Julián Prieto

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web en el que Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.

Soy un ciudadano global que se interesa por el bienestar social, por alimentar sus pasiones y aportar a la sociedad. También soy politólogo con estudios de posgrado en política pública y buen gobierno. Actualmente adelanto mi doctorado en política educativa.

José Gregorio Prieto, mi abuelo, oriundo de Socorro, Santander, fue ebanista, apasionado por leer el periódico a diario. Ana Rita Ferreira, mi abuela, murió muy joven, por lo cual no alcancé a conocerla, pero sí sé que tenía muy bien puestos los pantalones, pues fue quien llevó las riendas de su casa.

Héctor José Prieto, mi papá, fue el primero de sus hermanos que se graduó de la universidad. Madrugador que ama bañarse con agua fría y apasionado por los deportes: el tenis ha sido su pasión. También ha sido emprendedor: estudiando su carrera tuvo negocios como restaurantes y locales comerciales. Luego se dedicó a su vida profesional y a intermediar con bienes raíces. Le encanta explorar, viajar por el mundo, conocer otras culturas. Como mi abuelo, disfruta leyendo la prensa, no solo la local, así vive muy bien informado.

Patricio Barrera, mi abuelo, tuvo una familia de siete hijos, sin ser profesional trabajó de manera intensa durante toda su vida con el INCORA en Bogotá. Cuando se retiró se dedicó a su taller de mecánica en el que arregló neveras y lavadoras. Fue muy alegre, familiar. Con sus amigos, sus matachines, tomaba cerveza y jugaba tejo los fines de semana.

Emma Pinzón, mi abuela, oriunda de Villa de Leyva, Boyacá, perteneció a una familia que fue la propietaria del hotel que quedaba en la esquina de la plaza que perdió su padre, el general en la guerra de los mil días, cuando se dedicó a la música llevando serenatas. Una vez en Bogotá conoció al abuelo, se casaron y se dedicó a la familia. Tuvo un taller de costura con el que fue muy reconocida en el barrio. Mi mamá me mostraba fotos suyas luciendo abrigos y diferentes atuendos que le había hecho la abuela.

Con los abuelos recuerdo haber compartido navidades junto a mis más de treinta primos.

Janeth Barrera, mi mamá, fue la última mujer en nacer, por lo mismo fue la más consentida. Se graduó de bacterióloga cuando ya estaba casada y su embarazo lo vivió como estudiante. Siempre quiso tener su laboratorio y ser independiente, lo logró desde muy joven imprimiendo su sentido social en todo, brindando el mejor ambiente laboral y promoviendo a sus empleados y a sus familias.

Mis papás se conocieron en una fiesta a la que asistió mi mamá con su hermano mayor, porque no la dejaban salir sola. Algunas veces fueron de paseo en la moto de mi papá, la que disfrutaron inmensamente.

Ya casados, fueron una pareja tradicional, de filiación católica. Mi hermano nació muy temprano en su matrimonio y los demás nacimos con cinco y siete años de diferencia entre nosotros.

Alrededor de las siete de la noche nos sentábamos a la mesa, porque no había excusa para escaparse de la comida en familia. Este era un espacio para compartir, para contarnos nuestras historias de lo ocurrido durante el día, pero también para hablar de las noticias locales e internacionales, de deporte, de cultura.

Mis papás nos llevaron a explorar nuestras pasiones y deseos y nos inculcaron la disciplina como madrugar y hacer deporte. Vivimos la libertad de elegir lo que nos gustaba, en mi caso no el tenis, pero sí la natación auspiciado por mi mamá. También elegimos las carreras y las universidades de nuestra preferencia.

Tuve una infancia muy feliz, de barrio, en La Calleja. Durante las vacaciones hacíamos casa en un árbol. Como no teníamos video juegos, compartíamos en la calle jugando yermis, a la lleva, a las escondidas. Ya muy tarde salía alguna mamá a llamarnos para que entráramos cada uno a su casa.

Jugábamos dos o tres veces a la semana tenis hasta que me pude a pasar a natación, aunque el médico no me la recomendó porque yo sufría de rinitis. En Cafam del norte nadé de siete a nueve de la noche en semana y la rinitis no me afectó, por el contrario, fue cuando mejor me sentí.

Desde chiquito empecé a apasionarme por diferentes cosas, porque todo me gustaba. La profesora de química era excelente, por lo cual me entusiasmé con esa materia, pero también me gustó sociales.

Yo no tenía gafas y le pedí al optómetra que me las recetara para poder leer mucho, y quise que las paredes de mi casa estuvieran vestidas de libros. Hoy ya tengo que usar gafas y cuento un buen número de libros.

Casi cada año durante toda la primaria cambié de colegio. Inicié estudiando en unos muy grandes, en los que me sentía perdido, no me acoplaba. Luego pasé a otro en el que no pude continuar dada la situación económica de mis padres.

Durante el bachillerato sí tuve estabilidad y pude estudiar en el Colombo Americano del que fui su tercera o cuarta promoción. Se trata de un grupo de colegios que hacen parte del Anglo Americano, y yo pasé por todos. Estudié en el American Garden, en el Gimnasio Colombo Británico, finalmente en el Colombo Americano. Actualmente está posicionado como uno de los mejores, tiene bachillerato internacional. Mi promoción lo ubicó en la lista de los diez mejores del país y mi ICFES fue el mejor. Nos graduamos cinco hombres y doce mujeres, porque fue una promoción muy pequeña con clases personalizadas.

El Colombo fue un espacio de desarrollo de liderazgo. Desde sexto grado fui representante estudiantil y seguí siendo elegido en adelante. En once fui personero participando en la Junta Directiva del colegio donde interactué con los padres representantes de los cursos y profesores. Me gustó siempre hablar con la gente, hablar en público, desarrollar una posición empática, sentarme a la mesa de decisión y entender los argumentos contrarios a los míos para analizarlos.

Mi familia es de emprendedores, mi papá es economista y yo siempre quise estudiar administración de empresas. Durante los grados décimo y once, en que se ven vocacionales, me inscribí en administración.

Resulta que el profesor no pudo terminar de dictar el curso, pues lo nombraron en un cargo público. Quien lo reemplazó era de ciencia política y se concentró en ella despertando mi interés, apasionándome por la materia, realmente me transformó. Como en el Colombo estaban implementando el que hiciéramos tesis de grado, yo la hice sobre la historia de la democracia en Colombia.

Estas circunstancias me cambiaron la mentalidad y me llevaron a decidir estudiar ciencia política. Me presenté en los Andes y en la Nacional. Para ese momento yo no sabía que había obtenido el mejor ICFES, entonces presenté el examen de admisión en la Nacional sabiendo que es muy exigente. Pasé en las dos universidades, lo que me obligó a tomar una decisión.

Mi papá quería que yo estudiara en la Nacional, pues su sueño había sido siempre haber podido cursar una carrera allí, solo que nunca fue aceptado. Mi profesor del colegio me dijo que era una gran oportunidad que no podía desperdiciar. Pero yo me decidí por los Andes con la claridad de tratarse de una universidad más neutral frente a la carga enorme filosófica y política que tiene, mientras que en mi opinión en la Nacional la influencia de izquierda es muy fuerte. Entonces mi papá me sugirió que en primer semestre estudiara en las dos para así tomar finalmente una decisión, pero a mí no me interesó vivir esa experiencia.

Una vez graduado decidí viajar a Inglaterra para hacer un intercambio que me permitiera vivir solo a mis diecisiete años.

Estando allá repartí periódicos en la cuadra, lavé platos en un restaurante, tuve un contrato en McDonald’s donde apenas empezando fui el empleado del mes. Viajé por Europa, conocí gente de todo el mundo, hice muchos amigos.

Llegué de mi viaje muy entusiasmado y en un momento político para el país en el que estaban iniciando las conversaciones de acuerdo de paz con los paramilitares en el gobierno de Uribe.

Este fue un espacio de formación, de descubrirme a mí mismo. Tuve la posibilidad de hacer doble titulación, entonces decidí combinar ciencia política con administración de empresas. También tomé materias de otras carreras y de arte, esto me permitió participar en diferentes actividades culturales.

Por otro lado, durante este periódico descubrí mi sexualidad, salí del closet, fui miembro fundador del grupo LGBT Uniandino en 2006. Esta información no fue fácil de asimilar para mis papás, quienes habían hecho tránsito al cristianismo. Igual, seguí en mi propósito de defender los derechos de mi comunidad.

En 2007 viajé a los Estados Unidos para hacer parte de un programa que permite trabajar durante el verano. Trabajé en un hotel de Vermont lavando platos y en la noche como mesero. Esto me permitió ahorrar para con ese dinero comprar un restaurante junto a los Andes al que no entraba nadie, pero el local lo valía, y lo transformé.

Para ese momento, dos o tres semanas después, a mi mamá la diagnosticaron con cáncer, lo que cambió mi norte y el de todos en la casa. Por fortuna salió adelante y seis meses después me pude concentrar en mi emprendimiento, cambié el menú, propuse una nueva carta con comida rápida argentina que ofrecía sánduches de milanesa, choripanes, empanadas, ensaladas. Pero también le cambié el nombre a San Telmo.

Yo madrugaba a preparar los platos para luego atender mis clases, fui monitor de una materia mientras adelantaba mi tesis. San Telmo se convirtió en el punto de encuentro con mis amigos de las dos facultades. También contraté a una amiga para que atendiera la caja.

Desde muy temprano he logrado identificar las señales que me ha ido enviando la vida. Por ejemplo, decidí vender San Telmo para viajar a estudiar cocina a Argentina.

Por esos días, Angelika Rettberg, mi directora de tesis quien creó la maestría en estudios de paz, me preguntó qué tenía pensado para mi grado porque quería recomendarme porque estaba haciendo una consultoría para una agencia del gobierno alemán. Le agradecí, me sentí muy honrado, pero lo descarté al tener otros planes de vida.

Ese fin de semana conocí a un joven en una discoteca quien me ofreció el mismo trabajo. Decidí presentarme y participar de un proceso que no pintaba fácil, era mucha la gente que aspiraba, tuve que presentar un buen número de entrevistas, pero fui seleccionado.

Comencé a trabajar en un proceso de paz con paramilitares en función de la ley de justicia y paz, proyecto que apoyaba a la Fiscalía en la implementación, precisamente de Justicia y Paz. Fui asistente de Claudia López Díaz, quien es hoy magistrada de la JEP. En una de las primeras reuniones me sugirió que estudiara Derecho, y yo le manifesté que mi carrera tenía ya toda su importancia.

Seis meses después, Andreas Forer, alemán director del proyecto, me pidió que pasara a ser su asistente. Me delegaron la responsabilidad de coordinar un grupo que asesorara a la Fiscalía en investigación judicial en delitos y crímenes contra pueblos indígenas. Estando en eso conocí a una de mis grandes mentoras, Ester Sánchez Botero, de quien aprendí mucho de antropología jurídica, pero, además de cocina, porque ha coeditado cualquier número de libros de gastronomía. Cocinábamos mientras divagábamos intelectualmente.

Una vez más llegó el momento de tomar nuevas decisiones. Al año de estar trabajando en la agencia, mi jefe, acabando de llegar de sus vacaciones, me dijo que quería apoyarme para que viajara a adelantar mi maestría en su país. Le agradecí declinando el ofrecimiento dado que llevaba tres años estudiando francés y mi proyecto era viajar a Sciences Po a continuar con mis estudios de ciencia política.

Por cosas de la vida ese año me integré con gente de Alemania que me llevó a entusiasmarme con el proyecto de estudiar con una beca, también había encontrado el Hertie School of Governance, una escuela en Berlín a la que yo quería asistir. Entonces hablé con Andreas, quien me patrocinó clases de alemán junto a otras personas que también se interesaron en aprender el idioma.

Luego me trasladaron a Barranquilla como representante de ese proyecto para toda la Costa cuando apenas tenía veintitrés años. Trabajé de la mano de grandes fiscales como Zeneida López Cuadrado, modelo del servicio judicial, realmente ejemplar. Atendimos a los wayuu y otras comunidades indígenas, documentamos las masacres en el marco del conflicto armado.

Apliqué a la beca, pero meses después, un 31 de diciembre estando de vacaciones en Río recibí una respuesta negativa. Entonces adelanté mi vuelo, pues ya me habían aceptado en Hertie y tenía que solucionar.

Dos meses después me escribieron que, como estaba en una lista de espera, ya podían otorgarme la beca. Pero al día siguiente me dijeron que se trataba de un error. Una semana después me contactaron para decirme que podían otorgarme la beca en otro centro de estudios y para otro programa, una maestría en desarrollo. Andreas me hizo ver que debería irme por un año con todo pago a Alemania, además incluía cuatro meses del idioma, que si no me gustaba, tampoco perdería nada.

Tomé la opción y ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Aprendí muy bien alemán, a nivel avanzado. En la maestría en desarrollo con enfoque en África y Asia, conocí mucha gente de estos lugares, pero también consolidé un grupo de amigos alemanes.

Estando ahí apliqué a otra beca para cumplir mi sueño de ir a Hertie a hacer mi maestría en política pública. En mi casa me dijeron que podrían tramitar un crédito, pero no acepté. Me presenté a Colfuturo para una beca en alemán, lo que me significó un reto inmenso, debía contestar un cuestionario muy extenso que analizaba mi posición política, mi compromiso con el medio ambiente, con la comunidad. Tuve una hora de entrevista con una profesora en Berlín. Luego treinta finalistas participamos de un work shop donde se trataba de que compitiéramos entre nosotros. Para cerrar nos presentamos ante un panel de cinco jurados que nos bombardeaban con preguntas. Finalmente fui seleccionado. Lo mejor fue que logré también la beca de Colfuturo.

En Hertie eran cohortes grandes, cincuenta personas de todo el mundo. Fue un programa muy exigente donde logré cierto liderazgo, presidí el club de latinoamericanos, hicimos eventos académicos y culturales con toda la comunidad latina dirigidos a la escuela. Tuvimos parte recreativa. Esta fue una época maravillosa de mi vida.

Me gané una de las becas que la universidad estableció para financiar tesis de grado. Hice mi trabajo de campo en India con otras diez personas que estudiamos el rol de la sociedad civil en la lucha contra la corrupción. Viajamos para investigar al partido político AAP. Fue un trabajo muy práctico y la tesis fue publicada en Europa.

Terminada esa fase, por los aspectos migratorios yo tenía la posibilidad de quedarme un año y medio para buscar trabajo. Alcancé a enviar unas cincuenta hojas de vida, pero no recibí respuesta. Era como comenzar de cero, porque no valoraban la experiencia que había adquirido en Colombia, debía iniciar en posiciones demasiado junior, solo que tampoco se daban.

En ese entretanto yo era asistente de investigación en la universidad, pero quería moverme a otra posición. Entonces decidí que no esperaría más y envié tres aplicaciones a entidades en Colombia, una a la GIZ, a Naciones Unidas y a la Defensoría del Pueblo. Al día siguiente las tres entidades me llamaron a entrevista.

En la GIZ querían volver a vincularme enviándome a Caquetá para lo que debía soportar la humedad y el calor. Por fortuna, yo me adapto muy bien a los climas. Me dieron tiquete para la semana siguiente pues debía hacer un taller en Florencia para conocer y así tomar la decisión. Entonces firmamos un contrato de consultoría que me permitiera hacer el estudio de planeación estratégica con comunidades víctimas del conflicto en proyectos de emprendimiento y desarrollo económico. Era 2014 nos encontrábamos en medio de los acuerdos de paz y yo necesitaba estar en Colombia para hacer parte de la implementación y aportar lo que estuviera a mi alcance.

Igual, a la semana siguiente me presenté a las otras dos entrevistas, pero la mejor oferta en todos los sentidos era esta, la de la GIZ. Para mí no fue fácil romper la relación que tenía en Berlín, pero tuve que privilegiar mi carrera. El cambio de Berlín a Florencia fue fuerte, pero de mucho valor.

No duré mucho pues quise trabajar para instituciones colombianas y no para cooperación internacional. Quise ser razonable en mi actuar, pues tengo serias críticas a la cooperación.

Llegué a Bogotá para trabajar con el SENA al grupo de cooperación internacional. Rápidamente me delegaron el escritorio de Alemania, Francia y los Estados Unidos para manejar las relaciones con estos tres países.

La experiencia fue maravillosa, muy gratificante, el impacto social impresionante, me permitió aproximarme a los derechos humanos de una manera diferente. Salté al tema de educación, desde esa misma perspectiva de derechos humanos.

Pudimos establecer un buen número de intercambios internacionales para los jóvenes de la periferia, también desarrollamos programas de liderazgo juvenil y rural.

Aquí comencé a construir las relaciones que me trajeron al lugar donde me encuentro actualmente.

Pasé un corto tiempo a Presidencia para trabajar en temas de relaciones internacionales en la Secretaría General durante el último año del gobierno de Juan Manuel Santos. Tuve un reto enorme como fue el de negociar con Naciones Unidas el convenio que regulaba el actuar de su misión en el proceso de paz. Implicaba muchas negociaciones, tenía contenido jurídico y exigía ser muy neutral.

Antes del cambio de gobierno comencé a buscar trabajo. Logré volver a la academia, que me apasiona, como jefe de cooperación de la Tadeo. Me encontré con Cecilia María Vélez, una gran mentora y visionaria de la educación, y con su vicerrectora Margarita Peña. Ellas me dieron todas las herramientas y la confianza para transformar la oficina.

Llegué con la visión de la cooperación internacional, educativa, científica y estratégica. Busqué que no se hicieran solo intercambios, sino que, a través de la cooperación, pudiéramos lograr proyectos de alto impacto.

Me delegaron China, pues mi primera maestría la enfoqué en Asia y la orienté a ese país. Algunos de mis estudios de mi segunda maestría también incluyeron la política pública en salud china. Un año después la rectora me ofreció dirigir el Instituto Confucio, oportunidad valiosísima que me permitía liderar un centro binacional, oficial, con cooperación con un centro del Ministerio de Educación chino que se dedica a la enseñanza del mandarín como segunda lengua y a la promoción de su cultura en el mundo.

Esto me brindó la oportunidad de fortalecer mi conocimiento e incrementar mi pasión por aprender más del gigante asiático. Hice dos viajes a ese país para asistir al encuentro de los directores del Instituto Confucio en el mundo.

Mi agenda era geopolítica que me llevaba a atender reuniones con los Estados Unidos, país con el que desarrollamos proyectos muy grandes, para pasar a atender reuniones con China. Iniciamos en la Tadeo un proyecto con los Estados Unidos en energía, agua y alimentos, conexión de científicos para trabajar en temas de cambio climático. Logramos recaudar recursos importantes para atender estos fines, ahora estamos en la Guajira, Magdalena, Chingaza, y se está ampliando esa alianza.

En este proceso y en plena pandemia decidí aplicar a la beca Fulbright, a la que ya había aplicado cuando estaba en el SENA. Por fortuna, esta vez me la gané. Si bien apliqué a diferentes universidades, mi interés era continuar con mis estudios y en esta ocasión adelantar mi doctorado en política y teoría educativa en Penn State, Pensilvania, para seguir construyendo lo que habíamos iniciado con la Tadeo, porque me gusta construir sobre lo construido. Estoy coordinando una alianza grande entre los Estados Unidos y Latinoamérica.

Cuando llegué estaban organizando la asociación LGTB en Penn State a la que me vinculé para hacer parte del grupo fundador de colombianos, más de sesenta y cinco estudiantes, participan también profesores.

Busqué hacer unos clusters académicos de enfoques de investigación con la comunidad Fulbright en los Estados Unidos para conectar nuestras investigaciones con la misión de sabios y generar mecanismos de diplomacia científica.

Mi arte es cocinar, nunca he dejado la cocina, en pandemia me inventé Facebook life donde pudiera compartir programas de cocina china, argentina, italiana para articular a la comunidad. Mi casa en los Estados Unidos ha sido el punto de encuentro con mis compañeros, hacemos reuniones mensuales en las que cocino para ellos y propongo preparar platos de cada uno de sus países.

Tengo un compromiso muy grande con mi país para aportar desde mi experiencia y conocimientos. Me interesa el sector público, poderme vincular al Ministerio de Educación o al de Ciencia dado que desde ella se pueden apalancar proyectos de desarrollo económico muy importantes. Busco también gestionar recursos para patrocinar proyectos de investigación en Colombia.

Me gusta leer, quisiera escribir más y más allá del formato académico, superar en número a un par de columnas que se publicaron.

Uno de mis talentos en conectar a la gente.