Federico Díaz Granados

Federico Díaz Granados

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy un poeta a quien la vida ha llevado por oficios varios como ser gestor cultural, periodista, docente, actualmente columnista de Cambio y director de la biblioteca del Gimnasio Moderno desde hace diecisiete años.

Desde muy niño he estado cerca de la poesía, de los libros, de la literatura. La poesía me llega por la lengua paterna a través de los relatos sobre las vidas de algunos poetas tutelares de mi padre y por la materna por aquellos versos de Gregorio Castañeda Aragón, poeta del mar y de Santa Marta, que mi mamá me leía.

ORÍGENES

Mis papás son primos en segundo grado, ambos samarios, lo que hace que mi apellido, que ya es compuesto, se repita: Díaz Granados Díaz Granados. No caben en ninguna cédula ni documento, situación que me ha generado inconvenientes en aeropuertos del mundo, bancos y entidades oficiales.

Mi abuelo materno, Luis Carlos Díaz Granados, ingeniero agrónomo, y mi abuelo paterno, Manuel José Díaz Granados, abogado y economista, eran los únicos profesionales de la familia, contemporáneos, cómplices, muy cercanos, muy amigos, aunque la vida los llevó por caminos distintos.

Luis Carlos vivió hasta su muerte en Santa Marta y se casó allí con Lucy Riascos Vives, una joven muy bella, la consentida de su casa, de su padre un próspero empresario y hacendado , prima hermana de Luis Aurelio Vives Echavarría, papá de Carlos Vives. En el mausoleo de los Vives descansan Luis Aurelio y su hermano José Ignacio -Nacho- Vives Echavarría, político que casi tumba al presidente Carlos Lleras Restrepo. El mausoleo tiene por nombre Echavarría Díaz Granados. De esta rama de la familia recibo, sin duda, una rica herencia musical.

Manuel José, liberal de izquierda, cercano a las ideas liberales más progresistas, de la Universidad Libre luego de una traición política que lo llevó a una profunda depresión se instaló en Fundación (Magdalena) donde murió a los cincuenta y tres años dejando una carrera trunca. Margot Valdeblánquez, mi abuela paterna, de origen guajiro, fue nieta de Nicolás Ricardo Márquez, prima hermana de Gabriel García Márquez quien la llamaba <la memoria de la estirpe>. Margot copiaba poemas y los ilustraba en un cuaderno de adolescente. Por ella viene el amor por la literatura.

La correspondencia que se cruzaron con García Márquez está en donación en Harry Ransom Center Digital Collections en Austin. Me emocioné mucho cuando vi las cartas escritas a mano a través de las cuales ella le contestaba las preguntas que su primo le formulaba sobre historias de la familia. Mi abuela Margot, viviendo en Bogotá, empezó a trabajar a sus cincuenta años para sacar a sus tres hijos adelante dictando clases de arte en un colegio público y restaurando porcelanas. No olvido un letrero de su puño y letra que decía <Se restauran porcelanas>. Al final de su vida solo recordaba los versos de Rubén Darío.

SUS PADRES

José Luis Díaz Granados, mi papá, es un escritor, periodista, miembro de la llamada <Generación sin Nombre> conformada por escritores que animaron el panorama literario después del nadaísmo a finales de  los años sesenta y setenta. Como mencioné, mi papá fue esa primera influencia y mi contacto con el mundo de los libros y de la poesía.

Mis padres se conocieron en la adolescencia. Sin embargo, sus caminos iban en direcciones distintas.

Mi padre estaba en Bogotá, dedicado a la literatura de forma autodidacta y sumergido en la bohemia literaria de la época. Por su parte, mi mamá vivía en Santa Marta en condiciones económicas y sociales diferentes. Había sido señorita Magdalena en el reinado del mar. Luego de un intercambio que hizo para perfeccionar el inglés en los Estados Unidos, vino a Bogotá a presentar entrevistas de admisión en la universidad.

Como se quedó unos días en casa sus parientes, ahí nació esa historia de amor llena de objeciones y oposiciones por parte, sobre todo, de la familia de ella.

Dada esta situación, mi abuelo Luis Carlos se llevó a mi mamá nuevamente para Santa Marta. Entonces mi papá planeó un rapto. Fue por ella, inventó una salida falsa a la playa, pero con la decisión de traerla en el Expreso del Sol. Esto, por supuesto, en secreto, pero con la total complicidad de mi mamá.

Su historia  se sintetizó en un poema muy bello que en 1972 le escribió mi papá a mi mamá al que diez años después Iván Benavides le puso música e interpretó con Lucía Pulido. Esa canción, llamada Alba, sonó muchísimo en los años ochenta. Era como el himno de una época y parte de la banda sonora de una década en los bares bogotanos. Luego la interpretaron Ana y Jaime, también con gran éxito.

HERMANA

Soy el hijo único de mis padres y tengo una hermana del segundo matrimonio de mi papá quien se llama Carolina. A Carolina le llevo diecisiete años, entonces tenemos una relación especial, de complicidad. Mi rol es más de tío que de hermano. Ha sido mi consentida.

Estudió Literatura, ha escrito novela, está dedicada a la docencia y es coordinadora del área de Español del Colegio los Nogales. De ella aprendo muchísimo, entre otras muchas cosas, sobre feminismo y política actual. Me pone al día en tendencias del momento como lo hace mi hijo Sebastián, porque son más contemporáneos. Carolina es gran compañera de viaje, amante de la danza y la literatura auto ficcional.

INFANCIA

Nuestra casa de la calle 45 con carrera 19, en el barrio Palermo en Bogotá, fue de mi abuela quien acogió a mis padres. Fue en la que nací y pasé mis primeros años.

La casa siempre fue visitada por personajes como Manuel Zapata Olivella, Germán Espinosa, Luis Vidales, Mario Rivero, Juan Gustavo Cobo Borda, Álvaro Miranda, Luis Fayad. También por León de Greiff, Arnoldo Palacios, Maruja Vieira, Héctor Rojas Herazo. Todos ellos estaban escribiendo, de alguna forma, la historia literaria y política del país y acompañaron mi infancia.

Esto fue así porque mis abuelas, especialmente Margot, era muy hospitalaria, por lo cual siempre tenía huéspedes, pues les gustaba atender. Mi papá, con su carrera literaria, ha tenido amigos escritores con quienes terminaba rematando algún evento cultural en su casa materna.

Crecí en un mundo maravilloso, acompañado de poetas, escritores, libros, tertulias. Esto me llevó a tener conciencia histórica. Recuerdo que uno de los programas favoritos de mi infancia fue Revivamos nuestra historia con el que me aprendí de memoria parlamentos de Bolívar, el hombre de las dificultades, de Edgardo Román haciendo de Gaitán en El Bogotazo y de Mosquera y Obando en Vidas encontradas. Me aprendí los guiones de Carlos José Reyes, muchos capítulos bajo la dirección de Jorge Alí Triana y con la mirada histórica de Eduardo Lemaitre y con Carlos José Reyes como asesor histórico.

En esa etapa de mi vida mi mamá trabajaba y estudiaba Psicología. Si bien crecí como hijo único, consentido, también fui muy independiente. Yo armaba mi propio mundo en medio de las reuniones, lo encontraba en los libros a los que les prolongaba las historias en mis primeros escritos, que fueron cuentos breves. Igual lo hacía con las películas. Dadas mis circunstancias, ser hijo único de padres separados, mis abuelas y mis tías abuelas fueron  protagonistas de mi crianza. Diría que fui un niño distinto, porque al vivir rodeado de adultos, en ocasiones me comportaba como un viejito.

Fui lector en los años de colegio, pero también molestaba a mis compañeros. Cuando faltaba un profesor, recordaba un compañero hace poco, yo me paraba al frente del tablero y dictaba la clase. Repetía lo que había visto en los programas de historia de la televisión o en los libros que leía.

Tuve varios amigos en mi infancia, dos de ellos han permanecido. Rodolfo Franco,  un poco mayor que yo, fue el primer amigo con quien intercambié juguetes a mis cuatro o cinco años y participó en muchas de las tertulias literarias que se llevaban a cabo en mi casa o en la suya. Y Esteban Langer, quien actualmente vive en los Estados Unidos y a quien conocí a mis diez años para vivir juntos el ritual de paso de la niñez a la adolescencia. Para mí Esteban era mi Huckleberry Finn, personaje de Las aventuras de Tom Sawyer, escritas por Mark Twain, y jugábamos a representar los personajes.

A mis once o doce años apareció mi primer amor, Juliana Wild, quien al igual que yo pasaba vacaciones con su familia en Santa Marta. A ella le escribí los primeros poemas imitando quizás al Neruda de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

ACADEMIA

Pasé por muchos colegios, pues me echaron de varios. Mi mamá quiso que yo estudiara en uno bilingüe, cuando no había tantos en el país. La verdad es que no me fue bien con el inglés, por lo menos no en esos primeros años. Tampoco me ayudó el estar pensando en los programas de televisión que veía ni en los libros que leía, porque me dispersaba. Pensaba en libros televisión y cine en las horas de clase y buscaba algún pretexto para que me castigaran porque en aquellos días los castigos escolares se pasaban en la biblioteca y esa era mi alegría.

Pasé, entre otros, por el Rochester, luego por el Saint George, para llegar al San Bartolomé donde estudié un buen número de años y donde viví la adolescencia plena. Fue en mi adolescencia cuando me empezó a gustar el futbol, el rock en español, el merengue con el que quería conquistar en las fiestas bartolinas a la niña que me gustaba, aunque no lo aprendí a bailar del todo.

No olvido que la fiesta de cierre de la Semana Bartolina se programó para el viernes 18 de agosto de 1989, pero a las ocho de la noche se canceló por el asesinato de Luis Carlos Galán, pues acababa de ocurrir. Ese día se fracturó el país, pero también mi adolescencia y, creo, la vida de muchos de los de mi generación. Se frustró mi primera fiesta y algo cambió para siempre también entre mi grupo de amigos. El asesinato de Galán simboliza esa pérdida de la inocencia juvenil de manera temprana. Eran años muy difíciles.

Pasando a otro aspecto de mi vida escolar, mi materia favorita, más que Literatura, fue Historia. Por lo cual tengo muy claro que en esa época hubo otros hechos que me marcaron.

No fue fácil ser niño en los años 1980 en una ciudad como Bogotá en la que pusieron bombas en centros comerciales y restaurantes, también amenazaron colegios, por lo cual los simulacros de evacuación no eran por sismo. Donde vieran un carro mal parqueado o un paquete o maletín abandonado, inmediatamente se evacuaba la zona.

Me impactó la toma de la Embajada Dominicana, muy cerca de la casa donde vivíamos, y no olvido a La Chiqui, jefe negociadora que salía ante cámaras con una capota. En abril de 1984 asesinaron a Rodrigo Lara Bonilla, me impactó ver a su hijo, de camisa azul y llorando, en el entierro, pues me proyecté en él dado el riesgo de que llegaran a matar a mi papá.

Mi papá fue un hombre de izquierda y muchos de sus amigos empezaron a caer en la masacre de dirigentes de la UP que inició en 1986. Recuerdo a Pardo Leal a quien mataron en 1987, a José Antequera, Leonardo Posada, Bernardo Jaramillo Ossa y a Carlos Pizarro recién desmovilizado del M – 19 en 1990.

También recuerdo la toma del Palacio de Justicia, en la misma fecha en que se publicó un libro de mi padre en la Biblioteca de Literatura Colombiana que incluyó entre sus cien títulos la primera novela de mi papá. Era una colección semanal de Oveja Negra. El número uno fue Cien años de soledad, el dos fue La Vorágine, el diez la primera edición de Sin remedio de Antonio Caballero, y la de mi papá la sesenta y seis. En ese momento yo tenía once años y no olvido la ilusión con la que lo esperamos.

Sufrí el miedo que producía salir a la calle, pero quería hacerlo por el momento de mi vida. Hubo la amenaza de volar un centro comercial, de tres o cuatro que había entonces en la ciudad. Y, en efecto, una bomba estalló en el Centro 93, otra en la carrera séptima con calle cincuenta y siete y la del DAS cuya explosión se sintió muy cerca en la casa de Palermo.

En ese entonces Compañía Ilimitada era el grupo de moda que abrió el concierto de conciertos en 1988 al que asistí a mis catorce años con amigos y en el que cantaron La calle. La letra es una invitación para salir a caminar a la calle a divertirse en una época en que era impensable hacerlo por el miedo.

En el ámbito familiar también ocurrían cosas. A mi papá, muy fiel y militante de las ideas marxistas de la línea soviética, se le desmoronó ese mundo ilusorio que había construido. Le dediqué posteriormente el poema Good bye Lenin que incluí en el libro Las prisas del instante.  Me inspiré en la película alemana porque fue el reflejo de lo que ocurrió en la casa de mi padre, en la que nunca se cayó el Muro de Berlín pero en la que se desmoronó la vida familiar.

Fui echado del San Bartolo por “capar clase” jugando fútbol y por pasar tiempo en la biblioteca, entonces fui al Liceo Edad de Oro, un colegio de experimentación pedagógica donde fui muy feliz. Los estudiantes éramos hijos de artistas, de fotógrafos, artesanos, desmovilizados, directores de cine, escritores. Fui el primer personero del colegio. E identifiqué que me gustaba la política, estuve muy pendiente de la desmovilización del M – 19 y de la Asamblea Nacional Constituyente como hechos políticos cuando cursaba noveno grado.

DECISIÓN DE CARRERA

Todo adolescente quiere ser parricida y rebelde, pero en mi caso era complicado cuando tenía unos padres tan amorosos y generosos. Mi manera de ser rebelde era tratar de no hacer literatura o de leer a los autores que hacían parte del canon de la casa y la familia. Por eso fue mi primer impulso de estudiar Derecho en la Universidad Externado. Hice un año que recuerdo con mucho afecto. Tuve profesores inolvidables como Luis Villar Borda y Richard Tovar. Me fue muy bien en Constitucional, Introducción al Derecho y Romano, pero a los quince días sabía que había sido un error. Sin embargo, terminé mi primer año en el que forjé amistades que todavía perduran.

La Casa de Poesía Silva quedaba muy cerca a la universidad así que pasé muchas horas en su fonoteca escuchando voces de poetas y en la hemeroteca de la Biblioteca Luis Ángel Arango consultando joyas literarias y periódicos viejos.  

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Algo que no he mencionado es que siempre me gustó el periodismo, oficio al que se dedicó mi papá para ganarse la vida. Mis papás me guardaron documentos que yo escribía, periódicos que diseñaba con plantillas buscando imitar a El Tiempo y a El Espectador. Estos llegaban los domingos con los suplementos culturales del fin de semana que me gustaba leer como los monos, las tiras cómicas. También salíamos a comprar los periódicos regionales.

Hice entrevistas a los amigos que iban a mi casa para mi periódico que repartía a mis papás y a algunos familiares. Si mal no recuerdo, lo llamé La hora. Para hacerlo también me inspiré en el Daily Planet de Clark Kent y en El Hocicón (diario pobre, pero honrado) de Condorito.

Con este motor empecé Comunicación Social en la Universidad Javeriana donde tomé también algunos cursos de literatura.

Un evento muy importante de mi infancia, quizás definitivo para mi decisión de dedicarme a la literatura, tiene que ver con García Márquez con quien me reuní repetidas veces a lo largo de mi vida.

Estudiando en el Saint George, recuerdo ver llegar a mi papá a las once de la mañana. De inmediato pensé que me habían expulsado del colegio o que se había muerto algún familiar, porque uno siempre es culpable de algo. Lo que se proponía mi papá era incluirme en un almuerzo al apartamento de García Márquez, en la Circunvalar cerca de la calle setenta, con el que él y Mercedes estaban atendiendo a mi abuela.

Lo que en ese momento no vi con claridad fue que mi padre me había sacado de una clase del colegio para llevarme a la más maravillosa e inolvidable de mi vida con Gabriel García Márquez. Para ese entonces él tenía cincuenta y seis años y acababa de ganar el Premio Nobel, yo apenas tenía ocho y ya era consciente de su importancia. Es imposible olvidar que, pese a mi edad, me dio la importancia de un adulto.

El jueves 21 de octubre de 1982 todas las emisoras del mundo anunciaron el Premio Nobel de Literatura a García Márquez. Esa mañana, en el colegio, la profesora nos preguntó si sabíamos qué evento importante acababa de ocurrir en el mundo cultural. Con toda naturalidad contesté: “El primo de mi abuelita se ganó el Premio Nobel”. Entonces me enviaron a psicología donde me pusieron a dibujar cómo me imaginaba yo a García Márquez. Mi mamá tuvo que ir a confirmar que lo que yo había dicho era cierto.

Este y los futuros encuentros que tuve con García Márquez ratificaron aún más mi devoción y dedicación a la literatura, al periodismo, al cine.

Resulta que en la casa íbamos a las inolvidables funciones de matiné, vespertina y nocturna.  Recuerdo los teatros de la época, inmensos, con un sonido espectacular y con amplias cortinas laterales. Algunos eran El Embajador, El Scala, Astor Plaza, Royal Plaza, Cine San Carlos, Teatro Trevi, Radio City, Teusaquillo, Cine Palermo, Arlequín, Cinelandia, Lucía, entre otros.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

CASA SILVA

Me vinculé a la Casa Silva cuando la dirigía María Mercedes Carranza, una mujer de fuerte carácter y una infinita generosidad, pionera de la gestión cultural en medio de una sociedad machista y patriarcal. Fue la primera en idear y crear una casa de poesía, lo hizo en la que habitó y murió José Asunción Silva para convertirla en un epicentro de la cultura nacional, un lugar de encuentro para la conversación. Se inventó eventos como La poesía tiene la palabra, Poemas de amor para los alzados en almas y Descanse en paz la guerra. Programó lecturas semanales en las que la casa siempre estuvo llena.

Como ella, otras mujeres se dieron su lugar en esa época y fueron también precursoras. Elvira Cuervo de Jaramillo con quien trabajé años después en la Asociación de amigos del Caro y Cuervo, Gloria Zea, Consuelo Araújo Noguera, Isadora de Norden, Carmen Barvo, Fanny Mickey, entre otras.

De María Mercedes aprendí el rigor, el orden, el respeto por el artista, pero también a ser gestor cultural al haberla asistido en algunos de los concursos que organizaba. Hice reemplazos en la biblioteca y en la fonoteca. Fue aquí donde empecé a dictar mis primeros talleres al tiempo que escribía, en ocasiones de manera remunerada como en El Magazin de El Espectador, también en La Prensa . Produje y presenté un programa de televisión, Letra viva, donde reemplacé al gran Oscar Collazos, lo transmitía Señal Colombia, de la programadora Audiovisuales que dependía del Ministerio de Comunicaciones. Hice radio en la Radio Nacional de Colombia y en la franja nocturna de RCN con ese generoso amigo y escritor que fue Alberto Duque López.

LIBROS

En 1995 publiqué Las voces del fuego, mi primer libro de poemas con el que tengo una relación de gratitud y distancia. No me reconozco en muchos de esos poemas, pero a la vez sí lo hago, porque está allí el joven curioso y maravillado que era. Parafraseando al poeta Antonio Cisneros: “Aquel libro me dio la desvergüenza necesaria para seguir escribiendo y publicando poesía”.  

Más adelante hice un par de  antologías de poesía joven: Oscuro es el canto de la lluvia e Inventario a contraluz. En el 2000 publiqué La casa del viento, seguido de Hospedaje de paso que habla de la casa de mis abuelas y la infancia, Las prisas del instante, además de las antologías personales Álbum de los adioses, Adiós a Lenin, Tiempo lleno de canciones. El más reciente, Grietas de la luz.

Grietas de la luz es un libro de poesía que acabo de publicar con el Fondo de Cultura Económica de Colombia. Su primera parte es, en su mayoría, una suerte de monólogo en primera persona. La segunda es la voz del nieto adulto que ve desmoronarse su infancia con la pérdida de la memoria de sus abuelas.

Para mí, el olvido es una forma de orfandad. Cuando se olvida, lo primero que se pierden son las palabras siendo estas nuestro primer contacto con el mundo a través de la lengua materna, la lengua del amor. Es decir, esa lengua abuela de la que habla la poeta Katya Vázquez Schröder que es la lengua que está detrás de la lengua. Estoy muy emocionado y me siento muy abrigado por el afecto de los lectores con este libro.

DOCENTE Y GESTOR CULTURAL

He sido docente en varios colegios y en algunas universidades. Hace diecisiete años estoy en el Gimnasio Moderno donde he sido profesor de español, de literatura, director de grupo y director de las bibliotecas y de la Agenda Cultural.

El Gimnasio ha sido un lugar donde trabajar no solo ha sido una forma de ganarme la vida, sino que ha sido la vida la misma. He tenido la alegría de que a través de mi trabajo al frente de la Agenda Cultural de Gimnasio Moderno y gracias a alianzas con instituciones como FILBO, Fundación Gabo y algunas editoriales, hemos podido tener en nuestros escenarios y compartiendo con nuestros estudiantes y público habitual  a los premios Nobel Svetlana Alexiévich; J.M Coetze. Jodie Williams, Premio Nobel de Paz 1997. Para su centenario a Harald zur Hausen, Premio Nobel de Medicina 2008 y para reinaugurar la biblioteca en 2018 a Mario Vargas Llosa.

También he llevado a algunos de mis poetas favoritos, esos que leía desde la década de 1980, cuando el colegio me brindó la oportunidad de inventarme un festival anual de poesía que bauticé Las líneas de su mano. Menciono algunos como Charles Simic, Robert Hass, Robert Pinsky, Rita Dove, Luis García Montero, Gioconda Belli, Ana Blandiana, Raúl Zurita, Giovanni Quessep, Mario Rivero, Juan Gustavo Cobo Borda, Piedad Bonnett y William Ospina, entre otros.

La biblioteca, restaurada e intervenida con las normas de sismo resistencia, es la favorita de todas las editoriales y de muchos escritores que quieren hacer allí sus lanzamientos. Esto es así, gracias a que pude posicionarla como un centro de la cultura en Bogotá.

Por otra parte, son muchos los exalumnos que he tenido que se dedican a temas muy distintos y que hoy son mis amigos. Federico Gómez Lara, actual director de Cambio y técnicamente mi jefe, pues soy columnista semanal por invitación suya. Su hermana María Gómez Lara a quien le inventé un curso de poesía y hoy es una gran poeta, premiada y reconocida que vive en España. Juan Francisco García, periodista de Cambio. Diego Escallón Arango, subsecretario de integración de Bogotá. Miguel Uribe Turbay, aunque estemos en orillas ideológicas opuestas forjamos una relación y conversación sobre muchos temas desde el aula de clases.

Me siento contento en el Gimnasio Moderno, lugar en el que he podido desplegar mi gestión de manera importante. He podido hacer mi literatura y disfrutar de los espacios a los que convidan. Vivo agradecido porque ha sido un lugar donde la amistad, el humor y el buen ambiente me han permitido crecer humana y profesionalmente.

Por ejemplo, después de pandemia tuve una honrosa invitación del Departamento de español, portugués e italiano de la Universidad de Virginia para aceptar una residencia académica bajo el nombre de Distinguished Visiting Professor. El Gimnasio Moderno me respaldó y apoyó.

Me instalé a cien metros de la habitación donde vivió de Edgar Allan Poe cuando fue estudiante de la universidad. Por allí pasaron ilustres profesores como William Faulkner entre otros.

PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS

Además de la honrosa invitación de la Universidad de Virginia en 2021 gané el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por una crónica sobre la poeta Louise Glück ganadora del Premio Nobel de Literatura un año antes. Lo sentí como una feliz recompensa a ese amor al periodismo desde niño y a esas mañanas de domingo leyendo los suplementos culturales a mi periódico casero La Hora.

SEBASTIÁN

Mi hijo Sebastián nació en 1997, cuando yo era muy joven. En uno de mis recientes cumpleaños me conmovió cuando dijo: “Mi papá y yo crecimos juntos”. Nos identificamos en nuestro amor por los gatos y por Star Wars, saga que acompañó tres generaciones desde la de mi papá, pasando por la mía y finalizando en la de mi hijo.

Intenté replicar en él las cosas buenas que recibí de mis padres, ciertos rituales. Por ejemplo, lo llevé por sorpresa a conocer a García Márquez en su casa de Pedregal de San Ángel en Ciudad de México cuando ya Gabo ya era un clásico, un Homero de nuestro tiempo, cuando había perdido la memoria, pero conservaba su mirada inocente y curiosa. Aquel día Mercedes nos atendió la visita junto con mi amigo y hermano, el poeta Juan Felipe Robledo. Gabo y Sebastián conversaron como si fueran niños de la misma edad y se reían.

Sebastián está dedicado al mundo de la imagen y del cine, más que al de las letras. Fue una afición que se despertó en él desde muy niño y a la que se quiso dedicar, porque, como hicieron conmigo, su madre y yo lo llevamos a ver películas desde muy niño.

Estudió Comunicación social con énfasis en Audiovisual y tiene una productora con sus amigos, Madriguera Films. Es un gran compañero de viaje y de aventuras y disfruto de su gran sentido del humor y su infinita ternura.

PROYECCIÓN

Quiero seguir escribiendo. Acabo de compilar mis artículos periodísticos con la idea de que se publiquen en el 2025. Al recopilarlos y darles un orden me di cuenta de que había una historia lectora que perfectamente cabía en un libro. Me gusta la disciplina del columnista y deseo continuar escribiendo columnas en tono autobiográfico.

También quiero dedicar mucho tiempo a la lectura y a los viajes. Me gusta el  turismo necrológico, visitar alrededor del mundo las tumbas de los escritores para hacer rituales de gratitud leyendo textos de mis autores favoritos, de aquellos con los que me siento vinculado. Son peregrinaciones de la gratitud y el afecto y de lealtad absoluta a la poesía.

REFLEXIONES

¿Qué es un libro en tus manos?

R/ Un libro en mis manos es un universo por descubrir. Es mi juguete favorito, mi fetiche. Compro libros compulsivamente y los leo en desorden, pero es una alegría saber que están cerca.

¿Cuál es la mejor definición de poesía, de un poema, de un poeta?

R/ La poesía es saber poner palabras a las emociones humanas para producir asombro o belleza. Un poema es el lugar seguro de esas palabras, el territorio donde se despliegan con total libertad y certeza y un poeta es un observador de lo cotidiano que convierte su mirada en una artesanía manufacturada desde la más completa honestidad.

¿Qué es, en tu criterio, una buena biblioteca, una buena librería?

R/ Una buena biblioteca va más allá de ser un lugar para guardar libros. En el caso de una biblioteca personal es una forma de la vida en la que cada estantería se parece de alguna forma a uno. Allí se revelan gustos, caprichos, formas de organización. Entre más se parezca al carácter de sus dueños mejor.

Si se trata de una biblioteca pública debe ser el lugar de encuentro, de refugio, de conversación y de descubrimiento.

Una buena librería debe ser original, variada, diversa y que contenga un talante de sorpresa siempre y que tenga libreros que sean lectores y apasionados de los libros.

¿Qué hace a alguien un buen librero?

R/ Un buen librero es una especie de farmaceuta o psicólogo que, como mencioné antes, debe ser un lector apasionado que conozca los intereses y gustos de sus lectores. Debe conocer bien el catálogo y estar informado de las novedades. Y debe tener un buen criterio para hacer una curaduría atractiva de vitrinas y mesas de recomendados. Olfato, intuición y sensibilidad.

¿Para qué escribir?

R/ Escribir es la mejor manera de resistir, persistir e insistir en una sociedad como la que vivimos y es la forma de que las palabras confabulen a favor de la memoria individual y colectiva. Escribo para darle un sentido a mis emociones y a mi soledad y porque me permite llenar de matices un mundo que me incomoda. Escribir permite modificarlo un poco.

¿Cuáles son tus tesoros en libro?

R/ Tengo varios, pero mis ejemplares firmados (algunos en primera edición) de muchos de mis autores favoritos son mi joya. Gabriel García Márquez, Charles Simic, Luis García Montero, Mark Strand, Ana Blandiana, María Mercedes Carranza, Raúl Zurita. Tener los primeros libros de mis mejores amigos es un tesoro. Tengo libros firmados a mis padres y la primera edición de Suenan Timbres de Luis Vidales dedicado a ellos en dos momentos diferentes y a mí que todavía estaba en el vientre materno.

¿Cuál es tu palabra favorita?

R/ Melancolía. Es tan bella que Pablo Neruda comparó la belleza con esa palabra: “Te pareces a la palabra melancolía”. Eduardo Carranza dijo: “El sitio que ocupabas en el aire se llamará melancolía”.

¿Cuál es tu talento musical, herencia genética?

R/ Mi frustración es no haber sido músico. No tuve ningún talento. A veces canto en el carro o en la ducha, pero mi conexión con la música viene más en los ritmos de los poemas que me sé de memoria.

¿Qué es música para tus oídos?

R/ Amo a Los Beatles y a Bob Dylan, las bandas sonoras de Ennio Morricone, la canción social latinoamericana y algunas canciones de música country. Las baladas y el rock en español hacen parte de mi educación sentimental.

¿Qué es la cultura, quién es alguien culto?

R/ La cultura es saber, desde la etimología misma de la palabra, cultivar unos saberes y oficios y aplicarlos con generosidad y maestría en la sociedad. Alguien culto es quien comparte con generosidad ese saber y sus creencias a los demás.
¿Qué valor le das a la memoria?

R/ La memoria es lo que nos define y traza nuestra identidad para comprendernos mejor en nuestro presente. Es ese conjunto de recuerdos que nos dan un rostro y una voz.

¿Qué significa el tiempo en tu vida?

R/ El tiempo es nuestra medida de cambio y nuestra estructura para entender nuestro paso por el mundo. Es uno de los grandes misterios que justifican muchas de las preguntas que definen nuestra experiencia humana.

¿Cuál debería ser tu epitafio?

R/ “Vivió en las palabras. Por favor hacer silencio”.