolígrafo.

Hay cosas en que la idea es el noventa por ciento de todo. Con Bernardo Romero siempre pensábamos qué hacer y en un momento dado, en alguna madrugada dijimos: “Hay que hacer una telenovela que le tome el pelo a las telenovelas”. Esa fue la idea, luego había que hacerla, pero la idea en ese caso era el secreto. Se llamó “Leche” porque ya había una que era “Café” y otra “Azúcar”. Fue muy divertida, muy loca. La hicimos tres personas, Bernardo Romero, Jorge Maronna el guitarrista de “Les Luthiers” (un tipo muy tímido, pero muy gracioso y muy buen músico) y yo.  La telenovela se componía de treinta capítulos de enredos que imitaban paródicamente a las telenovelas. Con Maronna compusimos para esta telenovela cerca de treinta canciones. Yo hacía las letras y él hacía la música. Sí, muy divertido. Nos divertimos como enanos y nos pagaron bien.

VALORES

Buena parte de la vida de una persona se va en educar a los hijos y el resto en maleducar a los nietos. Esto es muy importante, porque los papás siempre se tiran a los hijos; entonces tiene que llegar el abuelo alcahueta para decirles que si hay un partido de fútbol no hagan la tarea, que no lloren por una mala nota y que si un día dejan de ir al colegio por cansancio no pasa nada. Pero siempre, tanto a los nietos como a los hijos, hay que inculcarles una serie de valores básicos. El valor de la generosidad y de obrar correctamente en una sociedad.

Yo no soy religioso; alguno de mis hijos puede que lo sea, pero lo que les he enseñado es que hay una ética y una moral que van más allá de la religión. No se necesita creer en Dios para tener una conducta ética pero que hay una forma de comportarse correctamente; hay que ser leal a una serie de principios y de cosas, y esas he procurado inculcarlas, así el humor. Hay que huir de lo blandengue y lo pusilánime; la solidaridad es importante, conviene rebelarse contra el estado de injusticia social que impera en el mundo y en este puto país.

No puede uno hacer mucho. En mi caso solo tengo una pluma y un computador, pero siempre me he enardecido por las cosas que me duelen, me molestan y me indignan, como la opresión, la discriminación de los seres humanos por su raza, su sexo o su riqueza.

El que no tiene dinero y poca educación es una especie de vice ser humano, sub ser humano, en cambio el rico, el que tiene plata, el que anda en el Mercedes, se considera que es mejor ciudadano. Eso ha sido este país y eso es producto del capitalismo que nos enseña que lo importante es el dinero, que el que lo tiene es el poderoso y es al que se le perdona todo y los otros valores no importan.

He procurado que en mi casa, mis hijos, mis nietos entiendan que el dinero es un valor secundario. Quiero que vivan cómodamente, ni más faltaba, y yo vivo así. Pero a mi manera soy un tipo senequista, partidario de la austeridad, de la sobriedad, de no despilfarrar en pendejadas y ser solidario con los que necesitan ayuda. Hay tanta gente que necesita apoyo que es insoportable ver cómo se gasta dinero en relojes de oro y ropa de marca.

APEGOS

Cuando miro el universo veo una estrella que dice:

— Santa Fe.

Veo otra que dice:

— Barcelona.

Con eso quedo lleno, es decir, estoy lleno de universo.

Nada me habría gustado más que haber sido un jugador de futbol y cantante de ópera, zarzuela y compositor de vallenatos. Jugué fútbol mas o menos bien, en una liga amateur.

Me extasían la buena poesía, la buena música, un buen libro, una mujer bonita, inteligente y con humor que son muy difíciles de conseguir. Disfruto una situación absurda, mágica. Me interesan las artes escritas o visuales que son un pasaporte hacia otra dimensión, una dimensión estética.

La poesía es un código muy difícil de trabajar. Hacer poesía mala es facilísimo, hacer buena poesía es casi imposible; pero esas palabras que un poeta ordena para transmitir una emoción que de otra manera no se transmite crean circuito espiritual especial.

Quiero mucho los libros y soy incapaz de salir de uno. Yo salgo de mi mujer primero que de un libro porque sé que me consigo otra.

Por ejemplo, yo tengo una edición de Don Francisco de Quevedo, que es mi poeta favorito, nacido en 1580 y muerto en 1645, es una de las primeras ediciones de su poesía agrupada, porque él siempre escribía por un lado y por el otro. Nunca se publicó un libro suyo en vida, pero tengo una de las primeras, de mil setecientos algo, es una joya, ese libro es para mí un tesoro. Ahora, al mismo tiempo sé que hay libros que no pueden ser míos, que pertenecen a un orden distinto.

Tenía una colección de García Márquez de todas las primeras ediciones de su obra firmadas por él desde “Cien años de soledad” hasta la última. Le pedía que me las dedicara y luego, cerca de cuarenta ediciones de “Cien años de soledad” en otras lenguas. En un momento dado dije, yo qué hago con esto, se murió García Márquez y soy el único que lo ve, lo tengo aquí en un estante, se lo puedo mostrar a algún amigo, es todo lo que hago. Se la doné a la Biblioteca Nacional. Porque qué acto de egoísmo era decir: “Soy el dueño de esto”.  No me interesa ser el dueño, me interesa que exista la colección y que esté al acceso de la gente. En ese sentido no tengo ningún problema en regalarlo, pagar el equipaje del avión y entregarlo en la puerta y así fue. Pero en otras cosas soy muy egoísta, en ciertos libros, en ciertos discos, me hago matar pero no los presto: ¡No, no me jodan!

PROYECTO

Ahora estoy escribiendo algo que podría ser otro libro. Es un estudio sobre la poesía de Quevedo. El primero que escribí fue sobre el poeta de amor, metafísico moral y ahora sobre el poeta festivo que es más difícil de analizar, la forma como utiliza el humor y como dice con humor ciertas cosas que son melancólicas. Quevedo lo mismo hacía unos sonetos escatológicos tremendos y los mejores poemas de amor que se han escrito nunca. Un tipo genial.

Los buenos escritores son inmortales a través de su obra, pero son miles los escritores que mueren cada día y no pasa nada. Al día siguiente nadie se acuerda de ellos y yo estoy seguro que pertenezco a esa categoría.

Uno tiene que ser realista. Mis hijos se acordarán de mí, mis amigos seguramente, luego alguna lectora como Usted que dirá: “Ahora este libro vale un poquito más porque se murió el imbécil que lo escribió”. Pero pensar uno que va a sobrevivir al derrumbe de la memoria que es el paso del tiempo, no, a menos que uno sea García Márquez.

Me basta con dejar una buena imagen en la gente que me quiere y me conoce, y decir: “Era un tipo decente. Era un buen tipo. Nunca quiso robar a nadie. Nunca quiso estafar al Estado”. Con eso yo creo que es suficiente.

Me pongo dichoso de vender muchos libros porque me parece que es muy divertido, pensar que mis libros están en un número de hogares desconocidos. Me pongo muy feliz cuando alguien me dice: “Me divertí mucho con su libro”. Y lo que más feliz me hace es cuando veo una persona ya de cierta edad, treinta años, y me dice: “Me aficioné a leer, gracias a los libros suyos”. Esa es la mayor alegría que uno puede tener, que una persona se haya interesado en los libros a partir de uno de los míos de humor, me parece una labor social de importancia impresionante, mucho más que ganar una lotería o tener un carro bueno.

REFLEJO

Sí, me veo reflejado en mis hijos. A mí me gusta mucho el humor de Daniel que es despiadado, pero me parece muy divertido y necesario que haya alguien que diga una cantidad de cosas que se pueden decir con humor y él tiene el atrevimiento de decirlas aunque en ocasiones no estoy de acuerdo con algunas. Nunca he pretendido que mis hijos pensaran o actuaran exactamente como yo. Lo que pretendo es darles unas normas de vida, mostrar un camino y que luego hagan el camino como quieran, en las manos, en los pies, como sea.

Sí, he sido consejero de mis hijos periodistas; les doy mi opinión a sabiendas de que en ocasiones me equivoco. Juanita es muy buena periodista pero su condición de madre de familia de clase media en España la limita mucho para hacer cosas que quisiera hacer.

LEGADO

Quiero dejar acreencias en las personas que se acercan a mí y si alguna dice que era un churro no me importaría, y que bailaba bien. Sí, buen bailarín sí soy.

No me interesa que digan que soy un gran patriota, porque de grandes patriotas, ladrones, abusivos y corruptos está lleno el país. No es, pues, de los títulos a los que aspiro. Gran patriota como tantos que hemos visto en la historia de Colombia que acaban robando y que nos han llevado a unas guerras inclementes.

Siempre estuve metido en la política en mi condición de comentarista, pero nunca me metí en la política electoral. No me interesaría nada tener un cargo público. Generalmente cuando dicto una conferencia que me contrata alguna entidad del Estado, no la cobro o si la cobro la dono a una escuela.

Me desvelan las cosas de salud que les pasen a amigos y a mi familia. Ver injusticias, pues este país está lleno de ellas. También los abusos, donde se opta por la forma más cómoda, el engaño, la violencia. Cuando uno vive en una sociedad como esta no existe la dicha plena. También me preocupa el buen desempeño de mis equipos de fútbol.

Procuro estar con las causas justas y me esmero en pensar que la vida no es tan trágica, que el humor ayuda a sobrevivir. No le doy demasiada trascendencia a nada. Lo único trascendental es luchar para que el mundo sea un poco mejor.

Creo que no tengo mucho de qué quejarme. Tengo una familia estupenda, amigos a los que quiero mucho, enemigos a los que me honra tener.

Los años que me quedan, que no son muchos, espero pasarlos trabajando cuando quiera y deliciosamente ocioso cuando me dé la gana. Hasta ahora no he hecho sino trabajar desde que me retiré, pero bueno, ese es otro problema.

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